Durante los años de la guerra, una orquesta integrada por 18 guerrilleros de las FARC cavaban una trinchera para ensayar bajo la tierra y así evitar que los militares del Ejército Nacional los escucharan y vieran: “Hacíamos un hueco ancho y profundo, le poníamos palos y hojas y les echábamos tierra encima. Adentro prendíamos una vela, cantábamos a todo pulmón, y afuera no se escuchaba nada”.
Luis Alberto Mendoza, alias “Emilio”, un excombatiente que estuvo en las filas de las FARC durante más de 20 años, contaba esta historia en La Carmelita, un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) cerca al río Putumayo en el 2017.
Esta es una nota escrita por Sinar Alvarado, periodista freelance, las fotografías son propiedad de Federico Ríos, fotoperiodista freelance y fue publicada en la Revista 5W, un medio alternativo de periodismo narrativo en el que se resaltan sus crónicas. Cabe resaltar que la Revista 5W subsiste de la suscripción para acceder a sus contenidos, hablamos con ellos para que liberaran esta nota en el marco del día internacional de la destrucción de las armas de fuego y entrevistamos a Sinar para conocer los detalles de esta pieza. De antemano agradecemos la confianza de la Revista con nosotros y nuestros lectores, el tiempo de Sinar para respondernos y las fotografías de Federico. Así mismo, los invitamos a que apoyen a la Revista y se suscriban, el periodismo independiente se construye entre todos.
Muchos periodistas sueñan con encontrar una historia que contar, ¿Cómo obtuviste el contacto de Luis Alberto Mendoza?
Llegué a esa historia como he llegado a varias otras que me han resultado atractivas y relevantes. Llegué por azar: fui a Putumayo a una vereda que se llama La Carmeltia, cerca de Puerto Asís, con el fotógrafo Federico Ríos (por esa época hicimos varios trabajos juntos para el New York Times). Originalmente íbamos a visitar esta zona veredal porque era una de las 24 zonas que más avanzada estaba en términos de infraestructura, tenía un pequeño pueblo construido y bastante ayuda del estado; el SENA les estaba llevando cursos de panadería, cocina, carpintería.
Una vez en el lugar, empezamos a caminar y a conocer a los excombatientes. Estábamos hablando con algunos a muy tempranas horas de la mañana y yo escuché música, un acordeón sonando; el sonido venía de una de las casas de ahí. Me acerqué, toqué la puerta, entré y adentro estaba un joven venezolano que estaba viviendo en el campamento porque se había postulado a una convocatoria que le llegó a Facebook donde decía que necesitaban a un músico, a un acordeonero. Él es de Maracaibo y estaba sin trabajo, se postuló y luego de ser aceptado descubrió que se trataba de las antiguas FARC, que iba a tocar para una orquesta de la guerrilla.
Empecé a charlar con él, me contó la historia, sobre los otros músicos que estaban ensayando y que incluso tenía una cabina de estudio. Nos fuimos caminando a la parte de atrás del campamento y efectivamente había un área con un gran toldo de plástico donde toda la orquesta ensayaba, eran más o menos 20 músicos. Más atrás, al fondo del campamento, en un espacio que era casi selva, habían construido una caseta y adentro había equipos de sonido, un computador, consolas de audio, micrófonos, etc. Ese día estaban ensayando y grabando.
Nos pusimos a conversar con Luis Alberto, él me contó sobre los días de la guerra, me impresionó saber que la orquesta era tan antigua, yo pensé que ellos habían armado la orquesta después del acuerdo de paz. Charlando con él supe que tenía más o menos 20 años haciendo música en la clandestinidad, en el monte. Me contó una anécdota con la que decidí abrir la nota que es cuando describe cómo ensayaban bajo tierra. Así como ellos cavaban trincheras, también cavaban subterráneos donde se encerraban a cantar.
Yo soy muy sensible, me dejo impresionar por ciertos momentos y ciertas escenas de las historias que me parecen muy potentes, atractivas y que me parece que dicen cosas sobre las historias. Esos momentos en que alguna fuente, algún personaje cuenta un episodio, yo como reportero tengo la posibilidad de imaginar la escena y en esos momentos, por puro instinto periodístico y narrativo, si siento que la escena me conmueve, me estimula o me dispara la curiosidad, pienso y confío en que a los lectores les puede ocurrir lo mismo.
En el momento en el que él me contó esa escena y yo empecé a pedirle más detalles porque sabía que podía ser una escena muy rica en el texto, ahí fue donde me convencí que tenía que contarla.
Pasó un tiempo antes de que yo le propusiera la historia a la Revista 5W, la relevancia surgió cuando yo supe que la orquesta se había acabado. Ellos eran optimistas, habían cantado en la última conferencia de las FARC, se habían presentando en el lanzamiento oficial del nuevo partido Fuerza Revolucionaria del Común, los habían invitado a las fiestas de San Pedro en Huila. Tenían trabajo, decían que les iba a ir muy bien y que iban a tener oportunidades de vivir legalmente durante su reincorporación a la sociedad, a diferencia de otros de sus compañeros que han tenido grandes dificultades o que incluso los han asesinado. Al final el resultado fue negativo, esta orquesta que duró 20 años sonando bajo las difíciles circunstancias de la guerra, irónicamente en tiempos de paz se apagó.
Guerrilleros de las FARC caminando con sus mochilas, armas y una guitarra. Foto: Federico Ríos.
En la Carmelita vivía Luis Alberto, la orquesta Los Rebeldes como se hacían llamar, junto a 473 excompañeros de armas que dejaron, llenos de esperanza, las selvas para concentrarse en estos lugares y tener una preparación para volver a la vida civil. Luego de la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno y la antigua guerrilla, 6.804 exguerrilleros dejaron las armas y se asentaron en 24 ETCR.
Un total de 11.979 excombatientes reciben el 90% del salario mínimo por parte del Estado como lo habían acordado. Según el Registro Nacional de Reincorporación, el 76% de ellos es optimista con el proceso de reinserción: El 96% sueña con realizar algún emprendimiento y solo el 4% piensa en ser empleado.
La investigación cuenta con datos pocos conocidos a la opinión pública como el número de excombatientes que viven en los ETCR, por fuera de ellos y de los que no se tiene conocimiento de su paradero, ¿Cómo accediste a estos datos?
En los últimos años, el trabajo en el New York Times me ha ayudado a mí como narrador y reportero, a volver más consistente y más sólidas las piezas que escribo. Hace unos años siento que escribía más crónicas que eran más relatos centrados en lo anecdótico o en lo sorprendente pero que no tenían suficiente respaldo en los datos concretos. Las piezas que he ido escribiendo en años más recientes, incluida esta, se acercan más a un periodismo narrativo que me gusta y que creo que debería estar haciendo ahora y en el futuro.
Un tipo de periodismo narrativo más completo que por un lado cuenta la historia y recurre a escenas como esa escena inicial que abre la crónica, más cercana a la literatura, con creación de atmósferas, con descripción, con reflexión; eso por un lado y lo disfruto mucho y lo hago bien. Pero por otro lado también debe estar la otra parte del periodismo, el dato concreto. Estos datos ayudan a comprender y a darle contexto al lector: números, ¿De cuántas personas estamos hablando? ¿Cómo va este proceso en términos reales? ¿Cuáles son las amenazas? ¿A cuántos de ellos han asesinado? ¿Dónde los han asesinado? ¿Por qué los han asesinado? Ese tipo de preguntas concretas del periodismo puro y duro, ayudan a fortalecer el relato y a sostener la pieza.
Es parte del trabajo, he ido armando un método en el cual antes, durante y después de que la pieza esté escrita, abro siempre unas 25 o 30 pestañas en mi computador donde tengo informes, cifras de distintas fuentes, conversaciones por WhatsApp o por correos electrónicos donde hay más datos. Trato de tener suficientes datos y en la medida de lo posible no pecar por omisión o por exceso. En líneas generales, esta información de cifras, de datos, de informes, suele estar disponible para los periodistas en Colombia.
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¿Qué consejos nos darías para entrevistar a un excombatiente?
Es el mismo aprendizaje que yo saqué en una temporada en la que hice un libro sobre el único asesino múltiple en la historia de Venezuela, fue un trabajo que exigió mucha reportería en cárceles, visité 3 cárceles muy cerca de las fronteras con Colombia, en una de ellas incluso dormí, tuve que pasar la noche allí. En ese momento era un reportero muy joven y muy novato, cargado de prejuicios, con mucho miedo, mucha inexperiencia. Para la mayoría de la gente los presos casi que no son humanos, la sociedad tiende a verlos como ogros, como monstruos, como el malo químicamente puro y no existe la maldad pura, como tampoco existe la bondad pura. Los seres humanos estamos llenos de pliegues, de contradicciones, de grietas, de infinitas proporciones de bien y de mal.
La reportería en las cárceles y luego la reportería con los exguerrilleros y paramilitares de Colombia, me convenció aún más de una verdad que es evidente y es que todos son personas, son seres humanos. Son gente que ha tenido que vivir una vida extrema, que cometieron delitos, eso no está en discusión, pero como nuestro oficio es contar una realidad, antes de contar esa realidad debemos ponernos el reto de comprenderla, de conocerla, analizarla, medirla en sus justas y complejas proporciones.
Mi único consejo es acercarse a esta gente como deberíamos acercarnos a todas las personas cuando hacemos nuestro trabajo, con la mente muy abierta, tratando de dominar nuestros prejuicios, siempre dispuestos a entender y a tratar de responder lo que para mí es la pregunta más ambiciosa del periodismo interpretativo: “¿Por qué?”, ¿Por qué ocurren estas cosas?, ¿Por qué estas personas crecieron en los lugares donde crecieron?, ¿Por qué estos hombres y mujeres tuvieron que enfrentarse a una vida donde la única figura de autoridad eran los entes armados: Las FARC o el ELN o los paramilitares o el Ejército, y qué implica para una persona crecer en esas circunstancias?
A medida que uno se acerca más a esta gente con la guardia abajo, dispuesto a hacerles las preguntas necesarias, a entenderlos y a ponerse en los zapatos del otro, estaremos más abiertos a captar la realidad de la violencia colombiana con toda su complejidad y luego, ser también capaces de transmitirla a los lectores. Si no logramos entenderla en sus justas medidas, la versión que estamos transmitiendo a los lectores será la continuación de nuestros prejuicios y de nuestros miedos.
En la investigación se mencionan dos lugares claves para Mendoza: La Carmelita. ¿Cómo fue el trabajo de reportería en esta zona?
En ese momento ya había mucha más seguridad repartida. Definitivamente, unos años antes hubiese sido más difícil. En Putumayo, en esa zona o hacia otras zonas donde tuve que ir por otros trabajos, fueron lugares donde la gente me decía: “Aquí donde estamos, hace dos años no se podía estar”. Después de la firma del Acuerdo fue muy evidente el cambio de la situación, ya habían muchos más lugares a los que uno se podía acercar con menos miedo, menos riesgos, y en el caso de La Carmelita fue así. Es un lugar que está cerca del casco urbano de Puerto Asís: tuvimos que viajar una hora por una carretera destapada y luego cruzamos un río en un planchón pero no era un sitio demasiado inaccesible, he estado en lugares mucho más difíciles de acceder y que hoy, siguen siendo mucho más peligrosos como la zona rural de Tumaco, esas zonas que ahora están controladas por las Disidencias.
Los Rebeldes del Sur ensayan bajo una tienda de campaña en medio de la jungla de Putumayo. Foto: Federico Ríos
El proceso de paz está en medio de una crisis, con el Gobierno a cargo de Iván Duque, un político que llega al poder en el 2018 promovido por el expresidente Uribe. La antigua guerrilla ahora convertida en partido político, ha criticado severamente la falta de voluntad para cumplir con lo pactado en los Acuerdos. Más de 130 excombatientes han sido asesinados desde la firma del acuerdo, la falta de garantías y de empleo han hecho que varios de ellos no vean otra opción más que volver a la clandestinidad con las banderas de las Disidencias o del ELN.
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Desde tu punto de vista, ¿Cómo has visto hasta el día de hoy, la reincorporación de los excombatientes a la vida civil y el papel de los periodistas en este proceso?
El periodismo ha ido adaptándose a los cambios de la realidad. En ese momento lo que prosperaba en cierta parte del país era expectativa y esperanza, estamos hablando de 13 mil excombatientes con sus respectivas familias que sentían que podían volver a una vida normal o relativamente normal. En muchos de ellos era muy evidente el cansancio de la guerra, ya no querían saber más de eso porque venían de una vida donde no habían vacaciones, por ejemplo; tenían que estar todo el tiempo, 24 horas al día, todas las semanas, durante los 12 meses del año, durante muchos años en lo mismo. Además, vivían siempre de una manera colectiva: la soledad, la independencia, la privacidad eran bienes escasos en la vida guerrillera, siempre estabas rodeado de gente.
La posibilidad de esta paz abrió esperanza para ellos y para mucha gente que vio en ese proceso finalizar las décadas de esta violencia y el periodismo contó eso, la inminencia de la transición a un país nuevo, a una sociedad distinta. Algunas de las expectativas no se han cumplido, varios de los temores y de los riesgos se han confirmado y ahora el periodismo lo que está contando es eso, cómo el proceso de paz y su oferta de un país distinto moderno y pacífico, está en jaque; no hay garantía de que eso se logre construir. Aunque la inmensa mayoría de los excombatientes de las FARC han respetado lo acordado, hay un pequeño porcentaje que no supera el 10% que volvió a la violencia de las manos de las Disidencias o del ELN, sigue habiendo muchos desafíos que el acuerdo de paz necesita lograr para consolidarse y convertirse en una realidad duradera.
Lo que estamos viendo hoy en buena parte de los medios colombianos e internacionales, es el reflejo de la realidad, una paz posible que no termina de ser cierta.