Desde niña los observé. Pero solo veía palos secos en el agua o dentro de la maleza del camino. Eran para mí como fantasmas o muertos vivientes, acompañantes de los viajes a Barranquilla que emprendía con cierta regularidad junto a mi madre para que un alergólogo tratara mis problemas de alergia y asma.
Yo tenía tan solo unos diez años. Recuerdo ver a niños jugar y correr entre esos palos al pasar por Puebloviejo, por la vía Troncal del Caribe. Al verlos también pensaba: “¡Qué árboles más inmensos y hermosos! ¿Cuál será su nombre?”.
A veces, preguntaba a mi madre por ellos. El tiempo me hizo verlos con otros ojos, observé su grandeza, incluso su deterioro. Vi manglares muertos con troncos en tonalidades café oscuro y negro al lado de la carretera, adornados con la mezcla de un cielo azul con blanco algo brillante, cubiertos de agua oscura que parecía mostrar su reflejo triste a través de ella. Una nítida imagen que ni el tiempo me hará olvidar.
Pasaron 13 años de aprendizaje y experiencia de vida hasta que conseguí mi trabajo soñado en la Asociación de Biólogos de la Universidad del Atlántico (Abiudea). Nos volvimos a encontrar los mangles y yo. Tuve la oportunidad de verlos de cerca. Recuerdo nuestro primer encuentro. Fue en el patio de una casa en Tasajera. Escuché su nombre por primera vez. Un nombre compuesto por nueve letras, un nombre tradicional: “Manglares”. O “Mangle”.
Nunca olvidaré aquel viernes en que cumplí otro de mis anhelos, conocer su hábitat natural: la Ciénaga Grande de Santa Marta. Ese día me sentí otra vez de diez años, deslumbrada con su grandeza. Me sentía como una turista en Disneylandia y tomé fotos sin parar.
Características de la Ciénaga Grande de Santa Marta
La Ciénaga Grande de Santa Marta es un complejo lagunar. Es el ecosistema delta-lagunar más extenso del Caribe colombiano. Según el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar) cubre un área de 3.812 km2, de los cuales 757 km2 son espejos de agua de más de 20 lagunas, interconectadas entre sí por una red de caños.
Las dos lagunas principales son la Ciénaga Grande de Santa Marta (450 km2 ) y la ciénaga Pajaral (120 km2 ). Este complejo está ubicado en la zona norte de Colombia, en el noroccidente del departamento del Magdalena (10°43’ a 11°00’ latitud norte y 74°16’ a 74°38’ longitud oeste), y hace parte de la cuenca del río Magdalena. Limita al oriente con la Sierra Nevada de Santa Marta y al norte por una barra de arena llamada Isla de Salamanca, aledaña al mar Caribe.
Con el tiempo, por mi trabajo en Abiudea fui conociendo más de los manglares. Casi todos los viernes esperaba con ansias a que me programaran para ir a la casa del bebé manglar que me cautivó, en el patio de la señora Ivonne Ojeda, más conocida por todos como la señora de los mangles.
Ella, junto a otras 15 mujeres y un hombre pescador conforman la Asociación de Mujeres Resilientes de Tasajera, que hace parte del proyecto de conservación Protección y adaptación al clima mediante la renaturalización de los manglares en la Ciénaga Grande de Santa Marta. En esta asociación trabajan para consolidar alternativas económicas que les permitan mejorar sus condiciones de vida. Con la constitución de viveros comunitarios suministran mangles destinados a reforestar la Ciénaga Grande de Santa Marta para fortalecerla y mitigar la contaminación ambiental. Este proyecto es operado por Abiudea, gracias a la donación de Malteser International y la Agencia de Cooperación Alemana para la Cooperación Internacional (GIZ).
El patio de la casa de la señora de los mangles se ha convertido en el vivero Cultivando Vida, donde cuida con amor cuatro especies: el negro o salado (Avicennia germinans), el rojo (Rhizophora mangle), el blanco o amarillo (Laguncularia racemosa) y Zaragoza (Conocarpus erectus). Ya han crecido más de 3.000 ejemplares de manglares en el barrio de Adonai (Tasajera), entre casas de palo, de cemento, entre pobreza e inundaciones en tiempo de invierno. Una vez alcanzan el tamaño ideal —más de 50 centímetros para garantizar su supervivencia— los mangles negros y rojos son trasladados con el fin de reforestar el kilómetro 38 de la Ciénaga Grande de Santa Marta.
Ivonne y todas las mujeres de la asociación cuidan con amor a cada bebé manglar que llega a sus manos como una pequeña semilla que, a medida que va creciendo, le brotan sus primeras raíces, como los primeros pasos de un niño. Luego le surgen sus primeras hojas, como salen los dientes de un bebé; después sus tallos siguen creciendo, como el cuerpo de un niño; al igual que sus hojas, a medida del tiempo se vuelven adultos e independientes.
Nosotros, los humanos, podemos diferenciarnos por nacionalidades, los manglares se distinguen por especies. En el mundo existen 73 especies de manglar identificadas hasta ahora; de estas, cinco son familias mayores, 15 son menores y hay 22 géneros de especies asociadas. Las especies de manglar que tenemos en Colombia hacen parte de las cinco familias mayores, de las cuales nueve especies habitan en nuestro país. O sea que nuestros mangles negros y rojos tienen 64 primos lejanos y 7 hermanos.
Las virtudes del mangle
Los mangles son una familia inmensa y diversa que, desde cada región, trabajan como guardianes de las costas, vigilando el mar, el clima, capturando mayor cantidad de carbono y regulando la temperatura. Ellos ayudan en la transformación de la materia orgánica para que haya sustratos mucho más enriquecidos, disipan la fuerza del oleaje, permitiendo que haya un constante traslado de sedimentos que se depositan en el sustrato, como el fluido de las olas y el movimiento constante del mar que genera una ganancia en terreno y creación de sistemas, así como los manglares.
Estos árboles nativos se desarrollan por medio de semillas que son vivíparas, lo que significa que están listas para soltar a su árbol madre, puesto que tienen un proceso de pregerminación —lo que les permite ir a dar un paseo para fijarse en el sustrato, más conocido como suelo, que se convertirá en su nuevo hogar—.
Entre mayor sea la altura del mangle, mejor guardián de la vida será, ya que ayudan a disminuir el impacto de las tormentas y huracanes, como un superhéroe que sale a luchar contra el mal para protegernos a todos. Sin embargo, el manglar tiene el poder de sacar lo bueno de esos fenómenos, por ejemplo, usa los huracanes como un partero natural de semilla ya que, cuando pasan, llegan como la cigüeña, recogen y riegan al piso cada semilla que fluye hasta fijarse en el suelo para seguir generando vida.
Para nosotros, los manglares son el sustento de miles de familias de pescadores que viven cerca de la Ciénaga en Puebloviejo, Tasajera, Isla del Rosario, entre otros, puesto que han dependido de la pesca artesanal durante generaciones. Además, son el hábitat o sala cuna para distintas especies de aves, mamíferos, reptiles, crustáceos y peces; aportan en la regulación del clima, protegen de la erosión costera y, por si fuera poco, disminuyen los efectos del cambio climático.
Por otro lado, la Ciénaga Grande de Santa Marta es un ecosistema que alberga gran diversidad de especies. Los manglares son como la profesora favorita de los niños, a la que llegan para refugiarse cuando tienen miedo, están asustados y quieren protegerse.
“Entonces ¿qué pasa entre un bosque seco y un bosque de manglar? En el caso del primero, hay especies que se mueven de un lado a otro como mamíferos y reptiles; este movimiento permite que los flujos de energía sean estables, así como mantener los caños y canales en buen estado para que ingrese el agua marina y el agua dulce. Se puede decir que lo que ocurra en el bosque de manglar afecta al bosque seco porque se generan procesos de regulación trófica o cadena alimenticia y al romperse la cadena trófica se puede disminuir la población o generar un colapso en el ecosistema porque ya no hay procesos de recirculación de nutrientes, no hay procesos de dispersión de semillas, no hay procesos energéticos y esto impacta a todos los ecosistemas que están cercanos”, me explicó Wílder Borrero, biólogo marino de Abiudea, especialista en ecología de manglares y ecología de tortugas marinas, que trabaja como coordinador operativo y técnico de la metodología para la restauración de las 30 hectáreas en la Ciénaga Grande de Santa Marta.
Ivonne, cuando se refiere al mangle dice: “El mangle es mi hijo, hace parte de mi familia, es una semilla que recojo, que cultivo, que riego con amor, que veo día a día su progreso; los cuido de las plagas que los atacan, estoy al cuidado de mis hijos. El mangle también es mi proveedor porque al ser sembrado en la Ciénaga, los pescados van a recibir refugio y, si estos no se refugian, no se reproducen y no comemos; entonces es una cadena y el mangle hace parte de esa cadena”. Mientras sonríe muestra sus pequeños manglares que se encontraban encima de una mesa de palo en el patio de su casa, que ahora se encuentra inundado con agua posada a causa del invierno; uno que afecta a todos los habitantes de Tasajera.
También afirma que “los mangles son agua, tierra y vida, son tierra porque nacen y se cultivan en ella, son vida porque la semilla que antes no valoraba crece con empeño, dedicación y amor. Esa semilla germina y da vida a un mangle que luego cuida, protege y genera vida a otros ecosistemas. Y son agua porque tienen la capacidad de absorber líquido para varios días”. Ella también les habla a los manglares. Les dice cosas como: “Hoy estás bonito, espérate y te quito esta telaraña que te está estorbando”. Y además los consiente. Algunas veces, cuando los traslada de un lado a otro les advierte: “Mira que te voy a mover para este lado, no quiere decir que no te quiera, es que acá vas a estar mejor”.
Cuando los riega piensa que le dan las gracias, que sus hojitas se mueven como diciendo “Gracias por recordar echarme agua, mamá”. Cuando los trasladan a la Ciénaga, les dice: “Te vas para tu hábitat natural, yo no voy a estar ahí, tienes que crecer sano y fuerte, bonito, hermoso cómo estás aquí; así quiero que estés allá. El día que te vaya a visitar que me saludes, ese día te hablo y ese día me vas a responder, ¿oíste?”.
Factores que ponen en riesgo la sustentabilidad de la Ciénaga y los manglares
Wílder Borrero me contó que una de las principales problemáticas de la Ciénaga empezó con la construcción de la carretera Transversal del Caribe o Ruta Nacional 90 en 1954. Esto generó una alteración en los flujos hídricos que se presentaban al interior de la ciénaga causando la muerte y fragmentación del bosque porque no había un flujo constante de agua dulce y salada que permitiera el crecimiento de los manglares; esto y la alta radiación solar generan una alta evaporación del agua, ocasionando un aumento en la salinidad.
“Considero que la mayor problemática de la Ciénaga es el cierre de los canales, el desvío de los ríos, la sedimentación y la alta contaminación lo que genera que la cantidad de agua que llegaba a la Ciénaga décadas atrás ya no llegue. Puede que en un año ingresen una cantidad considerable de metros cúbicos de agua, pero esta cantidad ya no ingresa, generando sequía en algunas zonas y muerte de los manglares. Creo que la mejor manera de recuperar la Ciénaga es habilitando los caños y permitiendo que estas empresas que están alrededor disminuyan un poco la captura de agua y permitan un mejor drenaje de aguas hacia la Ciénaga y se pueda reiniciar un punto de equilibrio entre lo que entra y lo que sale”, me explicó Wilder.
Lo anterior lo confirmé leyendo un documento de Invemar (2018) que explica de manera clara la afectación de la carretera Vía Barranquilla-Ciénaga a los bosques de mangle. Desde su construcción la vía contribuyó a la mortalidad masiva de los bosques de mangle en todo el Complejo Lagunar Ciénaga Grande de Santa Marta, como consecuencia de diversas modificaciones hidrológicas y aumento de la salinidad. Ellos comentan que, a pesar de las acciones para corregir los impactos generados con la construcción de la vía (obras hidráulicas), algunos de sus efectos se mantienen. Dichos efectos se relacionan con el déficit en el flujo hídrico entre ambos costados, lo que a su vez genera aumento en la salinidad en los cuerpos de agua y bosques de mangle ubicados al norte de la vía. Todo lo anterior tiene consecuencias en los bosques de mangle establecidos principalmente al norte de la vía, no solo por procesos de erosión sino también por déficit hídrico y aumento en la salinidad que propician cambios en el uso del suelo (cambio de coberturas), pérdida de bosques de mangle, pérdida de recursos hidrobiológicos y de biodiversidad; pérdida de bienes y servicios ambientales; fragmentación y discontinuidad del ecosistema.
Otros factores que están acabando con los mangles y la Ciénaga son la sedimentación, los incendios, la pesca inadecuada, la tala selectiva, la cacería y los residuos líquidos y sólidos vertidos en forma inadecuada.
Con preocupación vemos cómo en el litoral Caribe del país, los bosques tienen una baja intervención, con solo un 20 % de sus árboles muertos. Una serie histórica del Indicador de Extensión de Manglar (Ie) a escala 1:50.000 en la Ciénaga Grande de Santa Marta (CGSM), mostró una pérdida de cobertura entre 1956 y 1995, con un máximo de 18.170 ha en 1987.
En este año, se registró la cobertura histórica más baja en la CGSM (22.580 ha). Entre 1997 y 2001 hubo un incremento en la cobertura, alcanzando una ganancia de 3.389 ha. En 2003, se registró una disminución de 2.456 ha. Para el periodo 2007 – 2013 hubo un aumento de cobertura, con el mayor registro en 2009 (6.071 ha). Sin embargo, entre 2015 y 2017 se presentó una disminución, con una pérdida de 7.415 ha. A partir de ese año y hasta la actualidad (2018 – 2021), se ha evidenciado la recuperación del bosque, lo que se refleja en el aumento de la cobertura. Esto es extraído del Informe del Estado de los Ambientes y Recursos Marinos y Costeros en Colombia 2021 (Invemar).
Ciénaga Grande de Santa Marta. Esta foto fue tomada en la lancha camino al kilómetro 38 sector Barravieja, mientras saludaba a unos pescadores que se encontraban a lo lejos. Foto: Lady Celis Bernier.
Tanto la Ciénaga Grande y los bebés manglares necesitan de las fuentes hídricas para sobrevivir, del constante flujo de agua dulce y del agua salada para ser mezclada de forma natural y generar agua salobre. Este tipo de agua que necesitan los manglares es como la que usamos para hacer gárgaras de agua cuando nos duele la garganta. Permite las funciones fisiológicas y metabólicas de los manglares; es decir, logra que se mezclen todos los nutrientes que el mangle necesita para sobrevivir, ya que estos tienen la capacidad de absorber las sales, atrapar los nutrientes para tener mayor capacidad de funcionamiento; así, extraen el agua y liberan sales por medio de sus hojas y raíces.
“En el caso del mangle rojo, Rhizophora mangle, el mecanismo por el cual liberan sales está dado por unas pequeñas bocas que están dentro en las raíces (lentejuelas) que permiten el intercambio de oxígeno y nutrientes entre el sustrato, la planta y el medio acuoso. Los procesos de fotosíntesis son importantes en la transformación del dióxido de carbono a oxígeno y esto genera que el hábitat de los manglares sea muy rico en nutrientes”, me explicó Wílder Borrero.
Un manglar puede llegar a la edad de 50 o 100 años, así como algunas especies de tortugas. Los mangles crecen con el entorno, la distribución y la fuente de materia orgánica que posea. Necesitan del agua lluvia para fluir y tienen la capacidad de flotar durante un mes en agua mientras se desarrollan para luego ser arrastrados durante el cántico del agua.
Los ciclos de la vida se van cerrando y se apagan de un momento a otro —como la vida de mis hermosos abuelos, de los que aprendí a compartir, cuidar y amar a los animales y plantas—. Duele pensar en la muerte de los seres queridos; a pesar de esto, nos resignamos y seguimos adelante. Pero, dime mangle: ¿cómo puede seguir la vida adelante si te acabas y nos das tu último adiós?
Camino a la reforestación
El equipo de Cría Pez (Asociación de Pescadores Artesanales Amigos del Cultivo) son quienes, en moto o carro, cada martes o miércoles, van a buscar a los viveros los mangles en Tasajera para transportarlos hasta Isla del Rosario, Puebloviejo. De ahí salen en dos o tres canoas que han bautizado “Asopcaiman”, “La Cataquera” o “Cría Pez” cada una con unos 120 manglares que son sembrados cada viernes por el equipo de las mujeres de Tasajera, Cría Pez y Abiudea.
Desde que comenzó el proyecto en enero de 2021 se han sembrado 2.710 plántulas a un metro de distancia una de la otra. El área reforestada ronda los 2.7 hectáreas—es decir, tres canchas de fútbol—. Además, el proyecto está trabajando para reforestar 30 hectáreas en el kilómetro 38 del sector Barravieja, vía Ciénaga-Barranquilla, y construir canales hídricos en las zonas afectadas de este sector.
Bebés manglares que sembramos. Ellos crecen sanos y fuertes en el kilómetro 38 sector Barravieja de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Foto: Lady Celis Bernier.
Para cuidar de los manglares se requiere de amor, de la comprensión del entorno, respeto por el cuidado y el flujo natural de las fuentes hídricas que alimentan la Ciénaga, procesos de reforestación que vayan acordes con el sistema que tiene una estructura zonal, en otras palabras: una zonificación establecida, identificar lo que Ciénaga y mangle te están pidiendo a través de su lenguaje corporal y no verbal, porque hay lugares en los que no se requiere sembrar, sino generar canales para que se realicen procesos de reforestación y regeneración natural.
Como se dijo anteriormente: lo que ocurre con el bosque del manglar afecta el bosque seco por el flujo de comunicación que hay entre ellos y las formas en que comparten sus dulces —que son sus nutrientes—, puesto que se generan procesos de fragmentación, lo que significa que hay un corte en el ciclo energético de la cadena trófica y, por ende, puede generar un colapso en nuestro ecosistema y en aledaños. Esto nos recuerda que nuestro mundo está interconectado, pues un corto en el ciclo de una especie o ecosistema afecta el flujo de todo un planeta; porque, además, fluimos en conjunto.
Para mí, los mangles dejaron de ser fantasmas a la orilla de la carretera para convertirse en superhéroes naturales que no solo regulan el mundo, el medioambiente y el fluido de la vida, sino también ayudan al fortalecimiento social y económico de las comunidades y el empoderamiento de estas.
Mi primera siembra
El día que fui a sembrar un manglar por primera vez me sentí como en el patio de la casa de mi abuela. Llegaron a mi mente muchos recuerdos, entre ellos la imagen de mi mamá Rebeca sembrando sus plantas y mi abuelito a su lado con el tanque del agua regando las hermosas matas. Me sentí en casa, solo que en cada paso se humedecían mis botas con el agua de la Ciénaga y el fango de la tierra.
Ese día, antes de salir, me puse una gorra blanca con la frase ‘Panas del medioambiente’, una camisa de manga larga azul, con un chaleco café y un jean: parecía un hombrecito, pero me sentía muy feliz.
Mientras observaba las aves me perdí en mi imaginación pensando en cómo desde niña soñaba en estar en el hogar del manglar, maravillada de tanto esplendor, intentando guardar en mi memoria cada detalle de mi recorrido. La canoa de pescadores que vi con una vela de plástico me recordó una de mis películas favoritas, Piratas del Caribe, e incluso pude escuchar el soundtrack de la película en mi cabeza.
Una voz me sacó de mi ensoñación: “Lady, ¿quieres sembrar?”. Y yo dije “por supuesto, claro que sí”, entonces corrí a mi sitio de siembra, hice una pequeña abertura en la base de la bolsa de mi plántula, luego la hundí con cuidado en el hueco de la tierra que habían preparado mis amigos de Cría Pez; después lo sumergí y saqué el bolso de su cuerpo, más tarde con mis manos llenas de fango y tierra lo cubrí con ella como una manta, puede sentir el agua y la textura de cada parte de tu cuerpo…
Esta historia fue producida con el apoyo del Servicio Civil para la Paz de Agiamondo y seleccionada del proceso de formación ‘CdR/Lab Periodismo en clave verde’, realizado por Consejo de Redacción (CdR) y financiado por la DW Akademie y la Agencia de Cooperación Alemana, como parte de la alianza Ríos Voladores.