Esta historia fue realizada por la periodista del diario Semanario Voz, Renata Cabrales Cueto. Ella visibiliza la voz de cinco mujeres que esculcan en los recuerdos que las han marcado, y como si sacaran un objeto valioso de un viejo baúl y le quitasen el polvo, cuentan sus recuerdos, sus experiencias en esa época y su impacto en la vida que hoy lleva, aún con el miedo latente.
La historia narrada en cada uno de los apartados (la exiliada, la sindicalista, la estudiante, la trabajadora y la docente) cuenta con el cruce de historias, la vivencia de cada mujer y su forma de resistir a la adversidad, la violencia, el olvido, y cómo los cambios emocionales son un punto importante para la reconciliación y el fin del conflicto armado, puesto que en sus voces están las “memorias perdidas.”
Cada relato es un retrato de la fortaleza de estas mujeres que desde distintos espacios como la Universidad de Córdoba, sus profesiones y de su vida cotidiana promueven el empoderamiento femenino, la resistencia pacífica y la construcción de Paz en Colombia, para que más mujeres como ellas no vivan el silenciamiento sistemático que describen, con “nostalgia”.
En el primer apartado, La exiliada, Cabrales entrevista a Ruby Cueto, compañera sentimental de René Cabrales, líder sindical, quienes ahora están en Suiza debido a las múltiples amenazas y atentados, que resultaron cobrando la vida de su nieta Alejandra.
En La sindicalista, Ilva Santos, de 62 años, cuenta cómo fue la persecución para ella y su compañero en la Unicordoba, el desplazamiento de él, y cómo tuvo que criar a sus hijos la mayor parte del tiempo sola.
El tercer apartado, La estudiante, cuenta la historia de Vilma Salcedo, quien es exalumna de la Universidad y fue militante de las Juventudes Comunistas, compañera del hijo de los sindicalistas Ruby Cueto y René Cabrales, quien estuvo en el atentado donde asesinaron a su nieta Alejandra, y que recuerda “Yo estaba embarazada de mi hija Isabel. Durante el tiroteo, me escondí en el patio. Recé por mi hija y por Alejandra, la sobrina de Alaín, quien no sobrevivió. Mi hija nació casi un mes después y siempre sentí que Alejandra la cuidaba desde el cielo”.
En el apartado La trabajadora, Gloria Padilla, comenzó a trabajar en la Universidad de Córdoba en 1998, mismo año en el que conoce a Antonio Flórez, presidente del sindicato. Comienzan a salir y se enamoran, pero los persiguen, así que, según la entrevista con Cabrales, se tenían que encontrar en secreto en diferentes rincones del país, donde nadie los conociera, así podían amarse con libertad, lejos del hostigamiento y las amenazas de las cuales era víctima Florez por su labor de sindicalista.
Para esta historia, La Docente, Cabrales tiene que recurrir a la protección de la fuente, debido a que por años la situación de una de las docentes de la Unicórdoba, Elvira Sánchez, de 53 años de edad, es crítica.
Incluso hoy, los hostigamientos no se detienen. La docente de enfermería cordobesa explica la génesis de sus problemas: “Entré a protección por mi propia cuenta, por los procesos que se estaban llevando en el sindicato en ese momento. Eran unas investigaciones internas del sindicato sobre el manejo de presupuesto. Trabajamos sobre ese punto y a mí me ponen en protección. El sindicato presentía que había problemas en la contratación y se estaban haciendo estudios. Nosotros, es decir el sindicato, empezamos a hacer investigaciones”, señala Sánchez en la investigación.
Cabrales dedica un último apartado a “El miedo que sembró la toma paramilitar”, para contar cómo de esta “cacería de brujas”, estas mujeres, han sabido reinventarse, resistir y generar cambios culturales y sociales, a partir de su capacidad de resiliencia luego de sobrevivir a los estragos del conflicto armado, político y social del país.
En medio de los acuerdos de paz, tratan de reconstruir los relatos que le faltan a la historia del país. “Sus memorias rotas por el miedo que aún sienten por hechos del pasado, indefectiblemente las convierten en protagonistas del presente”. (Fragmento de la investigación)
Entrevistamos a Renata Cabrales sobre su participación en el proyecto desarrollando esta historia, sobre cómo abordar estas temáticas desde las víctimas y sobre el proceso de investigación y sus retos.
¿Cómo usar un lenguaje ameno con las víctimas en este tipo de conflictos?
En cuanto a qué lenguaje usar con las víctimas, opino, por experiencia propia (soy victima del conflicto), que más que buscar un lenguaje ideal o ameno, para dirigirse a las víctimas, es necesario lograr que esta persona se sienta cómoda y en confianza antes de empezar a hablar de las circunstancias que le competen a la o el periodista, pues en un ambiente amable y familiar, sin que se haga una pregunta específica, estas personas suelen narrar todo lo ocurrido, pero solo, si se sienten muy cómodas con las personas a su alrededor. Y con ambiente cómodo, no me refiero a un ambiente de lástima o conmiseración, que eso es diferente.
¿En el proceso investigativo y de reportaje hubo algún reto que la haya marcado?
Como en cualquier proceso, siempre hay algún tipo de reto y asimismo alguna frustración. En mi caso, todo el tiempo esperaba que las mujeres, teniendo en cuenta el ambiente de confianza que trataba de ofrecerles, me contaran cosas muy personales (no sé si es algo morboso) pero quería escuchar anécdotas personales que las hayan marcado, de acuerdo al conflicto del que hicieron parte, para escribir algo así como las crónicas de: La guerra no tiene rostro de mujer; pero creo que se necesita mucha más experiencia en el campo del periodismo para lograr algo así. Solo queda el consuelo de saber que Svetlana Alexiévich, por algo, es una premio Nobel de Literatura.
¿La resiliencia para estas mujeres da un paso a la esperanza y el cambio?
100%, sin la capacidad de resiliencia es muy difícil soltar el peso del pasado, que no se deja atrás del todo, pero la resiliencia ayuda a que este peso sea más liviano, que no se sienta solo como una carga sino como un combustible que empuja hacia adelante, que al mirar atrás no piense una en detenerse a lamentar lo sucedido, sino buscar siempre la forma de hacer algo para que eso no vuelva a suceder. Como la capacidad del águila de renovarse, esto es lo que sucede con la resiliencia en las mujeres víctimas del conflicto, capacidad de sanarse, de ponerse de pie, de ocupar la cabeza en cosas fructíferas, y lograr salir adelante a pesar del peso del pasado a las espaldas.
¿Qué consejos periodísticos puede brindar a los lectores para la reconstrucción de memoria?
Primero que todo, para reconstruir la memoria es necesario y obligatorio mantenerse siempre en diálogo permanente con las víctimas directas del conflicto, y las no tan directas, pues en 52 años de guerra, cada persona, aunque ella misma no sea consciente de eso, tiene algo que contar, por mínimo que sea. Es necesario, por ende, reconstruir un relato de las víctimas, paralelo al relato oficial. Porque son las víctimas, sobre todo las mujeres campesinas y las mujeres de diferentes regiones y comunidades, quienes más padecieron el conflicto de diferentes maneras. Entonces, no solo las víctimas en general pueden volver a narrar la memoria como podrían hacerlo las mujeres del país.
Así mismo, es necesario también escuchar las voces de los diferentes actores armados, ya que son muy diferentes las motivaciones para participar en la guerra de un guerrillero a las de un soldado raso o un paramilitar y asimismo, son diferentes los modus operandis de los actores en las diferentes regiones. Un buen periodista siempre debe estar día en la historia oficial del conflicto, pero más aún, en los relatos de las víctimas y los diferentes actores.
¿Cómo el conflicto marca a estas mujeres para luchar por el empoderamiento femenino?
Es de saber, sin tener las estadísticas a la mano, que durante estos más de 50 años de guerra, fueron las mujeres las principales víctimas, de forma diferencial, si se puede decir, pues fueron muchas las que padecieron abusos sexuales por parte de actores armados sobre todo paramilitares y militares, es decir, sus cuerpos fueron usados como botín de guerra con el fin de castigar al enemigo.
En diferentes regiones los paramilitares comparaban niñas y adolescentes vírgenes para convertirlas en “sus mujeres” y muchos padres y madres de familia no tenían otra salida más que venderlas, por miedo, o por la difícil situación económica en la que se encontraban. Asimismo, son las que cargan con el más pesado lastre del desplazamiento forzado, pues al ser expulsadas del territorio o al abandonarlo por miedo o persecución, ya han perdido a sus esposos, padres, hermanos y se han quedado solas con sus hijos.
Son ellas además, las más despojadas de tierras, pues al no tener derecho a la titularidad, al perder a los compañeros, es difícil recuperar un terreno que no está a su nombre. Y así, sin tener las estadísticas exactas, al ser las mujeres las que más padecen el conflicto, al marcarlas de diferentes maneras, tienen más capacidad de resiliencia y asimismo de empoderarse para seguir luchando por su vida y la de sus seres queridos y finalmente, para construir el gran relato de la memoria y para buscar la justicia, la verdad y la no repetición de los hechos.