Santa Rita, con 163 viviendas, está ubicada en el norte de departamento del Huila, sobre la cúspide de una de las cadenas montañosas que demarcan el flanco oriental de la cordillera central, en límites con el sur del departamento de Tolima. Según la memoria de la comunidad, se podría haber llegado a pensar que en Santa Rita los árboles de guayabas, después de florecer, cargaban niños, pues era común verlos colgándose de las ramas, uniformados con la sudadera verde de la institución educativa que lleva por nombre el de la vereda.
La guerra, que bajó diariamente por esa cadena montañosa, no acabó con el juego que los niños, generación tras generación, han nombrado como guayabazos y que implica tirarse unos a otros la noble fruta, en una analogía ingenua con la violencia que ha marcado la historia de las dos últimas décadas de la vereda, del municipio, del departamento. El Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Presidencia de la República, documentó en un informe del año 2003, que las Farc aprovecharon la zona de distensión otorgada por el gobierno de Andrés Pastrana, durante el fallido proceso de paz que se desarrolló entre noviembre de 1998 y febrero de 2002, para hacer del Huila un corredor estratégico que les permitía llegar y llevar armas y droga a los departamentos de Cauca y Tolima.
Divier Alexander Jiménez vio la luz de la vida justo por ese tiempo, en el año 1999. Creció en una empinada finca, escuchando a los mayores hablar de café, y susurrando historias de la guerrilla y el Ejército, mientras afinaba el gusto por las guayabas; gusto que lo impulsó, el 25 de marzo de 2010, en un cálido mediodía, a meter su pequeño cuerpo por un agujero que tenía la malla del colegio, justo por el costado en el que la institución educativa limita con el matadero de la vereda. Su objetivo era alcanzar un árbol de guayaba. Tras él fueron otros niños.
Mientras Divier hacía su maniobra infantil, hacia las 12:15 de la tarde, una camioneta entró a alta velocidad por la pendiente que da la bienvenida al caserío. Al llegar, frente a la iglesia, giró a la izquierda en dirección al lugar donde se sacrifica el ganado para el consumo de la vereda. Y allí, en inmediaciones al matadero y al centro educativo, un grupo de cinco hombres descendió del vehículo, con armas largas, disparando contra la población que se encontraba haciendo compras, preparando tulas de café para enviar a Neiva, cogiendo guayabas. El sonido de las balas se mezcló con los gritos de espanto de niños y profesores que buscaban refugio en los salones.
Cuando Divier intentaba volver hasta la malla, espantado por el apabullante ruido de los proyectiles, la esquirla de una de ellas entró en su cabeza, cortándole de tajo la vida. Otras balas acabaron con la humanidad de Jorge Eliécer Soto Mahecha y Luis Miguel Gaviria Céspedes. A José Guillermo Valencia Perdomo, de once años, una bala le alcanzó la planta de uno de sus pies.
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Tu investigación cuenta muchos detalles, ¿cómo obtuviste la historia de Divier?
La historia ya me había encontrado, ya la había escuchando y en el momento que se da el acompañamiento de Consejo de Redacción, entro a corroborar algunos aspectos, a acercarme mucho más a la historia a través de compañeros, de profesores que en un momento tuvieron ese contacto.
Es una historia que marcó al departamento y después de años, está en la coyuntura de los medios; cuando ocurrió el caso en el 2010, luego cuando se empiezan a dar las persecuciones y las sentencias, pero no había un relato estructurado, articulado, con unas fuentes principales, con un desplazamiento previo reciente en la zona… Es una historia demasiado conmovedora pero, aún así, la tomo para crear una reflexión general, para ir más allá del hecho y llegar a la familia, para entender la condición y el contexto en el que vivió el niño.
“Trato de rescatar esta memoria y esta comunidad del olvido estatal”.
Tu reportaje cuenta con varias figuras literarias, ¿crees que al periodismo actual le hace falta más de estas figuras para impactar aún más en los lectores?
Cuando uno va a estas zonas, cuando hablas con estas personas que demuestran su gran sentido de solidaridad, que demuestran tener esa magia del campo colombiano, las figuras literarias surgen más fácil. Es como una necesidad de contar con mayores elementos la grandeza que tienen estas personas que han sufrido el conflicto armado de manera directa.
Es algo para resaltar porque en la dinámica actual del periodismo se le echa mucho la culpa a la inmediatez, pero si uno se da cuenta la inmediatez siempre ha existido. Este ejemplo es para decir que es fundamental rescatar las figuras literarias, estas deben ir en armonía con la historia, con los sentimientos de las personas, con la magia del lugar.
Voy con la posición abierta pero respetuosa a la zona y lo que hago es captar lo que siento, lo que vivo, lo que me transmiten las demás personas y lo reflejo con esas figuras literarias que, de verdad, me ayudan demasiado; es algo que va en la naturaleza del periodista.
Mural 3 Polideportivo, Santa Rita
Con la firma de los acuerdos de paz en La Habana, entre las Farc-EP y el gobierno de Juan Manuel Santos, la comunidad de Santa Rita experimenta tranquilidad y esperanza. Los liderazgos civiles germinan en una población que busca reconocimiento y apoyo por parte del Estado. Foto cortesía Serafín Maquin.
Ese 25 de marzo, José Guillermo Valencia Perdomo se levantó a las cinco de la mañana a preparar el desayuno para sus hermanos, como lo hacía cotidianamente. Acto seguido, marcharon rumbo a la Institución Educativa Santa Rita, que se encontraba a una hora de camino. Debían llegar a las siete de la mañana.
“Estábamos pasando la jornada normal con todos mis compañeros. Salimos a formar para recibir nuestro almuerzo y, junto a un compañero, nos pareció fácil irnos hacía el basurero a intentar encontrar lapiceros, ya que no teníamos. Mientras tanto, Divier estaba en el matadero con otros amigos de clase y con mi hermano, bajando guayabas. Cuando estábamos esculcando la basura, escuchamos disparos. Mi compañero salió corriendo y yo me quedé para ayudar a tres niñas que estaban en el lugar. Entonces, vi cuando uno de los hombres disparaba por detrás de la escuela como loco. De repente sentí un quemonazo en el pie. Empecé a avanzar saltando sobre el que estaba sano. En esas me encontré con la personera y otras estudiantes, ellas me ayudaron a entrar al salón de informática. No sentí dolor, lo único que me importaba era saber cómo estaban mis compañeros y mis hermanos”, narra José Guillermo, quien hoy, con 20 años de edad, aún se muestra intranquilo cuando vuelve sobre sus recuerdos. Confiesa que es la primera vez que habla de esos hechos con un periodista. Con la voz quebrada recuerda que Divier era un amigo con el que él y sus hermanos jugaron todas las tardes de la infancia, hasta aquel mediodía.
¿Cuáles son esas recomendaciones que nos podrías dar para entrevistar a amigos y/o familiares de las víctimas del conflicto armado?
Hablar con los familiares de las víctimas implica un gran sentido de humanidad, entender lo que viven sin tratar de ser quien da respuestas porque comprende desde lo externo. Cuando se habla con una víctima es importante no ir con prejuicios, se debe estar muy abierto a un diálogo, comprender los silencios. También se debe tener la capacidad de indagar en datos sin que esto atente contra la sensibilidad del familiar. Es como un diálogo, un diálogo ameno sin prisa, un diálogo donde se pueda mirar a la persona a los ojos y la persona pueda ver que somos humanos, que no vea la lógica de obtener un dato para crear una historia sensacionalista sino que el familiar pueda construir esa memoria y que pueda continuar con el duelo que tiene.
“Debemos aceptar las condiciones de la víctima, si necesita un espacio, si no quiere continuar”.
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En la finca de la familia Jiménez Clavijo, a media hora del caserío de Santa Rita, hoy crecen flores púrpuras y un espeso y florecido cafetal. Sentados en el corredor principal de la colorida casa, una mujer alta, corpulenta, de ojos marrón y largos silencios; y un hombre alto, de bigote oscuro y sonrisa constante, concentran la mirada en la cadena de montañas altas y bajas, que parecen dibujadas al óleo, mientras buscan las palabras con las que quieren relatar lo que ocurrió, hace una década, con su pequeño hijo.
“Pienso que mi niño después de que sintió ese totazo no supo más, no sintió nada”, es la primera frase que suelta Miller Jiménez, el padre de la víctima. Luego se toma un tiempo, impulsa la silla mecedora donde está sentado, y retoma el relato: “ese día estábamos nosotros aquí (en la finca), llegamos, almorzamos y nos pusimos a mirar televisión un rato. El niño pequeño le había aventado todas las cobijas encima al celular, y por eso no escuchamos cuando timbraba. Había como cincuenta llamadas perdidas. Entonces llegó mi hermana y el yerno, y nos dieron la noticia: “¡mataron a Divier! ¡mataron a Divier!”. Yo pensé que era un muchacho de la vereda que se llama igual, pero luego entendí que era mi hijo. También mi sobrino desde la loma nos gritaba que nos fuéramos para el pueblo”, simula un bostezo y se frota los ojos con las manos para quitar cualquier rastro de humedad.
Adelaida Clavijo, madre del menor, toma la palabra y, sin que pueda contener las lágrimas, vuelve a aquella mañana de 2010: “él se fue a estudiar. A diario la despedida era muy linda. Ese día se despidió diciéndome -chao mami, hasta por la tarde, nos vemos-, y se fue a toda carrera con los hermanos, porque en ese tiempo no teníamos ningún transporte, y, de acá hacia allá, hay casi una hora a pie”. Inmediatamente Miller agrega: “recuerdo tanto que ese día yo venía de por allá abajo de sacar unos plátanos, y me lo encontré con las hermanitas. Le dije -papi váyase ligero. Nosotros le decíamos pipiolo”. Adelaida retoma la palabra y confiesa que “es muy duro cada año los recuerdos, eso nunca se le borra a uno. Yo estaba enseñada a que cada cumpleaños de mis hijos era fiesta -el 15 de noviembre Divier cumplía años-. Todo eso se acabó. De esa fecha para acá ya no es lo mismo”.
Los años han ido sosegando el dolor que les causó el asesinato de su hijo y el señalamiento que algunos medios locales, particularmente la emisora HJ doble K, hicieron al decir que el niño era un guerrillero. El asunto lo desvirtuaron al demostrar que Divier era un estudiante de primaria, y que incluso el día que la esquirla de bala lo alcanzó, él estaba con la sudadera de la Institución Educativa Santa Rita.
Miller Jiménez y Adelaida Clavijo, padres de Divier
El 25 de marzo de 2010 miembros del Gaula del Ejército, en desarrollo de una operación contra supuestos miembros del Frente 66 Joselo Losada de las Farc-EP, atacaron la población civil de Santa Rita. Entre los civiles muertos está Divier Alexander Jiménez Clavijo, de diez años de edad. Ocho años después, sus padres Miller Clavijo y Adelaida Clavijo continúan esperando la reparación integral por parte del Estado. Foto cortesía Serafín Maquin.
Con tu experiencia en el campo periodístico, ¿consideras que la afirmación de la emisora HJ doble K diciendo que Divier era guerrillero se produjo por la inmediatez de la noticia o fue influenciada por agentes del estado?
Esto se da en un momento de tensión, se da en un momento en el que al parecer no se contaba con la información suficiente y en donde las fuentes no son las principales, se basaron en el informe militar. La información que manejaba el Ejército, principalmente el Gaula era que el operativo fue en contra de una estructura de las FARC en la zona.
Considero que fue una información arriesgada, no midieron la afectación que tuvo en la familia, la mamá de Divier la tiene muy presente y eso le generó cierta apatía con los periodistas, con la prensa. La familia afirma que los afectó mucho en el nombre y la honra de su hijo. Al parecer, nunca hubo una rectificación.
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¿Cómo encontraste el archivo del periódico de El Tiempo en el que hablan sobre la muerte de Divier?
Es un elemento que se recopila en el marco de la investigación con objetivo de poder contrastar con evidencias lo que se dijo en el momento. Es un documento muy valioso que se encontró en Internet e hizo parte del material contextual de la investigación.
¿Cómo obtuviste la sentencia en primera instancia del Juzgado Segundo Administrativo de Descongestión del Circuito Judicial de Neiva?
Primero nos acercamos a los abogados de la familia, después revisamos la prensa que hacía alusión al proceso judicial. De esta manera obtuvimos la documentación, en esas sentencias se puede analizar las incongruencias del proceso y también se puede segmentar el hecho, los testimonios de las víctimas y demás que han ido construyendo.
Es un trabajo articulado desde varios ángulos. El periodista debe tener la capacidad de interpretar esos documentos, mirar qué piezas son importantes para el relato y decidir de qué manera estos documentos no van a atentar contra los familiares de la víctima o de la víctima misma. El acompañamiento de la editora Juliana Castellanos estuvo muy acuciosa con los documentos y apoyando a la historia para que fuera coherente y respetara la integridad y la memoria de Divier.
Finalmente, quiero agregar que es muy importante los espacios que CdR motiva en las regiones de Colombia, esto permite a periodistas como yo aprender y demostrar las capacidades periodísticas del sur del país. El proceso de principio a fin de esta historia ha sido muy enriquecedor, me ha dejado lecciones importantes no solamente para mí sino también para una manada de periodistas nuevos que están haciendo la resistencia en el oficio.