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Diciembre 1993. Flor del Monte, Ovejas Sucre.
El 9 de abril de 1994 en el corregimiento de Flor del Monte, en Ovejas (Sucre), entregaron sus armas 650 guerrilleros de la Corriente de Renovación Socialista, disidencia del ELN. El acuerdo de paz fue firmado en el gobierno de César Gaviria. La fotografía fue tomada en diciembre de 1993 durante los diálogos.
Fotografía
Por qué y para qué un periodismo que narra
la memoria del conflicto armado
La responsabilidad de los medios y periodistas
Reflexiones y retos para el cubrimiento de temas de memoria
| Por Olga Behar.
"Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia".
José Saramago
Introducción
En noviembre de 2012 tuve la oportunidad de participar como expositora en una audiencia de Justicia y Paz en la que procesaban a Rodrigo Pérez Alzate, alias ‘Julián Bolívar’, un comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia. Durante cuatro horas expliqué el contexto histórico y político de su proceder y presenté los soportes de investigación periodística que permitieron la publicación de dos de mis libros, El Clan de los Doce Apóstoles (Ícono Editorial, 2011) y El caso Klein origen del paramilitarismo en Colombia (Ícono Editorial, 2012). Concluida la audiencia, los magistrados se declararon estupefactos ante una situación inesperada que habían vivido esa tarde: durante más de siete meses, el líder paramilitar no había aportado nada sustancioso al juicio y se había negado sistemáticamente a hablar. Sin embargo, y gracias a la forma como conduje mi exposición, alias Julián Bolívar decidió explicar, durante una buena parte de la sesión, motivaciones y procederes para varias de las acciones cometidas.
“¿Cómo hizo para hacerlo hablar? ¿Cuáles son esas técnicas que ustedes aplican y nosotros no conocemos? ¿Cómo es posible que los periodistas no estén siendo parte de este proceso de reconstrucción de verdad?”, se preguntaban los magistrados del Tribunal de Justicia y Paz.
Detrás de la anécdota está una razón poderosa para que los periodistas cumplamos con esa misión de relatar, contar y explicar: tenemos la experiencia, las herramientas y la capacidad para generar confianza entre protagonistas, testigos y, también, entre quienes tienen a su disposición los documentos que requerimos para cuestionar, contrastar, corroborar y/o rechazar los testimonios de viva voz que logramos conseguir.
Y todo esto con el propósito de reconstruir una memoria colectiva que permita entender qué sucedió, pero principalmente cómo y por qué. ¿Para qué?, podemos preguntarnos.
Para contribuir a sanar, a perdonar, a que algunos sean perdonados, a reparar las heridas y a trazar una ruta hacia la no repetición, ni de estos, ni de nuevos actores. Para pasar la página y crear nuevas condiciones de convivencia. Una sociedad que no sea suficientemente informada sobre su pasado no entenderá por qué debe construir un futuro diferente.
Como lo expresa Laura Aguilera Jiménez en la investigación titulada Responsabilidad diario El Tiempo en la construcción de memoria histórica en Colombia (caso masacre de Segovia) (2014, p. 5):
En países en conflicto como Colombia, la memoria se configura como una forma de transformación social, de justicia y de información para que se efectúe el proceso de lograr conciencia histórica, que es la que permite la apropiación de la historia por parte de los ciudadanos.
El periodismo tiene una oportunidad inédita de cumplir con su función social: la de informar, contextualizar y argumentar sobre hechos que pudieron haber sido noticia en algún tiempo, y que tuvieron un tratamiento sesgado, superficial y descontextualizado del momento histórico y político que se vivía cuando ocurrieron. Pero también, y especialmente, sobre aquellos que sucedieron y fueron ignorados deliberada o accidentalmente por periodistas, medios y actores de tales hechos.
Entre esos actores están quienes detentaban algún poder y quienes fueron víctimas de los hechos. Y también los testigos, las voces oficiales, las noticias y los relatos periodísticos, y una compleja diversidad de fuentes documentales, entre las que se deben destacar los expedientes judiciales, los documentos de investigación forense e histórica y la gran cantidad de textos previos que han construido historiadores, escritores y periodistas.
Frente a las dimensiones del conflicto colombiano, no solo por su extensión en el tiempo —más de medio siglo—, sino también por la multiplicidad de regiones, sectores sociales e individuos comprometidos, el papel de los medios y de los periodistas es tan vital y necesario como incierto. ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo no volvernos repetitivos y terminar aburriendo a las audiencias? ¿Cómo no caer en la tendencia histórica de nuestro quehacer cotidiano de reproducir declaraciones y testimonios, y no construir relatos coherentes, contextualizados y verídicos? Y más desafiante aún: ¿cómo encontrar espacios para este tipo de contenidos, más reposados y profundos, en la agenda y los formatos de los medios masivos de la actualidad?
A lo largo de estas páginas intentaremos proponer algunas respuestas y estrategias, que permitirán a los periodistas acercarse a la construcción de la memoria —del conflicto y de los albores de una transición hacia el posconflicto—, que deben convertirse en un ejercicio colectivo e incluyente, con participación de comunicadores y medios.
Construcción de memoria: ¿para qué?
Con frecuencia se argumenta que dar voz a las víctimas y/o a los victimarios puede tener consecuencias en la relación medios-opinión pública, a saber:
Frente a estas posturas, algunos medios de comunicación han emprendido un camino que las desafía y plantea cómo el papel del periodismo está más cercano a la construcción de memoria, para cumplir con su misión de informar verazmente, pero además, para contribuir a la verdad, la justicia y la reparación. Sin embargo, a estas alturas, son los menos y no son, tampoco, los que más penetración nacional tienen.
El Espectador es tal vez el medio nacional que más compromiso comienza a mostrar en esta nueva etapa cercana al inicio de la transición al posconflicto. Noticias Uno, medio televisivo de penetración nacional muy inferior a los grandes canales comerciales, navega en esas aguas turbulentas tratando de presentar un enfoque diferente, más cercano a la gente y especialmente a las víctimas.
A nivel local, se observa más bien una postura de escepticismo y —hasta cierto punto— de indiferencia frente a las temáticas que podrían llenar muchas más páginas o espacios informativos. Precisamente porque es allí donde se han escenificado gran parte de los hechos de confrontación armada, tal vez hay una actitud expectante de espera. Sí se perciben, en estos medios regionales, ciertos esfuerzos con unidades de investigación y de informes especiales esporádicos, al igual que lo hace la revista Semana en algunos artículos de fondo.
Mención aparte merecen los nuevos medios —conocidos coloquialmente como medios digitales— en donde la agenda editorial es más abierta y los compromisos empresariales son menos agobiantes. Desde la web, medios como La Silla Vacía, Las2orillas y Verdad Abierta llenan sus espacios virtuales con las grandes y pequeñas historias que apenas comienzan a evidenciarse en los medios tradicionales.
Construir memoria
La construcción de la memoria en buena parte es un postulado de los procesos de negociación de conflictos internos que se han desarrollado a lo largo y ancho del planeta. También una causa que se ha adjudicado a la justicia, a las comisiones de la verdad y a los centros de memoria, ignorando o minimizando las grandes competencias en reconstrucción que tienen los periodistas y que surgen principalmente de su oficio como investigadores.
Apropiarse de la historia es precisamente un objetivo que debe perseguir la paz. Y el periodismo puede contribuir a conseguirlo traspasando la frontera entre información e interpretación, un papel para el que diferentes modalidades de investigación y de publicación configuran el menú del que dispone cualquier periodista que tenga interés en incidir en la construcción de memoria, especialmente en los niveles local y regional, que es en donde el conflicto ha estado presente por más tiempo y con más intensidad.
Desafíos similares se han vivido en diferentes países. Los periodistas en Argentina, con posterioridad a la dictadura militar que azotó a su nación entre 1975 y 1984, han cumplido esa misión profesional e histórica y hoy son un ejemplo para sus pares colombianos.
Pero esto no surgió de la nada. No hace muchos años, el periodismo argentino se vio enfrentado al dilema de si debía ser ‘objetivo’, neutral, distante, frente a los descubrimientos de crímenes cometidos por la dictadura, o si debía tomar partido y abanderar el proceso de investigación y divulgación de esos hechos execrables.
Desde la gran prensa —algunos de cuyos exponentes podrían hoy categorizarse como cómplices del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, como fue llamado el régimen dictatorial de los militares de ese país austral— clamaban la neutralidad y una postura que los alejara de cualquier intento de crítica hacia ese oprobioso mandato, so pena de terminar acercándose a ideas afines a la izquierda y a los movimientos revolucionarios que habían sido aplastados.
Frente a este dilema, otros periodistas impulsaron la tesis de que no era posible ser indiferente ante el sufrimiento y la persecución de ciudadanos que, equivocados o no, eran sujetos de derechos amparados por la Constitución y las leyes. Y que de relatar sus vivencias podía desprenderse la comprensión sobre las circunstancias y consecuencias de estos hechos oprobiosos. Fue cuando comenzaron a aflorar tantas historias como hechos habían sucedido.
María Eugenia Ludueña, periodista de la agencia Infojus, escribió un libro en el cual reconstruyó la búsqueda de Laura, la hija de Estela Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, desparecida por el régimen de facto. En su intervención durante el VIII Encuentro de Periodismo de Investigación (19 y 20 de marzo de 2015, en Bogotá), Ludueña explicó:
Poder contar estas historias desde el periodismo le da a la memoria el poder del reconocimiento público, dignifica a las víctimas. Si bien reparar le corresponde a la Justicia, el periodismo también puede traccionar fuertemente en esa dirección.
El periodismo puede contribuir —especialmente el investigativo— a formar una amalgama en la que, como lo manifestó Ludueña, diversos protagonistas, testigos y profesionales:
[…] producen unas memorias íntimas y colectivas al mismo tiempo, híbridas, desde nuevos modos de contar y de transitar las orillas entre el periodismo de investigación, la no ficción, el diario personal y la literatura.
Para el periodista, señaló ella, “escribir es lo contrario de olvidar. El que escribe no olvida y el que lee, tampoco”. Y citando al filósofo francés Paul Riccoeur, quien desarrolló conceptos sobre el peso de la memoria individual en la memoria colectiva, Ludueña reflexionó:
Es el relato el que genera el salto de la memoria individual a la social. Desde el momento en que arrancó esta investigación, la idea era contar a Laura, pero contar también a otras mujeres que vivieron en aquel momento: su madre, su hermana, sus amigas de la facultad de humanidades donde estudiaba historia, sus compañeras de militancia en la Juventud Universitaria Peronista.
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La memoria perdura. ¿En qué sentido? No como repetición mecánica e inútil sino como narración de una experiencia colectiva, como interpretación de ese pasado compartido capaz de auxiliarnos en la comprensión del presente.
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El caleidoscopio de la verdad
Ahora bien, ¿el papel del periodismo debe ser complementario de la justicia o autónomo en los procesos de construcción de memoria? Esta pregunta nos conduce a analizar la diferencia entre verdad jurídica y verdad histórica.
El proceso de construcción de verdad jurídica es verdaderamente quimérico. En un país donde se cometieron millones de delitos, las víctimas se cuentan por varios millones también y los victimarios son miles. La justicia no ha tenido más remedio que establecer reglas del juego para investigar y procesar a los determinadores y para avanzar en casos emblemáticos. Es lo que en términos técnicos se llama ‘selección y priorización’. Acometerlos todos demandaría décadas de trabajo y de recursos económicos y humanos, sabiendo de antemano que finalmente solo algunos se salvarán de quedar en la impunidad.
De acuerdo con el contenido del libro Justicia y Paz: ¿verdad judicial o verdad histórica?, una publicación del Centro de Memoria Histórica (2012, pp. 527-528):
Esta situación no es para nada desconocida: según información suministrada por la Fiscalía General de la Nación al Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia), se comprueba que solamente el 6% de las noticias criminales conocidas son capaces de ser recibidas por el sistema para generar sentencias condenatorias (Comisión Asesora de Política Criminal, 31 de marzo de 2012). Entre noticias criminales y condenas efectivas se generó aproximadamente un 96% de impunidad entre los años 2005 y 2010, cifra que sin lugar a dudas refleja que la investigación penal y la sanción de crímenes en Colombia no obtienen los mejores resultados frente a la criminalidad ordinaria. ¿Qué puede esperarse entonces de un sistema penal que posee casi el 96% de impunidad actualmente?
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Así las cosas, la verdad jurídica es fraccionada, limitada y muchas veces no incluye información relevante para el recuento histórico, verdad que no puede ser demostrada fácticamente dentro de los procesos cuando no es confesada por los victimarios o sus compañeros de grupo, o corroborada por los agentes investigadores. Así lo puntualiza el Centro de Memoria Histórica (2012, p. 606):
La asimetría entre el número de víctimas que se presentan con la esperanza de esclarecer lo que sucedió con sus seres queridos y la información aportada inicialmente por los victimarios, da lugar, en efecto, a una suerte de diálogo indirecto entre las víctimas, los victimarios y los fiscales, en el cual, como en un caleidoscopio, se trata de buscar que los fragmentos de verdad que cada uno de ellos aporta, finalmente casen unos con otros y produzcan la verdad esperada por las víctimas sobre el destino de algún ser querido.
Es ese caleidoscopio el que historiadores y periodistas debemos utilizar para reunir las fracciones de verdad que cada uno de los actores puede aportar e intentar construir la memoria que, vale decirlo, nunca será completa y siempre podrá ser revisada y complementada. Y sabiendo que, tal y como ocurre con la justicia, muchos de los eventos de este trágico período de nuestra historia se perderán en la nebulosa del olvido.
Como bien lo apunta Jorge Cardona, autor de Diario del conflicto:
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Por eso he hablado de ocho millones de historias, tantas como víctimas ha dejado este conflicto. Pero la tarea del periodista no debe terminar con la publicación. Por el contrario, es imperioso que no abandone sus investigaciones y resista ante las dificultades, los bloqueos y las consecuencias de seguridad que su trabajo puede generar.
Además, debe persistir, aunque su contenido haya sido agotado provisionalmente, y saber que es lo más completo posible, pero incompleto al fin. Esa será la garantía de continuidad, hasta agotar todas las posibilidades investigativas para nuevas publicaciones y debates.
Memoria en blanco y negro: ¿abusos de la memoria?
En un país donde la información es utilizada como arma de guerra, es necesario que ahora ella se convierta en un instrumento hacia la paz.
Sin embargo, la memoria no puede ser idealizada, ni utilizada como mecanismo para profundizar las divergencias. Esta última posibilidad es siempre viable, en la medida en que Colombia no ha sufrido los rigores de un conflicto vertical (ese que se da cuando la disputa es entre el poder y el pueblo, como en el caso de las dictaduras), sino las consecuencias de la horizontalidad del mismo.
Una multiplicidad de actores, provenientes de las más diversas vertientes políticas y de los más siniestros intereses de todo tipo, se han enfrentado durante más de 60 años. ¿Qué nos puede garantizar una toma de conciencia de esos actores, para construir una memoria colectiva basada en la verdad?
Por el contrario, podría presentarse lo que el pensador búlgaro-francés Tzvetan Todorov (s.f.a, p. 3) cataloga como “abusos de la memoria”, teniendo en cuenta que:
Los hechos que constituyen el pasado no nos llegan en estado puro, ya han sido seleccionados y jerarquizados precedentemente; además, se nos presentan a manera de narraciones, y esas narraciones adoptan todas la misma forma.
Es por ello que la forma como se seleccionen y combinen los hechos, los documentos y los testimonios, es posible que lleve a construir versiones de la historia que pueden no ser exactas, e incluso contradictorias de otras que recojan los mismos elementos.
Frente a esta realidad, Todorov (s.f.a, p. 7) apunta:
[…] en sí misma, y sin ninguna otra restricción, la “memoria” no es ni buena ni mala. Los beneficios que se espera sacar de ella pueden ser neutralizados, incluso desviados. ¿De qué manera? Antes que nada, por la forma misma que adoptan nuestras reminiscencias, navegando constantemente entre dos escollos complementarios: la sacralización o aislamiento radical del recuerdo, y la banalización o asimilación abusiva del presente al pasado.
Y además, por lo que en Colombia llamamos, desde hace un buen tiempo, la ‘revictimización’. ¿Cuándo se produce este fenómeno? Cuando nos regodeamos con el drama vivido por la víctima y basamos la publicación en ese pasado que no contribuimos a que se comprenda y asimile. Todorov (s.f.b, p. 11) argumenta que:
[…] la recuperación del pasado es indispensable […] La operación es doble: por una parte, como en un trabajo de psicoanálisis o un duelo, neutralizo el dolor causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo; pero, por otra parte —y es entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y entra en la esfera pública—, abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo una lección. El pasado se convierte por tanto en principio de acción para el presente […] la memoria literal, sobre todo si es llevada al extremo, es portadora de riesgos, mientras que la memoria ejemplar es potencialmente liberadora […] El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para ir hacia el otro.
Desprendernos, pues, de la literalidad de los testimonios, de las versiones oficiales y de los documentos que los creadores de las versiones oficiales ponen en las manos de los periodistas será el camino para empezar a pensar en una memoria ejemplar, que ponga al servicio del presente y, sobre todo del futuro, ese contexto que tendremos que relatar.
El poder de las regiones
Los hilos del poder se han manejado siempre en Colombia desde el ombligo del territorio: Bogotá. Es allí donde se toman las decisiones y se minimiza o ignora lo que no ha de acometerse. Un civil muerto en una calle bogotana por el robo de un celular vale mucho más para los que detentan el poder y para los medios de comunicación, que una masacre en un poblado lejano de la capital.
Así ha sido por décadas y el protocolo de construcción de contenidos ha sido acorde con esa conducta histórica de los medios. Y en los últimos años, como lo plantea el comunicador e investigador Lizandro Penagos (11 de abril de 2016), la agenda incluso se impone desde los misceláneos matutinos de la radio capitalina:
Exceso oral y acoso textual en nuestra radio. Mucha palabrería, mucha verborrea para disfrazar sus ocultos mandados, la defensa de intereses interpuestos. Lo más grave, es que ellos fijan, la televisión retoma y la prensa recoge.
El puñado de ‘generadores de opinión’ refuerza las múltiples presiones que acosan al periodista, a quien
[…] no le permiten alcanzar la más noble función del escritor, entregar el testimonio libre del tiempo que le ha correspondido vivir. A veces ni a los mismos escritores les es permitido, pues cuando no es la censura, es la autocensura la que amordaza, o la editorial, pero de ahí a que los periodistas sean simples correas transmisoras del poder, hay una enorme diferencia. Ellos avasallados, convertidos en vasallos del poder, y las sociedades arrolladas por su práctica. (Penagos, 11 de abril de 2016)
¿Acaso no puede hacerse nada? Contrariamente a este panorama desolador, el mismo Penagos propone a los periodistas una nueva mirada:
Hay otras historias posibles y diversas formas de ver y pensar nuestro país, nodos de conocimiento y categorías de pensamiento que lo hegemónico ha dejado por fuera y han impactado las culturas populares y periféricas desde las cuales ha comenzado a escribirse otra historia. No solo la de los hombres ilustres, sino la de todos los otros, que son mayoría. No es cuestión solo del santismo y del uribismo, y de sus antagónicas posiciones ante temas que les resultan comunes y con idénticos intereses. Hasta cuándo los ‘periodistas orales’, los que determinan la noticias desde Bogotá, los que marcan el derrotero informativo de Colombia, seguirán opinando sobre lo mismo.
Ahora, pues, debe aprovecharse que —con los procesos de finalización del conflicto— se abre una nueva oportunidad, la de crear una forma de narrar desde las regiones, que han sido los escenarios de la confrontación política violenta.
¿Cómo puede beneficiarse la sociedad con los ejercicios de construcción de memoria desde la provincia colombiana?
Aportes a la sociedad desde los medios
Como se insinuó más arriba en este texto, a través de la utilización de las herramientas clásicas del periodismo, es posible y necesaria la vinculación de los medios en los desafíos que se presentan ahora para la sociedad colombiana.
Una sociedad mejor informada y con capacidad de interpretación y discusión sobre su propia realidad, podrá ser parte de la toma de decisiones para obtener bienestar y mejores condiciones de convivencia.
Por eso, los medios de comunicación deben hacer un análisis introspectivo sobre su política editorial, sus compromisos y restricciones —impuestos principalmente por sus dueños y, en ocasiones, por las mismas autoridades gubernamentales— para no ser inferiores a este momento histórico.
Algunas tareas trascendentales que los medios deberán asumir son:
Como bien lo plantea la docente y experta en derechos humanos Mónica Herrera Irurita (3 de abril de 2013): “existe un deber necesario hacia las víctimas y un deber de los medios de comunicación en no quedarse en la espuma de los acontecimientos”. Ir más allá es, para Herrera, de gran ayuda en el objetivo de reconstruir lo ocurrido, pues “el hacer contexto como el visibilizar los hechos y las voces permite dignificar a las víctimas”.
Ante el riesgo de que en los medios esto se dificulte por tratarse de temas que, supuestamente, ‘no venden’, en una nueva perspectiva frente a los nuevos tiempos estos tópicos podrán entenderse como temas “de responsabilidad social, de acompañar y hacerles saber a las víctimas que realmente encuentran un apoyo desde diferentes partes de la sociedad. Y que sus casos nos importan a todos como colombianos […] Pues hacer memoria implica que los fracasos de ayer no se repitan y la sociedad civil tenga herramientas para recrear realidades” (Herrera, 3 de abril de 2013).