Aunque sabemos que no hay una verdad única, ni una sola forma posible de contar las historias, también hemos aprendido que conocer del camino trazado y seguir algunas pautas generales puede ayudar a mejorar el ejercicio periodístico.
La desaparición forzada -además de sonar o ser conocida en el país gracias al esfuerzo de organizaciones sociales y familiares- también lo hace gracias al periodismo y los o las periodistas interesadas en narrar esas historias, que aunque tienen mucho por contar no lo pueden hacer de la voz de sus protagonistas.
Por eso, traemos el fragmento de un de los cinco capítulos de la guía con #SelloCdR ‘Pistas para investigar la desaparición y búsqueda de personas – Diálogos con la ausencia’, en el que el periodista Juan Gómez, subeditor de Rutas del Conflicto da algunas claves, en forma de preguntas, para saber dónde buscar las historias de los desaparecidos:
Hemos cubierto el tema lidiando con la sospecha. Han sido numerosos los colegas que han arriesgado, incluso, su propia seguridad. Contrariar a los victimarios que quieren imponer el olvido los ha dejado en la mira. Sin embargo, superando su desasosiego, han encontrado consuelo narrando estas historias desde la memoria de los desaparecidos, desde su búsqueda y desde los lugares en los que han dejado algún rastro.
“¿Cómo preguntar por alguien que no puede hablar por sí mismo, como es el caso de un desaparecido?”
La memoria, nuestra principal aliada
¿Tiene familiares o conocidos desaparecidos? ¿Se imagina no poder encontrarlos?
¿Cómo preguntar por alguien que no puede hablar por sí mismo, como es el caso de un desaparecido? Las historias de cada uno de ellos reposan en la memoria de quienes les aguardan. Acercarse a los integrantes de su círculo más cercano ha sido una manera en la que varios periodistas y artistas han hallado estas historias.
Para el reportero gráfico Álvaro Cardona, el periodismo puede ser un espacio para reflejar la identidad y la memoria de los que faltan. Algunas de sus fotografías lo pretenden, como las de familiares sosteniendo retazos de los retratos de sus desaparecidos, que en las fotos del reportero se confunden con sus propias caras. Le tomó un año tejer la confianza necesaria para lograr estas fotografías:
Cortar la foto y hacer el montaje fue la forma que encontró el fotógrafo para simbolizar la desaparición y la presencia de los hermanos, esposos e hijos en los recuerdos de las familias de Marco Aurelio Rodríguez, Luz María Torres y Luisa Benilda Jaimes. Así les dio rostro, nombre, a las miles de víctimas que ha dejado la violencia en el Catatumbo.
Las fotos son señal de la presencia de los desaparecidos en la memoria de sus familiares, pero también de su ausencia devastadora, como diría la investigadora estadounidense Marianne Hirsch. Aunque el retrato es algo que vemos, justamente significa lo contrario: una pérdida invisible.
Padre, hijo y espíritu armado. Foto: Álvaro Cardona.
“En las historias detrás de los dibujos, grafitis, o en general el arte, puede estar el comienzo de una buena pieza periodística”.
Las historias están en la lucha por recordarlos
Gloria Gómez, coordinadora general de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), hermana de Leonardo (torturado y asesinado en 1983) y de Luis Miguel (desaparecido en 1988), recuerda que a finales de los años ochenta el diario La Prensa le dio a cada familiar de la joven asociación una página para contar quiénes son sus desaparecidos. Les preguntaron cómo son, qué piensan, qué les gusta, su cotidianidad, sus proyectos de vida. “La entrevista fue muy emocional, me gustó mucho. La gente sentada, hablando, sin grabadora”, recuerda Gloria, “un ejercicio dignificante, de reconocimiento”.
Estas “historias de vida” —en palabras de Gloria—, superan la simplicidad de las cifras y de otros relatos estereotipados de víctimas dolientes o de buenos y malos. Develan así la complejidad de las vidas truncadas por el conflicto armado. ¿Quiénes eran ellos? ¿Eran personas marginadas? ¿Por qué los pudieron haber desaparecido?
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El periodismo también puede reconstruir las historias de quienes desaparecieron en medio de la guerra, de aquellos que se fueron a raspar hoja de coca, a trabajar en alguna mina ilegal o fueron reclutados por algún grupo armado, y únicamente se les conocía por un apodo. ¿De dónde venían? ¿Quién los recuerda?
Es verdad que las desapariciones son historias de dolor, pero definitivamente son mucho más que eso. Las historias, además, pueden estar en las acciones de resistencia de las organizaciones de víctimas y sobrevivientes, como lo demuestra el trabajo de colegas como el periodista Miguel Estupiñán. En su crónica La verdad: condición para la paz en Boyacá, cuenta la historia de una peregrinación que un movimiento de sobrevivientes y organizaciones sociales realizan en favor de la memoria de las víctimas de la provincia de Lengupá, en el oriente de ese departamento. Cada año, la caminata llega hasta el filo de una montaña, en el Alto de Buenavista, desde el cual paramilitares desaparecieron a decenas de personas, arrojando sus cuerpos por el precipicio.
Yo mismo participé, junto a la periodista Constanza Bruno, en una narración de este tipo de historias. Relatamos una crónica sobre el día en el que veinte miembros de la familia Hernández decidieron reunirse para conmemorar, por primera vez, a 12 seres queridos víctimas de varias masacres guerrilleras.
Habían pasado 18 años desde estos crímenes. Algunos de sus parientes duraron varios días desaparecidos, y de uno de ellos, Carlos Caldera Cardona, jamás se volvió a saber nada. Romper el silencio no fue fácil. “Para sacar del anonimato un dolor se necesita ser valiente, porque implica narrarlo y, por tanto, hacerlo público para desentrañarlo del corazón y del alma”, escribió Bruno.
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Historias que están en las mismas historias
Incontables historias periodísticas pueden estar en frente nuestro, pero no las vemos porque son invisibles. Cada desaparecido en su familia deja una huella psicológica que no se ve y que puede aparecer, incluso años después de la desaparición, o del hallazgo del cuerpo de un familiar. Diana Arango, directora del equipo forense Equitas, se pregunta qué pasa después de que una víctima encuentra a su familiar, ¿cómo lidia con el trauma?, ¿logra superarlo? La historia de los que buscan, para Arango, no acaba cuando encuentran el cuerpo. Lo que conocemos como duelo ocurre de maneras complicadas en estas historias, pues la posibilidad de que este se dé sin encontrar un cuerpo al cual llorar es casi nula.
Estas son historias de puertas cerradas, de incertidumbre, pero también son historias de contiendas por la vida y por el amor. Muchos familiares se han organizado para acompañarse, han estudiado y cabildeado hasta conseguir que se promulguen leyes que los protegen o les facilite exigir sus derechos. Los reporteros pueden encontrar historias magníficas en estos relatos de lucha y de dignidad.
Los vecinos de Puerto Molina, un punto al norte del Valle del Cauca, lo reconocen por ser un lugar en el que grupos mafiosos desaparecían a sus víctimas. Fotografía publicada en el especial periodístico Ríos de Vida y Muerte. Foto de Álvaro Avendaño.
*Este es un fragmento corto del capítulo cinco de la guía ‘Pistas para investigar la desaparición y búsqueda de personas – Diálogos con la ausencia’ con autoría de Juan Gómez. Para leer esta reflexión completa y los otros capítulos de otros periodistas que cubren la desaparición haz clic acá.
Sobre Juan Gómez
Es periodista, profesor cátedra del programa de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario, reportero del proyecto La Paz en el Terreno y subeditor de Rutas del Conflicto, un portal web que narra la historia de la guerra colombiana desde la voz de los sobrevivientes y a través de datos.
Lleva cerca de cinco años cubriendo la desaparición forzada en Colombia y ha sido merecedor de premios de periodismo a nivel nacional e internacional por su trabajo.
Pistas para investigar la desaparición y búsqueda de personas – Diálogos con la ausencia es una guía de Consejo de Redacción que busca ser una herramienta para contribuir a hacer una reportería ética y sensible que dignifique la búsqueda de los familiares y el esclarecimiento de la verdad, para que no se repita este delito en Colombia.