El semáforo parpadea rápidamente de amarillo a rojo, esa es la señal. ‘Dorita’ sabe que llega su momento, es la única oportunidad que tiene de ganarse el pan de hoy, el de cada día. La conocen como Dora ‘la bailadora’, una mujer que le cambia el ritmo a los malos días en 50, 30 y hasta 45 segundos, tiempo promedio en que los carros esperan en los cruces de Santa Marta para seguir su rumbo.
Dora Ángel Vivas tiene 60 años. En Maracaibo, Venezuela, era una próspera empresaria. Tenía su propia empresa de lácteos, casa y hasta carro, pero se quedó sin nada tras la crisis social y económica que atraviesa su país, allá donde aún residen algunos integrantes de su numerosa familia: tiene 34 hermanos por parte de padre y nueve del lado de su mamá.
Los semáforos de Santa Marta se han convertido en sitios de ‘rebusque’ para centenares de personas que buscan ganarse la vida con todo tipo de actividades informales. Malabaristas, vendedores de agua, de frutas, dulces, limpiavidrios, bailarines y hasta payasos, hacen parte del variado ‘comercio’ que crece sin control en las principales intersecciones viales de la ciudad. También hay venezolanos que recurren a la solidaridad, pidiendo dinero con mensajes escritos en cartones.
Ante las pocas oportunidades de empleo, Dora convierte los semáforos de la ciudad en su propio escenario artístico, un teatro musical de baile que tiene una entrada libre y nunca exige un pago por ello. Los ciudadanos le aportan para su diario vivir con cualquier moneda.
Ante la difícil situación económica que vivía sin tener qué comer y dónde vivir, hace más de cuatro años decidió radicarse en Colombia, donde se ha ganado la vida realizando diferentes actividades, sin hacerle daño a nadie o abusar de la confianza de los colombianos. Su trabajo es bailar al son de instrumentos musicales de Venezuela, con su danza acompaña a los que juegan con machetes o al que canta y hace acrobacia, compañeros de oficio que todas las mañanas buscan a través del ‘rebusque’ una oportunidad de vida.
El rojo vuelve al semáforo, señal de una nueva puesta en escena de la artista callejera que se ha ganado el corazón de algunos samarios que a diario transitan por esta vía y la observan bailando al ritmo de salsa, reggaetón o pop rock.
Dora sale de su casa a las 5:00 de la mañana, en bicicleta llega hasta la Avenida del Ferrocarril con Avenida del Río, lugar que se volvió su ‘oficina’ desde hace cuatro años. Es entonces cuando enciende su parlante y, en el cambio del semáforo, se ubica en la mitad de la calle para iniciar sus movimientos de manos y cadera.
El fugaz público de los vehículos observa, crítica e ignora en menor medida. Para Dora cada segundo se convierte en una posibilidad para generar aplausos, admiración o simplemente un sentimiento generoso en el espectador. Sin embargo, las expresiones de lástima o rechazo también se manifiestan en el paisaje de la vía.
Su llegada a Colombia
Dora Ángel Vivas tiene 60 años. Su proceso de integración en Colombia no ha sido fácil. Con un trabajo informal en los semáforos de Santa Marta se gana la vida. Esta ha sido también una forma de explorar su faceta artística.
Dora ‘la bailadora’ es madre de dos hijas. Una de ellas la acompaña junto a sus dos nietos en la humilde vivienda donde reside, la otra emigró a Chile en busca de mejores oportunidades. Dora recuerda que cuando llegó a la capital del Magdalena le tenía miedo a todo. No sabía qué hacer para ganarse la vida y por varios meses aceptó un mal pago como trabajadora doméstica.
“Recién llegada conseguí trabajo en una casa de familia y en verdad siento que esa persona me explotaba, lo que me quería pagar eran $10.000 por día. Tenía que hacerle desayuno, almuerzo, limpiar y lavar. Y yo dije: ‘no estoy para esto’”, cuenta con la voz entrecortada al recordar los duros momentos que vivió en los primeros meses de su arribo a Colombia.
Por problemas en su antigua vivienda tuvo que regresar temporalmente a Venezuela. Cuando pudo resolver el asunto, empacó el vestido de baile que se puso en la fiesta sorpresa de 15 años de su hija y volvió Colombia. Lo hizo para lanzarse a bailar en las calles de la capital y así recordar sus años de juventud, esa época en la que hizo parte de un grupo folclórico de baile. Cuenta que tuvo como maestra a la reconocida bailarina venezolana Yolanda Moreno. “Decidí tirarme a los semáforos, algo me decía que bailara, y me fue bien. El primer día me gané $60.000, cuando en una casa me pagaban por todo $10.000, fue un cambio económico bastante drástico para mí”, dice.
Aunque al principio pensó que a lo mejor la gente la iba a menospreciar por ser una persona de edad, terminó recibiendo aplausos y cariño; tuvo días buenos en los que recibía el apoyo sincero de los conductores, ciclistas y transeúntes, también otros en que quiso ‘tirar la toalla’ y dedicarse a otra cosa, pues regresaba a casa llorando ante los comentarios negativos o críticas de las personas.
“A veces, cuando me decían cosas a las que no estaba acostumbrada, me ponía a llorar y me devolvía a mi casa. Con las mismas me daba un baño, echaba mis lágrimas bañándome y volvía a salir”, dijo con voz entrecortada, pero también agradeció la generosidad de aquellos que apoyan su trabajo, dice que son más los buenos que los malos y eso la impulsa a seguir bailando por la vida.
En medio de risas y desparpajo, recordó la pandemia del covid-19, tiempo en el que, asegura, aguantó hambre y sufrió mucho: “No me las doy de mártir porque me gusta trabajar, trabajar es salud, pero en esa época la policía me recogía y terminaban ayudándome con dinero para comer. Muchas veces salía para poder recibir su ayuda nuevamente y poder alimentarme”.
La bailarina callejera asegura que, pese a haber escuchado a samarios referirse a sus paisanos venezolanos como una ‘mala plaga’, se considera una mujer honesta que no se le arruga a nada. Prefiere estar en un semáforo aguantando sol y hasta insultos de las personas a cambio de una moneda por sus bailes, que hacerle daño al prójimo.
Vive agradecida con la ciudad que la acogió y que, apoyada en su baile, le permite salir adelante. “Yo vivo agradecida de Colombia y en especial de Santa Marta, porque gracias a los samarios Dora ‘la bailadora’ come, vive y se despierta todos los días a bailar más”.
¿Cómo fue migrar?
Sin encontrar otra alternativa, Dora optó por la decisión que han tomado más de 7,7 millones de venezolanos. En 2018 armó sus maletas para salir en búsqueda de nuevas oportunidades. De todas las personas que salieron de Venezuela, más de 6,5 millones han sido acogidas por países de América Latina y el Caribe.
“Emigrar fue algo muy triste, tan así que me acuerdo y todavía siento esta nostalgia, sobre todo en este tiempo decembrino. Saber que dejé a todos los míos y a mi país, acostumbrarme a un lugar diferente, caminar por calles que no conocía. Todo es difícil en la vida, pero uno debe adaptarse y más cuando quieres echar para adelante”, dijo.
Hace 20 años enviudó. Fruto de ese matrimonio nacieron sus dos hijas, una vive actualmente en Chile y la otra con ella en Santa Marta.
Dora inicia su jornada a las 3:00 de la mañana, se dobla de rodillas a Dios para agradecer por un nuevo día, se echa un baño y se prepara para agarrar su bicicleta y estar en su ‘oficina’ a las 5:00 de la mañana, en busca de su sustento diario. Aunque no es fácil pararse en una calle, aguantar el sol y a veces malos comentarios, siempre le ha gustado salir adelante y luchar para conseguir sus cosas.
A las 8:30 de la mañana regresa a su casa cuando el sol empieza a darle duro, descansa un rato de su jornada laboral para luego continuar con sus tareas diarias o diligencias personales a las que les dedica parte de la tarde.
La popular ‘Dorita’ cuenta con numerosos trajes folclóricos que a diario llenan de color las esquinas por donde se mueve a ritmo de la música, algunos son confeccionados por ella misma, otros obsequiados y la mayoría adquiridos fruto de su trabajo. “Dora ‘la bailadora’ tiene 34 vestidos. Yo me organizo, como y vivo de las monedas de 100 y de 200, las de 1.000 yo las guardo para reunir y comprar mis trajes. Las de 500 son para comprar Glucosamina para que no me duelan las piernas, tengo tiempo sin comprarlas porque una señora está regalándomelas”, dijo.
Mientras se encontraba en una cafetería de un establecimiento comercial de la ciudad, Dora contó que sueña con un posible regreso a Venezuela. Quiere poder abrazar a sus seres queridos, en especial a su hermano, quien perdió una de sus piernas. No lo ve desde hace dos años. Anhela tenerlo cerca y verlo vivo.
Para la protagonista de esta historia, hablar de su familia en esta época de fin de año le parte el corazón en pedazos y la derrumba. Al no tener los medios para poder ayudarlos conociendo la difícil situación que viven en su país, prefiere evadir sus llamadas o mensajes: “Soy una persona que me derrumba hablar de mi familia. El sueño más grande es visitar a mi país, evito hablar con ellos porque sé que me llaman para decirme que están pasando necesidades y aquí la situación no es tan buena. No me gusta estar triste, así que evito, pregunto por ellos mediante mi hija y así me mantengo al tanto”.
Tiene ocho años que no va a su país y dos exactamente que no ve a su hermano, a quien espera encontrar el próximo año. Podría ser la última vez que lo vea con vida. “Eso es lo que me consume a diario y lo que no me deja ser completamente feliz porque Dora ‘la bailadora’ es conforme aquí, así pase hambre o necesidades”, comentó en medio de lágrimas. Dice que espera la colaboración de un ‘Ángel de Dios’ que prometió cumplirle ese deseo que tanto anhela.
Por último, Dora habló de la clave para haber tenido tanta acogida en las calles. Lo menciona porque quizás le va mejor que a otras personas que se dedican a la misma actividad en diferentes semáforos de la ciudad. “Dora disfruta lo que hace, ama bailar y salir adelante por su familia sin hacerle daño a nadie. Doy gracias a Dios que aquí he tenido la oportunidad de trabajar y continuar con mi vida”, narró Dora para cerrar la historia de su vida.
Este trabajo periodístico fue elaborado en el marco de ‘Periodismo en movimiento. Laboratorio de creación de historias sobre migración venezolana en Colombia’, iniciativa de Consejo de Redacción y el Proyecto Integra de USAID, en alianza con Hoy Diario del Magdalena. Su contenido es responsabilidad de sus autores y no refleja necesariamente la opinión de USAID o el Gobierno de los Estados Unidos.