Para llegar hoy al hogar de la excombatiente Leidy Pérez hay que atravesar gran parte del AETCR de Caño Indio. Pero para profundizar en el corazón y el pensamiento de Lidia Guerrero, su nombre de cuna, hay que esquivar un largo trecho defensivo que parece haberse ensanchado después de su dejación de armas con las Farc.
La pequeña Lidia tenía 11 años cuando entró a formar parte de la guerrilla. “Me atendieron, me enseñaron qué era lo bueno y qué era lo malo. Me enseñaron a leer y a escribir”, recuerda hoy la mujer en proceso de reincorporación, también madre de una risueña bebita de tres años, quien se guarda en medio de sus piernas mientras está sentada en el borde de la acera comiéndose un vikingo de coco.
Los últimos 22 años de la vida de Leidy transcurrieron en plena guerra. Tenía solo 14 cuando empezó a ser enfermera dentro de las Farc y, aunque pudo cumplir otras funciones, esa fue en la que mejor desempeño tuvo e incluso conserva estos dotes.
“Una casa sin gallinas no es casa”
La vida de Leidy cambió por completo después del desarme. Ahora, en medio de su vida civil, tiene frente a su casa un gallinero amplísimo, con aves de varios tipos y colores: tres piscos, más de 36 gallinas y cuatro gallos. Una marranita de ñapa. Este gusto por los animales le viene de sangre, su mamá siempre criaba en casa. Incluso, en el tiempo de la guerra, Leidy llegó a tener hasta un pato como mascota.
Con la crianza de su ganado avícola no busca ganancias económicas, a veces ponen huevos y, como no están tan viejas, Leidy cree que puede ser el clima caluroso de Caño Indio lo que no las estimule tanto. Pero, “a mí me da pesar matarlas”, dice con su risa nerviosa.
A donde Leidy se mueve, allí la sigue su bebita. Así que apenas se acerca a sus animales, la bebé enseguida reclama su polla: la madre le contesta siempre de manera tierna señalándole que allí está, en medio de todas las demás. Solo para entenderse con su niña, la excombatiente deja a un lado su acento santandereano que acompasa en su tono golpeado.
La vida real después de la guerra
Sin embargo, la voz de Leidy se convierte en una especie de susurro desganado cuando tiene que hablar de su vida civil. Ella cree que todo era mejor mientras formaba parte de las Farc.
Leidy dice que por voluntad propia, no habría dejado las Farc. Su lugar de combate era la zona de El Catatumbo, ella es oriunda de Sardinata, por eso llegó a este AETCR. “Si no, no hubiera podido llegar aquí, estuviera en otro ETCR, me hubieran matado ya”, dice con un dejo de sarcasmo.
El miedo por su vida y la inestabilidad económica conforman parte de sus argumentos para desdeñar del hecho de no vivir más en la selva como guerrillera.
Leidy explica que a pesar de contar con sus cursos de enfermería y de haber revalidado su bachillerato, las oportunidades de trabajo no se han concretado. “Uno mete papeles y no, por cualquier cosita rechazan”.
Para Leidy, la paz debería significar ausencia de conflicto y dominio de la calma. Pero las cosas no son así ahora; aun cuando la guerrilla a la que pertenecía haya dejado, en gran parte, la lucha armada, la excombatiente siente que ese esfuerzo “no se ve”. Ella lamenta: “Si nos hubieran cumplido. Si el Gobierno nos hubiera cumplido a las Farc lo acordado, pues cómo sería de lindo. Pero no”.
Producción coordinada por Consejo de Redacción en alianza con la International Media Support. Las opiniones presentadas en esta historia no reflejan la postura de ninguna de las organizaciones.