Desde Bogotá, 13 migrantes venezolanas cuentan cómo la inseguridad
alimentaria, la reunificación familiar y la falta de un empleo las trajo a Colombia y cómo,
pese a la xenofobia, la escasez en los servicios de salud, de comida y las condiciones de
precariedad en las que viven, se abren camino para sobrevivir. Radiografía que retrata esta
realidad a través de testimonios, cifras, datos y una serie podcast de siete episodios.
Por: Xiomara K. Montañez Monsalve
En el momento en que se cruza una frontera, la mujer migrante se convierte en símbolo de
fortaleza para sus semejantes. La travesía que se emprende no es solo por estar bien, es para
que lo cotidiano en sus vidas –comer, estudiar, hacerse un examen médico, caminar con libertad,
vestirse, ahorrar y tener un techo–, recobre sentido. De paso, sanar los corazones rotos que ha
dejado la separación de las familias, los padres, las parejas y los hijos; acceder a los
servicios de salud; retomar sus estudios técnicos y universitarios; trabajar para conseguir las
tres comidas diarias; ahorrar y emprender un negocio propio, o, por qué no, retornar a
Venezuela.
La falta de empleo y la reunificación familiar abren la puerta a la migración, como lo evidencia
la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi, 2019-2020).
Pero que Venezuela esté dentro
de la lista de 25 países en riesgo de agudización de la inseguridad alimentaria (grave y
moderada) “debido a su deterioro económico continuo e impactos socioeconómicos de la COVID-19”,
es otra de las razones para abandonar ese país, como también lo son las barreras de acceso a la
salud prenatal y posnatal y la violencia doméstica.
La violinista y doctora en pedagogía Arex Alejandra Aragón Cerón (43 años) explica que “para
poder obtener un kilo de café, uno de arroz y otro de azúcar, tuve que dormir en la calle
haciendo una cola, expuesta al peligro”, y que esto la impulsó a emigrar porque “mis hijos no
merecían esto”.
Dicen que su derecho a la vida fue violado porque “no tenías salud, no tenías el poder
adquisitivo para comprar los medicamentos, la comida, algo tan indispensable como el agua
potable”, expresa la enfermera Maribel Torbello Villarroel, de 43 años.
Y “si no tenías dinero, no te alcanzaba para comprar alimentos y, si conseguías el dinero, no
había qué comprar, y esto me llevó a tomar la decisión de irme”, agrega Sikiu Karelis Salcedo
Finol (35 años), madre de dos niños, de 8 y 10 años, quien dejó sus estudios en sociología y
comunicación social para mejorar sus condiciones de vida.
“Si no tenías dinero, no te alcanzaba para comprar alimentos y, si conseguías el dinero, no
había qué comprar, y esto me llevó a tomar la decisión de irme”.
Al tiempo, son optimistas. Para ellas, migrar es sinónimo de vida y, por proteger a sus hijos,
alimentarse, trabajar y reunirse con sus seres queridos, son capaces de soportar la xenofobia y
la discriminación por género.
La migración también es una oportunidad. Lejos de casa asumen roles productivos y “recobran la
autonomía e independencia económica y social”, explica Laura Thompson, directora general de la
Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
“Colombia es esperanza” y es el lugar en el que les gustaría “echar raíces”, comentan algunas de
estas mujeres. Pero sus realidades no pueden verse a través del mismo lente: en algunos
capítulos de sus nuevas vidas hay tristeza y desesperanza; y en medio de esas batallas, también
hay triunfos.
Realidad en contraste
De acuerdo con la Encuesta de calidad de vida e integración de los migrantes venezolanos en
Colombia (2020)
y del Observatorio del Proyecto Migración Venezuela, los ingresos insuficientes
(62,9 %), la escasez de alimentos (49,9 %) y la dificultad para encontrar trabajo (31,1 %),
propician la emigración.
La situación en Venezuela es cada día más dramática a la hora de conseguir comida. A corte de
abril de 2021, el salario mínimo era de 0,74 centavos de dólar (1 millón 800 mil bolívares),
dinero con el que “una familia al mes solo podía comprar un pan canilla [baguette] y dos
huevos”, según el Centro de
Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda, 2021) de
ese
país.
Y es también por esto que la reunificación familiar siempre es un anhelo: mientras el 32 % de los
participantes en la Encuesta de calidad de vida e integración de los migrantes venezolanos en
Colombia (2020) tienen dentro de sus planes reunirse con su familia en menos de un año,
lo
cierto es que el 56,6 % aún no marca una fecha en el calendario
(GIFMM y R4V, 2021, junio).
Colombia es el principal receptor de migrantes en América Latina, concluye un informe difundido
en junio pasado por la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela,
del
Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (Gifmm),
dato que coincide con la Encuesta
Nacional de Condiciones de Vida (Encovi, 2019-2020). De los 5.636.986 millones de
venezolanos
que han abandonado su territorio, por lo menos 1.742.927 están en el país, según Migración
Colombia. Los restantes se distribuyen en diversas naciones de la región.
52%
de los hogares tienen jefatura femenina.
64%
de los hogares consume solo dos comidas al día.
La capital colombiana aloja el 19,55 % del total nacional, es decir, 340.711 migrantes,
refugiados y solicitantes de asilo, y es el destino preferido, por las oportunidades económicas
que ofrece esta ciudad, dado que, en promedio, Bogotá representa el 25 % del Producto Interno
Bruto (PIB)
del país (DANE), lo cual se refleja en más opciones laborales y mayor
estabilidad.
Además, cuenta con la red de servicios de salud más amplia del territorio nacional
(Equilibrium-CenDE, 2020).
La alimentación es prioridad para los hogares de migrantes que llegan al territorio colombiano,
de los cuales el 52 % tienen jefatura femenina y el 47,1 % masculina. Pero, en la capital
colombiana, como lo muestra la Evaluación conjunta de necesidades ante Covid-19: diciembre 2020,
del Gifmm Colombia,
“la mayoría de los hogares no pueden satisfacer sus necesidades
alimentarias”, pues el 64 % consume solo dos comidas al día.
Sobre estas frecuencias de consumo, el Gifmm explicó que hogares en donde no hay ningún miembro
entre 15 y 65 años con estatus regular, se tiende a consumir menos comidas al día. Asimismo, las
dificultades no solo se centran en obtener alimentos, el 51 % de los hogares no tenía asegurada
una vivienda o no sabía si tendría una para el siguiente mes, de acuerdo con la investigación.
Bogotá, una oportunidad económica
5.636.986
millones de venezolanos han abandonado su territorio.
1.742.927
están en Colombia.
340.711
migrantes (19,55%) se ubican en Bogotá.
Sobrevivir es la meta
“Debido a la situación que se presentó en Venezuela, no teníamos comida, no teníamos medicamentos
para mi niño pequeño. Por eso salí. Mi plan, en primer momento, era viajar a Perú o Chile, pero
no se pudo. Al llegar a Cúcuta hubo mucho problema, todo el mundo salió corriendo y a mí me
robaron todas mis pertenencias, y parte de mi dinero. Por eso no pude llegar a otro país”.
Así fue el ingreso a Colombia de Ámbar Danaee Chourio Torrelles (41 años), el 3 de diciembre de
2019, junto a su hijo menor, Junior Fermín Chourio, que tenía 10 años en ese momento y padecía
asma. Provenían del estado Guárico. Con el poco dinero que le quedó luego del asalto, pudo
llegar a la localidad de Kennedy, en Bogotá, y tres meses después se empleó en una peluquería,
en el mismo oficio que realizaba en su país: el arreglo de uñas en acrílico.
En marzo de 2020 Junior Fermín tuvo una crisis de asma, convulsionó, y luego de varios exámenes,
descubrieron que también padecía epilepsia. En ese momento, Ámbar no tenía empleo, había
renunciado a su trabajo para cuidarlo y, para sobrevivir, preparaba y vendía tortas de dulce y
postres, mientras alguna de sus clientas llamaba a la puerta y le pedía una manicure.
Las mujeres migrantes como Ámbar cuentan con una alta participación en el mercado laboral
(61,3 %), superior al de las colombianas (52,5 %), debido a
que las nacionales, según el informe
Dinámicas
laborales de las mujeres migrantes venezolanas en Colombia (2019 – 2020) (Cuso
International, Gobierno de Canadá y Empleos para Construir Futuros, 2020), “tienen mayores
probabilidades de estar estudiando y de realizar trabajos no remunerados en el hogar, ya que
otros integrantes dentro del mismo pueden generar unos ingresos suficientes para garantizar el
sostenimiento de su núcleo familiar”.
Sin embargo, la situación se complica cuando están en condición irregular, como le ocurre a
Ámbar. El grado de vulnerabilidad las mantiene en una constante elección: quedarse en la casa y
cuidar a sus hijos o salir a buscar trabajo. Esto afecta a largo plazo su estabilidad económica,
como explica el mencionado informe, también financiado por la Embajada de Canadá.
“Como no tenía cómo garantizar mi atención médica (pago de la EPS) y la convalidación de mi
título, no me pudieron contratar más”.
Otro grave problema para los migrantes es la informalidad laboral. La enfermera Maribel Torbello
Villarroel (43 años), quien proviene de Barquisimeto y vive en la localidad de Fontibón desde
octubre de 2019, se ha enfrentado a ella: “antes de la pandemia, trabajé como un mes cuidando
pacientes de forma particular y a domicilio. Lo hice en empresas donde ofrecen cuidados de
enfermería, pero, como no tenía cómo garantizar mi atención médica (pago de la EPS) y la
convalidación de mi título, no me pudieron contratar más”.
En la actualidad vende tortas de dulce y postres para apoyar económicamente a su esposo, quien
cubre turnos de cuidador en un ancianato. Permanece en casa y acompaña a su hija de 12 años, en
los estudios remotos.
Unión de viejas y nuevas familias
De acuerdo con la caracterización de las familias venezolanas que emigran (Encovi, 2019-2020),
los hijos e hijastros son los primeros en abandonar el país. Les siguen los cónyuges y las
parejas, y luego los padres o madres. En este último grupo se encuentra María Elena Vivas (51
años).
Cuando salió de Coro (estado Falcón) y dejó su trabajo de catorce años en una cadena de
papelerías que vendía suministros para alcaldías, gobernaciones y contratistas, tenía claro que
su objetivo sería la reunificación familiar, luego de emplearse en Bogotá, donde se estableció
el 18 de mayo de 2018.
Antes de cumplir un año de estancia en la capital colombiana, llegó a buscarla su hija Rosa
Angélica Ugarte Vivas (entonces con 23 años de edad), a quien había dejado estudiando
fisioterapia en la Universidad Francisco de Miranda.
Transcurridos tres años —incluida la pandemia, cuando María Elena sufrió crisis de ansiedad por
el encierro como trabajadora doméstica— se convirtió en abuela. No ha estado sola y nunca
imaginó que una de las personas que le brindaría la mano sería una emigrante española, profesora
universitaria.
¿Cómo ha vivido María Elena la reintegración familiar en Colombia? Después de dos meses de
descanso de las labores domésticas, ¿cuáles son sus planes ahora?
Vivir entre esperanzas y carencias
La migración femenina está ligada a otros factores que no solo se relacionan con lo económico y
lo alimentario, sino también con la salud y los derechos sexuales y reproductivos, asegura
Betilde Muñoz-Pogossian, directora del Departamento de Inclusión Social de la Secretaría de
Acceso a Derechos y Equidad, adscrito a la Organización de Estados Americanos (OEA).
Esa situación se refleja en un informe de la Asociación Venezolana para una Educación Sexual
Alternativa (Avesa, 2021). Los datos indican que, en la actualidad, en el vecino país, 7
de cada
10 mujeres no utilizan métodos anticonceptivos; 3 de cada 10 no pudieron asistir a su primer
control prenatal después de la semana 12 de gestación; 9 de cada 10, entre los 15 y los 59 años,
no han podido planificar sus embarazos, y el 1,9 % reconoció haberse practicado un aborto
inducido alguna vez.
De acuerdo con ese informe titulado La salud de las mujeres en Venezuela: crisis del sistema
sanitario y Covid-19 (2021), el deterioro de la infraestructura hospitalaria, la falta de
insumos, de personal médico general y especializado, hacen que las mujeres deban costear los
exámenes de su bolsillo.
Pero, al llegar a Colombia, las mujeres venezolanas en situación migratoria —tanto regular como
irregular— enfrentan desafíos para acceder a los servicios de salud. Así se advierte en el
informe Parir en Colombia: una aproximación cualitativa a la situación de las
mujeres gestantes
venezolanas en Vichada y Bogotá. Las que
cuentan con el Permiso Especial de Permanencia (PEP)
pueden afiliarse y contar con la seguridad social, pero no saben cómo y por dónde ingresar a las
plataformas virtuales para hacerlo. Además, según datos de Profamilia
(2020), algunos
empleadores pasan por alto el pago de las afiliaciones.
Cada situación tiene sus particularidades. Mariangel Gilmar Mujica Guevara (24 años), violinista,
proveniente de San Felipe, estado Yaracuy, cuenta que desde febrero de 2021 es madre y que, a
pesar de pagar la seguridad social y de contar con el PEP, aún no recibe el pago de la licencia
de maternidad.
Durante su embarazo, que fue confirmado en junio de 2020, no tuvo los controles que necesitaba.
“La primera ecografía que me hizo la EPS fue en diciembre del año pasado. Todo fue lento y
demorado. Mi hijo está bien, pero nació con ventriculomegalia y ahora también se me han
presentado problemas para que lo atiendan. He tenido que llevarlo a médicos particulares”,
asegura.
Salud sexual y reproductiva en Venezuela
7 de cada 10
mujeres no utilizan métodos anticonceptivos.
9 de cada 10
entre los 15 y los 59 años, no han podido planificar sus embarazos.
1,9%
reconoce haberse practicado un aborto inducido alguna vez.
En el caso de las que permanecen en condición irregular en el país y que pueden
acceder a los
servicios de salud a través de urgencias, no tienen claro qué es y qué no es una urgencia, y el
personal administrativo y médico en esta área les da un trato discriminatorio. “Hay un gran
vacío en el acceso a controles prenatales y servicios postparto”, señala Profamilia
en el
informe Desigualdades en salud de la población migrante y refugiada venezolana en
Colombia
(2020).
En marzo de 2018 Bárbara Oskarina Zavarce Blanco (26 años) migró a Bogotá con tres niños, de 5, 7
y 8 años. Hoy, tiene seis meses de un embarazo de alto riesgo; además, sufre de anemia y
migraña. Ella cuenta que es madre soltera, cabeza de hogar y que resiste económicamente con la
mendicidad: “Para que me hagan controles y saber cómo va el bebé, voy a urgencias; la verdad es
que ser venezolana impide que me atiendan”.
Ámbar, amiga de Bárbara, cuenta que “en una oportunidad la atendieron en un hospital en Soacha, y
como ella no tenía un recibo de servicios públicos de esa localidad para mostrar y que la dieran
de alta, por poco no la dejan salir del lugar”.
No todas las historias de las madres migrantes son desesperanzadoras. Kenia Vera está próxima a
cumplir 44 años. Hace cuatro, cuando su esposo le dijo que lo acompañara a explorar una opción
laboral en Bogotá, tenía cuatro meses de embarazo de su segunda hija.
Continuó los controles prenatales en Colombia y resalta que el trato del personal médico siempre
fue cordial. Pero, en la semana 27 de gestación, faltando tres días para abordar el vuelo de
regreso a Maracaibo, presentó complicaciones y la bebé nació de forma prematura en la Fundación
Universitaria Juan N. Corpas, en Suba. “Pesó 1,9 kilos y tenía reflujo. Ya no teníamos un solo
centavo ahorrado. Para nosotros comenzó la verdadera vida del migrante”, recuerda Kenia.
¿Cómo ha sido la vida de esta mujer y de su familia después del nacimiento inesperado de su hija
en Colombia y cómo el programa madre canguro, que no existe en Venezuela, ayudó a salvar la vida
de su bebé?
Sobrevivir y empezar desde cero
Los migrantes en Bogotá llevaron la peor parte durante la pandemia por la COVID-19. El DANE
confirmó la caída en un 6,8 % del Producto Interno Bruto en 2020,
siendo la peor de la historia
de Colombia e impactando a esta población vulnerable (LR La República, 2020).
De acuerdo con datos de esta agencia estatal, para marzo de 2021 a nivel nacional el desempleo de
los migrantes (hombres y mujeres) alcanzó el 22 %; incluso, para quienes desde hace más de cinco
años viven en Colombia el aumento del desempleo se hizo visible: se registró un 29,2 %, a
diferencia del 20,8% registrado en marzo de 2020.
La pandemia también sacó a la luz la violencia de género y los desalojos de las viviendas. “Hemos
registrado al menos 40 casos de agresión a mujeres, niñas y niños, y hemos pedido amparo a la
Casa de la Mujer. El aislamiento y el encierro, así como la imposibilidad de conseguir el dinero
y alimentar a sus familias, son las causas de estos enfrentamientos”, explica Nydia Hernández,
directora de la Fundación Charity Colombia.
Hernández agrega que esa fundación presta apoyo a cerca de 23 mil migrantes pertenecientes a
14.147 grupos familiares: el 70 % son madres cabeza de hogar que tienen a su cargo entre dos y
tres niños. Bosa, Usme, Suba y Kennedy son las localidades con mayor número de migrantes
atendidos por esa organización y son los lugares donde “las mujeres han podido asentarse, con el
apoyo de familiares o amigos que han llegado antes y pueden pagar una habitación por días”,
añade.
En medio de esta situación, la directora de Charity también ha encontrado casos en los que, desde
Colombia, las mujeres son contactadas con la promesa de tener un lugar dónde alojarse y
encontrar trabajo, y cuando llegan al país terminan en redes de trata de personas o de
prostitución.
Erradicar este flagelo no ha sido fácil. Sin embargo, situaciones como el anhelo de encontrar
empleo, sacar adelante emprendimientos o establecerse en lugares donde también conviven
venezolanos, han motivado la unión entre las migrantes que acuden a la fundación.
29,2%
desempleo en lo corrido de 2021.
Liderazgo entre las migrantes
A Yoseanne Glendary Schaffter Vásquez (35 años), Sikiu Karelis Salcedo Finol (35 años), Maribel
Torberllo y Ámbar Chourio las une un mismo propósito: consolidar su rol de líderes en la
Fundación Charity Colombia. Conocieron a su directora, Nydia Hernández, mientras prestaba apoyo
a las familias migrantes en los meses de aislamiento obligatorio por la pandemia, en 2020.
Algunas de las labores de estas mujeres en Charity Colombia son llevar registros de las
migrantes, mantener grupos informativos en WhatsApp, guiarlas mientras se instalan en Bogotá,
ayudar a conseguir mercados y empleos, y ayudar en las tareas de los hijos.
Yoseanne Schaffter, ama de casa, madre de seis niños y líder en Suba (donde vive desde 2018),
cuenta que en 2020 el maltrato físico y verbal a muchas mujeres marcó su trabajo y que la
situación económica de las familias la llevó a conocer casos en los que fue necesario recoger
dinero y retornar a las mujeres a Venezuela.
“Muchas no lo cuentan; decir que son golpeadas, les da miedo”, asegura Sikiu Karelis Salcedo
Finol, otra líder en Suba, quien hace cuatro años llegó al país junto con la familia de Yoseanne
Schaffter, su pareja sentimental, y con sus dos hijas, que hoy tienen 8 y 10 años. Mientras
trabaja como manicurista para sacarlas adelante —en Colombia se separó del padre de ellas—,
apoya a la Fundación en labores de comunicación y acercamiento a instituciones que entregan
ayudas.
A su vez, la enfermera Maribel Torbello es líder en la localidad de Fontibón. Dice que ha
conocido a mujeres que llegan a la fundación y que viven bajo los puentes. Otras “tienen hijos
en condición de discapacidad y sus vecinos les han ofrecido dinero a cambio de sexo, queriéndose
aprovechar de la situación que presentan”.
“Algunas mujeres tienen hijos en condición de discapacidad y sus vecinos les han ofrecido
dinero a cambio de sexo, queriéndose aprovechar de la situación que presentan”.
¿Qué las llevó a trabajar para otras migrantes si sus condiciones de vida son iguales o más
precarias que las propias?
Xenofobia, ¿hasta cuándo?
De acuerdo con el Barómetro de la Xenofobia (Corporación Otraparte; Observatorio de
Migraciones
de la Universidad Externado de Colombia y otros, 2020), la discriminación contra población
migrante en redes y medios de comunicación aumentó de manera progresiva durante la pandemia, en
2020. Según la medición que aplica esta iniciativa
“La conversación de seguridad estuvo
compuesta mayoritariamente por las publicaciones alrededor de las declaraciones de la alcaldesa
de Bogotá —Claudia López Hernández— con respecto a la relación entre migración y crimen”.
Un ejemplo de esto fueron las declaraciones que hizo el 29 de octubre de 2020 en un Consejo Local
de Gobierno, en la localidad de Kennedy, luego de conocerse la muerte de una persona con arma
blanca en el sistema Transmilenio: “No quiero estigmatizar a los venezolanos, pero hay unos que
en serio nos están haciendo la vida de cuadritos. Aquí el que venga a trabajar bienvenido sea,
pero el que venga a delinquir deberíamos deportarlos inmediatamente” (Twitter,
2020).
A raíz de esto, se “generaron nueve alertas luego de las declaraciones de la alcaldesa de
Bogotá”, y se aumentó la conversación sobre xenofobia en ciudades como Bogotá (918 %), Cúcuta
(900 %), Cali (376 %), Barranquilla (300 %) y Medellín (250 %)
(El Derecho a No Obedecer, 2020).
En los registros de esta medición también se evidenció un aumento del 24,1 % en mensajes de
xenofobia entre los meses de octubre y diciembre de 2020, y un 10,2 %, en comparación con lo
registrado entre los meses de enero y marzo de ese mismo año.
Esos señalamientos se dieron en momentos en que el gobierno nacional promovía el lanzamiento del
Estatuto de Protección Temporal para Migrantes Venezolanos, actualmente en marcha, con el cual
se pretende fortalecer su protección.
La enfermera Johana Angélica Sánchez (29 años), proveniente de Maracay, estado Aragua, vive en
Bogotá desde 2017 y ha padecido esa estigmatización: “Me han hecho llorar. Obviamente no lloro
en la cara de nadie, porque soy orgullosa. Lo que no entienden es que no queremos nada regalado,
queremos trabajar. ¿Cómo hacemos? No te aceptan en una empresa porque no tienes papeles y
tenemos que vivir, comer, pagar arriendo. No es fácil. Creo que el que nunca ha emigrado, no lo
comprende”.
“Me han hecho llorar. Obviamente no lloro en la cara de nadie, porque soy orgullosa. Lo que no
entienden es que no queremos nada regalado, queremos trabajar”.
Otra batalla: ejercer una profesión
Las profesionales de la salud no desfallecen ante la posibilidad de ejercer su carrera en
Colombia. La historia de Daniela Guiliana Labarca (34 años), odontóloga y rehabilitadora oral, y
la de su cuñada, la médica María Daniela Fiorda Díaz (33 años), así lo demuestran. En 2014
llegaron de Maracay y se establecieron en la capital del país.
Al cursar una especialidad en rehabilitación oral en la Universidad del Bosque de Bogotá, ese
mismo año, y trabajar en clínicas de trayectoria, Daniela Guiliana Labarca se abrió camino y hoy
tiene un consultorio en el norte de la ciudad. Además, ofrece el plan Devolviendo Sonrisas
dirigido a la población inmigrante y retornada que no cuenta con los recursos necesarios para
los tratamientos.
El caso de Fiorda Díaz fue distinto. Tomó la decisión de migrar junto a su esposo, el
nutricionista Luis Ernesto Ferrer Ferrer, a mediados de 2014. Renunció a la clínica en la que
trabajaba y empezó su recorrido por los consulados de Colombia, Chile y Argentina, en Maracay, y
en cada uno decía siempre lo mismo: “Quiero migrar de forma legal, ejercer mi profesión, y no
quiero llegar a ver qué hago con mis papeles”.
A Bogotá llegaron en octubre de ese año y vivieron cerca de tres años. Hoy, radicados en Cali,
María Daniela y Luis Ernesto lograron ser independientes y trabajan en temas de nutrición y
dietas cetogénicas, promueven su consultorio a través de la cuenta de Instagram @ferrerfastingm
y tienen un emprendimiento familiar: una venta de chorizos cuya receta está inspirada en la
tradición argentina.
Cuando la música une y salva vidas
Combinar la interpretación, el canto, los violines y las clases de música con la labor social y
el apoyo a otros artistas que han migrado y que viven de la caridad en las calles, es la labor
de dos mujeres de reconocida trayectoria en Venezuela y que hoy están radicadas en Bogotá.
Se trata de la maestra en canto lírico y soprano Sara Josefina Catharine de Gómez (57 años),
magíster en música de la Universidad de las Artes, Filadelfia, e integrante de la Ópera de San
Francisco (EE. UU), durante la década de los noventa. También formó parte del Sistema Nacional
de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela y del Conservatorio de Música Simón
Bolívar. Hoy, es profesora de canto en la Universidad Central de Bogotá.
Junto a ella está Arex Alejandra Aragón Cerón, doctora en pedagogía, violinista e integrante de
Orquesta Aragón, creada por una de las familias de músicos más destacados en el vecino país,
fundada por su padre, el también músico Francisco Aragón, un caleño que migró en los años
sesenta para trabajar en San Cristóbal (estado Táchira) y que participó en proyectos como la
creación de la Banda Municipal y la Escuela Superior de Música Miguel Ángel Espinel. Actualmente
imparte formación en la Orquesta Filarmónica de Bogotá y es maestra de música en la Caja de
Compensación Familiar, Cafam.
Ambas reconocen que su labor artística no fue lo único que las trajo a Bogotá. Aragón Cerón
recuerda que uno de los momentos más complejos de sus últimos meses en San Cristóbal fue cuando
“tuve que dormir en la calle haciendo una cola. Esa fue la estocada. No pensé en mí; dije, mis
hijos no merecen esto”.
La maestra Sara Caterina —como es conocida artísticamente— no olvida el día en el que no pudo
conseguir proteínas para alimentar a su hijo menor, que padecía de anemia crónica. Fue en agosto
de 2016 cuando “pidió ayuda divina” y, gracias a una invitación que le hizo la Universidad
Central de Bogotá, decidió partir de Caracas.
Asegura que no ha podido regresar a su país, “muchos no lo saben, yo estaba en la ‘lista de Luis
Tascón’, porque firmé la revocatoria del mandato de Hugo Chávez”. Dicha lista, elaborada en 2004
por el entonces diputado chavista y publicada en la página web www.luistascon.com, expuso la
identidad de más de tres millones de venezolanos opositores al gobierno, lo que ocasionó
despidos e intimidaciones a funcionarios públicos.
La Fundación para la Integración de la Música en Colombia (Fundimusicol), que integra a una
comunidad que supera los trescientos músicos venezolanos —retornados y locales— es también el
escenario que une a estas dos mujeres desde el concierto y homenaje al compositor José Antonio
Abreu, quien falleció el 24 de marzo de 2018 y su legado quedó plasmado en la Orquesta Nacional
Juvenil de Venezuela y en el Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles e Infantiles.
Allí, Arex se desempeña como secretaria general y también como músico de la orquesta en ocasiones
especiales, y la maestra Sara Caterina dirige el proyecto coral, Fundimusicol. Ambas reconocen
que la unión hace la fuerza entre los migrantes, y más en medio de la pandemia, cuando varias
familias de músicos fueron expulsadas de los lugares donde vivían y no tenían dinero para
comprar alimentos.
Emprender para cambiar vidas
La tasa de desempleo y la necesidad de medios de vida estables, tanto en mujeres como en hombres
migrantes, llevó a que muchos venezolanos se establecieran en Colombia a través de nuevos
negocios. De acuerdo con el boletín del Observatorio del Proyecto Migración Venezuela,
Emprendimiento de los migrantes venezolanos en Colombia (2019),
se contabilizaron 879.057
migrantes que trabajaban en el país, de los cuales 177.122 son emprendedores. Además, 2 de cada
10 venezolanos que trabajan en este territorio son independientes.
A diferencia de los emprendedores colombianos, el nivel educativo de los trabajadores
provenientes de Venezuela es más alto, ya que el 23,5 % cuenta con título de educación superior
y el 64 % son bachilleres, mientras que, en ambos indicadores, los colombianos independientes
registran un 19 % y un 41,7 %, respectivamente, como lo explica dicho informe.
Ferias de emprendimiento como “Mi pana emprende”, se han convertido en una vitrina importante
para que Eloísa Andreina Lepage Vallejo y Yulia Torres, entre otras mujeres, no solo den a
conocer sus negocios, también han abierto camino a otros migrantes que buscan oportunidades
laborales en Colombia.
“Cuando uno decide emigrar es empezar de cero y es muy difícil. Ya nosotros tomamos la
determinación de que este va a ser el país donde mis hijos van a crecer, donde van a tener sus
oportunidades y donde vamos a luchar para continuar”, afirma Andreina, propietaria de Natural
Lash Studio, un spa en el que el arreglo de uñas y cejas es el producto estrella, y que después
de funcionar por seis meses en el sector de Chapinero, en 2020 cerró e inició la oferta de
servicios a domicilio. Hoy se ubica en un local del barrio Villa Alsacia, al occidente de
Bogotá.
La necesidad de emprender
879.057
migrantes trabajadores.
177.122
son emprendedores.
2 de cada 10
venezolanos que trabajan en Colombia son independientes.
Yulia Sauret Torres Guerrero (32 años), proveniente de Maracaibo, es otra emprendedora destacada.
Su escenario es la red social Instagram, con el perfil “Venezolanos en Bogotá”. Lo que empezó
como una cuenta informativa en la que Torres hablaba sobre trámites migratorios, hoy es una
vitrina para los negocios y emprendimientos de los migrantes en la ciudad.
¿Cómo lograron estas mujeres sacar adelante sus emprendimientos? ¿Cuáles son sus historias de
vida y a dónde anhelan llegar?
Una travesía que continúa
Para Ámbar Chourio se migra para aferrarse a los hijos, porque son ellos los que “transmiten esas
ganas de seguir” y se hace con el corazón partido en dos, como lo describe Andeina Lepage, quien
a diario se despierta pensando cómo sanar esa herida mientras remueve sus esperanzas e impulsa a
su familia a continuar, lejos de su natal Caracas.
Pero, sin saberlo, en el momento en que llega al territorio colombiano, la mujer migrante se
transforma en un símbolo de resistencia. Soporta la indiferencia, como Johana Sánchez, quien
recuerda que “me han hecho llorar. Obviamente no lloro en la cara de nadie porque soy orgullosa;
lo que no entienden es que no queremos nada regalado, queremos trabajar”. Y se fortalece porque
reconoce que existen territorios donde pueden estar a salvo juntos. “No se quieren lujos o ser
millonarios, simplemente vivir tranquilos”, concluye Daniela Fiorda.