Joselyn Ramírez nació en Puerto Cabello, Estado Carabobo, en Venezuela. Tiene 37 años, tres hijos y muchas ganas de darle un giro radical a su vida. Su propósito es llegar a Estados Unidos, donde no la espera nadie. Ella confía en que en ese país encontrará un mejor futuro para su familia. El problema es que sus sueños quedaron atrapados en Turbo, en el Urabá antioqueño: allí está a la espera de reunir el dinero que le permita cruzar la peligrosa selva del Darién y atravesar los otros siete países que la separan de su destino.
Hasta los primeros días de enero, Joselyn vivía apretujada en una casa construida con bolsas de basura y sábanas viejas de flores y rayas azules. En una colchoneta puesta sobre una pequeña base de madera, dormía junto a su marido y sus tres hijos. Allí mismo había un mueble que recogió en una esquina, unos bolsos vacíos para empacar si fuese necesario, uno que otro recipiente para cocinar y poco más. Su hogar, como ella lo llama, estaba en una cancha conocida como La Bombonera, pero la Policía los desalojó a ella y a otras familias, lo que hizo que se dispersaran por todo el municipio. Algunos se rebuscan con ventas ambulantes en el día y en la noche arman sus carpas en el parque San Martín, en los andenes de los negocios, cerca de la terminal o donde puedan.
Las escenas de personas migrantes en situación de calle que malviven en carpas improvisadas y que apenas subsisten mediante la caridad pública se repiten en Turbo. Como Joselyn, otros venezolanos se enfrentan al drama de un sueño que a veces parece que se esfuma. A todo lo que han padecido tras la salida de su país se suma el hecho de quedarse varados indefinidamente en una región que es la antesala de un periplo quizás más arriesgado: el paso por el tapón del Darién, una selva honda y espesa que se ha tragado a más de uno de sus compatriotas.
Según un informe del Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM), liderado por las agencias OIM y ACNUR, el movimiento de grupos familiares en la zona de Urabá durante 2023 fue significativo, sobre todo por los puertos de Necoclí y Turbo. Por allí se movió el 91 % de las personas refugiadas y migrantes que cruzaron el Darién hacia Centro y Norteamérica, mientras que en 2022 lo hizo el 77 %. Esta cifra da cuenta de la importancia que ha cobrado la región para las personas venezolanas que quieren llegar a Estados Unidos. Los perfiles demográficos indican que se trata, sobre todo, de mujeres. Durante 2023 las mujeres adultas, niñas y niños menores de cinco años que transitaron por esta zona crecieron en un 143 % frente al año anterior. En el caso de los hombres, el incremento fue apenas del 58%, mientras que en el de los menores de cinco años fue del 177 %.
Turbo y Necoclí, pero también el corregimiento de Capurganá, perteneciente al municipio de Acandí, en el Urabá chocoano, son sitios de paso obligado antes de cruzar el Tapón del Darién. Hasta allí llegan inmigrantes procedentes de Haití, China, Ecuador y Vietnam, pero los venezolanos son mayoría. Algunos logran partir de inmediato hacia la selva, pero otros se quedan sin recursos y deben permanecer en el Urabá contra su voluntad. El tiempo de estancia promedio es de una semana a cuatro meses en condiciones de extrema vulnerabilidad.
El informe del GIFMM revela que hasta el mes de diciembre de 2023 eran aproximadamente unas 120 personas las que estaban en situación de calle en Necoclí, mientras que en Turbo eran unas 180. Son en su mayoría familias en las que hay mujeres gestantes, lactantes, niños, niñas y adolescentes. Una persona que conoce bien la zona y que trabaja en una organización no gubernamental asegura que la falta de información incide en la situación que atraviesan los venezolanos que se quedan varados en el Urabá: “Muchos llegan sin saber los costos del tránsito. Para cruzar el Darién se encuentran con que deben pagar el precio del tiquete de la lancha desde los puertos y también lo que cobran las redes de tráfico. Estos valores no los tienen contemplados y eso hace que se queden en las calles o en las playas”, afirma.
La odisea de reunir 1.400 dólares
Joselyn dice que está cansada de vivir en la calle. Hace dos años se fue de su país y desembarcó en Cúcuta, desde donde entraba a Venezuela por la frontera. Pero el alto costo de la vida la obligó a trazar un plan para llegar a Estados Unidos en busca de oportunidades. Hace nueve meses salió otra vez de Venezuela con rumbo a la selva. Atravesó Colombia desde Cúcuta hasta Medellín, lo hizo por carretera, con su marido y sus hijos, dos chicos de 15 y 11 años, con quienes hacía autostop en mulas, a pesar del peligro de grupos de hombres que asaltan y agreden a los migrantes.
Desde Medellín tardó varios días para llegar a Turbo. Caminó, se montó en mulas, se enfrentó al hambre, a la frustración de no saber qué hacer ni a quién acudir. En Turbo fue víctima de compatriotas que le arrebataron la poca plata que había reunido para cruzar el Darién. Hoy sobrevive vendiendo dulces, lo que apenas le alcanza para ahorrar entre 5.000 y 10.000 pesos. Su idea es juntar los aproximadamente 350 dólares que debe pagar por cada miembro de su familia para cruzar la selva. En total serían 1.400 dólares, lo que equivale a unos 5.500.000 pesos colombianos. Mientras espera, se siente entre resignada y agradecida con su nueva realidad: “Gracias a Dios la gente de aquí [Turbo] no se ha portado mal con nosotros, nos apoyan con un poquito de todo. También hay un comedor comunitario en una iglesia, ahí nos dan comida”, relata Joselyn.
Algunas organizaciones no gubernamentales que trabajan en esta región calculan que hasta principios de enero vivían en La Bombonera unas 15 familias. En playa Dulce, no muy lejos de ahí, permanecen otras familias de migrantes en carpas que se encuentran en la misma condición de Joselyn. Son personas que no solo no han conseguido los recursos económicos para cruzar el Darién, sino que ignoran la dinámica que se vive en esta zona. Llegan pensando que será fácil el recorrido y que no tiene ningún costo cruzar la selva, pero la realidad es muy distinta.
“Lamentablemente van probando suerte, sin ninguna preparación o plan de viaje, con falsas expectativas sobre el ‘sueño americano’ y sin información suficiente sobre el Tapón del Darién, sobre las condiciones climáticas o geográficas, sobre lo que cuestan los servicios de transporte, guía, paso, cargue de equipaje, implementos para el viaje en la selva y desconociendo las dinámicas locales”, explica Cindy Rodero, analista de información de Cáritas Alemania.
“El Darién no es un camino apto para el paso de las personas, pero la promoción de esta ruta continúa siendo difundida descaradamente a través de redes sociales como Facebook y TikTok, donde se vende el viaje como si se tratara de una aventura en la selva o bajo la fachada de paquetes turísticos que incluyen la gestión de trámites migratorios y acompañamiento hasta la frontera entre México y Estados Unidos. La realidad es que, bajo este escenario, las personas son estafadas, robadas y extorsionadas, perdiendo todos sus recursos y quedando en situación de calle o en playas por días, semanas o meses mientras buscan recolectar dinero para pagar por el acompañamiento de un “guía” [conocidos como coyotes] que los ayude a cruzar”, dice Rodero.
“Quienes sobreviven al Darién han pasado por afectaciones psicológicas graves, muchos pierden a sus familias en la selva y llegan a Panamá con lesiones físicas por las condiciones de supervivencia extrema”, continúa Rodero.
El informe del GIFMM también da cuenta de la limitada respuesta humanitaria frente a la situación de extrema vulnerabilidad en el territorio. Según Rodero, la poca presencia del Estado colombiano y la débil (en ocasiones mala) relación bilateral con Panamá dificulta el abordaje binacional de la situación migratoria en el Darién. A pesar de la presencia de cerca de una treintena de organizaciones sociales, nacionales e internacionales, escasean los recursos económicos y humanos para contrarrestar la emergencia.
“Si uno quiere llegar a Estados Unidos toca seguir guerreando. Mi propósito de subir para el Darién es darle un buen futuro a mis hijos. Quiero lograr lo que yo quiero, sé que me voy a enfrentar con muchas cosas, pero tengo que seguir derechito para allá”, dice Joselyn. La selva está a un paso, ella no sabe lo que le espera, pero irá de cualquier modo.
Este trabajo periodístico fue elaborado en el marco de ‘Periodismo en movimiento. Laboratorio de creación de historias sobre migración venezolana en Colombia’, iniciativa de Consejo de Redacción y el Proyecto Integra de USAID. Su contenido es responsabilidad de sus autores y no refleja necesariamente la opinión de USAID o el Gobierno de los Estados Unidos.