Es gestora voluntaria en uno de los asentamientos más grandes de venezolanos en el departamento de La Guajira. Su tarea es vital para las familias que vienen del país vecino en busca de ayuda ante la crisis social y económica que padecen allí.
Fotoreportaje por: Stephen FerryPie de fotos: Stephen Ferry - Sinar Alvarado
Antes de empezar sus rondas por el caserío, Yanosky Semprún organiza los cuadernos donde anota los datos médicos de los habitantes de Bendición de Dios 2, un asentamiento de ranchos construidos con plástico y zinc, habitado en su mayoría por migrantes venezolanos. Las improvisadas viviendas se levantan a un lado de la carretera que une Maicao con el pueblo fronterizo de Paraguachón, en La Guajira.
Como gestora voluntaria de salud, esta migrante venezolana visita cada hogar de su propia comunidad. Charla con sus habitantes sobre asuntos cotidianos, los aconseja y les pregunta sobre su estado de salud. Uno a uno registra los datos en sus cuadernos y los organiza con colores y códigos. Este censo, además, le ayuda para canalizar recursos y acceso a medicamentos para las personas más necesitadas.
Los cuadernos, como su propia casa, son supremamente organizados; blancos por fuera y llenos de colores por dentro. Cada cosa en su debido lugar. Mucho más que un mero registro de datos médicos, los cuadernos de Yanosky Semprún son una herramienta potente para construir una vida digna en medio de la adversidad extrema.
La venezolana Yanosky Semprún, líder comunitaria y gestora de salud, entrevista a Luz Marina Iglesias, de 47 años, y a su hija, Andrea Iglesias, de 14, durante una de sus rondas en el asentamiento de migrantes llamado Bendición de Dios 2. Puerta a puerta, Semprún, también migrante venida desde Maracaibo, en el occidente de Venezuela, indaga y toma notas sobre el estado de salud de las personas en cada hogar de la comunidad.
Bendición de Dios 2, en Maicao, La Guajira, es uno de los 29 asentamientos donde conviven 57 mil venezolanos migrantes repartidos en la periferia de esa ciudad. En este lugar, según el censo realizado por Yanosky, conviven 823 personas de 230 familias. Ella hace énfasis cuando aclara que estas cifras solo son ciertas en un momento dado. “La población es variable e inconstante”, dice. Cada día pueden llegar o pueden irse algunos habitantes, en busca de una vida ligeramente mejor en suelo colombiano, o simplemente viajando de vuelta a Venezuela.
Durante sus rondas, la gestora de salud Yanosky Semprún se acerca a las casas de sus vecinos, migrantes venezolanos radicados en la comunidad Bendición de Dios 2, en las afueras de Maicao, La Guajira. Todas las viviendas en esta comunidad fueron construidas con latas de zinc y palos de madera, en el mejor de los casos. Muchas casas cuentan apenas con pedazos de lona o bolsas plásticas para proteger a sus habitantes del viento, la lluvia o el sol.
Yanosky Semprún se acerca a Ringer Sánchez, sentado junto a su hijo, y le pregunta sobre su estado de salud. Como en todos los casos, consigna la información en sus cuadernos, donde lleva un completo registro de todos los habitantes y sus distintas necesidades. Muchos niños en esta comunidad, según Yanosky, están bajos de peso, tienen parásitos, enfermedades de la piel o sufren desnutrición de distinto grado. Sin alcantarillado, todos los habitantes deben utilizar letrinas y pozos sépticos artesanales.
Yanosky Semprún habla con una familia de indígenas Wayúu venezolanos en la comunidad Bendición de Dios 2. Uno a uno registra los datos de todos los habitantes y organiza con códigos y colores el estado de salud en sus cuadernos. Este censo le sirve para canalizar recursos y acceso a medicamentos para las personas más necesitadas de su comunidad. Muchos migrantes, en especial los mayores, llegan a este asentamiento de Maicao aquejados por enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión, entre otras.
Yanosky Semprún toma los datos de una familia de Wayúu venezolana en la comunidad Bendición de Dios 2. Sus cuadernos, dice, le sirven para llevar la data médica de toda la comunidad. “Abarco a todo aquel que necesite de salud, sea venezolano o colombiano; aunque la mayoría son de Venezuela. Pero todo núcleo familiar para mí es calificable. Les tomo sus datos, qué medicamentos consumen, con qué frecuencia. Y siempre respeto la confidencialidad de cada paciente”, dice.
Una fisioterapeuta y una enfermera atienden a Genoveva Peréz, de 82 años. Semprún visitó a esta familia y entrevistó a la enfermera para conocer las necesidades médicas de la paciente. Su objetivo es gestionar recursos para suplirlas y conseguir además alimentos para Genoveva.
La gestora de salud Yanosky Semprún entrevista a Rosangela Hernández, de 16 años, durante sus rondas en la comunidad Bendición de Dios 2. Semprún pregunta sobre el estado de salud de todas las personas en cada hogar de la comunidad, y dice que realiza esta labor porque le recuerda su tierra, Maracaibo, donde también trabajaba como gestora en un consultorio médico de esa ciudad.
Yanosky Semprún anota los datos de los habitantes de la comunidad Bendición de Dios 2 en sus cuadernos. “Los cuadernos que llevo son la data médica de toda la población que hay en la comunidad. Todos para mí son ciudadanos y tienen derecho a la salud, sin descriminación”, dice Yanosky.
Yanosky habla con Dora Luz, una migrante venezolana que sufre de una lesión en su piel. La gestora de salud toma una foto de la herida para tener registro. “Es una lesión dérmica en su pierna derecha, bastante severa. No tiene piel en la zona afectada. Ella necesita que la hospitalicen, que le hagan lavados continuos y tal vez un injerto donde está la lesión”, dice Yanosky.
La promotora de salud Yanosky Semprún escucha mientras un vecino de la comunidad Bendición de Dios 2 indica dónde podrá ingresar a la comunidad el vehículo de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao. Debido a los cables eléctricos que cuelgan a baja altura, no fue posible pasar, y el conductor de la unidad decidió estacionarla en la entrada del barrio para atender allí a la población.
Miembros de la comunidad Bendición de Dios 2 instalan una sábana para dar sombra a los pacientes, mientras los profesionales de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao proveen servicios de salud a esta comunidad. Cuando la unidad entró al barrio, rápidamente los vecinos se organizaron para hacer efectivo el procedimiento. Uno a uno los pacientes, la mayoría mujeres, se fueron acercando para recibir atención.
La promotora de salud Yanosky Semprún ayuda a la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao. Ella coordina la información de acuerdo con las necesidades de la población local y ayuda con la comunicación entre el equipo médico y los habitantes de la comunidad de Bendición de Dios 2, en su mayoría migrantes venezolanos.
Habitantes de la comunidad de mayoría migrantes venezolanos Bendición de Dios 2 esperan recibir atención médica del personal de salud que llegó al barrio en la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao. Varias mujeres embarazadas o con niños de pocos meses de edad mostraron un interés especial en recibir atención. Ninguna otra oferta de salud está disponible para estas personas.
Daniela Ramírez sostiene su hijo Johán Ramírez, de ocho meses, antes de que una enfermera de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San Juan de Maicao le aplique una vacuna contra la tuberculosis.
Daniela Ramírez sostiene a su hijo Johán Ramírez, de ocho meses, mientras él recibe una vacuna contra la tuberculosis administrada por el equipo de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao. En esta comunidad abundan niños en estado de desnutrición. Algunos asisten a un pequeño espacio comunitario donde la organización Save the Children presta acompañamiento y actividades lúdicas para niños que no asisten a la escuela.
Daleth Vásquez, de 16 años, amamanta a su hijo Wilker Vásquez, de ocho meses, mientras espera turno para recibir atención de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao. Daleth llegó desde Maracaibo, donde dejó a su padre y a su antigua pareja. Angustiada por la escasez de oportunidades, decidió emigrar a Colombia, donde trabaja como vendedora de golosinas en las calles de Maicao. Pero, cuando le va bien, logra reunir solo veinte mil pesos por jornada.
Un miembro de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao mide la altura de Maritza Gallardo Escobar, de 15 años. Al principio, esa mañana, algunas mujeres jóvenes se acercaron con timidez al sitio donde se desarrolló la jornada. Al final varias se animaron, y algunas salieron con un dispositivo de contracepción instalado en su brazo. Evitar embarazos no deseados parecía ser la principal preocupación de algunas allí.
La odontóloga Fénix Lobo atiende a John Deiver García, de siete años, en el vehículo de la Unidad Médica Odontológica del Hospital San José de Maicao. Los niños pasan buena parte del día fuera de sus casas, jugando entre las calles sin pavimentar, bajo el sol fogoso del desierto guajiro. En algunas esquinas se reúnen hombres jóvenes que trabajan como mototaxistas entre Maicao y Paraguachón.
Yanosky Semprún, en una pausa de sus jornadas de salud como voluntaria, descansa sentada frente a su casa en la comunidad Bendición de Dios 2. Yanosky, que dejó una casa propia en Maracaibo, Venezuela, mostró con orgullo su vivienda aquella mañana. Rodeada de ranchos precarios y basura que prosperaba en varias esquinas, su sala y su cocina lucían limpias y en completo orden. Su prioridad desde que llegó a Colombia, dijo, era proveer oportunidades de educación para sus hijos.