Entrada principal de “Kite Kiwe”, resguardo nasa constituido en el 2008. Fotografía: Pablo Alejandro Muñoz Martínez.
Entre el paisaje rojo y verde del cafetal caminaba una mujer de pelo ondulado y estatura baja; el crujir de las hojas rompiéndose con cada uno de sus pasos hacía parecer como si la naturaleza presintiera el adiós. En medio de la nostalgia del partir, la premura por sobrevivir y la esperanza de un nuevo comienzo, Lisinia Collazos, una mujer nasa, recogía el revuelto, como ella le dice, para salir del lugar donde nació: el Alto Naya, tras haberlo intentado todo…
− ¡No señor, ninguno de nosotros se va!, respondió con seguridad Lisinia a un guerrillero.
− ¿Ah no, no se van? ¡Pues se mueren todos!, replicó el hombre.
La confusión y la incertidumbre invadieron el ambiente. Lisinia dio una mirada rápida a todos, estaban sus hijos junto al cercado, su hermano se encontraba a su lado y su cuñado, sentadito junto a la puerta. En el lugar había cerca de dieciocho personas, la mayoría eran niños, así que en un acto de valentía o, como ella lo narra “de insensatez”, miró al hombre de frente y le dijo:
− Comience por allá y que yo sea la última.
El hombre la miró decidida y, al hacer un barrido por todos, les dijo a sus compañeros: ¡Vámonos!
“Gracias a Dios ese señor no tomó en serio mis palabras, o si no, ¿usted se imagina?, había hecho matar a la familia”, recuerda Lisinia al recuperar el aire, sentada en el centro de la Tulpa, donde a manera de reflexión rememora los hechos ocurridos en abril de 2001, que quedaron para la historia del país, luego que el Alto Naya viviera una tragedia fruto de una masacre paramilitar, que dejó a más de 30 personas asesinadas y 10 desaparecidas. “El hecho rompió el tejido comunitario de los indígenas nasa, campesinos y afrodescendientes que compartían la vida y el trabajo del campo en la región”, según el recuento del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Hoy en día, Lisinia, valiente y poderosa, evidencia en su relato el espíritu resistente y de lucha, que le permitió, como ella dice: “contar la historia”.
Ya vamos llegando…
En medio del aire frío de la tarde se extiende un manto verde que cobija el prado al lado izquierdo, y una serie de cafetales, al lado derecho. Al avanzar el camino de trocha y lodo se vislumbra un túnel de árboles, y un letrero que dice: “BIENVENIDOS A KITE KIWE, TERRITORIO DE PAZ Y ARMONÍA”.
La comunidad nasa de Kite Kiwe surge de la asociación de un grupo de familias que se unen en un proceso de reivindicación de sus derechos individuales y colectivos; víctimas de hechos ocasionados por el conflicto armado, específicamente por el Bloque Calima de las AUC en los años 2000 y 2001.
Ya inmersos en el resguardo, después de pasar unas veinte casas, aproximadamente, se veía a lo lejos a una mujer de estatura baja, con falda larga, un celular en su mano y una camiseta que decía: “Por los desaparecidos. Por los desplazados. Por los masacrados. Por los ejecutados. Sin olvido. No más AUC. Contra la violencia paramilitar”.
Valentía, respeto, autoridad, confianza y seguridad, eso transmite Lisinia, quien representa la resistencia y lucha que las mujeres kitekiwenses traen desde el Alto Naya. El proceso no ha sido fácil, como afirma ella: “aquí nadie hablaba bonito, esa lucha ya fue como más de conciencia de nosotras como mujeres y la decidimos asumir”.
Lisinia Collazos fue representante de la mujer indígena en los Acuerdos de Paz. Fotografía: Pablo Alejandro Muñoz Martínez.
“Aquella tarde de inicios de diciembre, de visita en el resguardo, había siete personas dispuestas para ir a la Tulpa: un hombre y seis mujeres. Todo estaba listo, las sillas azules y blancas organizadas y la ‘entrevista’ próxima a comenzar. Sobre nosotros se encontraba una infraestructura alta de guadua pintada de rojo y verde; en el centro había una fogata; alrededor, piedras blancas con los nombres de las mujeres y hombres víctimas de la masacre del Naya; y a la izquierda, un mural pintado en honor a Gerson Acosta, gobernador de la comunidad, asesinado el 19 de Abril del 2015. Estábamos en la Tulpa o como el CRIC menciona ‘en el centro del pensamiento del resguardo’”.
La Tulpa había sido un proyecto alcanzado y luchado por el mayor Gerson Acosta, que en paz descanse, y la mayora Lisinia Collazos, en dos viajes a Bogotá: uno para intentar gestionar recursos y, el segundo, para firmar el acta de compromiso, asumida por Lisinia como garante del proceso, pero firmado por el mayor, como la autoridad indígena de la época.
Dispuestas a comenzar, Leonilde, una lideresa indígena nasa, con la sonrisa que la caracterizaba, inicia diciendo: “Kite Kiwe significa para nosotros Tierra Floreciente, porque veníamos de tres lugares diferentes: el Alto Naya, Pueblo Nuevo Ceral y Cerro Azul. Debido al desplazamiento y todos los daños que ocasionó el bloque paramilitar se pensó en conformar el cabildo en el 2005 y decidimos llamarlo así, porque queríamos reorganizarnos y recuperar nuestras raíces indígenas”.
Las necesidades más grandes por las que surge Kite Kiwe, según el Plan de Vida del resguardo, son: la necesidad de un territorio, de una identidad cultural y de continuar persistiendo, “continuar en el tiempo”, como subraya Leo. Para ella su comunidad está floreciendo nuevamente. Su compañera Nancy Montoya, mientras ajusta sus gafas negras, apoya esa idea diciendo: “como tierra debemos florecer, independientemente del lugar que pisemos, todo consiste en mirar las adversidades para crecer como personas y comunidad”.
El sol y la luna
Actualmente hay tres mujeres dentro de las cinco autoridades Newes del resguardo. Fotografía: Pablo Alejandro Muñoz Martínez.
− ¿Cuál es la punta? ¡Eso, eso!, póngala siempre así, por donde nace el sol. Recuerde.
Esneda, la autoridad jurídica Newe, me indica mientras el viento hacía bailar las cintas moradas, verdes, amarillas y rojas de su sombrero y bastón de mando: “Usted debe siempre mirar la madera, compañera, le busca la punta y la pone en el fogón, siempre en dirección de donde nace el sol”.
“¿Entre el sol y la luna, quién pega más duro?”, preguntó Lisinia. “Ahí está la respuesta (…) Desde la cosmovisión nos han enseñado qué es la dualidad. Dualidad, dos, ¿no?: hombre – mujer, así como está el sol y la luna. Nos están viendo como se dice: la parte débil. Pero, ¿ahora qué nos toca hacer? Mostrar que somos otra parte muuuy distinta, esa parte que parece ser que es tan débil, ¡mentiraaaas! ¡Somos las que pensamos, somos las que más trabajamos!, porque a eso también nos hemos sentado a pensar”.
La lucha y el empoderamiento de las mujeres kitekiwenses viene desde el 2001 y sobre todo del apoyo del líder social, que entre la nostalgia y el agradecimiento, ellas mencionan en repetidas ocasiones: Gerson Acosta. “Nosotros siempre como Kite Kiwe hemos dicho que la mujer es la base de la organización y de la familia, porque, aparte de que somos mujeres, somos generadoras de vida”, resalta Leonilde, mientras juega con la lana blanca de su mochila.
Fue él quien, en el 2005, cuando se constituyeron como cabildo: “les abrió los ojos”. Para el 2013, el mayor Gerson creó dentro del Plan de Vida, el programa de la mujer kitekiwense, con el que se busca que la mujer se empodere, empiece a liderar su comunidad, a tener incidencia política y a no permitir que ningún hombre o autoridad Newe las quiera aplacar.
Mural de Gerson Acosta, gobernador del cabildo –en ese entonces– asesinado el 19 de abril del 2015.
Entre el 2013 y el 2015 todas las autoridades del resguardo fueron mujeres. Lisinia fue la autoridad máxima. Ella afirma que, en medio del susto y el entusiasmo, todas aprendieron y construyeron en el andar; en su periodo lograron pagar todas las deudas de anteriores autoridades e incluso dejaron un excedente como base porque, “vivir en una comunidad no es nada fácil”.
Para las mujeres el verdadero pero se encontró por fuera de su comunidad, porque en su resguardo se sentían libres, ya que fueron los mismos hombres que en un acto de reconocimiento y conciencia les dieron el liderazgo. “A nosotras no había quién nos atajara, donde fuera llegábamos, en moto, entumidas, pero llegábamos”, resalta Lisinia, al recordar con emoción los aprendizajes de aquel momento.
Actualmente las kitekiwenses están trabajando para hacer parte no solo de la autoridad organizativa, donde hay tres mujeres, sino también de la política. Cuentan ellas que ahí “está el verdadero reto”, porque ese es un espacio liderado por los hombres, “si acaso, meterán a una mujer, como pasa ahora, pero como por relleno”. Las mujeres buscan luchar, con más fuerza. Lisinia lo define así: “ahora el tema del derecho de las mujeres está abierto, se puede contar, no hay pelos en la lengua para defender y contar nuestros derechos”.
“Nuestra lucha es hasta cuando se nos apague el sol y seguiremos siempre hacia adelante porque donde nos toque incidiremos, esa es nuestra metodología. No dejar que sea solo de algunas autoridades varones sino que, desde nuestro sentir, salirnos del rol de donde nosotras éramos, porque ahora tan fácil no nos callan, seguiremos adelante y donde nos toque aprenderemos y seguiremos”, subraya Esneda.
Fue así como nació la idea de construir una tarjeta morada. Un cuadrito de foamy que cada mujer y hombre de la comunidad debe llevar en su mochila y usar como “símbolo para que los hombres respeten a las mujeres y no se nos vulneren nuestros derechos”, cuenta Leo. “Eso es lo que se quiere seguir buscando, formar a nuestras mujeres y a nuestras jóvenes, porque son ellas quienes deben tomar el proceso y seguir luchando por la comunidad y por los derechos de las mujeres”.
Por esto, desde la institución educativa se ha construido una pedagogía liderada o guiada por las mujeres del resguardo. El 8 de marzo de cada año se celebra el día internacional de la mujer, pero en Kite Kiwe se conmemora el 19 de marzo desde el 2006, en el marco del calendario propio. Cuenta Leo que cada año hacen este intercambio, de experiencias con el fin de “incentivar a las mujeres para que no sientan temor de expresarse”.
Resiliencia Kitekiwense
Parque de la memoria, espacio en honor a las víctimas de la masacre del Naya.Fotografía: Pablo Alejandro Muñoz Martínez.
“El aporte que la mujer kitekiwense le ha hecho al proceso de paz yo diría que fue demasiado”, resalta la mayora Lisinia. Ella fue representante de las mujeres indígenas en la cuarta delegación de La Habana, durante el proceso de negociación del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc-Ep.
Lisinia aún guarda esa experiencia como una de las más bonitas de su vida, porque junto a diferentes mujeres lideresas del país fueron con un propósito: apoyar el proceso de paz y que ninguno de los negociantes se parara de la mesa, porque todas sus comunidades habían sido muy afectadas en los territorios y más las mujeres.
“En ese marco del conflicto armado llevamos la peor parte, pero el aporte que nosotras le hemos hecho a la paz es volvernos a levantar, volver a surgir, volver a querer florecer y cambiar el pensamiento individual que teníamos para volverlo un pensamiento colectivo”, resaltó Lisinia.
La brisa del frío subía a la cima de la Tulpa, el viento sacudía con fuerza mientras el fogón nos brindaba calor. Ya casi se apagaba, se aproximaba la hora del almuerzo. En la parte baja del parque de la memoria, donde se ubica la Tulpa, nos esperaban otras mujeres, en una carpa de guadua y plástico negro era el comedor comunitario.
Un espacio para compartir. Parecía que todo en el resguardo reflejaba ese espíritu de encuentro y colectividad. Arriba, mientras escuchábamos el silbar del viento combinarse con las explosiones de la madera, el humo del centro del fuego salía evocando el inicio de toda esta historia. Lisinia avanzaba sobre el cafetal, recogiendo, lo que ella llamaba el revuelto, era su última vez viviendo en el Alto Naya, había llegado el día de irse porque, en sus palabras, “no había quién aguantara más”.
Era el 2001. Meses después de la masacre. El sol tímido iluminaba el sendero mientras el frío del viento de la mañana sacudía el pelo de Lisinia. Cerca al cafetal, logró ver cómo, con lentitud, iba apagándose una fogata, iba apagándose todo. No se habían ido. Los guerrilleros nunca se habían ido, habían pasado la noche, ahí, cerquita de ellos. Las cenizas de la fogata eran la huella de lo que quedaba, de lo que pasó. Diecinueve años después, nos encontrábamos junto al fogón que nos brindaba calor bajo la Tulpa, en una mañana de frío. Era el símbolo del renacer, la puesta de sol, la resistencia, resiliencia y lucha que ha caracterizado siempre a la comunidad kitekiwense.
“Producción coordinada por Consejo de Redacción, en alianza con ICCO Cooperación y el consorcio Mujeres Empoderadas Construyendo Paz. Las opiniones presentadas en este artículo no reflejan la postura de ninguna de las organizaciones’