En la cocina de Bárbara, los palos secos de cafetal se consumen entre la brasa. Pero, contrario al aparatoso ardor de un fogón de leña, la combustión de la madera es discreta y silenciosa. En la habitación no hay humo ni cenizas y el calor no se propaga por la cocina. El sancocho hierve pronto junto al arroz que se cuece.
Un cubículo de hierro y ladrillo con poco más de un metro de ancho y 80 centímetros de alto es responsable de la serenidad de este almuerzo. Se trata de la estufa ecoeficiente, un aparato construido por la Corporación Autónoma del Valle del Cauca (CVC) en el marco de un proyecto que busca “evitar la deforestación” en el departamento, según Pedro Nel Montoya, director de Gestión Ambiental de la entidad.
Así lucen las estufas ecoeficientes de leña instaladas en los hogares de comunidades rurales del Valle del Cauca. Fotografía: Angie Serna Morales.
Junto a la ampliación de la frontera agropecuaria, las obras de infraestructura, los cultivos ilícitos y los incendios forestales, el consumo de leña es una de las principales causas de deforestación en Colombia. Así lo registra la Política de Bosques vigente en el país.
A esa realidad está ligada la historia de San Vicente, el corregimiento que habita Bárbara, desde cuya cocina los leños se terminan de consumir para la apacible cocción.
Doña Carmen, madre de Bárbara, hace presencia frente a las hornillas ardientes, pese a que su hija y sus nietas le piden que no se esfuerce. “No sé estarme quieta”, dice sonriente mientras manipula la leña de la estufa. Fotografía: Angie Serna Morales.
La caída del bosque
Frente a los cerros de pálido verde, Víctor Hugo Valencia, conocido en la zona como el Profe, recuerda la caída del bosque. Según relata, fue la codicia por el cedro negro y el roble blanco lo que pobló los montes, desde donde los aserradores bajaron troncos a lomo de mula hasta convertir la zona en un promontorio de prados, exento de cualquier pureza pasada, y ahora cubierto de caseríos.
Como lo narra el Profe, tras instalarse toda una comunidad en la ladera de San Vicente, la madera fina escaseó y la tala comercial se detuvo. Pero las nuevas familias asentadas en la zona, dedicadas a la agricultura, la cría de animales y otros oficios, quedaron hasta hoy ancladas a la extracción de leña como fuente de energía doméstica. En mayor medida, para labores de cocina.
¿Cuántos árboles se talan para ese fin? Según Gerardo Naranjo, coordinador del Fondo Participativo para la Acción Ambiental de la CVC, departamento que administra y gestiona el proyecto de estufas ecoeficientes, la “deforestación asociada al consumo de leña no está medida”. Sin embargo, expertos dicen que su aporte es significativo, sobre todo porque logra degradar ecosistemas y áreas importantes, las de amortiguación de ríos y quebradas.
En las zonas rurales del país es común que los campesinos se internen en los bosques para recolectar hojarascas, troncos caídos y ramas secas. Prácticas que a pequeña escala no tienen un gran impacto en términos de deforestación. Sin embargo, los centros poblados como San Vicente generan una economía alrededor de la leña como combustible, en la figura de personas o grupos que comercializan la madera a un volumen solo sostenible a partir de la tala.
Además, como explica José Iván Hernández, propietario de la finca La Hoyola, en la vereda Clavellinas (zona alta de San Vicente), no cualquier madera enciende y mantiene las llamas en el fogón. Las especies predilectas para él son el cascarillo y la flor de mayo, aunque sabe de otras como el naranjo y el gualanday.
Por esta razón, la demanda de leña amenaza con degradar ecosistemas nativos, como ocurrió en zona rural de Usme (localidad de Bogotá), donde buena parte de las especies del bosque de niebla fueron reemplazadas paulatinamente por árboles maderables. Así la demanda de leña amenaza el bosque seco tropical, otrora predominante en el Valle del Cauca y cercano a la desaparición en el territorio nacional.
El problema energético
Pese a que la mayoría de hogares en San Vicente cuentan con estufa de gas además de fogón de leña, este último gana la puja económica entre ambos combustibles. Una pipeta de gas propano en la zona oscila entre 66 000 y 70 000 pesos, mientras el fogón puede funcionar con la recolección gratuita de rastrojos en el bosque.
Por ello, el gas suele ser utilizado por los campesinos solo para cocciones urgentes y se busca que el contenido de una pipeta rinda entre uno y seis meses.
La dificultad de llevar conexiones de gas natural a las zonas rurales y el factor económico hacen de la leña la tercera fuente de energía más utilizada para cocinar en el país, de un listado de ocho entre las que se cuentan la energía eléctrica y el carbón.
Por estos motivos, el Ministerio de Ambiente emitió, en 2015, los lineamientos para la creación de un Programa Nacional de Estufas Eficientes. Con este documento comenzó, a través de proyectos descentralizados, la implementación de esta tecnología en todo el país.
El humo: perjudicial dentro y fuera de casa
Pese a que la ingeniería de la estufa apunta a economizar leña, según Giovanni Pabón Restrepo, quien participó de la redacción de los lineamientos de Minambiente, la principal razón de ser de estos proyectos “es la salud de la gente de las zonas rurales”.
En el patio de Rosalba Guasaquillo, ubicado en la cabecera del corregimiento de San Vicente, arde el fogón con abundante leña, provocando una gran humareda. Fotografía: Angie Serna Morales.
En las cocinas de San Vicente, por ejemplo, eran comunes las lágrimas y la tos. De los troncos envueltos en candela se desprendía el humo denso que cundía en las casas, oscurecía el aire y teñía de negro los muros y techos.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la descarga de químicos nocivos para la salud producida por la quema de leñas es tal que, a diario, los habitantes de hogares con fogones de leña aspiran el equivalente a fumar dos paquetes de cigarrillos.
Estudios apuntan a que la exposición continuada al humo de estos fogones podría provocar asma, cataratas, tuberculosis y cáncer de pulmón. En los niños de cero a cinco años puede producir Infección Respiratoria Aguda (IRA) y en mayores de 30 años puede desarrollar Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC).
En el corregimiento de San Vicente, Jamundí, tal como lo plantea la OMS a nivel global, los principales afectados por el humo de leña son mujeres y niños, ya que suelen ser quienes están en casa durante la combustión de la madera.
Las estufas ecoeficientes son herméticas y concentran el humo de la leña hacia una chimenea que da al exterior de los hogares, protegiendo a los usuarios de aspirar estas descargas. Fotografía: Angie Serna Morales.
Pero tal como estas emisiones son nocivas para el organismo de los campesinos en las veredas del Valle del Cauca, pueden serlo también para el medioambiente, puesto que la mayor carga contaminante de la madera en combustión contiene dióxido y monóxido de carbono, agentes protagónicos del efecto invernadero.
Sin embargo, estos problemas sanitarios y ambientales pasan a segundo plano ante el problema del almuerzo, que las familias en San Vicente necesitan preparar a tiempo y en abundancia, y así obtener la energía necesaria para emprender los largos caminos a pie y las exigentes labores en la finca.
Las nuevas estufas de San Vicente
Las primeras diez estufas ecoeficientes llegaron a San Vicente en 2019. Fueron instaladas por la CVC en la vereda Clavellinas, gracias a la gestión de Luz Enith Rodríguez, presidenta de la junta de acción comunal quien, tras vivir el sofoco y las complicaciones respiratorias derivadas del humo, solicitó el proyecto para su comunidad.
“El médico me prohibió el humo de la leña porque me ha afectado los ojos”, asegura Rosalba Guasaquillo junto a sus dos estufas: una operada con gas y la estufa ecoeficiente operada con leña. Fotografía: Angie Serna Morales
Además de la ausencia de humo, los beneficiarios de las estufas dan fe de que se consume menos leña, en tanto el calor se conserva y la estructura cerrada aprovecha más la energía de la combustión. Por otra parte, cada estufa tiene cuatro hornillas, horno y un compartimento para mantener agua caliente. Seis servicios que en un fogón tradicional requerirían leña por separado.
Según los lineamientos publicados por el Ministerio de Ambiente, con el uso de este tipo de estufas se reduce el 94,2 % del material particulado de la leña y las emisiones de CO2 reflejan también una tendencia decreciente.
A marzo de 2021, el corregimiento de San Vicente contaba con 40 estufas ecoeficientes de las 500 que la CVC ha instalado en todo el Valle del Cauca. Sin embargo, para Luz Enith Rodríguez hacen falta muchas más, teniendo en cuenta que en el corregimiento habitan alrededor de 1200 personas.
Como asegura el Profe, el impacto de las estufas se nota ya en la comunidad. Desde lo más simple: unos espacios más dignos para cocinar, hasta lo más complejo: una evidente reducción del consumo de leña, es decir, reducción de la deforestación. “Aquí el que vendía leña quebró”, afirma, mientras enseña un banco de madera seca que tiene en su finca a disposición de los vecinos que lo requieran para cocinar.
Pero pese a las numerosas bondades del proyecto, varios beneficiarios tienen reparos hacia el funcionamiento de la estufa.
Luz Enith Rodríguez considera que estas dificultades pueden provenir de una falta de rigor de los beneficiarios en la capacitación. Por su parte, Gerardo Naranjo, encargado del proyecto por la CVC, reconoce que durante 2020 las capacitaciones grupales se vieron afectadas por la pandemia del COVID-19 y, en su lugar, se dejaron manuales que pudieron no ser tan efectivos. Situación ante la cual, según dice, la Corporación tomará acciones correctivas a futuro pues “es un proceso de aprendizaje”.
Bosques de leña por el Valle
En cercos, jardines y otras porciones de terreno de las zonas rurales de siete municipios del Valle del Cauca, crecen las plántulas de eucalipto, chagualo y nacedero. Algunas de las especies que dentro de un par de años conformarán los bosques de leña del departamento.
Además de la instalación de las estufas, el proyecto de la CVC comprende la entrega de 200 árboles a cada beneficiario que, como explica el director Pedro Nel Montoya, “generan menos emisiones de carbono”. Contar con un terreno para sembrarlos y comprometerse a hacerlo son condiciones para acceder al proyecto.
Así son entregadas a los beneficiarios las plántulas de eucalipto, guamo y chagualo (entre otras especies) que deben ser sembradas junto a la instalación de las estufas. Fotografía: Angie Serna Morales.
Según estima Gerardo Naranjo, con los beneficiarios acumulados desde 2016, cuando empezaron a instalarse estufas en el departamento, “estamos hablando de más o menos 200 000 árboles sembrados con las estufas”. Cada uno de ellos, explica, “crece más rápido y tiene mayor capacidad calórica que los árboles nativos”.
Sin embargo, algunas de las especies entregadas por las CVC no son nativas de la región y, entre ellas, se encuentran algunas que consumen una gran cantidad de agua durante su crecimiento como, por ejemplo, el eucalipto.
Por otra parte, una porción importante de los beneficiarios en los municipios de Jamundí y Restrepo señalan problemas con la siembra de los árboles. Desde daños ocasionados a las plántulas durante el transporte a las fincas, hasta la acción de la mayor antagonista de los sembradíos vallecaucanos: la voraz e incansable hormiga arriera.
A causa de este insecto, los árboles entregados por la CVC con las primeras estufas en 2019, fueron diezmados al mínimo. Gloria Milena Rivera, de la vereda Clavellinas en San Vicente, cuenta que poco queda de los 500 árboles que recibió en ese entonces. Solo sobreviven seis ejemplares de guamo, y algunos naranjos y mandarinos, pues todos los gualandayes y aguacatales fueron devorados por las hormigas, cuyas enormes colmenas pueblan la vereda.
Eduardo Rendón, agrónomo que trabaja con la comunidad del corregimiento Zabaletas en límites entre Restrepo y Dagua, donde se adelanta la construcción de 40 estufas ecoeficientes, asegura que la hormiga arriera no es una plaga, sino que estará siempre presente, puesto que dentro de las zonas perjudicadas “ella está en su hábitat natural. Nosotros somos los intrusos”.
En el mismo sentido, Gerardo Naranjo afirma que la acción de la hormiga no se puede erradicar, pero sí controlar, para lo cual se necesita mejor comunicación con las comunidades beneficiarias, pues dice que en la CVC no han recibido reportes de árboles afectados.
En Jamundí, muchos de los árboles entregados por la CVC presentan color pálido, hojas caídas y hojas carcomidas por la hormiga arriera. Jairo, beneficiario del municipio de Restrepo, denunció que recibió árboles maltratados y con el tallo partido. Fotografía: Angie Serna Morales.
Las aguas, resguardadas y fluyendo
De lo alto de la vereda Clavellinas se despeña la cascada del río Jordán, de cuyo afluente toman el agua las veredas del corregimiento y, más abajo, las bocatomas del municipio de Jamundí. Como una serpiente traslúcida corre también entre las lomas el río San Pablo, que desemboca luego al río homónimo del municipio.
Diego Libreros López llegó a Clavellinas de la mano de un aserrador, ayudándolo a cortar maderables finos. Sin embargo, tras recorrer el bosque se enamoró de la riqueza natural e hídrica de la región, que ahora protege y difunde. Fotografía: Angie Serna Morales.
Al tupido bosque que esconde los nacimientos de estos ríos se sumaron los nacederos, también llamados quiebrabarrigos, que fueron entregados a los beneficiarios de las estufas ecoeficientes. Se trata de una especie arbórea conocida por sus bondades en la protección de acuíferos y la disminución de la erosión.
“Lo que necesitamos es que una comunidad entera deje de afectar un bosque”, afirma Gerardo Naranjo, argumentando que, al consumir menos leña, la masificación de las estufas derivará en conservación de los árboles nativos y, en consecuencia, de las fuentes hídricas que los rodean.
Frente a dos cascadas del río Jordán, el tronco de un caucho vetusto tiene una marca presumiblemente hecha por leñadores para cortarlo después. Según Diego, la respuesta de la comunidad ha evitado que ejemplares como este sean talados. Fotografía: Angie Serna Morales.
Para dar continuidad a todo este proceso, en noviembre de 2020, el Ministerio de Ambiente concertó con la CVC invertir $1500 millones adicionales en un proyecto que abarca la construcción de 120 estufas ecoeficientes en Reservas Forestales Protectoras Nacionales, entre las que se cuentan las cuencas de los ríos Amaime, Tuluá y Dagua.
En esta última, habitada por una comunidad de cerca de 3000 habitantes del corregimiento Zabaletas, en el municipio de Restrepo; ya comenzaron las labores de instalación de estufas.
Según Adelaida Pérez, líder comunitaria de la región, los bosques del corregimiento han estado en constante amenaza a pesar de estar en una zona de reserva. La ganadería en áreas de ladera y la demanda de leña para los restaurantes de la vía Buenaventura–Loboguerrero han sido los principales factores de deforestación, sumados al consumo de leña diario de las familias del lugar.
José Héctor Pérez, líder comunitario del corregimiento Zabaletas, dirige las labores de producción y siembra de plántulas para reforestar las veredas con especies nativas. Fotografía: Angie Serna Morales.
Sin embargo, a partir del trabajo de la comunidad se adelantan labores de reforestación en las veredas del corregimiento, cuyo río principal, el San Francisco, es un baluarte hídrico del orden departamental, en adelante protegido por la esperada disminución en el consumo de leña y la siembra de nuevos individuos en su rivera.