Para finales de 2020 había por lo menos 865000 inmigrantes
venezolanas en Colombia. Aunque en el papel las embarazadas deberían tener acceso al sistema
de salud, sus testimonios y una investigación realizada en Atlántico, La Guajira y Caldas
dejan entrever otra realiad. Carecer de controles prenatales conduce a cesáreas evitables,
hemorragias posparto, partos prematuros, recién nacidos con bajo peso y muerte perinatal.
Por: Pablo Correa — Carlos Urrego
No es fácil tomar la decisión de emigrar y se torna aún más difícil cuando en el camino o al otro
lado de la frontera, un bebé se suma a la travesía. A
diciembre de 2020, se estimaba que
1.729.537 personas habían cruzado la frontera desde Venezuela para establecerse en
Colombia y la
mitad corresponde a mujeres, miles de ellas en edad reproductiva. La mayoría se instaló en
Bogotá, Barranquilla, Cúcuta, Medellín y Cali.
Uno de cada diez bebés nacidos en el país el año pasado es hijo de una madre
venezolana.
Los testimonios de madres migrantes o gestantes son una mezcla de esperanza, tropiezos y golpes
de suerte en medio de un laberíntico sistema de salud que intenta acogerlas, pero que no siempre
lo logra. Un sistema en el que una simple ecografía se convierte en un privilegio. Una situación
que parece agravada por la pandemia de la COVID–19 en la que se restringió aún más el acceso a
diferentes servicios de salud.
La atención prenatal es uno de los servicios más valiosos en la salud pública global. Consultas
médicas periódicas, ecografías que se realizan en pocos minutos, medición de parámetros clínicos
básicos y una preparación adecuada para el parto, evitan millones de cesáreas, hemorragias
posparto, partos prematuros, recién nacidos con bajo peso y muertes perinatales.
Esos controles también permiten detectar enfermedades de transmisión sexual como VIH y sífilis,
mejorar la vacunación para prevenir el tétano neonatal y la influenza estacional, o controlar
enfermedades como diabetes gestacional e hipertensión arterial.
“Por ley, las mujeres embarazadas deben ser atendidas en los hospitales y clínicas del país, pero
desafortunadamente no existe una normatividad clara que cubra no solo el parto sino las
estrategias preventivas”, dice Lina María Vera, decana de la Facultad de Medicina de la
Universidad Industrial de Santander, en Bucaramanga, y quien participa en la Red de Salud
Pública y Migrantes, iniciativa que acoge a investigadores preocupados por entender y resolver
retos de salud que acompañan a esta población en todo el territorio colombiano.
Las razones de esa desatención son múltiples y varían en cada departamento, desde La Guajira
hasta Nariño: falta de recursos públicos, desinterés político, burocracia, falta de programas
diseñados para esa población y vacíos de información para las mismas migrantes sobre sus
derechos, entre otros.
“El embarazo entre adolescentes es notorio en estas últimas etapas de la migración”, apunta Vera.
Sus estudiantes, que realizan prácticas hospitalarias en el departamento de Santander, están
reportando con más frecuencia atención de migrantes embarazadas, entre adolescentes y adultas.
Su colega Sandra Catalina Ochoa, profesora de la Facultad de Enfermería e investigadora en la
Universidad de Antioquia, en Medellín, comparte la misma preocupación. Su experiencia en el tema
viene de tiempo atrás. Mientras cursaba su doctorado en Salud Pública, rastreó la presencia de
enfermedades de transmisión sexual y VIH en mujeres compañeras de migrantes mexicanos a Estados
Unidos; luego coordinó un proyecto de VIH en población migrante de toda Centroamérica y más
tarde trabajó con población desplazada por la violencia en Colombia. Ahora, trata de estudiar
los retos de migración y salud en tiempos de la COVID–19 con colegas de diecisiete países
latinoamericanos.
“Muchas mujeres llegan a Colombia en edades gestacionales avanzadas sin ningún control prenatal”,
anota.
“Esto es un problema invisible ahora, pero en el futuro vamos a ver su impacto. De todos los
momentos del ciclo vital, el nacimiento es donde más se producen los marcadores para el
futuro”.
Adriana Pacheco, investigadora de la Universidad El Bosque, en Bogotá, también vinculada a la Red
de Migración y Salud, considera que Colombia fue durante décadas un país expulsor de migrantes y
recientemente la ecuación se invirtió: “Solo países que han sido receptores de extranjeros
tienen alguna preparación para nuevos migrantes. Nuestro sistema de salud está pensado para los
ciudadanos [colombianos].
Tampoco sabemos entrelazar el sistema migratorio con el sistema de salud. Pero para la gente
la vida sigue, e irremediablemente llegan a la puerta de un hospital. Ahí empiezan los
problemas. Cuando una mujer va a dar a luz nadie le puede pedir que espere”.
Justamente por tratarse de una población con limitado acceso a servicios de salud, esa exclusión
también se extiende a la disponibilidad de datos y a la vigilancia de salud pública. Uno de los
pocos trabajos de investigación al respecto fue realizado por María Vega, Julián Fernández y
Maylen Rojas, en el que se analizó la información de 563 mujeres gestantes venezolanas
residentes en las ciudades de Riohacha (La Guajira) y Barranquilla (Atlántico) que recibieron
atención médica entre 2018 y 2019 en los hospitales públicos Nuestra Señora de los Remedios
(Riohacha) y Camino Simón Bolívar y Hospital Nazareth (Barranquilla).
En la investigación se encontró que la probabilidad de bajo peso entre recién nacidos de aquellas
madres en quienes no se realizaron controles prenatales era superior en un 82,7 % en comparación
con los hijos cuyas madres tuvieron cuatro controles prenatales o más. También detectaron que la
mayoría de los embarazos fueron no planificados (62,34 %).
El riesgo de bajo peso es
82,7%
mas alto en recien nacidos de madres sin control prenatal
62,34%
embarazos no planificados
Según la literatura médica las causas del bajo peso al nacer son diversas, aunque, como lo
advirtieron los autores, se destacan la prematuridad y el retraso en el crecimiento
intrauterino. Estas condiciones, a su vez, pueden estar asociadas a factores como el embarazo de
alto riesgo y la falta de atención médica prenatal. “De manera previsible, en esta investigación
el bajo peso al nacer se asoció con el embarazo de alto riesgo autorreportado, los controles
prenatales y la prematuridad”, anotaron los investigadores.
Finalmente, concluyeron que “los controles prenatales inciden en el bajo peso al nacer y, debido
a esto, se deben realizar intervenciones desde el gobierno nacional y entes territoriales que
permitan aumentar la cobertura y acceso a l os servicios de salud de población migrante y
gestante, independientemente de su estatus migratorio, para disminuir sus condiciones de
vulnerabilidad y aumentar las probabilidades de buenas y dignas condiciones para el producto de
la gestación”.
Pero más allá de las cifras y del análisis, están los testimonios de las propias madres que
migran y durante el embarazo resuelven como pueden el día a día, sin abandonar la nostalgia del
país que dejaron; aunque confiando en nuevas oportunidades para ellas y sus familias.
A veces, con su propio esfuerzo y la solidaridad de familiares logran pagar una ecografía. En
algunos casos, una tutela resuelve el problema de acceso a servicios médicos, en otros, es una
organización no gubernamental quien las abriga y, en muchos más, lo logran gracias a la empatía
de profesionales de salud colombianos y a esfuerzos de secretarías de salud de diversas regiones
del país.
La voz de las mujeres
Yaritza González
Hija: aún no decide el nombre. Ubicación: Maicao, La Guajira.
Vengo de La Concepción, estado Zulia. Soy Wayúu. Me vine porque la situación en Venezuela está
muy arrecha. Uno allá está en embarazo y no lo atienden en hospitales porque hay que pagar
los guantes, todo, todo se tiene que pagar allá. Se paga con dólares y no tenemos dólares.
Vine de Venezuela para que me atendieran aquí. Tengo ocho meses de embarazo. En Maicao llevo
tres meses. Vivo con mi tía en las pistas*. Es difícil. Compramos el agua a los burreros.
Fotografía y reportería de Betty
Martínez
Hace dos meses me atendieron aquí en el hospital. Me han atendido bien. No me han cobrado
nada.
Recibo una ayuda de Save the Children de 270.000 pesos mensuales. La mitad para mí y la
mitad
para mi mamá y mis hijos en Venezuela. Me hicieron una ecografía, me dijeron que no debo
pagar.
Me dieron un permiso de Save the Children para que no me cobren. A una prima mía que parió
le
cobraron, aunque no tenía plata para pagar esa vaina.
El bebé nace este mes. Lo estoy esperando. Es una niña. Tengo tres hijos, con ella. Tengo que
regresar para allá porque si dejo el terreno solo allá me lo quitan. Tengo que sacarle el
registro de aquí y también allá en Venezuela.
*Se trata de la pista de aterrizaje del antiguo aeropuerto de Maicao, hoy reconvertido en un
asentamiento de inmigrantes venezolanos.
Voy para cinco años en Colombia. Allá en Venezuela soy evaluadora ambiental. Por el proceso
que
pasaba mi país me tocó migrar. Vivía en Lagunillas, estado Zulia. Trabajaba con la empresa
de
petróleo Pdvsa. Mi experiencia al llegar fue algo que quieres borrar de la memoria, pero
entre
altos y bajos comencé a trabajar. Cuando salí embarazada no teníamos ningún tipo de seguro
médico. Nada.
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Mi embarazo fue de alto riesgo, me detectaron lupus y rubéola. Eso aceleró el proceso. La
doctora
me decía: “tu hija puede venir sorda, mocha”, y la bebé no aumentaba de peso. Me aferré
tanto al
Señor, pero la bebé fue aumentando de peso y continué el embarazo. Por fortuna, conté con
bastante apoyo en salud.
El embarazo fue un proceso largo, pero bonito a la vez. El parto se me adelantó, me hicieron
cesárea. Ya la bebé tiene año y medio. Todo salió excelente, pero yo pude notar muchas
adversidades en varias venezolanas que no corrían con la bendición de que las atendieran. En
una
de mis hospitalizaciones llegó una muchacha venezolana a dar a luz, no la atendieron y su
bebé
murió. En ese momento necesitas el apoyo de mamá, hermanos y no cuentas con nada ni con
nadie.
Acá estoy sola con mis hijos. Emocionalmente me vi afectada. Pero en mi corazón sentía que era
niña y eso me motivó a seguir adelante. Tengo otros dos hijos, uno de 19 y otro de 15. Me
gustaría regresar a mi país, pero hace tres meses me invadieron mi casa allá y ahora no
tengo
nada. Volver es difícil. No sé si regrese.
Lilibeth del Valle
Hija: Emma Grace Méndez Días. Ubicación: Manizales, Caldas.
Nací en Maturín, estado Monagas, en Venezuela. Vivía con mi mamá, mi papá y dos hermanos. Soy la
mayor. Mi papá es militar de la Fuerza Armada Nacional, ya jubilado, y mi mamá trabajó como
asistente administrativa treinta y tres años en un instituto público. Estudié Administración de
Empresas. Luego comencé a trabajar en un instituto de inglés. Ahí empecé la relación con Jesús y
quedé embarazada cuando tenía casi 25 años. Me enteré que estaba embarazada un 19 de diciembre.
Mi papá, que es muy estricto, me echó de la casa. Vivía en un apartaestudio. Me quedé sin
trabajo.
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En febrero del año siguiente Jesús decidió venir a Colombia. En nuestro país comenzaba a notarse
la problemática. La luz se iba mucho, no se conseguía una bombona de gas, el transporte era
espantoso. No se conseguían las cosas. Escaseaba la carne, el azúcar. La plata no valía nada. La
situación era precaria, aunque no tanto como ahorita, que está al mil por ciento. Pasé casi todo
mi embarazo allá. Jesús, el papá de mi hijo, se había venido para Manizales, le había ido bien,
tenía un negocio de comida rápida y me consiguió los pasajes. Me voy, dije. Fue modo automático.
Mi papá se quedó con ese dolor y ese rencor. Yo tomé el riesgo.
Llegué de siete meses acá presentando placenta previa, descalcificada y la niña baja de peso. Fue
muy triste. Había sacado el pasaporte antes de salir de la universidad porque tenía aspiraciones
de graduarme y viajar a Estados Unidos. Nunca me había montado en un avión. El vuelo fue
horrible. Los oídos se me iban a explotar.
Cuando llegué al aeropuerto de Medellín no tenía plata colombiana, tenía bolívares, pero solo
cambiaban dólares. Solo tenía dos dólares de buena suerte en el monedero. Los cambié y llamé a
un celular que me había dado Jesús y no contestaron. Tenía hambre. Tenía compotas y sándwiches
con jamón endiablado, así que eso fue todo lo que comí. Activé el wifi y le escribí a través de
WhatsApp. Me consignó ochenta mil pesos para retirar en un cajero de Bancolombia. Cogí una
buseta para ir al Terminal del Sur. Estuve tres días seguidos viajando.
Fue decepcionante mi llegada a Manizales porque pensé que él me anhelaba ver, pero no. Manizales
estaba en pleno diluvio. Recuerdo que me guardó una pasta a la boloñesa fría. Me había alquilado
un cuarto de dos por dos. Nos consiguieron una estufa de una hornilla. Estuve ahí hasta el día
de la cesárea. Me tenía que bañar con agua helada, cocinar yo misma porque él se iba a trabajar
a la cafetería y llegaba en la madrugada. Don Henry, el dueño del cuarto, me dejó poner una
greca en uno de sus negocios para que me ganara mi plata. Comencé a vender tinto y aromática.
Fue muy duro.
Don Henry me llevó a la alcaldía, fui al juzgado, hablamos con muchas personas y logramos sacar
una tutela para que me atendieran, buscábamos que me respetaran el derecho a la salud. Eso fue
con la Dirección Territorial de Salud de Caldas, que cubrió los gastos del parto.
El día de la cesárea fue el 29 de julio de 2018. No me dio dolor de nada. Me atendieron en el
Hospital de Caldas y ahí tuve a Emma Grace. El anestesiólogo fue una belleza de persona, las
enfermeras muy queridas y el médico de lo más formal. El anestesiólogo tomó fotos. La niña nació
muy bien, pesó 3 kilos y 400 gramos. Midió 50 centímetros. Perfecta. Mi recuperación fue un
poquito compleja. A los cuatro días me dieron de alta.
Cuando llegué a Manizales conocí a una señora, Gloria Inés Parejo Ospina, que ha sido mi ángel de
la guarda. Le digo madre. Esa señora me llevó a su casa con la bebé y con Jesús por 42 días,
como si fuera de su familia. Nunca pagamos un peso. Y todas sus amistades fueron a su casa y
llevaron regalos. Luego nos mudamos a un apartamento con otros venezolanos. Más adelante la
convivencia con Jesús se hizo difícil. Un día tuvimos una discusión y me golpeó. Ahí otra vez
apareció mi ángel de la guarda Gloria Inés. Luego de trabajar en muchas cosas, hace un mes
conseguí un puesto fijo.
¿Qué sueño? En este momento quisiera que mi
hija tuviera todas las posibilidades de estudiar.
Ponerla en un colegio de ballet o canto para que ella pueda explorar qué cualidad tiene, que
aprenda inglés, que sea una profesional capaz de avanzar ella sola, que no dependa de nadie,
profesional, culta, educada. Que tenga la visión de emprender, lo que ella quiera. En este
momento quiero en mi vida lo mejor y lucho por eso. Le voy a enseñar que no se deje pisotear de
nadie. Colombia ha sido la puerta que me ha dado la luz para lo que soy hoy. Tengo una hija
colombiana, manizaleña, no podía escoger una mejor ciudad.
Alexandra Peroza Maya
Hijo: Francisco Ramones. Ubicación: Barranquilla, Atlántico.
Estoy aquí hace dos años. Tengo 21 años. Llegué cuando tenía 19. Decidí venirme a buscar otras
oportunidades. Estaba súper cansada y fastidiada de todo allá en Venezuela. No tenía
oportunidades de estudiar, de trabajar, a pesar de que buscaba por todos lados, en
universidades, cursos, nada de eso funcionaba bien. Estaba estresada y cansada de no tener
oportunidades siendo joven. Decidí venirme porque mi hermano está acá. Comencé a trabajar, a
tener cosas que allá no tenía.
Con el papá del niño empezamos a trabajar, pero ambos éramos indocumentados. Yo solo tenía mi
cédula. En marzo supe que estaba embarazada y en ese tiempo estaba comenzando la cuarentena.
Antes de todo eso estábamos bien económicamente, estábamos planificando tener una familia,
pero
nos sorprendió la pandemia.
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En cuarentena comencé con malestares. No tenía EPS. Estábamos encerrados. Tuve un sangrado. Me
preocupó mucho. Conseguimos el dinero para una ecografía. Cuando me la hice, efectivamente
tenía
dos meses de embarazo y además riesgo de aborto. El niño se me había desprendido de una de
las
paredes. El médico me mandó tratamientos costosos y no tenía nada de dinero. Eso fue muy
preocupante, no pude costear el tratamiento. Mantuve reposo absoluto. Lo dejé todo en manos
de
Dios. Gracias a ese reposo y a Dios a los cuatro meses había salido del riesgo. Me habían
dicho
que podía ir al Paso de La Playa, un módulo, un centro de salud, le dicen así, allá donde yo
vivo. Me podían atender por medio de una organización llamada Unicef. Estuve en control
desde
entonces. Efectivamente me dieron vitaminas, ácido fólico y hierro.
Lo malo es que las ecografías sí debía pagarlas. En ese tiempo por la cuarentena era muy
difícil
conseguir el dinero. Costaba 70 a 90 mil pesos. Hicimos el esfuerzo. Lo que me preocupaba
luego
era el parto, dónde iba a ir cuando tuviera los dolores.
La última semana fui a consulta con la Fundación Americare y ese día me dicen que tengo
tensión
alta, que tengo que entrar al quirófano a cesárea. Gracias a Dios ellos me trasladaron a un
hospital. Totalmente gratuito. La atención de maravilla en ese hospital. Me dejaron
hospitalizada cuatro días por la tensión. Yo no tengo ninguna queja de la salud. A mí me fue
súper bien. No quisiera regresarme todavía a Venezuela, y como el niño es colombiano espero
que
pueda tener más oportunidades.
Laura Paba Tuay
Hijo: Miguel. Ubicación: Barranquilla, Atlántico.
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Vengo de Maracay. Viajé más que
todo por el niño que tengo de siete años porque allá todo estaba
muy difícil por su futuro con los estudios.En ese momento en que vine no estaba
embarazada.
Llego el 18 de octubre de 2019 y trabajo un tiempo, pero se metió la pandemia. Tengo ocho
meses
de embarazo. No ha sido tan fácil porque no tengo nada que indique que estoy legalmente acá.
En el Paso de la Playa me hacen consulta general y controles, me pesan, pero no me cubre las
ecografías. El primer eco me lo cubrió la Fundación Americare, que ayuda a mujeres
embarazadas.
Te ayudan con medicina y ecos si están a su alcance.
Ahora en junio volví al Paso de la Playa, pero ya no estaban dando citas. De buenas a primeras
quitaron eso. Me dijeron que mandara un correo y ellos veían si salía consulta. He llamado
pero
el número está apagado. La única manera es pagar. Si no tienes permiso y EPS ya no hay
manera.
Ahora tengo esa cuestión. Que me vean por algún lugar para saber qué hacer. Me he hecho tres
ecografías. Una por la Fundación y dos que yo pagué.
Ahorita no sé en dónde voy a dar a luz. Tengo que esperar que me den los dolores porque así me
pueden atender. Menos mal tuve un parto normal antes, porque ahora no podría programar una
cesárea. Tengo que llegar a urgencias. Mi mamá llegó hace tres meses. Estoy con el papá de
mi
bebé y su familia. Es niño y se va a llamar Miguel. Pero bueno, feliz… poco a poco va uno
saliendo adelante. En el futuro siempre pienso en mi país, pero me gustaría tener mejor
calidad
de vida.
Frendys Ortega Ramos
Barranquilla, Atlántico
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Vengo de El Tigre, oriente venezolano. Soy natal de los Llanos. Me vine en 2017. Estaba
comenzando la crisis en Venezuela y se veía la escasez, las largas colas. Me vine en son de
visita porque mi papá es colombiano, nunca imaginé que me quedaría tanto tiempo. En
diciembre
será mi quinta navidad por acá.
Ahora estoy pasando por un proceso de maternidad. En Venezuela tuve un embarazo, pero
lamentablemente perdí mi bebé cuando tenía 36 semanas. Esto es un milagro que esté
embarazada
porque tenía problemas hormonales. He mandado mensajes a mi EPS y no me responden. Un día
dijeron que me darían una cita virtual. Hace poco volví a escribir. Yo tengo la ciudadanía
por
ser hija de colombianos. Tengo acceso entre comillas, pero no he recibido la atención. Pedí
la
solicitud por medicina general para que me remitieran con un ginecoobstetra, pero no he
recibido
respuesta.
Me he sentido muy mal. No sé si será el azúcar, la presión o anemia. Hace como quince días de
repente se me fueron las fuerzas y caí en la calle. Así he estado estos días calurosos. Me
descompenso muy seguido. Fui por emergencia, y resulta que desde las diez de la mañana hasta
las
tres de la tarde me tuvieron para decirme al fin que no atendían embarazadas. Tengo casi
cuatro
meses de embarazo. Me refirieron al hospital Simón Bolívar. Aún no he hecho ecografía ni
nada.
Ando buscando para meterme a un control prenatal porque no tengo ningún tipo de tratamiento.
Estaba trabajando en un restaurante, pero ya llevo dos meses sin trabajar allí. Ahora trabajo
algunos días haciendo encuestas. Me gustaría regresar a Venezuela, pero la situación está
difícil allá. No se consigue la leche, pañales, medicamentos. Regresar es algo descabellado.
Barranquilla me ha fascinado. Mi esposo ha pensado ir a Perú. Él dice que en febrero del
próximo
año se va. Yo en lo particular no quisiera irme. Por lo menos acá tengo a mi familia cerca.
Martha Villanueva
Hija: Hanna. Ubicación: Barranquilla, Atlántico.
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Migré hace dos años con mi mamá y mis hermanos. Vivía en Barquisimeto, estado Lara. Con el
embarazo me ha ido bien. Tengo seis meses. He tenido cuatro controles en El Paso** de la
Pradera, donde vivo. Pero ya no más, se acabó la plata, algo así dijeron, de la ayuda para
los
venezolanos. Me he tomado mis vitaminas. Es mi primer bebé, no lo estaba esperando. Me
agarró
desprevenida.
Donde estaba trabajando no me alimentaba bien, pero a raíz del embarazo tuve que mejorar mi
alimentación. Una de las ecografías me la hice en Soledad [Atlántico] por medio de
Fudavis***.
No me tocó pagar esa. Es niña. Se va llamar Hanna. Cuando nazca quisiera tener un trabajo
por lo
menos estable acá, porque por allá a Venezuela no quiero regresar por ahora. Acá puedo
comprar
un paquete de paños hasta vendiendo tintos, pero allá tendría que trabajar el triple para
comprarlo. Aquí por lo menos la pueden ver en un centro médico y no me sale tan costoso.
Allá
tengo que pagar por todo porque allá todo se mueve por medio de plata.
**Punto de Atención en Salud Oportuno, PASO, de la alcaldía de Barranquilla.
***Fuvadis, Fundación de Atención Inclusiva, Social y Humana.
Fabiola Pérez Sira
Hijo: Doifer o Jeifer (aún no decide). Ubicación: Chinchiná, Caldas ****.
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Nací en Venezuela, en San Felipe, estado Yaracuy. Vivo con mi marido. Desde el año pasado
somos
pareja. Me vine en autobús hasta Arauca y de ahí me vine a pie, prácticamente sola. Hice una
amistad que también venía para acá. De Arauca hasta acá me demoré ocho días. Vine porque la
situación allá está fuerte y no me daba para darle la comodidad a mi bebé. Llegué cansada. A
veces comía, a veces no. En la noche dormía donde podía, a veces en la calle. Arrancaba a
las
cinco o seis de la mañana.
Cuando llegué a Manizales me dieron el pasaje hasta Chinchiná. Mi esposo me fue a buscar a la
estación. Mi esposo se llama Dorqui José. Tiene 26 años. Entre los dos hicimos un ranchito
allá,
yo le ayudé a construir. Llegué con seis meses de embarazo. Los pies se me hincharon, la
barriga
tensa. Allá en Venezuela hay que pagar todos los tratamientos. Todo es en dólares. Para dar
a
luz tienes que llevar guantes, gasa, todo lo que van a usar y hay que pagar para que te den
de
alta. Aquí es más flexible.
Mi primer antojo fue un pollo en salsa. Por ahora solo he descansado. Fui a una consulta
médica.
Me mandaron a hacer los exámenes y una ecografía. Ahora tengo otra consulta en el hospital
de
Chinchiná. Es niño. Estamos dudosos sobre el nombre. Doifer y Jeifer. Doifer es el nombre de
mi
marido y mi mamá. Jeifer solo el de mi mamá que es Jennifer. Estamos decidiendo cuál.
Allá estudié hasta cuarto año del colegio. La materia que más me gustaba era matemáticas. Me
gustaría estudiar ingeniería de construcción civil, desde chiquita me ha llamado la
atención. Mi
esposo ahorita no tiene empleo. Él es barbero. Tiene dos hijos. Mi sueño aquí en Colombia...
lo
que pienso es en mi hijo. No quiero pasar mucho tiempo aquí, quiero regresar. Pero ahorita
la
cosa está fuerte allá. Quiero que mi hijo sea un hijo de bien,
juicioso para sus tareas, que
haga caso. Que no vaya a salir tan tremendo. ****Esta entrevista contó con permiso de la acudiente mayor de
edad.
Albanis Yaniree Hernández Palacios
Ubicación: Chinchiná, Caldas.
Nací en Caracas, pero vivía en Miranda. Llegué a Colombia hace ocho meses. Tengo un hermano y
dos
hermanas. Soy la segunda. Tengo una niña de cinco años. La tuve a los 16 y hace dos años
tuve
una pérdida. Me fui a vivir con el papá de la niña. Después mi hermana me mandó a buscar y
nos
vinimos para Colombia. Me mandó el pasaje hasta Cúcuta y desde ahí caminamos o pedíamos cola
en
buses o tractomulas. Nos demoramos una semana. Dormíamos en la calle, a veces no podíamos
bañarnos. A veces comíamos y otras no. Mi hermana nos mandaba algo de dinero por Efecty. Mi
hermana trabaja en una panadería.
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Llegamos a Chinchiná en noviembre de 2020. Llegué a la estación primero porque alguien me dio
un
aventón, mi pareja llegó después. Mi hermana me estaba esperando. Cuando llegué conseguí
trabajo
en un asadero de pollo por turnos. Entre todos nos ayudamos. Ahorita no estoy trabajando.
Cuido
a mi niña y a la de mi hermana. Mi esposo trabaja en un cafetal.
Colombia me ha recibido bien. Decidí venir porque no había trabajo en Venezuela. En agosto
viene
mi mamá y mi otra hermana. Mi hija aquí está estudiando. Tengo seis meses de embarazo, pero
casi
no se me nota. Empecé el control el mes pasado. El 25 tengo control otra vez. Me ha ido bien
con
el sistema de salud aquí en Chinchiná, en el hospital San Marcos. No he tenido problemas.
Aún no
sé qué nombre le voy a poner. Cuando pienso en el futuro simplemente quisiera trabajar para
mis
hijas y traerme a mi mamá.
Agradecimientos: A todas las mujeres migrantes venezolanas que aceptaron
contar
su historia en este reportaje. Un agradecimiento especial a la Fundación Mujeres sin
Fronteras
por su ayuda para entrevistar a este grupo de mujeres en Barranquilla. Y también a Anahy
Breisse, directora de la Fundación Organización Sin Fronteras, a Sarah Rodríguez y a Ana
María
Villegas, en Caldas, quienes nos ayudaron a contactar a otras madres.