La enfermera de la guerra que hoy salva a las mujeres de paz

La enfermera de la guerra que hoy salva a las mujeres de paz

Autor:

Paola Rodríguez Gáfaro

Agosto 17 de 2021

Cecilia Usme nunca perdió su acento paisa, lo que sí dejó atrás fue su nombre de cuna, porque desde que decidió formar parte de las Farc se asumió como Johana Ríos: “Es algo que yo no quiero arrancar, lo llevo conmigo siempre”. 

Su personalidad es tan dulce como excéntrica. Ojos pequeños, pero profundos, acompañan la espontaneidad de su discurso. Cejas delgadas y perfectamente delineadas con su cabello corto y oscuro destacan su tez clara, incapaz de delatar más de 30 años a la intemperie de la selva.   

Desde muy joven, por allá en el año 1984, conoció a la guerrilla y aunque ingresar no le resultó fácil, todavía hoy sigue activa dentro del quehacer político, ya no con fusil al hombro, sino entregada a la misión de empoderar a las mujeres. 

Se desvive por las plantas ornamentales y medicinales, muchas florecen y aromatizan la entrada de su hogar, el único de fachada colorida dentro del AETCR Caño Indio, donde junto a Kate Avella conforman el liderazgo femenino.

Sus pinitos 

Ella recuerda a su papá con amor. “Lo adoro, todo lo que soy se lo debo a él, me enseñó a ser respetuosa, a tener valores”, pero no puede olvidar que “era un hombre machista”. Este último rasgo de su padre lo padeció la niña Cecilia cuando se le negó la posibilidad de ir al colegio, “porque el estudio era solamente para los hombres”.

Aquella niña no tenía ninguna noción ideológica definida, solo le llamaban la atención los uniformes y las armas, y especialmente el hecho de ver a mujeres portándolos y usándolos, ese fue uno de sus principales enganches con la guerrilla. 

Además de contarle sobre la igualdad de las mujeres con los hombres dentro de las filas de las Farc, una de esas mujeres uniformadas y ataviadas con armamento le habló de algo que escaseaba dentro del entorno familiar de Cecilia: oportunidades como el estudio, por ejemplo. “Entonces yo decía: ‘¿Cómo?, si están en el monte’”.

Con el tiempo, la joven empezó a colaborar con el grupo armado haciendo mandados. Hasta que un día tomó la decisión formal de “pedir el ingreso”. En un principio, se lo negaron. En ese entonces, Cecilia ya tenía dos hijos, esa sería la razón aducida para el rechazo. Pero llegó el momento de la amenaza, dada su cercanía con las Farc, iban a matarlos a ella y al papá de los niños.  

“Yo siempre he dicho que la culpa de yo haberme ido a la guerrilla la tiene el Estado, porque muchas veces dicen que la guerrilla obligaba a los mismos a irse pa’ la guerrilla. A mí me obligó el Estado por medio de la violencia”, cuenta Johana.   

Una única oportunidad para la niña Cecilia   

La primera mujer con la que compartió de cerca Johana en su época de guerrillera se llamaba Gladys, quien le enseñó todo lo básico sobre cuidados de emergencia en salud. Ahí empezó a entender que la enfermería era una labor generalmente asociada a las mujeres en la guerra.

En poco tiempo se convirtió en auxiliar, luego de dominar el arte de curar heridas en medio del plomo, con tan solo 16 años. Hasta cursos recibió. Cargaba dentro de su equipo “lo necesario para salvar una vida, para prestar los primeros auxilios”, porque “uno en la pelea no podía cargar un equipote grande, porque cómo iba a correr después”.

Un entorno familiar limitado por su condición de mujer y agravado por la violencia intrafamiliar la empujó también a tomar la decisión de incorporarse a las filas de las Farc. 

“Tengo mis valores y he aprendido a valorarme como mujer, entonces eso no lo hubiera logrado yo quedándome en la casa, porque a uno siempre lo enseñan que la mujer es pa’ tener hijos”, dice. 

Incluso, Johana cree que, si no hubiese sido guerrillera, jamás habría podido experimentar el oficio de enfermera. “De pronto nos dieron esa oportunidad de ser alguien”, expresa con un brillo escapado de sus ojos chiquitos.  

Ya no hay guerra, pero tampoco paz

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Johana Ríos en el AETCR de Caño Indio 

Aunque nunca perteneció al Frente 33 de las Farc, el grupo de combate designado a la zona del Catatumbo en tiempos de guerra activa, para ella no hubo problema en vivir el cese al fuego desde este territorio, donde está actualmente ubicado el AETCR Caño Indio. Primero, porque cumplió con las órdenes que sus superiores le indicaron. Luego, porque para ella no hay distinción de personas, siempre que sean de su misma gente guerrillera: “Pa’ donde lo mandaran a uno, con tal de que fuera Farc”.

Hoy, después de firmar el acuerdo de paz con el Gobierno y entregar las armas, Johana percibe una involución de valores sociales en algunos de sus compañeros del AETCR. “No se ve ese sentimiento de camaradería, de solidaridad”. Evoca el dulce sabor de la panela y cómo un solo pedacito podía confortar a varios compañeros en la humedad de la selva, porque “todo se compartía”. Ella asume que la vida civil ha cambiado las formas de convivencia, “nos estamos dejando absorber por la sociedad, por el consumismo”.

Al machismo camuflado, derechos de frente 

A Johana le preocupa que algunos compañeros presentan conductas negativas que afectan la independencia de las mujeres en su nueva vida. “Se les está saliendo ese chucky que tenían adentro camuflado, hay unos que también son muy machistas. Eso es muy triste, que lo que aprendieron en la guerrilla lo dejaron olvidar”. 

No obstante, resalta el caso diferente de las parejas que conservan su unión desde los tiempos en la selva: “Las mujeres que viven con excombatientes saben y no se dejan: ‘Venga y ayúdeme, compartamos las tareas’”.

La enfermera, por vocación y ya titulada por la Cruz Roja, está convencida de la significación de su aporte social gracias a lo aprendido en batalla, selva adentro. Su enfoque es empoderar a las mujeres en el conocimiento de sus derechos.

Para este trabajo de concientizar a las excombatientes, se formó con la Organización Internacional de Migraciones (OIM) a través de un diplomado en prevención de violencias basadas en género. De todos modos, no es una labor sencilla esa de cambiar patrones mentales históricamente impuestos a la mujer dentro de sus entornos. 

Esta lucha con el arma de la palabra, como ella misma la ha bautizado, resulta compleja, pero junto a Kate Avella sigue insistiendo: “Vamos por los laditos”. Johana opina que la clave de la prevención de la violencia contra las mujeres radica en su independencia, especialmente económica. Y aunque a las lideresas les ha tocado ir poco a poco, lidiando con el desinterés, la decepción y la incredulidad de sus compañeras, ya vislumbran un faro de esperanza: el taller de modistería. 

Salvar en distintas batallas

La joven Cecilia descubrió tempranamente su vocación de enfermera en medio de las balas y los enfrentamientos a muerte. La adulta Johana ha consolidado su misión en el proceso de búsqueda de la paz ayudando a las mujeres de su entorno para empoderarse a sí mismas. En los dos procesos vitales se conjuga una misma razón de ser: salvar vidas.  

Johana, junto a Kate, cumple un trabajo de resistencia pacífica, ella misma se compara con una gótica de agua que no deja de caer sobre terreno duro hasta que ablanda. Dice que, aunque muchas excombatientes no han estudiado, ella ha ido a insistirles, contagiándolas de su devoción por la preparación intelectual. “Ese ha sido mi sueño y voy a seguir estudiando”, afirma ilusionada. 

El arma de hoy no es la misma de ayer

El calor húmedo de Caño Indio ruboriza la clara piel del rostro de Johana cuando habla del Gobierno y el acuerdo. Mensualmente, los reincorporados reciben un mercado de alimentos básicos y la mitad de un salario mínimo, pero ella piensa que “eso no es cumplir, porque lo que se planeó y lo que está en ese cuaderno tan grande que todavía no he terminado de leer, no era ni es para nosotros, porque la lucha de nosotros nunca fue por nosotros”.

Y en la medida en que el Gobierno no cumple con lo pactado, de acuerdo con el sentir de Johana, ella cree que tampoco puede haber paz. En este punto, le resulta propicio definir su propio concepto a la luz de la satisfacción de derechos humanos esenciales.    

La noción de paz descrita desde el pensamiento de la excombatiente Johana pudiera tener relación con la idea de violencia estructural aludida por el sociólogo Johan Galtung. Sin embargo, hay un sentimiento profundo, menos intelectual y más pragmático, que experimenta Cecilia en su intimidad, inspirada por el aroma de las flores que cultiva en la entrada de su morada, y se refiere a su “paz interior”, desprovista de arrepentimientos y en la tranquilidad de su conciencia social.

Johana rescata que incluso desde que vivían en las montañas, el objetivo de su movimiento siempre fue el diálogo, “una vía concertada, no la guerra, yo puedo ir a buscar un reglamento y ahí decía, solución política al conflicto armado, ahí no decía solución de guerra, siempre fue solución política”. 

A pesar de la decepción que siente por la forma en que ella describe que ha respondido el Estado colombiano, está segura de apostarle a la paz: “No queremos más derramamiento de sangre, vamos a solucionar esto por las vías pacíficas”, sostiene. 

Perseverar en El Catatumbo 

Desde la dejación de armas, muchos excombatientes en proceso de reincorporación han ido dejando el AETCR. Johana siente que buscar a la familia es una de las necesidades más importantes después de tantos años lejos. La otra razón es la dificultad de conseguir un progreso económico: “¿De qué van a vivir?”, se pregunta. Igualmente admite que algunos han vuelto a la clandestinidad de la guerra, o lo que ella llama “rearmados”, dada la falta de garantías del Gobierno, afirma. “Y los que estamos acá es porque somos tercos, seguimos apostando”, jugándose el resto de la vida para seguir luchando por el camino de la paz de Colombia.  

 

Producción coordinada por Consejo de Redacción en alianza con la International Media Support. Las opiniones presentadas en esta historia no reflejan la postura de ninguna de las organizaciones.

 

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