Al suroccidente de Cundinamarca, sobre el piedemonte de la Cordillera Oriental y a solo dos horas de Bogotá, está Viotá, un pueblo de 20.800 hectáreas y más de 13.000 habitantes que protagonizó una de las más intensas luchas agrarias del país. Un pueblo cuyos relatos están marcados por la tierra y el café.
La historia se remonta a comienzos del Siglo XIX, cuando dos hacendados extranjeros y uno colombiano se repartieron gran parte del municipio. Primero intentaron producir añil y caña de azúcar, pero con el paso del tiempo encontraron rentabilidad en los cultivos de café. Los terratenientes trajeron jornaleros de distintas regiones del país y les asignaron porciones de tierra que tenían que pagar con tres días de trabajo a la semana. En sus parcelas, los campesinos podían sembrar sus alimentos, menos café. Los jornaleros que sembraban café eran encarcelados y quienes cometían un mínimo error eran forzados a trabajar en la construcción del empedrado por donde transitaban los animales de carga.
En rechazo a estos maltratos, los campesinos comenzaron a organizarse en lo que más adelante se conocerían como las Ligas Campesinas. Como recuerda Marcos González, militante del Partido Comunista, en un acto de rebeldía, los jornaleros entraban en grandes grupos a los sembradíos de los patrones que ellos mismos habían trabajado y arrancaban los semilleros de café para sembrarlos en sus parcelas. A la mañana siguiente, los terratenientes obligaban a arrancar cada uno de los cultivos de café, “se convirtió en un juego de quitar y poner”, dice González. La Guardia de Cundinamarca, como era conocida la policía local en aquella época, reprimió violentamente a los miembros de las Ligas.
Los campesinos decidieron armarse y organizarse como Autodefensas Campesinas. Bajo la consigna “la tierra es para quien la trabaja”, invadieron sectores de las extensas fincas. Durante más de 30 años, la Liga parceló las tierras para que las familias campesinas trabajaran con autonomía. Más y más jornaleros llegaron desde distintas regiones y la lucha campesina se fortaleció.
El trabajo de la Liga marcó a una generación. Desde su finca cafetera en la vereda Lagunas, tomando una taza de café, Vicente Reyes recuerda su niñez en las juventudes campesinas: “a nosotros nos tocaba jugar afuera a pie limpio, mientras los grandes estaban en sus reuniones. De Navidad los mayores nos daban regalitos y nos enseñaban canciones y consignas revolucionarias. Yo me acuerdo de mi mamá uniformada de miliciana, ella pertenecía a las Autodefensas de Masas, como los papás de muchos viejos aquí”.
Con el tiempo, los patrones decidieron vender parte los terrenos donde se fundaron haciendas como Ceylán, Liberia, Calandaima y Buena Vista. La Guardia de Cundinamarca, por su parte, fue perdiendo control de estas tierras con el avance de las Autodefensas Campesinas.
A finales del Siglo XIX y comienzos del XX, mientras la Liga Campesina peleaba por el derecho a la tierra, en el resto de Colombia liberales y conservadores se disputaban a muerte el control político del país en la Guerra de los Mil Días. En Viotá, el General Aurelio Mazuera y Antonio Morales, de la guerrilla liberal del Sumapaz, acordaron el fin de la guerra y firmaron en 1902 el ‘Tratado de Liberia’.
Ya en 1906, Viotá se consolidaba como uno de los grandes productores de café en Cundinamarca, con 25 haciendas cafeteras que producían más de 15.000 cargas de café al año, como recuerda Julio César Cepeda en su investigación Una aproximación histórica al municipio de Viotá.
La Guardia Roja de ideas comunistas
Para ese entonces la influencia del comunismo en el mundo iba en aumento, en Colombia se fundó el Partido Comunista Colombiano (PCC) en 1930 y se fue instalando en Cundinamarca hacía finales de la década. A Viotá llegó de la mano de líderes campesinos como Domingo Monroy y Víctor J. Merchán que integraron al Partido en lucha campesina. El municipio comenzó a ser reconocido como cuna del comunismo
Ya con el PCC en la zona, de Ligas Campesinas surgió La Guardia Roja en 1940, que trabajaba en paralelo con los Comandos de Autodefensa. Su fundador fue Domingo Monroy, padre de Cerafín Monroy, líder campesino quien hoy, desde su sillón, recuerda con cariño las historias de su padre. “Papá nos decía que los abuelos de nosotros eran de Boyacá y fueron trabajadores que les daban un lote para poder vivir. Mi papá fundó la Guardia Roja junto con otros compañeros por la repartición equitativa de la tierra para los campesinos”.
Casa del Partido Comunista en Viotá. Fotografía de Laura Gracias.
Poco a poco el movimiento agrario logró su objetivo: la tierra fue repartida entre las familias de los trabajadores para construir minifundios productivos de café y las haciendas se hicieron cada vez más pequeñas. Al día de hoy, de acuerdo con datos oficiales de la Alcaldía, el 70% de la tierra en el área rural está repartida en minifundios de menos de cinco hectáreas.
En 1954, cuando comenzaba Guerra Fría, el General Rojas Pinilla declaró ilegal el Partido Comunista en Colombia, pero el trabajo en el pueblo no se detuvo. La Guardia Roja decidió enviar jóvenes militantes a la Unión Soviética, Cuba y a China para que recibieran instrucciones políticas y militares que pudieran ser aplicadas en el país. En Viotá, se abrieron escuelas políticas de formación marxista.
Los líderes educados en Viotá apoyaron los grupos de campesinos comunistas alzados en armas en Marquetalia en Planadas, Tolima. Las mismas Autodefensas campesinas que, tras los bombardeos de la Operación Soberanía ordenados por el Gobierno de Guillermo León Valencia, fundaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) en 1964.
Para ese entonces existía cierta camaradería entre el movimiento agrario y las guerrillas. Como recuerda Luis Enrique Acero en su monografía ‘Viotá, un paraíso de los Andes colombianos’, fue en Viotá donde el líder fundador de las Farc Jacobo Arenas preparó los documentos para la realización de la III Conferencia de las Farc y organizaba la Escuela de Comandantes en 1968. Jaime Bateman, militante de la Juventud Comunista (Juco) y quien años más tarde fundaría el Movimiento 19 de abril (M-19), asistió a las Escuelas de formación de la Juventud Comunista en el municipio para aprender marxismo, teoría de guerra y régimen militar. También fue instructor en la escuela junto a Jacobo Arenas y el viotuno Raúl Valbuena. El municipio pronto empezó a ser llamado ‘Viotá la Roja’ pues con este nombre se citaban las reuniones políticas.
Entre amores y odios con las Farc
En Colombia, desde la creación del Frente Nacional (1957) el bipartidismo debilitó las luchas alternativas y comunistas alrededor del país. “Lo peor que pudo ocurrir en este país fue habernos dividido entre rojos y azules, no había espacio para los comunistas o para otros movimientos”, cuenta Ramiro Vargas, integrante del Partido Comunista, quien en su juventud fue uno de tantos cuadros [militantes] enviados a otros países. Las Farc comenzó a expandirse, especialmente en zonas rurales con poca o nula presencia del Estado, donde la violencia bipartidista tuvo alto impacto.
En Viotá, sin embargo, el Partido Comunista no perdió espacios electorales mientras fortalecía su vínculo con las Farc. “Las Farc llegó a Viotá facilito, encontró un terreno muy abonado por la rebeldía de los viotunos y la historia que teníamos, entonces se contactaron con nosotros para decirnos que venían a hacer un trabajo político,” cuenta Ramiro Vargas.
“Nosotros manteníamos los dos conceptos de la lucha hacia el poder, era aquí la democracia y allá las armas. La guerrilla comenzó a coger fuerza y nos decía trabajen ustedes en el campo y relacionen fuerza con nosotros, con el objetivo de fortalecer el movimiento popular”, explica Ramiro, “nosotros los defendíamos desde la vía política, como con unos fuertes debates en el Concejo [Municipal]. La guerrilla subsistió también gracias a que nosotros los defendíamos políticamente”.
Domingo Monroy Sánchez, fundador de la Guardia Roja y líder de grandes manifestaciones populares en el pueblo de Viotá. Foto tomada del libro Viotá, un paraíso de los andes colombianos, de Luis Enrique Acero Duarte y citada por el autor como Archivo Familiar.
Después del bombardeo al Secretariado de las Farc en ‘Casa Verde’, ordenado por el presidente César Gaviria en 1990, la guerrilla comenzó su plan de expansión por Cundinamarca. En ‘Viotá la Roja’ esperaban un frente político que reforzara el trabajo ideológico, pero desde el Sumapaz llegó el Frente 22, un grupo dedicado a la captación de recursos comandado por Alfredo Arenas e Iván Vargas. Según los relatos de los militantes del Partido Comunista, la instrucción era recibir a este frente guerrillero, pero sin ningún tipo de relación política o militar.
Las diferencias entre las Farc y el PCC no se hicieron esperar. “Mandaron un grupo a buscar billete. Ese grupo comenzó a reunir a los muchachos de las veredas, los que ellos decían que eran los más fuertes, pero eran los rateros a los que les gustaba el pesito fácil y entonces les prometieron un porcentaje: usted me trae un carro fino y yo le doy el 10% de lo que vale”, cuenta Vicente Reyes. Con el afán expandir sus finanzas, el Frente 22 comenzó a secuestrar, extorsionar y asesinar.
En 1994, por orden del Secretariado, el Frente 22 salió de la zona y fue asignado el Frente 42 comandado por Bernardo Mosquera Machado, alias el ‘Negro Antonio’; Duverney Ospina Díaz, alias ‘Giovanny’, y José Nerup Reyes Peña, alias ‘El Campesino’.
Pero este nuevo grupo tampoco fue bien recibido por el PCC. “No hacían sino comer bien y utilizar lujos, el ‘Negro Antonio’ no hacía sino decir que él tenía que tener la mejor camioneta de Colombia y la trajo ¿por qué no destinaban la plata de esa camioneta para darle alimentación a los niños de la región?”, se pregunta aún Vicente Reyes.
Las Farc por su parte aseguraban que los comunistas no estaban comprometidos con la lucha armada. Marcos recuerda que, para los comandantes de las Farc, “el partido no daba la orden de avanzar hacia las ciudades (decían) ‘son unos viejos apoltronados, unos viejos que quieren el poder pero que no echan para adelante’, en cambio los guerrilleros tenían las armas y creían que ellos podían echar más para adelante. En el año 92 comienza la puja por saber quién tiene más masas (simpatizantes)”.
Luis Castillo, exguerrillero del Frente 42 de las Farc, reconoce que la llegada de este nuevo frente le hizo daño al trabajo político del Partido Comunista. “Las Farc se salió de las manos del secretariado debido al crecimiento de los frentes, hizo falta mucha gente estudiada que supiera manejar estas áreas. Lo que empezó a gobernar en este municipio fueron las armas, no las ideas ni el trabajo político”, dijo.
Entre el PCC y las Farc intentaron llegar a consensos, pero las líneas eran distintas, el Partido quería constituirse legalmente, pero la línea de las Farc era rígida y no permitía ningún tipo de relación con el Estado. “De aquí fue una comisión del Partido a dialogar con el secretariado, se contó que el Frente 42 estaba actuando de forma incorrecta. El secretariado llamó a ‘El Negro’ y su respuesta fue que tenía que actuar así porque nosotros éramos unos ‘culiflojos’, que nos daba miedo trabajar con ellos, que íbamos a arrodillarnos con el Alcalde y la Policía, que llamábamos al Ejército para que nos cuidara. Ahí ganó el ‘Negro Antonio’”, dijo Vicente Reyes.
Jaime Bateman Cañón y Raúl Valbuena Ferla en la vereda Brasil, del municipio de Viotá. La foto fue tomada en 1960. Foto tomada del libro Viotá, un paraíso de los andes colombianos, de Luis Enrique Acero Duarte y citada por el autor como Archivo Familiar.
En 1998 el Frente 42 hizo explotar un carro bomba frente al comando de Policía del pueblo, que mató a una persona y dejó heridas a seis más. Estos hechos de violencia, sumados al aumento de los secuestros y las extorsiones y la estigmatización que estaban viviendo los viotunos, produjo un rechazo a las Farc. El mismo PCC también comenzó a alejarse de lucha armada, creando la consigna ‘Trabajo de masas, lucha de masas y nada de aventuras’, un mensaje que las Farc consideraron ofensivo, pues insistían que su militancia no era una aventura.
En las urnas también estaban divididos. El 29 de octubre de 1999, Adelia Benavides, la candidata del Partido Comunista, venció a Octaviano Montilla, inscrito por el Movimiento Cívico, pero quien era públicamente apoyado por las Farc. El martes en la mañana, mientras el Partido Comunista celebraba su victoria, guerrilleros armados entraron a la sede de la Alcaldía, “nos sacaron de la Alcaldía a madrazos y golpes, y a un compañero le escupieron la cara, eso fue tremendo”, cuenta Antonio*, campesino oriundo de la región y exconcejal de Viotá.
Antonio* y un grupo de compañeros del Partido Comunista llegaron al campamento del Frente 42. En medio de una acalorada discusión, el ‘Negro Antonio’ y los otros comandantes acusaron al partido de fraude y solicitaron repetir las elecciones, pero los comunistas se negaron y propusieron el reconteo de votos, como finalmente lo acordaron. Cuando la votación fue confirmada, la guerrilla aceptó la derrota y Adelia Benavides se posesionó. Pero la relación quedó fracturada para siempre.
Los paramilitares llegaron a arrasar
Como parte del Plan Patriota, entre 1999 y el 2000, el presidente Andrés Pastrana ordenó la Operación Libertad 1 para combatir a las Farc en Cundinamarca. De la mano del Ejército, a la región llegaron en 2003 el Bloque de las Autodefensas Campesinas del Casanare (Acc) y el Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). El coronel Rodrigo González Medina, el capitán Édgar Mauricio Arbeláez Sánchez y el suboficial Eduardo Enrique Márquez Martínez fueron condenados por concierto para delinquir y homicidio agravado en asociación con grupos paramilitares.
Las historias de masacres de las Auc en contra de pueblos enteros a los que acusaban de ser auxiliadores de las guerrillas llegaron a oídos de los viotunos. Ya en 1997 en el caserío de la Horqueta, municipio de Tocaima, vecino de Viotá, los paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas, comandado por Freddy Rendón, alias ‘El Alemán’, habían asesinado a 14 personas.
Los pobladores sintieron el peso de la estigmatización y el 29 de marzo del año 2003 más de dos mil personas de la zona rural decidieron desplazarse y resguardarse en la iglesia del casco urbano de Viotá. Seis días después, las comunidades retornaron.
El líder comunitario Víctor Julio Merchán, quien se dirige a los campesinos de la vereda Puerto Brasil. Foto tomada del libro Viotá, un paraíso de los andes colombianos, de Luis Enrique Acero Duarte y citada por el autor como Archivo Familiar.
Aunque no hubo una masacre, sí hubo una persecución a los líderes del Partido Comunista y de la Guardia Roja. Según cálculos de los antiguos militantes, por lo menos 80 de sus compañeros fueron asesinados, desaparecidos o encarcelados durante esos años. Entre ellos, Ismael Monroy, Nelson Reina, Álvaro Ayala y Jaime Humberto Cárdenas.
“Muchos decidieron dar nombres a los paramilitares por miedo o porque ya tenían relaciones desde antes con ellos, yo recuerdo cuando asesinaron a hacha a dos muchachos, Wilson Duarte y Hernando Micán, en la subida a la zona rural”, dice Luis Castillo. El Frente 42 de las Farc salió de Viotá y los paramilitares se replegaron rápidamente.
Los campesinos retornaron a trabajar la tierra, pero Viotá quedó fracturada. Hoy, la población sufre las secuelas de una guerra que no se olvida y un posconflicto que parece nunca llegar. La desconfianza quedó sembrada y el pueblo se dividió entre supuestos colaboradores de las Farc y presuntos auxiliadores de los paramilitares. El Partido Comunista perdió su fuerza política, los líderes de antaño ya son abuelos y la mayoría de sus hijos no le apuestan a un movimiento campesino. En un giro drástico, ‘Viotá la Roja’, cuna de las ideas comunistas, es hoy fortín político del Centro Democrático.
* Nombre cambiado a solicitud del entrevistado por motivos de seguridad.