La hermana Yolanda Cerón Delgado sabía que la iban a matar. No sabía cuándo ni cómo, pero tenía la certeza de que terminaría ofrendando su vida por el trabajo que había desarrollado por las comunidades afrodescendientes del pacífico nariñense. Esa certeza también la tuvieron sus familiares en agosto de 2001, un mes antes de su asesinato, cuando la recibieron en la casa materna, en Berruecos, Nariño. Había ido a celebrar el cumpleaños de su padre, pero la vieron cansada. “No era como antes que llegaba alegre. Estaba pensativa. Hablaba con nosotros, pero se dispersaba”, recuerda Miriam del Carmen Cerón, su hermana.
Las amenazas llegaron a medida que el trabajo de la hermana Yolanda denunciaba la presencia de grupos armados ilegales en la zona; la corrupción y negligencia de las autoridades frente a las necesidades de la comunidad; y la complicidad entre las fuerzas armadas y los paramilitares que comandaba ‘Pablo Sevillano’ en Tumaco. Una mañana de 2001, cuando ingresaba a la iglesia La Merced de ese municipio, encontró una misiva anónima al pie de la puerta. La leyó detenidamente, en silencio, y luego en medio de un llanto inevitable dijo: “yo sé que me van a matar”.
María Valeria Mina, una de las mujeres afrodescendientes más cercanas a la hermana Yolanda, narró la escena el viernes 25 de junio de 2021 en Rionegro, Antioquia, en el “Encuentro por la Verdad: Reconocimiento de Responsabilidades en el caso del asesinato de Yolanda Cerón Delgado”, evento organizado por la Comisión de la Verdad, mecanismo temporal y extrajudicial que busca conocer la verdad de lo ocurrido en el marco del conflicto armado colombiano. Allí, familiares, amigos y un grupo de líderes y lideresas del Pacífico nariñense se congregaron para hacerle un homenaje, recordar su legado y escuchar la versión de algunos de sus victimarios, miembros del Frente Libertadores del Sur, sobre el atroz crimen cometido en septiembre de 2001.
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Yolanda nació el 15 de septiembre de 1958 en Berruecos, cabecera del municipio andino de Arboleda, en Nariño, al suroccidente de Colombia. Era la cuarta de cinco hermanas y un hermano adoptivo. Heredó la devoción católica que su familia pregonaba por tradición y entendió que su camino estaría forjado por dos designios que no abandonaría jamás: su amor por la religión y el servicio hacia los desahuciados.
A mediados de 1970, después de sus estudios de primaria y secundaria, llegó al barrio popular La Rosa en la ciudad de Pasto, para integrarse en una casa de misión de la orden religiosa de la Compañía de María Nuestra Señora, la primera orden femenina apostólica fundada por Santa Juana Lestonnac, el 7 de abril de 1607 en Francia. Allí Yolanda Cerón talló durante 10 años su vocación y fuerza espiritual, y tuvo la experiencia de trabajar con comunidades marginadas.
“Yolanda era toda una intelectual”, recuerda la hermana Diana Lucía Gaviria, una de las mejores amigas en la comunidad religiosa. Lo dice porque era una obsesionada con el estudio. Leía con voracidad cuanto texto cayera en sus manos, para debatirlo y confrontarlo con la realidad social y política del país. Algunos temas de preferencia eran la ‘pedagogía del oprimido’, ‘educación popular’ y ‘cristología’. Al final, sus reflexiones desembocaban en los hilos que tejieron su camino: el amor a los pobres, el respeto por la vida y la dignidad de las personas.
Según la hermana Diana, Yolanda Cerón llegó hasta el pacífico nariñense gracias a la Compañía de María, que tenía casas de inserción en varios lugares de Colombia. Una de ellas estaba en la vereda La Playa y Salahonda, en el municipio de Francisco Pizarro, donde fueron invitadas a conocer la experiencia que adelantaba la comunidad religiosa. Fue tanto el interés que despertó este lugar en la hermana Yolanda, que decidió dejar sus estudios en Ciencias de la Educación y Religión en la Universidad Mariana de Pasto para ir al territorio que años más tarde no estaría dispuesta a abandonar. Aunque después ella entendió que para prestar un mejor servicio a la comunidad debía terminar sus estudios, así que ingresó a la Pontificia Universidad Bolivariana en Medellín.
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Teotista Alarcón es una mujer afrodescendiente que trabajó con la hermana Yolanda. Mide un poco más de metro y medio, su voz es suave pero segura, su cabello ensortijado se recoge en varias trenzas cortas que se posan sobre su nuca, habla con carisma, entre pequeñas carcajadas. Su casa es de madera, amplia y fresca. Con tres ventanas medianas en los costados y dos en la fachada. Es amarilla por fuera y por dentro, con algunas tonalidades verdes en su interior. Vive en la vereda La Playa, en Francisco Pizarro, uno de los 10 municipios que conforman la costa pacífica nariñense.
A él se llega desde Tumaco, la segunda ciudad portuaria más importante de Colombia. Se toma una embarcación que recorre el mar pacífico hacia el nororiente durante 40 minutos, hasta divisar la frondosa y verde Isla del Gallo, que anticipa la llegada a Francisco Pizarro. Allí, la nave se desliza hacia la derecha para tomar un estero, una especie canal que se genera entre manglares donde el mar transita en calma. Luego, sobre el margen izquierdo, aparece la cabecera principal: Salahonda. Desde Salahonda se camina por algunos minutos, entre calles de tierra y escaso pavimento, hasta encontrar y atravesar un puente largo y angosto, labrado en madera, acompañado a lado y lado de palafitos familiares alineados perfectamente. Al final, muy cerca del mar, asoma la vereda La Playa con sus casas de madera.
A la derecha Teotista Alarcón junto a su nieto e hija, en la vereda La Playa, Francisco Pizarro. (Tomada por: Angélica Aley Moncada).
Estos dos lugares los recorrió la hermana Yolanda a sus 22 años, a inicios de 1980. Pero fue La Playa su residencia principal, pues allí estaba la casa misional de la Compañía de María y la Institución Educativa La Playa, donde inició su labor como educadora y líder religiosa. Justamente, una de las primeras personas que se dio cuenta de su presencia fue Teotista, cuya residencia se ubica al frente y a pocos metros de distancia.
─Ella trabajó en la escuela, con los niños. Así se vinculó. Nos fue conociendo, y nosotros a ella; ya se fue enamorando de la comunidad y nosotros la acogimos. Era una india por fuera, pero por dentro ¡era negra! ─ evoca Teotista.
La educación, la religión y las mujeres fueron portales que le permitieron a la hermana Yolanda adentrarse en las comunidades del pacífico. Además de Teotista, Martina Granja, fornida y alegre, y Mercedes Yepes Montaño, una mujer de hacha y machete, se enteraron del arribo de la hermana en medio de las ceremonias litúrgicas realizadas en la parroquia ‘Señor del Mar’ o en sus visitas a la escuela para dejar a sus hijos. Poco a poco se familiarizaron con el nuevo rostro que las acompañaría. Con ellas y otras mujeres la hermana se hizo negra. Yolanda entendió y se apropió de las tradiciones afrodescendientes que ligaban la música, el baile y la narración oral a través de cantos, décimas, alabaos y arrullos. Y aprendió a cómo aliñar los pescados; a despresar, pelar y sazonar gallinas. Incluso, dicen algunas, aprendió a preparar el manjar predilecto de estas tierras: el ‘tapao’.
También, junto a otras religiosas, la hermana Yolanda estaba al tanto de que las cosas en el poblado funcionaran bien: que la planta eléctrica no presentara fallas, que el puesto de salud tuviera lo necesario para brindar un buen servicio, que se realizaran campañas de aseo en el pueblo, generar proyectos productivos para la comunidad y gestionar apoyos a los pescadores.
─ En la parte política era la más destacada de todas─, asegura Juan Carlos Angulo, integrante del Consejo Comunitario Acapa. Él la conoció en La Playa desde los 8 años, cuando ingresó a la escuela. Las palabras y el trabajo de la hermana Yolanda llamaron tanto su atención, que luego pasaría 15 años acompañándola en sus labores. Según él, la hermana Yolanda viajaba los fines de semana río arriba hacia otras veredas con Biblia en mano a compartir el evangelio y reflexionar sobre la importancia de la organización comunitaria, para hilar solidaridad entre los pueblos y defender el territorio y sus derechos cuando fuera necesario. Hablaba del territorio como un regalo de Dios donde debían convivir en paz y tranquilidad. “En esa época las comunidades eran muy espirituales. Por eso el contacto con la religión era significativo, eso alimentó y maduró el vínculo”, asegura Juan Carlos.
Ángel María Estacio Rivera, el poeta campesino, quien vive por estos días en Tumaco, dice que conoció a la hermana Yolanda hace más de tres décadas, cuando él llevaba a sus hijas a la escuela en La Playa. También recuerda que las visitas de la hermana junto a otras religiosas en las veradas, terminaban en conversaciones sobre los conflictos sociales y violentos que ocurrían en Colombia, y de cómo podrían evitar que esos males llegaran a sus tierras. “Ella miraba que las comunidades estaban desorganizadas, que no entendían de eso”, dice Ángel, quien acompañaría a la hermana en sus correrías por veredas y poblados.
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En mayo del año 2000 en Salahonda hubo una celebración que duró tres días con sus noches. Festejaban la entrega del título de propiedad colectiva por parte del Incora a las comunidades negras de los municipios de Mosquera, Francisco Pizarro y Tumaco, organizadas en el Consejo Comunitario del Río Patía Grande, sus Brazos y la ensenada de Tumaco, conocido bajo la sigla de Acapa. Ese día la hermana Yolanda dijo una frase que la inmortalizaría: “ánimo, el trabajo apenas empieza”. Y no era para menos. El logro era un paso más para organizar el territorio, defenderlo, y resarcir la deuda histórica acumulada por los malos gobiernos de todo orden y línea política.
Por eso cuando en 1990 se habló de la Asamblea Nacional Constituyente para la redacción de una nueva Constitución, los movimientos afrodescendientes de Colombia se unieron para pedir que se les garantizaran los derechos sociales, políticos, ancestrales y ambientales sobre las tierras que habitaban. A este movimiento se sumó la hermana Yolanda con el apoyo de la Compañía de María y el entonces Vicariato Apostólico de Tumaco. Las victorias llegaron pronto. En 1991 la nueva Constitución Política incluyó el artículo transitorio 55, como ruta legal para el reconocimiento de las comunidades negras. Y dos años después se promulgó la Ley 70 de 1993 para reconocer y proteger los derechos territoriales, culturales y ancestrales de los afrodescendientes.
En medio de estas acciones, la hermana Yolanda tomó una decisión trascendental en su vida como religiosa. Su trabajo en las zonas rurales la distanciaban de sus actividades en la Compañía de María en La Playa, y aunque solicitaba permisos para apoyar el proceso de las comunidades negras, las superioras de la orden religiosa le pidieron que tomara una decisión: seguir con ellas o repensar sus labores.
─ Hizo una semana de discernimiento serio y al final dijo: con dolor en el alma, me retiro de la compañía. Lo hizo por un llamamiento del Señor que sobrepasaba el afecto que tenía hacia la compañía por el apoyo recibido─, cuenta la hermana Luz Eugenia Vallejo, actual directora de la Compañía de María en La Playa.
Pero su vínculo religioso no se rompió y tres años después, en 1994, asumió la dirección de la Pastoral Social del Vicariato Apostólico en la ciudad de Tumaco, donde estableció su residencia. Desde allí emprendió, junto a otros líderes y lideresas, la tarea de socializar la Ley 70 de 1993 a las comunidades para su apropiación y ejecución. Y aquellas mujeres con las que había pasado los días en Francisco Pizarro y poblados aledaños, fueron pilares importantes para el proceso. “La mujer debe salvar a la mujer”, cita la hermana Diana. Asegura que es un legado de Santa Juana de Lestonnac que va en la esencia de la Compañía de María: “como mujeres queremos potenciar todo lo que la mujer tiene, reivindicar sus derechos, sacarlas adelante. Yolanda tenía eso proyectado”.
Martina Granja, quien heredó de sus padres las dotes del canto y la música, apoyó las jornadas de socialización con su voz y ritmo: “Cuando le metí el bombo, el cununo y el canto, ahora sí la gente llegaba, porque ellos cuando oyen eso es como si la sangre los atrajera. La gente se amontonaba”. Algunos cantos que ambientaban las reuniones decían: ACAPA llegó a Colombia, a visitar Nariño /a despertar a los negros, que estaba todos dormidos. En total, Martina calcula que durante los años de 1990, junto a otros compañeros, crearon 70 canciones que hablaban de los consejos comunitarios y sus luchas por la tierra.
Cada mujer apoyó a la hermana como pudo. Mercedes Yepes, dice que en su casa se reunían con frecuencia para hacer ollas comunitarias y brindar comida a las personas que iban a las reuniones. En esa labor también ayudó Teotista Alarcón, quien recuerda grupos de hasta seis mujeres para atender cerca de 300 personas que llegaban a las asambleas. También fueron importantes mujeres como Valeria Mina, quien en cada viaje acompañaba a la hermana Yolanda entre esteros y ríos: “de noche, de día, a cualquier hora, con el agua grande, seca, jalando canoas por las playas”.
“No se veía una diferencia entre hombre o mujer, sino a un equipo que luchaba para tener la titulación de un territorio”, dice Laddie Vernaza Vidal, lideresa de Acapa y quien recuerda interesarse en el proceso cuando era una joven de 20 años. Y allí también apareció la hermana Yolanda, para ella los jóvenes eran parte fundamental. “Fue conocer un mundo diferente al que yo vivía, era un mundo especial, porque daba oportunidad de rodearse de otras personas y aportar. Ahí dejabas de ser un joven que no servías para nada”, afirma Laddie Vernaza.
De hecho, el impulso de la hermana Yolanda fue determinante para que los jóvenes tuvieran un papel protagónico en la divulgación de la Ley 70 y la conformación de los Consejos Comunitarios, a través de la Radio Revista “Nuevos tiempos para mi gente”, emitida por Radio Mira, emisora del Vicariato de Tumaco y que cubría la costa pacífica nariñense. La idea, además de sumar jóvenes para producir el programa, era que ellos entendieran el momento histórico que vivían y ser “animadores y líderes en sus comunidades”, reflexiona Luis Fernando Botero Villegas en su libro “Si el grano de trigo…vida, misión y legado de la Yolanda Cerón”, publicado en septiembre de 2008
La década de 1990 también estuvo marcada por los obstáculos que complicaron la labor de las comunidades afrodescendientes y la hermana Yolanda. La periodista María Teresa Ronderos, en su libro “Guerras recicladas, la historia periodística del paramilitarismo en Colombia”, publicado en 2014, asegura que las pocas agroindustrias de cultivo de palma aceitera, palmito y camaroneras, existentes en Nariño, temían que la titulación colectiva significara la pérdida de territorios en los cuales habían invertido millones en siembras y plantas procesadoras. Entonces defendieron sus intereses de formas diferentes: las palmiteras, empujando la formación de Consejos Comunitarios afines y con los que pudieran acordar pactos de explotación del territorio; otras, como algunas palmeras, se enfrentaron a los consejos ya existentes.
Ronderos también resalta que en 1998 llegaron los narcotraficantes para asentarse inicialmente en las rondas de los ríos Mira, Patía y Rosario y que tumbaron selva a punta de machete para sembrar la mata de coca. A finales de 1999 arrimó el primer grupo de paramilitares que conformó el Frente Libertadores del Sur (FLS), comandando por Guillermo Pérez Alzate o ‘Pablo Sevillano’, nombre de guerra. A esto se le sumó la complicidad con las fuerzas armadas estatales durante esta época.
En poco tiempo la costa nariñense se vio envuelta en un espiral de violencia. La hermana Yolanda, quien había trabajado durante dos décadas con las comunidades para hacerle frente a estos males, alzó su voz de protesta.
Fueron recurrentes sus denuncias acerca de la presencia del FLS en el territorio, los atropellos contra la población y sus nexos con miembros de la Fuerza Pública. En el libro “Aquellas Muertes que Hicieron Resplandecer la Vida”, de Javier Giraldo, publicado en el año 2012 y que es citado en una sentencia de primera instancia de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior del Distrito de Bogotá, el 29 septiembre de 2014, se afirma que el Capitán de Fragata de Infantería de Marina y comandante de Base de Entrenamiento N° 2, Nicolás Montenegro Montenegro, le pidió a la Pastoral Social, liderada por la hermana Yolanda, el envío de información sobre los nexos que denunciaba. Ella no dudó en hacerlo. “El documento presentado relataba algunos crímenes y señalaba el silencio cómplice de todas las autoridades frente a las atrocidades perpetradas por los paramilitares, así como la connivencia de la fuerza pública con ellos”, se asegura en el libro de Javier Giraldo.
“El documento parece escrito por subversivos”, dijo Juan David Múnera, Capitán de Fragata de Infantería de Mariana, refiriéndose a las denuncias de Yolanda. Esta calificación, escrita en la publicación de Javier Giraldo y que reseña la Sala de Justicia y Paz del Tribunal de Bogotá, fue realizada el 30 de abril de 2001 en un Consejo Extraordinario de Seguridad en Tumaco, donde se analizó la denuncia realizada por la hermana. Aquella frase también fue escuchada aquel día por el padre Ricardo Cruel, amigo de Yolanda y miembro de la Diócesis, y luego fue testigo de cómo integrantes del FLS la convirtieron en rumor.
─En ese entonces, lamentablemente, algunas de mis estudiantes andaban con paramilitares y me informaban lo que decían de Yolanda: que era guerrilla─, asegura.
Para esa época Tumaco estaba sumido en la violencia. Según el reporte de prensa “Impunidad y Muerte en Tumaco”, del periodista Edison Parra Garzón, del diario El Tiempo, aquel 2001 se reportaron más de 150 personas asesinadas. Según él, el origen era la disputa entre paramilitares y guerrilleros por el control territorial y el negocio del narcotráfico: “de ser uno de los pueblos más tranquilos, en menos de dos años este puerto (…) se convirtió en uno de los lugares más violentos del país”.
La acusación contra la hermana Yolanda fue su sentencia de muerte. El 19 de septiembre de 2001 a las 12:15 del día fue asesinada frente a la iglesia la Merced, en el parque Nariño. Los dos hombres del FLS que ejecutaron la acción fueron alias ‘Capulina’ y Julio César Posada, alias ‘Tribilín’, según la sentencia de Sala de Justicia y Paz del Tribunal de Bogotá, hecho que fue ratificado en fallo de segunda instancia en diciembre de 2015.
La noticia de la tragedia se difundió rápidamente hasta que llegó a oídos de su familia en Berruecos. Pedro Antonio Cerón, el papá de Yolanda, le pidió al Obispo de la Diócesis que le permitiera llevar el cadáver hasta su pueblo: “Ya la disfrutaron en vida, ahora déjenmela en la muerte”, dijo.
El asesinato de la hermana Yolanda fue una muestra de poder paramilitar: no existían intocables, ni obstáculos para ellos. La acción surtió efecto de inmediato. Algunos líderes bajaron la intensidad del trabajo y otros no regresaron a reuniones y talleres; Acapa, el Consejo Comunitario recién creado, quedó desorientado y sin liderazgos visibles; y la Pastoral Social no tuvo dirección durante varias semanas, hasta que el padre Ricardo Cruel la asumió temporalmente. La mesa para la expansión del narcotráfico y el paramilitarismo estuvo servida.
Busto que rinde homenaje a la hermana Yolanda, ubicado en el lugar de su asesinato, frente a la iglesia La Merced. Lo rodean placas que recuerdan a líderes afrodescendientes asesinados como: Francisco Hurtado, Dionisio Castillo, Miguel Ángel becerra, entre otros. (Tomada por: Angélica Aley Moncada).
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El Santuario de las Víctimas de la Casa de la Memoria en Tumaco aloja 700 retratos de desaparecidos o asesinados en medio del conflicto armado en el pacífico nariñense. A veces llegan familiares o amigos para buscar la foto de su ser querido y la besan, le hablan, le rezan. Todo un homenaje a la memoria. Quien ha evidenciado esto es Ana María Centeno, una tumaqueña de 24 años, que presta su servicio social en este lugar. Dice que la casa tiene cuatro salas: una que narra la historia y cultura de las comunidades de la costa nariñense; la segunda es el Santuario a las Víctimas; otra, es la sala de la reconciliación y perdón, y la cuarta, un espacio para promover acciones por la vida y la paz en Colombia.
Antes de que existiera el lugar, cuenta Ana María, cada año se hacían exposiciones fotográficas en las calles impulsadas por familiares de las víctimas. Pero en 2013, gracias a la gestión de la Diócesis de Tumaco, la Casa de la Memoria abrió sus puertas como un espacio para la construcción de paz. La hermana Yolanda es la esencia de la casa. También lo es en la Pastoral Social que ella misma dirigió y trabajó en la defensa de los Derechos Humanos. Además, habita en las nuevas y viejas generaciones que integran consejos comunitarios, como Acapa, y que resisten en territorio. Allí aún se tejen murallas de solidaridad para enfrentar la realidad que los golpea.
Según la Gobernación de Nariño, en su Plan de Desarrollo Departamental (2020-2023), sobre la costa pacífica nariñense inciden Grupos Armados Organizados y Grupos Armados Residuales, como los frentes Comuneros del Sur, Oliver Sinisterra y Estiven González; las Guerrillas Unidas del Pacífico; Los Contadores; la estructura Estiven Prado; la Resistencia Campesina, las Autodefensas Unidas del Pacífico, entre otros. “El conflicto armado prevalece en un alto porcentaje en la costa pacífica nariñense y municipios del Alto Patía, zonas con hechos victimizantes y enfrentamientos armados que las convierte en territorios vulnerables para la consolidación del narcotráfico”, se argumenta en el documento.
El narcotráfico se ha tomado los territorios de algunos consejos comunitarios. “Ahora tenemos el gran problema que hasta para ir donde comunidad hay que pedir permiso”, dice Ángel María. El informe de Monitoreo de Territorios Afectados por Cultivos Ilícitos 2020, presentado el pasado mes de julio se aseguró que, pese a la reducción de área de coca sembrada en el país, Nariño sigue siendo uno de los cinco departamentos que concentran el 84% de área de coca sembrada y sus costas son un enclave importante para el negocio. Al panorama se añade que entre el año 2020 y 2021, según Indepaz, se presentaron siete masacres en la región que dejaron 21 asesinados. En el mismo periodo mataron a nueve personas entre líderes y firmantes del Acuerdo de Paz.
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Mercedes Yepes vive en el municipio de Francisco Pizarro, Nariño. Guarda como tesoros las imágenes donde aparece la hermana Yolanda Cerón. (Tomada por: Angélica Aley Moncada).
Mercedes Yepes carga en sus manos una cartilla de tonalidad verde. En la portada, un título de letras blancas y color café se ubica a la izquierda: “Yolanda Cerón Delgado, vida, misión y legado”. A la derecha, el retrato de una mujer de piel trigueña que sonríe, pelo liso recogido y dientes grandes. “Ella era la hermana Yolanda”, explica mientras señala la imagen. Aquella portada es replicada, compartida, guardada o expuesta en los lugares donde vive su legado. También apareció el 25 de junio de 2021, en el “Encuentro por la Verdad: Reconocimiento de Responsabilidades en el caso del asesinato de Yolanda Cerón Delgado” en Rionegro, Antioquia. Fue sostenida con ímpetu por familiares y amigos, mientras Guillermo Pérez Alzate o ‘Pablo Sevillano’ reconocía desde Miami, Estados Unidos, su responsabilidad en el asesinato de la hermana Yolanda.
─ No era guerrillera, fue una gran líder social que no merecía morir de la forma en que se hizo. Hoy ante ustedes manifiesto mi sentimiento de vergüenza. Soy consciente de la deuda eterna que tengo con mi país, con las víctimas─ dijo Pérez Alzate a través de una videollamada. Las palabras también fueron escuchadas por otras dos personas que participaron en el asesinato: Jorge Enrique Ríos, quien era el segundo al mando del Frente Libertadores del Sur, y Julio César Posada, alias ‘Tribilín’, el encargado de conducir la moto el día del asesinato de la hermana Yolanda. Los tres victimarios actualmente están en libertad, pues con la desmovilización del FLS, se acogieron a la Ley de Justicia y Paz, optando por la pena alternativa entre 5 y 8 años, establecida según la gravedad de los delitos y el esclarecimiento de los mismos.
A pesar del reconocimiento de responsabilidades, aún falta la verdad sobre otras teorías que manejó la Fiscalía de Justicia y Paz y que la periodista María Teresa Ronderos retomó para su libro “Guerras recicladas”. La primera, cita la periodista, es que a Yolanda la mandaron a matar los militares involucrados con el FLS, para evitar denuncias por corrupción; la segunda, que la mandaron a matar empresarios palmeros que veían la recuperación de tierras como un obstáculo para su expansión; finalmente, que ordenaron su muerte narcotraficantes socios de “Sevillano” para silenciar las denuncias sobre el uso de los territorios colectivos como rutas de la coca y sus playas como embarcaderos ilegales.
Las confesiones por ahora escuchadas son insuficientes. Lo dijo Yenit Narváez, sobrina de Yolanda: “deseamos conocer por qué alguien que apoyó a la comunidad terminó catalogada como guerrillera para justificar su asesinato. Estamos acostumbrados a una sociedad que normaliza las causales para acabar vidas”. Mientras llegan más verdades las comunidades resisten. Laddie Vernaza asegura que junto a otros miembros de Acapa, tienen la idea de crear una escuela de liderazgo para transmitir a los jóvenes las enseñanzas de la hermana Yolanda: “ella sigue siendo faro para no perder el norte. Si uno se olvida de su proceso nos perderíamos en las tinieblas”. De a poco las comunidades fortalecen sus organizaciones para defender el territorio y es común escuchar entre líderes y lideresas una frase que los impulsa: “ánimo, que el trabajo apenas empieza”. La memoria de la hermana Yolanda vive.
Esta producción fue coordinada por Consejo de Redacción en alianza con la International Media Support. Las opiniones presentadas en esta publicación no reflejan la postura de ninguna de las organizaciones.