Hoy será un día de inmensa alegría en la redacción del periódico La Patria, de Manizales. El editor de noticias, Fernando-Alonso Ramírez Ramírez, pretenderá que no ha recibido el reconocimiento Clemente Manuel Zabala a un editor colombiano ejemplar, otorgado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Seguro pedirá que no haya aspavientos. Se hará el loco para tratar de esquivar abrazos y felicitaciones, y llevará la alegría por dentro. Pedirá concentración, corregirá textos. Editará lo necesario para intentar ocuparse, pero no podrá con los mensajes de felicitación vía Twitter, que harán imposible que el acontecimiento pase inadvertido.
Seguramente la redacción en pleno le celebrará con un algo (onces) al final de la tarde en la sala donde a diario se hace el consejo de redacción. Y muy seguramente criticará, por mínimo motivo, el menú. Solo por criticar, para regodearse en la dicha de una mínima travesura.
Picará algo y se escapará pronto a cerrar la edición. Recortará títulos y entradillas, buscará los verbos precisos, eliminará adjetivos, escogerá en equipo las mejores fotos y exigirá precisión en uno que otro dato. Cogerá su chaqueta, se pondrá el libro de turno debajo del brazo y se irá a casa a compartir la alegría con Esperanza y Valeria, su esposa y su hija. Seguirá siendo, como lo ha hecho durante los últimos 15 años, un editor colombiano ejemplar, sin mayor ambición que la de seguir haciendo un buen periodismo en región.
Un editor, un maestro
“Fui un periodista deportivo en la universidad (Inpahu), que terminé la carrera con ínfulas de periodista cultural, que empecé en el oficio como periodista judicial y que hoy me creo periodista de investigación, pero trabajo como editor. Mi común denominador es ser periodista”, escribió el pasado 18 de agosto, cuando celebró 25 años de carrera periodística, en el texto titulado 25 lecciones en 25 años.
Freddy Arango, reportero gráfico y amigo, hizo parte, junto a Fernando, de lo que se conoció en Manizales como “el kínder de Luis José Restrepo” (el director del periódico de esa época) . Así llamaban a la generación de profesionales que renovó una redacción conformada por empíricos. “Éramos un kinder porque estábamos entre 21 y 23 años”, recuerda Freddy.
“No alcancé a ser un buen periodista como el decoroso editor en el que me convertí. Seguro soy mejor viendo los defectos de los otros en lugar de los abismales míos. Así es la vida”, escribió Ramírez.
“Que no se puede hacer periodismo desde el escritorio, que hay que ir a la calle a hacer reportería; que en el caso de denuncias, hay que darle, siempre, la voz al acusado; que hay que escribir corto, con las palabras precisas; que hay que hacerle seguimiento a los temas; que hay que leer, cultivarse; que hay que ver cine y que si su mamá le dice que lo quiere, compruébelo”, son algunos de los mantras que repite a diario en la redacción.
«Buscar a todas las fuentes posibles. Mejor que sobren y no que falten. Pecar demás no está mal» @fernalonso
— Miguel Orlando (@MiguelOrlandoAM) 13 de septiembre de 2017
Son demasiadas las amenazas para el buen periodismo; entre las peores, la comodidad del periodista.
— FernandoAlonsoRamíre (@fernalonso) 24 de agosto de 2017
Pedro Pablo Mejía, digital manager de la Universidad Javeriana, llegó a La Patria en 1999, cuando Fernando Ramírez era el editor de la sección de locales. “Como jefe encontré a una persona muy exigente, lo cual es, sin duda, una virtud pues esa exigencia me formó cuando apenas estaba iniciando en la profesión. Entendí que si bien es difícil llegar a la perfección, ese debe ser el objetivo en cada artículo periodístico, procurando alcanzar no solo un alto nivel gramatical y una ortografía impecable, sino también la honestidad con los lectores al ofrecerles piezas periodísticas completas, cubriendo todas las fuentes que el tema requiera y procurando equilibrio entre las partes”.
Blanca Eugenia Giraldo, editora de Salud de La Patria, no quería ser periodista, pero en 2001 conoció a Fernando, quien la convirtió en una a pesar de que lo que había estudiado era análisis y programación de sistemas.
“Es mi gran maestro. Sabe guiar el trabajo de un equipo tanto en momentos de presión como en la cotidianidad. Es la voz crítica de cada nota que se propone en el consejo de redacción y motiva a los periodistas a ver más allá de un simple hecho. No importa si el periodista es joven o veterano, él sabe sacar lo mejor de cada uno”.
Admira que no alardee de su vasto conocimiento y que respete el de los demás. Valora la dedicación a su oficio, el tiempo invertido en él. “Su crítica es siempre coherente, más allá de personalismos, porque su objetividad siempre está primero”, dice Blanca.
Ah, y casi olvida lo más importante, la preocupación diaria de Fernando, que siempre se sepa la verdad “de ahí su pasión por el periodismo de investigación. Él sabe llegar hasta las entrañas”.
Nada cómo quedarse tranquilo al ver que los pupilos te superaron hace rato y siguen avanzando.
— FernandoAlonsoRamíre (@fernalonso) 20 de agosto de 2017
“Usted, usted», llama desde su escritorio en el centro de la redacción, «¿cómo es que se llama? Federico, David, Daniela”, intenta adivinar. En realidad se sabe los nombres, tal vez es un juego para no encariñarse en un medio que es escuela, en el que la mayoría aprende y se va. A los que llevan más de tres o cuatro años, o media vida, como él, les inventa sobrenombres o los llama por el apellido, “Mejía”, “Gómez”, “Blanca Ingenua”, le dice a Blanca.
Uno quisiera llevarse un pedazo de Fer a su nuevo trabajo. Y eso que yo solo disfruté dos años de sus enseñanzas, ahora tú
?— Vanessa Sánchez (@vanesanchez89) 31 de agosto de 2017
Alexánder Marín, editor de la sección Bogotá de El Espectador, lo conoció hace 16 años, cuando llegó a hacer su práctica. “Orgulloso de su pequeño pueblo, Pensilvania (Caldas). Defensor de la libertad de expresión y amante del periodismo de investigación, aunque aparenta ser hostil (pura fachada), fue paciente a la hora de enseñarme. Ponía en evidencia mis falencias y me daba la clave para superarlas”.
Llegar a consejo de redacción con él sin haberse leído el periódico es una afrenta, es despertar su ira “es lo mínimo que debe hacer un periodista”, protesta fuerte. La mentira lo enfurece, es preferible hablarle sinceramente y ganarse su confianza, asegura Francisco Arias, editor de opinión de La Patria, otro de los del kinder.
“Es un maestro del rigor. La rigurosidad más la credibilidad son su obsesión. Ante la ausencia de Orlando Sierra (Subdirector del periódico a quien asesinaron), Fernando se empeñó en mantener los valores de La Patria como un medio capaz de hacer denuncias fuertes, de pisar callos, de enfrentar poderes sin ningún tipo de cobardía, decisión editorial que ha sabido liderar”, destaca Francisco.
“Fernando le apuesta al periodismo local, que en Colombia oscila entre la escasez económica, el miedo y los poderosos que crean medios para dominar comarcas. Él ha sabido moverse en medio de esas dificultades para sacar adelante un periódico pequeño que ha hecho grandes cosas: desde tumbar un gobernador hasta lograr que a unos niños les construyan una escuela digna en un pueblo del oriente de Caldas, pasando, cada semana, por hacer que a la gente le tapen los huecos del frente de su casa y le aprueben citas médicas”, resalta Carlos Hernández, periodista de La Silla Vacía, uno de sus pupilos.
Esa apuesta por el periodismo local no se queda en la sala de redacción de La Patria. Hace 10 años Fernando comparte el liderazgo, con amigos colegas de varios lugares del país, de Consejo de Redacción, CdR, un esfuerzo por mejorar la calidad del periodismo de investigación en Colombia. Una organización que han construido, sobre todo, impulsados por el amor a la profesión, por esa necesidad de buscar la verdad; por esa certeza de que en las regiones se necesita periodismo de calidad.
“Es editor más allá de las fronteras de su diario y eso es algo que le agradecemos los amigos”, dice Ginna Morelo, colega y directiva en CdR.
El ser humano que se empeña en esconder
La noticia oficial del reconocimiento llega justo el día del cumpleaños número 11 de su hija Valeria.
“Así como Fernando es en el trabajo, es en la casa, de pronto con mucho más dulzura, (risas) no es una persona de velos o caretas”, cuenta Esperanza, la esposa.
Ella sabe que él es feliz al llegar a su casa, al encontrar el abrazo de ellas. Pero apenas cruza la puerta necesita estar completo y llama a su madre para preguntarle cómo está. Fernando tiene que saber diariamente de su familia.
La voz de Esperanza suena a admiración y a orgullo por un hombre que le apuesta todo incluso a los proyectos más pequeños y que insiste en ellos hasta que los ve materializados.
Que Fernando tenga una profesión tan demandante como ser periodista no se ha vuelto una carga para la familia “va con el ritmo de la casa”, dice Esperanza .
“Fernando viaja mucho y nunca he sentido que falte, él siempre está pendiente de su casa, de su familia. Él está enamorado de su esposa, de su hija y de su hogar, así lo siento todo el tiempo”, cuenta Esperanza con un inconfundible tono de amor correspondido.
Lo describe como un ser respetuoso, considerado, que sabe tratar a la gente y que odia la impuntualidad porque la considera una falta de respeto. Que se quiebra con el maltrato a los niños y con la corrupción.
“Me gusta mucho lo que él es porque se lo está transmitiendo a Valeria”.
Esperanza no sabe si es un defecto, pero confiesa, entre risas, que no ha podido entender el orden de la biblioteca de Fernando, que hace mucho superó los límites de la sala de estudio e invadió sala y comedor. Pero también hay discos “el cantante que ama, por el que muere y respira es Joan Manuel Serrat, del que tiene toda la colección”.
Hablar con los amigos más cercanos es corroborar la sospecha de que algo se esconde detrás del editor serio y exigente. Del gruñón al que amigos han bautizado “Olafo”.
“Es un maestro. Un acorazado. Una bola de ternura. Un enamorado. Un poeta escondido. Aquí viene y grita y se hace el bravo, pero el tipo es un romántico”, confiesa Vicky Salazar, editora cultural de La Patria y amiga.
“Tiene la voz”, enfatiza Freddy. “Es aficionado a la música para planchar. Es coleccionista”, sigue contando Freddy, quien además revela que esa increíble voracidad lectora la heredó de la mamá.
Fernando es un buen conversador que detesta el pescado. Recomienda libros en una columna que publica escrita y en video todos los sábados. Le encantan los atardeceres, que cada tanto comparte en Twitter. Prefiere caminar y detesta que le celebren el cumpleaños.
Fredy le critica que, como jefe, a veces le falte tolerancia, sobre todo, con quienes están aprendiendo y lo presiona para que le saque tiempo, de una buena vez, a escribir la novela que tiene en mente.
El legado
“Me regocija mucho que él sea un ejemplo para que los jóvenes entiendan que se puede, que no hay que desfallecer en los ideales, que se puede ser una persona que trasciende viniendo de un pueblo, de una familia humilde. Que todo es querer, apasionarse. Es un premio merecido, Fernando marca todos los días una diferencia liderando proyectos que enriquecen el país, moviendo opiniones de manera positiva”, resalta Esperanza.
Alex Marín recuerda cada consejo de redacción como una clase de periodismo. “Con marcador en mano, en un papelógrafo, daba una lección cada día. De él aprendí la importancia de nuestro trabajo, el peso de las palabras, la responsabilidad con la que hay que asumir cada artículo y la pasión por el oficio. A desconfiar de todo y de todos. A tratar de develar la intención oculta de cada fuente. A preguntar hasta el cansancio para entender los detalles de cada tema. A escuchar todas las versiones y la prudente distancia que se debe tener con las fuentes. Lo que aprendí del oficio, lo aprendí de él”.
Es ya una larga lista de periodistas quienes dicen, con inmenso orgullo y gratitud, lo mismo que Alex. “Lo que aprendí del oficio, lo aprendí de él”. Fernando es más que un buen editor, es un maestro que se ha ganado el corazón de sus pupilos.