“El agua es femenina”, afirma el mamo Mey Jawin, también conocido como Luis Guillermo Izquierdo Torres, autoridad espiritual del pueblo arhuaco en la Sierra Nevada de Santa Marta. Su trabajo se centra en mantener el equilibrio natural y el orden del mundo, sustentado en una cosmovisión sagrada que reconoce la interconexión profunda entre todos los elementos de la vida.
Ese fluir de la mujer como agua que sustenta el equilibrio, sin embargo, parece enturbiarse por la dificultad de que su sabiduría sea visible y reconocida entre las comunidades de la montaña. Durante el conversatorio titulado ‘Río Guatapurí, más allá de la Línea Negra’, realizado justo un día antes del cuarto festival ‘Un canto al río’ en Valledupar, alguien preguntó: “¿Cuál es el rol que están cumpliendo las mujeres en la protección de la Línea Negra y del río Guatapurí?”. Este espacio reunió voces reconocidas provenientes de distintos saberes para exponer la compleja realidad ambiental, cultural y espiritual del río. El panel, compuesto mayoritariamente por científicos y expertos hombres, contrastaba con un auditorio lleno en su mayoría de mujeres: estudiantes de ingeniería ambiental, de microbiología y madres comunitarias que llevaron muestras de pedagogías artísticas para fomentar en niños el cuidado del río y del territorio ancestral.

Panelistas del conversatorio ‘Río Guatapurí, más allá de la Línea Negra’: expertos y el mamo dialogan con madres y estudiantes sobre los retos ambientales, la transmisión de saberes y el rol vital de las mujeres en la defensa del territorio ancestral y los ríos de Valledupar. Foto: Jesús Ochoa.
El mamo, vestido con su túnica blanca y la tutusoma (el sombrero característico de los hombres de la comunidad), respondió con la mirada fija y convencida: “Cuando se honra a Dios no solamente tenemos a Dios padre, sino a Dios madre. En ese sentido, la mujer es la representante directa de la madre Semecan o la madre tierra, pero también es la representante directa del agua. Hay rituales que solo pueden hacer las mujeres porque ellas tienen en las venas quizás lo que no tenemos los hombres: el poder de la creación. Cuando los ojos de una mujer lloran, nosotros decimos: ‘No lloran los ojos de agua, llora el útero’, cuando hay dolor de agua o de tierra. La mujer cumple una función muy importante dentro de nuestra sociedad y, en lo que concierne a la Línea Negra, su papel es vital”. En ellas recae la crianza de las nuevas generaciones y el transmitirles los conocimientos de los ancestros en el cuidado de la tierra, el agua, las semillas, la recolección de frutos, la reparación y armonización del territorio afectado por sus propias actividades y las de los bonachis o personas no indígenas.

El mamo Mey Jawin, autoridad espiritual del pueblo arhuaco. Foto: Katlin Navarro.
Al día siguiente del conversatorio inició el festival vallenato ‘Un canto al río’, en el que participaron ambientalistas y amantes de la música. En 2025 albergó una competencia mixta, a diferencia del tradicional ‘Festival de la leyenda vallenata’ que segrega las categorías por género. Aun así, todos los ganadores fueron hombres, un dato que hace eco de la baja visibilidad que las mujeres indígenas enfrentan en los espacios públicos y de poder. Si bien para sus pueblos y el vallenato son diosas y portadoras de saberes vitales, los hechos muestran otra realidad.
Amenazas al equilibrio y a la armonía del territorio
Para los pueblos indígenas arhuaco, kogui, wiwa y kankuamo, la Sierra Nevada de Santa Marta no es solo una montaña imponente: es el corazón espiritual y cultural de su existencia. En este territorio cobraron vida conceptos tan profundos como la Línea Negra y la Ley de Origen, fundamentales para entender su visión del mundo.
La Línea Negra, definida en el Decreto 1500 de 2018, es una especie de frontera simbólica que une decenas de sitios sagrados y naturales, reconocidos por los indígenas como puntos vitales para la protección ambiental y espiritual de la Sierra. A través de esta red de lugares especiales, conectados por caminos invisibles pero llenos de significado, las comunidades realizan rituales milenarios y actos de gobierno propio que buscan preservar el equilibrio de la naturaleza.

La Línea Negra, reconocida oficialmente en el Decreto 1500 de 2018, delimita y conecta los sitios sagrados y naturales que forman el corazón espiritual de la Sierra Nevada de Santa Marta. Este mapa —realizado por una geógrafa arhuaca de la Universidad Nacional de Colombia, sede La Paz— ilustra los puntos vitales donde las comunidades indígenas practican rituales ancestrales y ejercen su gobierno propio para mantener el equilibrio ambiental y espiritual de la región. Mapa: Aty Seynekun Zalabata.
Pero la raíz de toda esta organización ancestral viene de la Ley de Origen, el principio que regula la vida indígena. No es un código escrito ni una norma legal, sino un conjunto de conocimientos y enseñanzas transmitido por generaciones, que indica cómo cuidar el territorio y convivir en armonía con todos los seres. Para los pueblos de la Sierra respetar la Ley de Origen significa proteger la tierra, los ríos, los animales y los sitios sagrados; es decir: cuidar la Línea Negra y todo lo que ella encierra.
Hoy, aunque existen normas y leyes para proteger estos espacios, siguen en riesgo el equilibrio de la Línea Negra y la supervivencia de su significado ancestral. Los indígenas insisten en que solo con respeto verdadero a la Ley de Origen y a sus prácticas tradicionales se puede garantizar el futuro y la paz de este territorio único.
Los conflictos socioambientales en la Sierra Nevada de Santa Marta (SNSM) y la Línea Negra difícilmente pueden rastrearse desde el mismo inicio de la historia. La memoria indígena es persistente frente a la desposesión, no solo desde la Colonia sino desde los ciclos de apropiación territorial más recientes, como el auge ganadero, la bonanza marimbera y, más tarde, las concesiones mineras y megaproyectos urbanísticos. No obstante, los registros oficiales y los abordajes estatales muestran sistemáticamente vacíos y dificultades a la hora de dimensionar y caracterizar tanto el daño ambiental como el cultural y espiritual de dichos procesos.
Elas Helo Molina (ecólogo, especialista en Sistemas de Información Geográfica e investigador del Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales en la Pontificia Universidad Javeriana) y Cristiam Guerrero Lovera (politólogo, también investigador del mismo observatorio), argumentan en el texto ‘Los daños ambientales y socioculturales en la Sierra Nevada de Santa Marta y falta de protección efectiva’, publicado en 2019, lo siguiente: “La ley de origen y la Línea Negra son mecanismos que garantizan las formas de vida de las comunidades indígenas de la SNSM, dado que suponen un vínculo entre la concepción espiritual y el quehacer cotidiano de los pueblos en sus territorios”. Sin embargo, el pluralismo jurídico y los múltiples escenarios de protección aún no logran una conservación ecológica propia ante los intereses económicos extractivos que convergen sobre la Sierra.
El reclamo indígena ha tenido como principal herramienta jurídica “la consulta previa”, referenciada como derecho fundamental por el Convenio 169 de la OIT, la Constitución de 1991 y una línea jurisprudencial nutrida desde 2003 por la Corte Constitucional y el Consejo de Estado. A pesar de ello, tanto el Estado como sus principales agencias (Ministerio del Interior, Agencia Nacional Minera y autoridades ambientales) han sido reiteradamente señalados por las autoridades indígenas y diversos estudios de convertir la consulta previa en una simple formalidad, instrumentalizada para avalar megaproyectos en lugar de funcionar como una verdadera salvaguarda del territorio sagrado y los derechos colectivos.
La crónica investigativa ‘Los pájaros huyen: títulos mineros y violencia acorralan a la Sierra Nevada’, publicada por Vorágine en mayo de 2025, señala que, según datos obtenidos de la plataforma de la Agencia Nacional de Minería (ANM), para febrero de 2024, existían 151 títulos mineros vigentes dentro de territorios ancestrales de la Sierra Nevada de Santa Marta, abarcando un área total de 77.805 hectáreas. Igualmente, en ese mismo periodo, había 95 solicitudes mineras adicionales en trámite sobre 74.644 hectáreas. La investigación destaca que la mayoría de estos títulos y solicitudes fueron otorgados sin consulta previa a las comunidades indígenas y presentan traslapes directos con varios de sus sitios sagrados, lo que incrementa el riesgo de conflicto y vulneración de derechos.
En cuanto a empresas responsables, los protagonistas son tanto compañías nacionales como extranjeras dedicadas a la explotación de carbón, materiales de construcción y otros minerales. Si bien esto es cierto, en el texto ‘Megaproyectos, movimiento y organización indígena en la Sierra Nevada de Santa Marta: el caso de la iniciativa de Embalse de Besotes’, la antropóloga social Edna Rodríguez Ramos menciona que, por la falta de transparencia en el Catastro Minero, muchos títulos han sido entregados a empresas intermediarias o firmas asociadas a grandes consorcios del sector extractivo. Se menciona específicamente la operación de Puerto Brisa S.A. en La Guajira (puerto carbonífero vinculado a la exportación de mineral del Cesar y Magdalena), Emdupar S.A. E.S.P. y la Alcaldía de Valledupar, que promueve el embalse multipropósito de Besotes e iniciativas portuarias de conglomerados como Prodeco S.A., subsidiaria de Glencore, parte del proyecto minero de Cerrejón.
Rodríguez Ramos documenta que en el territorio de Valledupar existen sitios sagrados reconocidos por los pueblos indígenas arhuaco, kogui, wiwa y kankuamo, muchos de ellos ubicados dentro de la Línea Negra y vinculados a prácticas tradicionales como el pagamento y rituales relacionados con el agua y el río Guatapurí. La iniciativa de construir el embalse multipropósito de Besotes generó una fuerte oposición de comunidades indígenas, iniciativa promovida por la empresa de servicios públicos Emdupar y la Alcaldía de Valledupar. Los reparos se fundamentaron en el riesgo de inundación y destrucción de pozos sagrados y lugares de trabajo espiritual.
“Nuestros mayores nos dicen que si hacen la represa, Valledupar queda hundida, Valledupar se vuelve agua”, expresa Adriana Arias Montero, lideresa ambiental kankuama, quien agrega: “El agua, para nosotros, simboliza la sangre que llevamos. Hacerle un hueco a la tierra es violar a la mujer, violar la naturaleza”. Ante la propuesta del embalse, las mujeres indígenas movilizaron a sus comunidades en defensa del río Guatapurí y los microecosistemas que nacen en la Sierra. Ellas enfatizan que allí se realizan rituales y “pagamentos” para preservar el equilibrio, y alertaron: “El mensaje siempre ha sido el mismo: cuidar, proteger y salvaguardar todo lo que la Sierra representa para las futuras generaciones”.
Rodríguez subraya que la no construcción del embalse fue considerada una victoria para los pueblos indígenas, pues “la construcción es la destrucción de los sitios sagrados para los indígenas y de gran valor ecológico para la región Caribe y el país. Los megaproyectos se constituyen en graves pérdidas para los cuatro pueblos y para las futuras generaciones”. En otras palabras, las afectaciones de proyectos urbanísticos como represas sobre estos espacios en Valledupar representan una amenaza directa no solo para la territorialidad y la cultura indígena, sino para el equilibrio ambiental y espiritual de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Orfelina Carrillo, lideresa ambiental kankuama, relata que, durante décadas, el humedal María Camila Sur en zona urbana de Valledupar fue uno de los puntos elegidos para realizar pagamentos, rituales sagrados indispensables para la armonía ambiental y espiritual, según su cosmovisión. Sin embargo, denuncia que el deterioro de los humedales urbanos —incluido el humedal María— viene acelerándose porque “no se respetan los puntos de pagamento ni los metros de protección para construir”, lo que pone en riesgo no solo el equilibrio ecológico, sino la continuidad de sus prácticas culturales.
Adicionalmente, Carrillo señala que, pese a las acciones y normativas de entidades como Corpocesar, la ocupación del suelo avanza sobre zonas sensibles, se talan árboles cercanos y persiste el vertimiento de desechos sin un control estricto ni sanciones ejemplares. “Si los lugares para pagamento y los nacimientos de agua desaparecen bajo el cemento, las nuevas generaciones perderán el legado de cuidado y respeto por la naturaleza, que es central en nuestra identidad como pueblo indígena”, advierte la lideresa, quien trabajó durante meses en las instituciones de educación escolar en Valledupar sobre conservación de los cuerpos de agua y la cosmogonía del territorio de la Línea Negra.
De esa manera se atestigua que la lucha indígena está profundamente marcada por la acción colectiva de mujeres: abuelas, madres, lideresas comunitarias y sabedoras espirituales, quienes han sostenido durante generaciones la transmisión de la Ley de Origen y la defensa del territorio.
En la vida cotidiana, las prácticas rituales de las mujeres son esenciales para sostener tanto la reproducción cultural —a través de la siembra, el telar, la medicina tradicional y la memoria oral— como las estrategias de resistencia frente al avance de las empresas extractivas.
Edna Catalina Rodríguez Ramos relata en la tesis sobre la resistencia arhuaca en Ikarwa que las mujeres son quienes siguen transmitiendo la importancia del territorio sagrado en la cocina, en las reuniones y en el tejido colectivo, y rehacen las prácticas que el capitalismo y la violencia han fragmentado. Sin embargo, este enfoque de género y el papel de las luchas femeninas son con frecuencia invisibilizados en el debate público y en los registros oficiales, que privilegian la voz masculina.
Los megaproyectos de represas y el vertiginoso crecimiento urbanístico han dejado cicatrices profundas en la Línea Negra y la Sierra Nevada de Santa Marta. El caso del embalse multipropósito de Besotes resume la gravedad del conflicto: proyectado desde hace décadas en el corazón del río Guatapurí —eje vital y espacio sagrado para los cuatro pueblos de la Sierra—, ha sido bloqueado por la movilización indígena, que advirtió las consecuencias de inundar lugares de pagamento: “el desplazamiento de familias y la pérdida de biodiversidad esencial”.
El propio estudio de impacto ambiental del proyecto reconoció estas afectaciones sociales, aunque la consulta previa exigida por la Constitución y organismos internacionales nunca se materializó de manera efectiva. En su tesis, Rodríguez Ramos señala: “En este caso, esto dio cabida a la realización de una consulta interna sobre el proyecto, en la cual los indígenas consideraron que no podían realizar formalmente la consulta previa, pues no había posibilidad de llegar a ningún acuerdo sobre una intervención de las magnitudes de un embalse en su territorio».
El crecimiento urbanístico y turístico, las carreteras, hoteles de lujo y desarrollos inmobiliarios avanzan sobre territorios considerados sagrados y constituyen nuevos factores de transformación y conflicto. Los planes de ordenamiento territorial, según los informes oficiales y etnográficos, rara vez reconocen la relevancia real de la Línea Negra: “las figuras de protección quedan desarticuladas ante el empuje del mercado y las dinámicas municipales, y el territorio es visto como suma de lotes explotables, no como un tejido vivo e indivisible”, apuntan Helo y Guerrero.
La socialización de la Avenida del Río —también denominada Vía Paisajística Parque Guatapurí—, realizada en septiembre del 2025, marcó un nuevo capítulo en la discusión sobre las implicaciones socioambientales de la Línea Negra. El proyecto —que tiene una inversión prevista de $155.979 millones, será ejecutado en 24 meses y cuenta con la intervención coordinada de la Gobernación del Cesar y la Alcaldía de Valledupar— ha sido presentado por las autoridades locales como “la obra que cambiará la historia de Valledupar y salvará el río Guatapurí”, según palabras de la gobernadora Elvia Milena Sanjuán y del alcalde Ernesto Orozco. El secretario de Infraestructura del Cesar, Jorge Maestre, detalló que la interventoría está en fase de selección y se espera iniciar las obras entre enero y febrero de 2026, tras un período de ajustes en los diseños.

El polémico proyecto de la Avenida del Río en Valledupar, cuestionado por autoridades indígenas y lideresas kankuamas, atraviesa ecosistemas vitales del río Guatapurí y humedales tradicionales de pagamento, generando alerta por su potencial ecocidio y el impacto espiritual y cultural en los territorios ancestrales de la Línea Negra. Foto: Jesús Ochoa.
Sin embargo, este anuncio ha despertado fuertes críticas entre organizaciones ambientalistas, veedores ciudadanos y los cuatro pueblos indígenas que conforman la Línea Negra, quienes advierten que el proyecto no está incluido en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Valledupar. “La Gobernación puede tenerlo en su plan de desarrollo, pero si no está en el POT municipal es ilegal”, enfatiza Wilson Pérez, veedor ambiental y miembro del ‘Foro del árbol’. Por su parte, la arquitecta Mariana Orozco Blanco añade que la construcción de la vía implica la eliminación de la ronda hídrica, considerada un colchón natural vital para la protección del río, la regulación de inundaciones y la conservación de la biodiversidad. “Reemplazar la ronda hídrica por una vía vehicular aumentaría el riesgo de inundaciones y degradaría el ecosistema. No todos los ríos se comportan igual y no podemos minimizar las consecuencias”, concluye la arquitecta, recordando la obligación institucional de pensar en el impacto ambiental a largo plazo.
Este choque de modelos es descrito por las comunidades como la raíz profunda del conflicto: el territorio indígena, visto como espacio integral, siempre confronta una mirada fragmentaria y utilitaria impuesta por el desarrollo moderno. Pese a los intentos legales —por ejemplo, el Decreto 1500 de 2018, que redefine la Línea Negra y declara áreas de protección—, la implementación es deficiente, y la presión de títulos mineros, urbanización y mega infraestructura persiste sobre el tejido indígena y ecológico.
Como resume Jaime Arias, cabildo gobernador kankuamo, citando a los mayores: “El modelo de desarrollo impuesto fragmenta el territorio, profana lugares sagrados y pone en duda la continuidad de nuestros pueblos”. La Sierra y la Línea Negra viven así en una encrucijada: entre la protección jurídica prometida y el embate real de megaproyectos, urbanización y una visión hegemónica que, si no logra armonizarse con los saberes y derechos originarios, avanza peligrosamente hacia la erosión de la diversidad cultural, ecológica y espiritual que le da sentido a la región.
Los conflictos y las mujeres en territorio
Las mujeres permanecen en medio del conflicto. Liliana Villazón Arias, líder kankuama, enfatiza que existe una lucha vigente de las mujeres por espacios de liderazgo y toma de decisiones esenciales para la defensa integral del territorio y la pervivencia cultural.
Liliana y otras lideresas kankuamas expresan su rechazo frontal ante planes como la Avenida del Río: “El Plan de Ordenamiento y Manejo de Cuencas Hidrográficas (POMCA) significa todo lo que tiene que ver con el río Guatapurí, cómo lo visionamos y cómo lo queremos”. Por eso están en desacuerdo con las obras que la Gobernación proyecta hacer, pues consideran que será un ecocidio y “quienes lo vamos a sufrir somos nosotros”, afirman. Sobre la represa, advierten que va a ser dañina. Consideran que no solo afecta el ecosistema, sino que pone en riesgo el equilibrio espiritual y cultural de su territorio ancestral.

Liliana Villazón Arias, líder kankuama, destaca el papel de las mujeres en asambleas para consolidar el gobierno propio y priorizar la protección del territorio. Foto: Jesús Ochoa.
Según el documento madre de la Línea Negra, Jaba Séshizha, cuando los sitios sagrados son dañados, “se rompe la comunicación energética entre los mundos, generando desequilibrios que afectan la vida y la armonía del territorio”. Esta conexión energética es comparable a las mujeres, que representan el agua que atraviesa la Sierra.
Las mujeres indígenas son las principales guardianas y ejecutoras de los saberes tradicionales, los ritos ancestrales, la transmisión de saberes a las futuras generaciones y las prácticas sustentables que mantienen el equilibrio natural.
No obstante, la participación de lideresas en las estructuras formales de gobernanza sigue siendo limitada, muchas veces permitida solo en algunos espacios autorizados por los hombres en su familia o tomadores de decisiones. Su liderazgo en educación ambiental, conservación de semillas y manejo sustentable de ecosistemas es clave para la pervivencia cultural, pero dentro de las mismas estructuras jerárquicas de poder de las cuatro comunidades indígenas aún predominan hombres que no ven con buenos ojos las asociaciones de mujeres.
Enfrentarse a las tantas amenazas que sufre la Sierra es difícil si además ellas deben enfrentar las estructuras patriarcales que limitan su trabajo. Hoy, aunque su mano de obra es clave para el cuidado de la tierra, los títulos de propiedad suelen estar a nombre de los hombres, situación que las mantiene en vulnerabilidad y limita su posibilidad de luchar ante las tantas amenazas socioambientales que hay en su territorio.
No obstante, esa invisibilidad es algo que ha empezado a cambiar gracias a espacios como la ‘IV Asamblea de Mujeres del Pueblo Kankuamo’, realizada los días 4 y 5 de octubre de 2025 en el centro poblado Los Haticos. Liliana Villazón Arias, líder kankuama, explicó que estas asambleas son el escenario donde se reúnen representantes femeninas de dentro y fuera del resguardo para discutir temas como el relevo generacional y la continuidad de la participación femenina en la gobernanza tradicional.
“Es un escenario para que las mujeres puedan unificar sus propuestas, priorizar planes de trabajo y consolidar una participación activa y efectiva en los procesos de gobierno propio”, afirma Liliana. Estos procesos abarcan desde la implementación de justicia con enfoque interseccional hasta la participación en proyectos medioambientales, la conformación de asociaciones de mujeres para participar en convocatorias, la capacidad de ser dueñas de tierra y la financiación. Además, resalta el trabajo en redes de mujeres indígenas tanto a nivel regional como nacional e internacional, que fortalecen la voz colectiva. “Quien tiene la información y el conocimiento, tiene el poder”, agrega, haciendo énfasis en la importancia de incrementar la participación estratégica de ellas en escenarios de toma de decisiones.
Las asambleas, que se realizan anualmente, están ganando notoriedad. Este año contaron con la presencia de las autoridades generales del cabildo y del Consejo de Mayores, mayoritariamente conformado por hombres. Adicionalmente, desde hace unos tres años, se empezó a dar lugar a mayoras y cabildas gobernadoras en las respectivas etnias, no solo la kankuama. Liliana resalta la importancia de articular aún más a las mujeres, reconociendo que todavía queda mucho por hacer para que su participación deje de ser simbólica y se convierta en un protagonismo real. Eso, a pesar de que sus aportes culturales y ambientales mantengan viva la identidad de las etnias con el tejido de la mochila como pieza que recolecta memoria “escrita”, así como maleta que conserva semillas, plantas y alimentos de las culturas.
Lizeth Katherine Pulido Ortega, magíster en Estudios Sociales y Culturales de la Universidad El Bosque, denuncia en su investigación ‘Kazanugwer: Liderazgos de mujeres arhuacas de la Sierra Nevada de Santa Marta en espacios cosmopolitas’ la histórica invisibilización del liderazgo femenino en los relatos indígenas y resalta la urgencia de visibilizarlo: “Existe el sesgo masculino de la producción historiográfica sobre las luchas indígenas, limitando el rol representativo de la mujer en la defensa del territorio, una defensa femenina que sienta sus bases desde el mandato de la Ley de Origen”.
El Proyecto de Ley Inírida, denominado ‘Mujeres Cuidadoras de la Biodiversidad’, una iniciativa presentada ante el Senado de la República por la Comisión Legal para la Equidad de la Mujer y la bancada femenina del Congreso, se perfila como una herramienta para consolidar los procesos de protección ambiental que lideran las mujeres en territorios como la Línea Negra. Este proyecto se enmarca en el ejercicio de los derechos constitucionales consagrados en el artículo 150 de la Constitución Política y el artículo 140 de la Ley 5 de 1992 y busca reconocer y fortalecer la labor de las mujeres en el cuidado, uso, manejo, gestión y conservación de la biodiversidad. El proyecto fue trabajado con el apoyo del Colectivo de Mujeres Defensoras del Río Cauca y presentado el 13 de noviembre de 2024 en la cumbre de biodiversidad de Cali (COP16). Este marco legal aspira a habilitar recursos y asignar tierras específicas que permitan a las mujeres proteger activamente sus ecosistemas y preservar su legado cultural y natural, otorgándoles reconocimiento, apoyo y participación efectiva en las decisiones sobre los territorios que habitan y cuidan.
Orfelina Carrillo, lideresa ambientalista kankuama, explica que en la Sierra Nevada no se puede sembrar cualquier árbol, sino que deben ser especies nativas como el corazón fino y el caracolí, fundamentales para la protección de los nacimientos de agua. Sin embargo, expresa su preocupación porque estas especies ya están escasas: “Eso nos motiva a seguir preservando”. ”Para establecer un vivero es indispensable contar con un espacio adecuado, ya que “aunque exista la voluntad, sin tierra disponible no se puede avanzar; además, no solo se requiere mano de obra, sino recursos económicos e insumos específicos para garantizar el cuidado y crecimiento de las plantas. Sin estos elementos cualquier esfuerzo es limitado”.
Había una vez, el corazón del mundo
La Línea Negra es el latido ancestral de una madre que recorre la costa Caribe colombiana, una zona de paz y armonía donde se respeta la vida en todas sus formas. Así la define el mamo Mey Jawin: un lugar “donde no se discrimina, donde no se maltratan los animales, donde en cada pedacito hay una reflexión para estudiar y aplicar en la vida social, cultural y espiritual”. Desde su hogar en Busintana, el único Jardín Botánico en Cesar y La Guajira, el mamo señala con el dedo un mapa de su territorio, pisado con piedras y marcado con el logotipo “Universidad de la Vida”. Este territorio, que se extiende por Magdalena, Cesar y La Guajira, es mucho más que líneas en un mapa.

Riachuelo sembrado en el Jardín Botánico Busintana es uno de los ejemplos del rol que cumplen las cuatro etnias en la conservación del agua en la Línea Negra. Foto: Katlin Navarro.
La Sierra Nevada de Santa Marta, conocida como Gonawindúa o “corazón del mundo”, es un macizo montañoso que emerge como un planeta en miniatura donde termina la cordillera de los Andes y comienza una montaña independiente. Su geografía abarca desde el mar Caribe hasta las nieves perpetuas, pasando por desiertos, bosques secos y húmedos, páramos y una biodiversidad impresionante. Su pico más alto, el Pico Chundua (nombre dado por los pueblos indígenas a la Sierra Nevada de Santa Marta, específicamente al área donde se encuentran los picos más altos de Colombia, como el Pico Cristóbal Colón y el Pico Simón Bolívar), tiene 5.775 metros de altura. Esta montaña abastece ríos que irrigan la región desde el Magdalena hasta La Guajira y el Cesar. Además, según datos de la Fundación ProSierra Nevada de Santa Marta, en el macizo montañoso habitan 631 especies de aves, incluidas 14 endémicas, así como 50 especies de anfibios, de los cuales 17 son endémicos, y 92 especies de reptiles, con un endemismo cercano al 13 %. La flora de la Sierra también muestra una gran proporción de especies exclusivas. Se han identificado al menos 95 especies endémicas de plantas con flores.

Delvis Estrada Arias, lideresa ambiental kankuama, enseña a niñas y niños de la Sierra Nevada el valor de sembrar especies nativas, cuidar el agua y preservar el territorio sagrado de la Línea Negra. Foto: Katlin Navarro.
Delvis Estrada Arias, lideresa ambiental kankuama, expresa la conexión profunda que tienen con este espacio: “Esta es nuestra madre. La Línea Negra es algo imaginario creado para proteger todo ese territorio, porque es donde Dios nos puso para pervivir”. Explica que la Línea Negra incluye un proceso de transición hacia la espiritualidad, y por eso cuidarla significa cuidar no solo a los indígenas sino a toda la humanidad, porque “cuando se lastima a la madre se afectan todos los seres”.
Delvis considera que la pandemia fue una señal clara sobre la importancia de cuidar el medio ambiente. Por eso hace un llamado a que la humanidad respete a las mujeres, sus cuerpos sagrados y, con ellos, la vida y la naturaleza, que están estrechamente conectadas.
La Línea Negra no es solo tierra visible, sino un tejido espiritual y material que organiza la vida en equilibrio con los elementos naturales: tierra, agua, fuego, viento, rocas, animales y plantas forman un organismo vivo que debe protegerse y cuidarse. Este orden ancestral se transmite de generación en generación y es custodiado por la sabiduría de los mamos y mayores, autoridades espirituales que ejercen un gobierno propio y salvaguardan el conocimiento y la gobernanza del territorio, con apoyo de las mujeres. La Línea Negra sustenta la existencia cultural y material de los cuatro pueblos indígenas que la habitan.
Esta herencia fue reconocida formalmente desde 1979, cuando se consolidaron importantes figuras jurídicas y culturales: la Sierra se torna en ‘Reserva de la biósfera’ y ‘Patrimonio de la humanidad’; luego, el sistema de cuidado ancestral es reconocido legalmente en 2018, cuando el Decreto 1500 oficializa 348 sitios sagrados que constituyen un cuerpo vivo y funcional para mantener la continuidad del territorio y sus saberes.
Adriana Arias Montero y Orfelina Carrillo describen el vínculo espiritual que las mujeres de las cuatro etnias mantienen con la naturaleza a través de los pagamentos y rituales ancestrales. Según cuentan, estos actos ceremoniales no son simples prácticas, sino una obligación sagrada guiada por la sabiduría de los mamos, las máximas autoridades espirituales. Los mamos orientan a las mujeres en la preparación y realización de los pagamentos para pedir la lluvia, sanar la tierra y proteger los nacimientos de agua en la Sierra Nevada. “Los mamos nos enseñan qué materiales llevar, cuándo y cómo hacer los pagos; no es una simple ceremonia sino un compromiso con la madre tierra y con las generaciones futuras”, explican. A pesar de las estigmatizaciones de algunos que lo consideran brujería, para ellas estos rituales son expresiones de respeto y cuidado hacia el entorno natural, esenciales para la supervivencia y el equilibrio del territorio sagrado que resguardan.

Adriana Arias Montero y Orfelina Carrillo, lideresas ambientales kankuamas, enseñan a nuevas generaciones prácticas de conservación y liderazgo ambiental en la Sierra Nevada de Santa Marta. Foto: Katlin Navarro.
Adriana Arias Montero relata que recientemente realizaron campañas de concientización en las comunas de Valledupar con el objetivo de enseñar a la comunidad cómo cuidan el agua los pueblos indígenas. Explica que se trata de que Valledupar conociera cómo hacen ellas para cuidar, de modo que a los valduparenses (de Valledupar) les llegue el agua que viene del río Guatapurí, porque en la ciudad hay mucho desperdicio del líquido. Especialmente la conexión con las siete lagunas donde nace el río. Además, resalta la importancia de los pagamentos y rituales realizados por los indígenas de los cuatro pueblos: “Nos vamos a comienzo de año a bailar para que llueva en el río y tenga agua”, y añade que no llevan chivos ni animales a las partes altas para conservarlas, pero “vemos que aquí en la ciudad la gente no está cuidando».
La amenaza de los grupos armados
Sumado a los daños ambientales, el conflicto armado interno en Colombia impactó severamente los sistemas tradicionales de organización y control de los pueblos indígenas. La presencia de guerrillas, grupos paramilitares y redes de narcotráfico generó altos niveles de violencia y discriminación que incluyeron secuestros, torturas y desapariciones de mamos, así como violencia sexual contra mujeres indígenas.
Arias y Carrillo destacan el liderazgo de las mujeres kankuamas. Relatan que, durante el conflicto armado, las mujeres kankuamas fueron las más activas en la resistencia: “Las mujeres éramos las que salíamos (…), frenábamos al que fuera, les quitábamos nuestros hijos a los grupos al margen de la ley (…), fuimos resistentes”. Explican que el pueblo kankuamo, que habita las partes bajas de la Sierra, funcionó como una puerta de contención para evitar la entrada de actores armados a la montaña. El conflicto causó la muerte de muchos hombres y, como consecuencia, las mujeres, desde la firma del proceso de paz, han participado más en la gobernanza.
No pasa lo mismo con otras comunidades más arriba, como la kogui, en la cual las mujeres aún están muy limitadas y, según cuentan, carecen de acceso a la educación.
La región sigue marcada por un “corredor de la muerte” que une a la Sierra Nevada con la costa Caribe, un corredor estratégico para el tráfico de drogas y que actualmente está controlado por bandas criminales, sucesoras del paramilitarismo, con redes transnacionales. Este conflicto afecta con particular dureza a las mujeres indígenas. A pesar de este sufrimiento, muchas continúan haciendo resistencia apoyando la búsqueda de desaparecidos, creando espacios de asociatividad para que buscadoras se reúnan y armonizando el territorio que la guerra manchó de sangre. La Unidad de Víctimas informa que el 95 % de quienes buscan a desaparecidos son mujeres.
“Sin la participación activa, ancestral y espiritual de ellas es imposible sostener el orden de la Línea Negra, la vida y la autonomía de nuestros pueblos”, concluye el mamo, que cuenta con orgullo cómo su vida está atravesada por Sara Niño, su compañera, y las cuatro hijas que tienen juntos. A las niñas, de una nueva generación que crece en la montaña consciente de las amenazas que persisten entre los lugares sagrados, quizás les corresponda seguir el legado de sus antecesoras: proteger el territorio al tiempo que se protegen los espacios de participación para ellas.

Vista ancestral de la Línea Negra: territorio sagrado que conecta los 348 sitios reconocidos como nodos energéticos y culturales de los pueblos arhuaco, kogui, wiwa y kankuamo. Este paisaje es custodio de biodiversidad y sabiduría espiritual, definido por el mamo como el corazón del mundo y lugar donde todos los elementos deben estar en armonía. Foto: Enosh Arias.
Esta historia fue producida por Katlin Navarro Luna, periodista en Valledupar, Cesar, y forma parte de la quinta edición del especial periodístico ‘Historias en clave verde: una radiografía de conflictos socioambientales en Colombia’, como resultado de la formación ‘CdR/Lab Periodismo para cubrir conflictos socioambientales’, apoyada por el Servicio Civil para la Paz de Agiamondo en Colombia.