“Rellenamos el cráter de las bombas.
Y de nuevo sembramos.
Y de nuevo cantamos.
Porque jamás la vida se declara vencida”.
Poema anónimo vietnamita
Omaira y sus hermanas pertenecieron al Frente 36 de las Farc. Foto: Cortesía de archivo familiar.
“¿¡Ustedes se trajeron esas niñitas!?”
¿Cuándo me vine para la guerrilla? No, eso sí fue un desastre porque, cuando me fui, la guerrilla ya no estaba donde yo vivía, solo iban comisiones, entonces me tocó andar mucho, jum. Desde por allá, hasta casi el Bajo Cauca antioqueño. Me fue muy mal, fueron ocho días caminando. ¡Ay!, se me pelaron los pies y la espalda. No, y yo era más floja, mientras que mi hermana iba toda relajada. Yo decía: “ay, Dios mío, yo no voy a aguantar, esto está muy duro”. Y bueno, nos vinimos, en el camino nos tocó dormir en ramadas, donde hacen la panela, otras veces dormimos en cañaduzales (cultivos de caña), otras veces en el monte, hasta que llegamos.
Yo nací en Campamento, Antioquia, cerca de Yarumal, una zona panelera, en el norte. La mayoría de mis hermanos nacieron allá, el resto en Guadalupe. Por allá se mantenía las Farc y el ELN. Yo crecí viéndolos a ellos, pero no distinguía entre soldados y guerrilla.
A las Farc nos llevaron dos señores, Cuñao y Leo, ellos nos conocían desde que estábamos chiquititicas. Inclusive Leo vivió con nosotros, él tuvo un hijo con mi mamá y conocía la situación que se vivía en la casa. Cuando llegamos nos recibió Anderson Carranza, el comandante del Frente 36, y dijo: “¿¡ustedes se trajeron esas niñitas!? No, es mejor que devolvamos esas muchachitas”. Porque es que teníamos doce años y usted sabe, una niña de campo de esos años, eso es como una chatarrita de nada. Y nosotras le respondimos: “no, no nos vamos a devolver”. Y entonces el Cuñao y Leo ya le contaron que mi mamá vivía sola, tenía diez hijos y nos maltrataba. Al final Anderson dijo: “dejémoslas por ahí un mes a ver ellas qué tal”. Y nos dejaron.
Nos mandaron a dormir con cuarenta nuevos. A mí me tocó dormir con dos compañeras en los cambuches, Betty y Valentina. Cuando eso yo era muy peliapestada y las llené de piojos, entonces esas muchachas me espulgaban y me quitaron todos esos piojos. Nos metieron a la formación y al entrenamiento, donde nos enseñaban a marchar como soldados del Ejército, ¿los han visto? A los nuevos nos ponían con un palo y cuando ya estábamos listos nos pasaban el fusil. Nos enseñaban a armar, a desarmar y a disparar. Aunque a mí casi no me tocaron combates y, cuando me tocaron, como yo estaba tan joven, tan niña, no me metían a la línea de fuego. Me tocaba atrás, donde cargaba esas armas de apoyo.
Mi hermana era muy berraquita, pero era muy mala clase y casi que no se adapta. Hasta el comandante me mandaba a hablar con ella porque a veces ni comía, ni dormía. Ay, yo no sé, ella sí estaba como aburrida. Y bueno, ella se fue mejorando. La verdad sí era muy malgeniada, pero ella ya estaba cambiando cuando la mataron.
Es que yo era una niña cuidando otros niños
Yo me acuerdo de mi infancia, pues, pero es que yo no tuve una infancia como la tienen todos los niños. Ninguno de mis hermanos. Lo que sí sé es que a los siete años me metieron a la cocina y tenía que cuidar a mis hermanitos, me tocaba darles la comida y me tocaba estudiar, ¿si me entiende? Me levantaba en la mañana a hacer comida, ir a la escuela y volver en la tarde a lo mismo. Y había un bebé como de año y medio que no podía vivir sin mí, incluso me decía “mamá”. Me tocaba llevármelo pa’ la escuela y a veces me tocaba salirme del salón porque él no me dejaba estudiar. Fue duro dejarlo cuando me vine a la guerrilla.
¿Se imaginan ustedes? De doce años uno ya comienza secundaria y yo cuando tenía todos esos años no había hecho ni la primaria, porque no podía ir constante a la escuela y, además, nos cambiábamos de sitio porque es que donde vivíamos era una zona de conflicto, en Campamento.
A mi padrastro lo mató el Ejército un 11 de diciembre, en 2001 o 2002. Los ataques duraron como dos semanas, pero lo peor fue el primer día, cuando entró un operativo de aviones tirando bombas a las casas. Nos tocó salir corriendo con zapatos en las manos, con los hermanitos en la espalda y, como no mataron ni un guerrillero, entonces los soldados mataron a tres campesinos, entre esos a mi padrastro, y los pasaron por guerrilleros. Les mocharon las manos y los vistieron de guerrilleros, eso fue una cosa muy horrible. Tenía apenas como nueve años.
A mi mamá, al quedar sola con diez hijos, le tocó muy duro. A veces que teníamos chicharroncito, fritábamos de a patica de chicharrón y a la mamá le fritábamos dos o tres paticas. Mientras Sandra se iba a trabajar con mi mamá, a cortar caña, ir a las moliendas, porque por allá es mera panela; a mí a veces me tocaba ir a conseguir plátano, miel, lo que la gente nos regalara, no teníamos ni ropita.
Lo triste es que mi mamá era muy agresiva, nos maltrataba mucho, pero yo no sé, yo digo que era por el desespero. Nosotras tuvimos mucho maltrato infantil, una cosa asquerosa. Mi mamá nos pegaba como si fuéramos unos animales. Sandra me decía que se quería ir a la guerrilla y yo le dije: “ay, yo también me quiero ir”. Y ya, nos fuimos. Como la guerrilla estuvo tanto tiempo en esa zona, nosotros veíamos otro ambiente, como todo ese orden. Y cuando entramos encontramos otra familia, en el sentido del trato, como ese amor, ese respeto, lo que no tuvimos en la casa.
Yo llegué a la guerrilla en el 2004, un 16 de junio. Las tres nos fuimos: Sandra se llamaba Jimena, Yolima era Yamile y yo me llamaba Maribella, porque veía Gata Salvaje y una de las mujeres de la novela se llamaba así y yo me quise poner ese nombre. Yamile entró dos meses después de nosotras, yo creo que enamorada de un guerrillero.
Las tres estábamos en el Frente 36, que operaba en las regiones del Norte, Nordeste y Bajo Cauca, incluso mis dos hermanos ingresaron después. En realidad yo me fui por necesidad, pero creo que ellos entraron por venganza, porque es que a mi padrastro le sacaron un ojo, dicen que le mocharon los testículos vivo y le quitaron las manos. En total fuimos cinco hermanos en la guerrilla, tres mujeres y dos hombres. El último hermano ingresó en el 2012, cuando ya estábamos en diálogos (de paz).
Lo que sí debo decir es que yo amaba a mis hermanos, eso fue lo más duro, porque, como les digo, a mí me tocaba cuidarlos, pues yo me apegué a ellos; aunque qué se van a acordar, estaban muy chiquiticos. La verdad es que no me conocen, ellos saben que yo soy la hermana, pero más no la hermana que los cuidó cuando estaban chiquitos.
Aleison Agudelo fue uno de los hermanos a quien Omaira cuidó de pequeño y vivió la ausencia de sus hermanas. Cuando ellas se fueron a la guerra, él tenía nueve años. Tiempo después Aleison también se incorporó a la guerrilla y estuvo con Omaira en el mismo Frente.
La vida que llevábamos no era de sueños
En el 2010 mataron a mi hermana Sandra. Ella era muy guapa, la gente la quería por eso, y se volvió una mujer berraca. Desde niña fue de trabajos fuertes. Ella era el amor, la hermana más cercana, con la que me tocó todo: el sufrimiento en la casa, irnos de ahí, vimos que la mejor parte donde íbamos a caer era en la guerrilla. ¿Qué si soñábamos con algo? No, nosotros nunca nos soñamos algo, porque ¿cómo íbamos a soñar ser algo? Pues, la vida que llevábamos no era de sueños.
Ya la última vez que la vi fue como a mediados del 2009, estaba en otra compañía y había cambiado, era una mujer muy especial, más amable y divertida. Según dicen, a mi hermana la mataron con el esposo, un comandante, él era como el tercero de una compañía. Salieron cuatro a una misión, uno de ellos los mató, un traidor, un infiltrado de los paramilitares, ya ni me acuerdo el nombre. No quedé con nada de ella. Solo tengo estas fotos.
“Hermanita, eres lo más lindo que la vida me regaló, por eso siempre estarás en mi corazón. Jimena, yo me siento muy orgullosa de ti y estoy segura que el pueblo también lo está”: Omaira. Foto: María Isabel Moreno Muñoz.
Ahora estamos haciendo las vueltas para sacar los huesitos, pero eso es muy difícil. A ella la mataron en el 2010. Lo de la exhumación empezó por mi mamá, porque ella habló con el Comité Internacional de la Cruz Roja y dijo que quería sacar los restos de Jimena (Sandra) para enterrarlos. Aunque yo a veces pienso que ya esos huesos ni existen, yo digo que no están o que de pronto sí, la verdad yo no sé. Yo, el día que vayan a sacar esos huesos, no voy a ir porque no me siento en condiciones.
Uno a veces se sobrepasa con las miradas
En el 2015 mataron al amor de mi vida. Nosotros teníamos que ir a compartir con los civiles, decirles que nosotros luchábamos por el pueblo. Yo tenía 14 años y fuimos a una vereda y yo vi a ese chico, él era un civil y en la guerrilla no se podía tener nada con civiles. Yo no sé, yo lo vi y usted sabe que uno a veces se sobrepasa con las miradas. Yo nunca me había enamorado, eso fue un amor de locos.
Al final el muchacho se vino para la guerrilla, a los años me lo volví a encontrar y nos pusimos a vivir juntos, por ahí dos años. Un día él salió en una comisión, eran cuatro con él. Dos de ellos se torcieron con el Ejército y mataron a los otros dos, entre esos a Manuel. Como a los ocho días nos contaron que lo habían matado. ¡Uy, no!, eso fue una cosa de locos. Fueron quince días llorando, muchachas, llorando de lo que se decía llorando. Vea, me dolía toda la cabeza, yo no sentía. Los muchachos sí me decían: “Ay, Mari, ya cálmese, qué más se va a hacer, son las cosas del destino, de la vida”. Yo no lo quería aceptar. Yo decía: “yo lo quiero ver, siquiera la última vez”. Ay no, a mí todavía me va muy mal con eso.
Pero nosotros como pararnos en un evento y decir: “les pedimos perdón”, no
Fotografía: María Isabel Moreno Muñoz.
Fotografía: Laura Cristina Castrillón Valencia.
Fotografía: María Isabel Moreno Muñoz.
Fotografía: Laura Cristina Castrillón Valencia.
Fotografía: Laura Cristina Castrillón Valencia.
Al inicio no creía en el proceso de paz, yo decía que era una utopía. En el Frente tampoco confiaban. Ya cuando lo de la zona veredal nosotros nos vinimos acá a La Plancha, todavía estábamos armados y no estábamos acostumbrados a compartir con el Ejército. Siempre había una sensación de miedo, era muy fuerte. Pero ahora hay un poco de cercanía, pues porque ellos son los de la seguridad del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR).
Yo no he ido a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) ni nada de eso, ahí yo no tengo nada que decir. Pues, si algún día me dijeran: “Mari, ¿quiere ir a la Comisión de la Verdad?”, pues de pronto. Pero que yo diga: “ay, yo quiero ir”, pues no, por gusto no.
Yo no me considero victimaria, porque yo en ningún momento causé un dolor o algo. Yo solo hacía parte de la organización y pues sí, de pronto se cometieron algunos errores, como por ejemplo lo que pasó en Bojayá, pero es que eso no era una política, ni tampoco fue algo que planearon, que “vamos a tirar esa bomba que caiga allá en esa iglesia pa’ que mate a toda esa gente”. Eran cosas de la guerra. O sea, eran cosas que no se planeaban.
Y es que nosotros hemos dicho que no tenemos que pedir perdón. O sea, nosotros debemos reconocer que hubo un conflicto, que hubo muertos y mucho derramamiento de sangre, pero es que cómo vamos a pedir perdón si nosotros también somos víctimas. Pues Pastor Alape y muchos camaradas lo han hecho, pero nosotros no podemos pararnos en un evento y pedir perdón.
¿Qué es conflicto armado? No sé describirlo. Nosotros nunca quisimos que eso pasara. Que nos matáramos porque creemos que somos hermanos colombianos.
Ahora no se dan órdenes, ahora se habla
Después de los acuerdos de paz, en las elecciones del año pasado me lancé al Concejo de Anorí, para que el tema de las mujeres tuviera más visibilidad en el Plan de Desarrollo y en la Alcaldía. Tocaba ir a todas las veredas a reunir la gente. Yo, después de esas elecciones, quedé sin alientos. Eso fue un desastre, muy duro porque cuando eso ya había tenido mi bebé, se llama Emiliano, y estaba más pequeño. Ay no, yo quedé desahuciada.
Desde la reincorporación he trabajado más con el tema de mujeres. Trabajar con las mujeres es muy duro y ahora no se dan órdenes, ya no soy mando medio, ahora se habla. Es que en la guerrilla llegué a ser mando medio. Uno llegaba a ser mando medio según la buena conducta. A mí me gustaba subir en la estructura porque pues uno tenía más responsabilidad y ahí sí, como se dice, tenía autoridad. Cuando entré todo me parecía normal, pero como a los 16 años ya vine a tener responsabilidades y a identificarme con la causa, a cargar e instalar un radio de comunicaciones, después ya me quitaron el radio y me pasaron un computador. Cuando ya tenía los 17 me mandaban a misiones con otro camarada.
Desde La Habana (Cuba) se trabaja el tema de género, en la guerrilla no lo llamábamos así, pero todos éramos iguales, los hombres van al combate, las mujeres también, las mujeres cocinan, los hombres también. Ahorita se identifica de que nosotras tenemos unos derechos que nos han sido vulnerados y pues por eso está el enfoque de género, que está buscando que haya como una igualdad entre hombres y mujeres. Yo quiero es apoyar al partido en ese sentido, no es tanto un propósito personal, sino como del partido desde el acuerdo de paz.
“Por muchas dificultades que tengamos, personales o no, las mujeres debemos de estar unidas. Si estamos divididas, no vamos a lograr nada, es por nuestros derechos”: Omaira.
“Por muchas dificultades que tengamos, personales o no, las mujeres debemos de estar unidas. Si estamos divididas, no vamos a lograr nada, es por nuestros derechos”: Omaira.
“Por muchas dificultades que tengamos, personales o no, las mujeres debemos de estar unidas. Si estamos divididas, no vamos a lograr nada, es por nuestros derechos”: Omaira.
“Por muchas dificultades que tengamos, personales o no, las mujeres debemos de estar unidas. Si estamos divididas, no vamos a lograr nada, es por nuestros derechos”: Omaira.
“Por muchas dificultades que tengamos, personales o no, las mujeres debemos de estar unidas. Si estamos divididas, no vamos a lograr nada, es por nuestros derechos”: Omaira.
Coca es uno de los excombatientes de las Farc que cumple con su reincorporación en el ETCR Jhon Bautista Peña. Conoce a Omaira y a Sandra desde su ingreso a la guerrilla, la vio ascender en la estructura de mando y ahora como directiva en el ETCR.
Omaira es la directiva del comité de género en el ETCR, donde participan mujeres como Camila, quien estuvo con ella desde el primer día que ingresó. Camila es Valentina, la compañera que ayudó a Sandra y a Omaira a sacarles los piojos.
Yo no me veo viviendo en la ciudad. A mí me gusta el campo, pero la estigmatización que hay contra nosotros ahorita con tanto exguerrillero muerto, pues siempre me da mucho miedo. Pero yo no soy capaz de irme del ETCR. Crecí viendo la montonera, el grupo. Yo me voy dos días y ya me quiero devolver. No quisiera regresar al pasado porque yo no quiero volver a la guerra, no quiero volver a tener una infancia como la que tuve. A futuro yo sueño estar en mi casa, con mi hijo, que él esté estudiando, que tenga una mejor educación, no la que yo tuve, ni maltrato. Y también sueño con lograr lo que quiero; supongo que de aquí a cinco años ya me he decidido si me gusta más la agronomía o la contabilidad.
“Para mí, paz es como vivir como una paloma. No volando, sino con su libertad. Sin ningún temor, con plena libertad. A mí me da miedo moverme en el campo porque pienso que en cualquier momento me van a matar, y me gustaría moverme por donde yo quiera y saber que nada me va a pasar”: Omaira. Foto: Laura Cristina Castrillón Valencia.
* Algunos nombres han sido cambiados para proteger la identidad y la seguridad de los entrevistados.
Esta historia fue elaborada con el apoyo de Consejo de Redacción (CdR) y del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), en el marco de la edición 2020 del curso virtual ‘Conflicto, violencia y DIH en Colombia: herramientas para periodistas’, y hace parte del proyecto ‘El cuarto de atrás’, apoyado por la Fundación Gabo, USAID y ACDI/VOCA. Las opiniones presentadas en este artículo no reflejan la postura de CdR ni de CICR.