La eterna tarea de Virginia siempre será conseguir dinero para comprar los medicamentos que necesita su hijo mayor, por esta razón casi siempre se le ve desesperada, pues Walter, quien ya tiene cuatro años, fue diagnosticado con epilepsia casi desde su nacimiento. Cuando eso ocurrió, Virginia tenía 17 años
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Desde ese entonces, Virginia Ticona se hizo cargo de su hijo y de su hogar. Hoy son una familia de tres, a Walter lo sigue su hermano Luis, quien cumplió dos años y los tres viven en una pequeña habitación, con una sola cama y mucho frío, especialmente en la madrugada cuando en la ciudad de La Paz, la temperatura baja con mucha fuerza. Un calefactor ayudaría, pero comprarlo es impensable y por eso los pequeños se aferran a su mamá.
Virginia, Walter y Luis tienen un solo mueble, en donde guardan su ropa, los medicamentos, algunos pares de zapatos, cuadernos, jabones, juguetes y otros enseres. Originalmente, la pieza era un depósito de la dueña de la casa, quien aceptó alquilárselo a Virginia por menos de 35 dólares al mes. “Como pago poco no me quejo si es incómodo o no. La dueña de la casa es buena persona, me presta vasos y a veces me regala comida”, cuenta Virginia.
No fue fácil llegar a este punto y aunque las pesadillas continúan, ya no son por las agresiones físicas en el trabajo, por el abandono de su pareja o por la intempestiva llegada de dos niños a su vida. “Me enamoré muy joven, un día que salí a bailar con mi pareja, quedé embarazada”, cuenta ella mientras una risa se asoma, pero rápidamente se reprime cuando se da cuenta que su hijo Luis derrama la leche de su biberón.
En La Paz, la desigualdad se mezcla con las altas cifras de embarazos en adolescentes como el de Virginia. Cuando ella quedó embarazada, en 2012, la ciudad tenía una desigualdad de 47.59 y registraba que el 26% de las madres gestantes del país eran menores de 19 años de edad.
Es una brecha enorme, que aunque se redujo 1.2 durante el año 2015, sigue demostrando que la pobreza es una de las principales razones por las que en ese año 146 embarazadas de cada mil no sobrepasaran los 19 años. Por lo menos, el caso de Virginia se dio en gran medida por esto, fue la causa para que abandonara su pueblo natal y ahora, es la condición en la que se encuentra, después de migrar engañada a la capital del país.
La familia de Virginia migró de Tupac Katari, un pueblo habitado por aproximadamente mil personas, para ir a Caranavi donde hoy residen más de veinte mil habitantes. Caranavi es una comunidad cafetalera y productora de frutas en el departamento de La Paz, en una región conocida como Los Yungas por sus climas cálidos y paisajes selváticos.
Virginia es huérfana de padre y su madre tuvo dificultades para criarla junto con sus dos hermanos y los otros dos hijos que tuvo con su nueva pareja. A eso se suma el maltrato del padrastro hacia ella, razón por la que su mamá decidió entregarla a otra familia, la del director del único hospital de Caranavi, Pedro Alberto Isaac Fernández, quien aceptó ser su padrino.
Las cifras de migración interna en Bolivia son preocupantes. Durante el período entre 1992 y 2012, fecha del último censo, la concentración de la población cambió drásticamente y 6.8 millones de habitantes llegaron al área urbana, mientras que tan solo 3.2 millones están en las zonas rurales, según un estudio de la Fundación Vicente Pazos Kanki, que además asegura que en el departamento de La Paz, donde está Caranavi, la migración se produce porque las personas creen que tendrán más oportunidades. Muchas veces es una trampa.
Teófila Guarachi, representante de la Organización de Naciones Unidas en Bolivia y activista de la Defensoría del Pueblo por muchos años, explica que las familias entregan a las niñas por problemas económicos, pero también como una manera de librarse de su responsabilidad.
Para los habitantes de las zonas rurales, la figura del padrino es una persona que aunque no tiene algún tipo de parentesco sanguíneo, se compromete a cuidar de los ahijados o ahijadas como si fuera un segundo padre, según explica Carlos Macusaya, experto en temas de indigenismo de Bolivia.
El padrino de Virginia obtuvo la guarda legal de la menor con el consentimiento de la madre y legalmente ante la Defensoría de la Niñez y Adolescencia en Caranavi. El 13 de marzo de 2003 la niña cambió de familia, apenas tenía ocho años.
“Los padrinos y madrinas de las ahijadas se comprometen a cuidarlas, incentivar que estudien y tratarlas como parte de la familia, pero eso no se cumple porque se las llevan como sirvientas”, dice Prima Ocsa, una de las representantes de la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar de Bolivia (Fenatrahob). Esta institución tiene a más de dos mil afiliadas en todo el país.
Los datos de esta organización indican que 840 niñas de áreas rurales en La Paz migraron a la capital siendo menores de 15 años de edad y llegaron como ‘ahijadas’ en familias en mejor situación económica. La mitad de ellas terminan dedicándose a la servidumbre.
Es inevitable que los recuerdos de esa época hagan llorar a Virginia, pero sus niños son sus guardianes guerreros y no esperan mucho tiempo para acariciar sus mejillas y limpiar las lágrimas.
“Yo era empleada doméstica desde niña”, cuenta Virginia al relatar que después de Caranavi la llevaron a la ciudad de La Paz. Sus padrinos no cumplieron las promesas de estudio para la menor y la echaron cuando en 2008 un ladrón robó un computador portátil y la acusaron de ser cómplice. Tenía 13 años.
Según las cifras de la Dirección de Víctimas de la Fiscalía General de Bolivia, desde 2012 hasta 2016 se registraron 912 casos de menores de edad que salieron de sus comunidades hacia las ciudades y fueron víctimas de trata y tráfico de personas. La mayoría de ellas, terminó trabajando en casas de familia.
El centro jurídico de Fenatrahob está en la ciudad de La Paz. Los casos de atención a mujeres que en su niñez han sido explotadas laboralmente son comunes. Su preocupación es mayor cuando las jóvenes son madres: “Con sus niños es más difícil que les quieran dar trabajo”, explica Ocas mientras revisa la documentación de Virgina Ticona.
En la Defensoría de la Niñez y de la Adolescencia de La Paz se guardan otros documentos del caso de Virgina, pues la joven interpuso una acción contra la hija de su madrina. La verdad es que parece un caso perdido porque Virginia, al ser analfabeta, firmó un documento de renuncia a la demanda.
Con la negativa a entregarle educación, los padrinos de Virginia también se aseguraron que no iban a ser demandados. Las cifras de acceso a la educación de las niñas en las zonas rurales han mejorado. El porcentaje que hoy culmina la primaria se ha incrementado desde el período entre 1992 y 2001, cuando era 69%, a 82% entre 2001 y 2012. Es decir, de 70.600 niñas de cero a 13 años que terminaban ese primer ciclo en 2001 en zonas rurales, hoy son 12 mil.
Sin su madre, sin la educación que prometieron darle y sin los menores recursos para poder emprender algún negocio Virginia sintió el peso de la soledad. Las circunstancias en las que nació no le permitieron tener muchos momentos felices.
“Él reparaba focos y ponía cortinas en las casas”, dice Virginia sin dar más detalles de cómo era aquel hombre. Ella sonríe si lo recuerda en esa etapa del enamoramiento, pero cuando sus recuerdos le traen el episodio del abandono la sonrisa desaparece. Ese mal recuerdo completa ya dos años.
Unas noches de fiesta, algunas salidas al cine, mucha ilusión y un par de promesas al aire. Ese amor entre Virginia y Esteban fue como todo amor joven, pero llegado el embarazo y con ello problemas económicos el amor desapareció. Cuando nació el segundo hijo de Virginia la relación era insostenible e incluso tenían episodios violentos.
Sola y todavía siendo una adolescente, Virginia debió convertirse en la cabeza de su hogar con extremas dificultades económicas. Tanta ha sido su desesperación que terminó vendiendo gran parte de sus cosas para pagar las medicinas de su hijo y algo de alimento e incluso acudió a canales de televisión para pedir ayuda económica. Cualquier cosa es poca para hacerle frente a la labor que sabe será eterna: la de ser madre.
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