PRÓLOGO: LOS LUGARES DE LA MEMORIA
Cuatro meses después de la tragedia en la iglesia de Bojayá, en la que murieron 79 personas, la población retornó a su municipio y a comunidades vecinas. Entre ellos, Eugenio Palacio y su hija Patricia, quien nació en medio del desplazamiento. Esta fotografía se tomó en septiembre de 2002.
Foto. Jesús Abad Colorado
Fotografía
PRÓLOGO
LOS LUGARES COMUNES
DE LA MEMORIA
| ....Fernando-Alonso Ramírez
“El futuro no se puede construir a base de olvido o sobre los pilares de la desmemoria”.
Joan Manuel Serrat (Cromos, septiembre de 1998)
Al primero que le escuché decir que los periodistas somos notarios de la historia fue al maestro Germán Rey. La definición me dio vueltas en la cabeza desde el primer momento. Certificar en tiempo real las cosas que pasan no es asunto de poca monta. Los periodistas sabemos que precisamente la vorágine informativa, la rutina de las salas de redacción, las evoluciones que van teniendo algunos episodios, nos hacen dudar siempre de las noticias iniciales y requerimos de mucha más profundidad para poder entregar una información a todas luces confiable, como para certificar su veracidad.
El uso de las redes sociales me ha reafirmado lo que el maestro Rey quería significar. Hace solo algunos años en la Redacción de La Patria decían que debíamos publicar una noticia para desmentir el rumor que se había creado por una mala información de otro medio o porque simplemente circulaba por la calle, y yo me negaba. Mi argumento consistía en que nosotros no teníamos por qué desmentir lo que no habíamos dicho. Mi posición cambió con la aparición de las redes sociales. Por cuenta de la velocidad a la que se emiten informaciones falsas, alertas mentirosas, pánicos innecesarios, interpretaciones amañadas de lo que otros dijeron, entre otra serie de difusiones que violan los más elementales principios periodísticos. Entonces acepté que realmente ahora sí que somos notarios de la historia. Muchos usuarios de las redes sociales esperan que sea el medio tradicional o el periodista de prestigio el que le confirme si eso que circula por su Twitter, su Facebook o su Whatsapp es cierto o no. Y ahí está el capital salvable y salvador de este oficio que pasa por etapa turbulenta.
En el océano de la información, los usuarios necesitan de ese notario, ese seleccionador, ese verificador que les ayude a comprender, y esa es la función del periodista en esos casos. En parte situaciones como esta justifican esa expansión del fenómeno periodístico de chequear lo que dicen los personajes públicos. Como lo hace Colombiacheck, proyecto para chequear el discurso de la paz, promovido por Consejo de Redacción, gestor de este documento que ustedes tienen en sus manos.
Y vuelve a mí la reflexión de Germán Rey ahora que Colombia confía en la firma de un tratado de fin del conflicto con la guerrilla más vieja del continente americano y la que mayor daño logró hacer durante sus 52 años de guerra contra el Estado. Las víctimas de esta agrupación, como las de los grupos paramilitares que callaron durante años, ahora empiezan a contar sus verdades y necesitan de periodistas rigurosos, serios, que certifiquen sus historias.
Atribuye la colega Olga Behar a Jorge Cardona, ambos coautores de este texto, la expresión de que se deben reconstruir ocho millones de historias en este país de ocho millones de víctimas. Que cada persona que sufrió por la guerra pueda contar su versión. Esto que parece una empresa titánica deberíamos hacerlo posible. Reconstruir esos episodios que crearon la tragedia humanitaria colombiana es un deber no solo de periodistas, sino de la sociedad entera. Si se asume la idea de una reconciliación que muchos temen se tardará al menos dos generaciones, si se hace bien, o se perderá la oportunidad de lograrlo, si se hace mal.
Para narrar bien cualquier historia con interés periodístico basta tener ganas de hacerlo y practicar la mejor reportería, la que llena las libretas de apuntes, las memorias de las cámaras fotográficas o de video, de las grabadoras. El mejor periodista del siglo XX, Ryszard Kapuscinski, en su ya considerado libro de culto Los cínicos no sirven para este oficio, lo expresó de esta manera: “para observar la esencia de los relatos, es necesario que el cuerpo propio y verdadero del narrador se encuentre en el lugar de los hechos o en las inmediatas cercanías”.
El mejor trabajo siempre será el que se base en acudir a los sitios en donde sucedieron los hechos, en escuchar a los sobrevivientes de la violencia, en confrontar a los victimarios y escuchar su pedazo de verdad. Hacerlo parece fácil, de hecho muchas de estas historias las contaron los medios de comunicación en su momento, pero muchas otras no. Es más, muchas fueron malcontadas y necesitan de una mirada distinta en tiempo y en distancia, tanto de periodistas como de fuentes, para poder intentar reconstruir lo ocurrido.
Un objetivo de la reconstrucción de la memoria, desde el periodismo, es volver al sitio de los hechos, porque el tiempo atempera declaraciones y pone al descubierto tantas otras que suman al proceso que alguna vez se comenzó a esclarecer. Por tanto, hay que ir cuantas veces sea necesario al epicentro de los hechos y darles paso a todas las memorias que se reúnan allí, porque cada quien tiene la suya y la asume de manera distinta. Es un proceso que, hay que decirlo, carece de verdades absolutas. O como lo escribió Machado: "no es tu verdad, es la verdad y ven conmigo a buscarla".
“El tiempo que pasa es la verdad que huye”. Este viejo axioma del derecho penal, que se atribuye a Edmond Locard, muestra cómo el tiempo puede ser un inhibidor para contar estas realidades. Los psicólogos explican muy bien cómo la realidad puede ser distorsionada por nuestro cerebro, para protegernos, cuando vivimos hechos impactantes o traumáticos, y si a eso le sumamos el paso del tiempo, es posible que el recuerdo no permita ser creíble, así para quien lo expresa no haya duda de que las cosas sucedieron de la manera en que las cuenta.
Por eso el periodismo para reconstruir memoria no puede ser simplemente una recopilación de testimonios y publicarlos sin confrontar. Requiere de las mejores habilidades de investigación del reportero, para cruzar datos, para entender el contexto, para escoger la mejor manera de narrar, para saber cuál es el momento justo para publicar. Y esto se logra con buena reportería, con el verdadero periodismo, el que va a la fuente y recorre los lugares que necesitan ser contados o recontados.
Ese vacío de saber cómo contar estas historias lo pretende empezar a llenar este trabajo que se presenta ante ustedes. El editor Jorge Cardona, el memorioso, nos hace un recorrido histórico resumido, pero muy completo, de lo que han sido los años de guerra en este país y las frustraciones de paz. Es un mínimo de contexto necesario para que cualquiera que intente narrar hechos ya ocurridos entienda las dinámicas del devenir histórico y pueda explicar esa necesidad tan grande que se tiene hoy, cuando los titulares se atropellan unos sobre otros y no dan tiempo para entender y reflexionar.
Los periodistas agradeceremos con creces este maravilloso resumen de la historia de las guerras en Colombia, pues bien es sabido, por experiencia propia, que todo nuevo egresado de facultad de Comunicación y Periodismo cree firmemente que eso que acaba de ver pasó por vez primera. Cosas de la juventud, pero que una herramienta como esta le mostrará que no hay nada nuevo bajo el sol. Y fuera de eso, ayudado con líneas de tiempo, que si se cruzan, empiezan a dilucidar la realidad cambiante.
La reportera de experiencia, guerrera de mil batallas por la verdad, que ha recorrido el mundo en busca de narrar las historias que necesitamos saber, Olga Behar, nos muestra la importancia de la reconstrucción periodística de los hechos, que bebe del informe forense, que toma mano de los testimonios de las víctimas, que enseña a confrontar a los victimarios con paciencia y realidad y que puede separarse de ellos lo suficiente para hacer su mejor narración. Quién mejor que ella para enseñarnos a recorrer ese camino que permite al periodista pasar de ser un espectador a convertirse en testigo de los hechos, por cuenta de saber escuchar a los protagonistas y por no tragar entero, naturalmente.
No solo es contar las historias con palabras, los archivos nos dan la mano. Miles de documentos en algún lugar esperan al periodista que va a llegar a ellos, a desempolvarlos, a clasificarlos y a extraer de allí los datos claves, los nombres necesarios. Es la oportunidad de llenar los vacíos que pueden quedar en la reportería. Expertos periodistas son abordados por esa narradora especialista en visibilizar a las víctimas y sus problemas, Ginna Morelo.
La presidenta de Consejo de Redacción logra que los expertos le cuenten, nos cuenten, sus maneras de trabajar con los documentos, asunto que requiere método y paciencia. Sin lo uno y sin lo otro difícilmente se pueden lograr resultados óptimos. Todo un manual de cómo buscar datos, y con el valor agregado de que se cuenta con una minuta para aterrizarlo en Colombia en ejemplos concretos si queremos meternos en las honduras del papel archivado.
La periodista Gloria Castrillón con su experiencia de años cubriendo el conflicto armado, en los que ha acumulado las historias de decenas de víctimas, con su estudio en profundidad sobre las consecuencias que han padecido las mujeres en esta guerra, nos brinda elementos fundamentales para entrevistar a las víctimas. Nos muestra el camino para no incurrir en generar lástima o revictimización a la hora de abordar estos complejos asuntos. Es una mirada para saber llegar a ellas, para ganar su confianza, lograr ese pacto necesario entre fuente y periodista, para que la información que de allí salga conduzca a las mejores historias.
No es asunto fácil, porque ya periodistas han violado esa confianza o porque hay víctimas que desconfían de todo. Su dolor les ha creado tal instinto, pero existen maneras, formas, no manuales estrictos que se deben seguir a pie juntillas, pero sí elementos que permiten saber cómo hacerlo mejor y empiezan por el respeto por el dolor del otro y por su realidad.
Toda esa reportería, ese acumulado de datos, de sensaciones, de sentimientos, requiere de la mejor narración. Desde hace rato que el periodismo viene tornándose en las salas de redacción en una factoría. Se cumple la tarea con modelos preestablecidos. Como si hubiesen pasado los tiempos cuando muchos llegaban al periodismo mientras daban el salto a la literatura. Con todo lo bueno que eso entraña, que profesionalizó más el oficio, pero con todo lo malo que se le vino encima, se olvidó la pasión.
El discurso narrativo del periodismo existe y tenemos que hacer uso de él. Así nos lo señalan los grandes reporteros que han sabido usar las técnicas de la literatura para contar mejor las historias de no ficción. El profesor y periodista Kevin García nos pone ejemplos de cómo han escrito sus historias esos grandes reporteros, como la nobel Svetlana Alexiévich. Qué preguntas hacerse, qué métodos seguir para enfrentarse a los lugares comunes del periodismo, que no a los lugares comunes de la memoria. Los hechos pudieron ser narrados mil veces, pero siempre habrá una mirada distinta si el periodista se lo propone. Si no lo hacemos, será una historia más. Es momento de narrar las historias memorables que hagan inolvidable el conflicto para no repetirlo.
Y es así como nos llega como un bálsamo el recorrido que hacen Ginna Morelo y Edilma Prada al lugar donde todo comenzó o se agudizó, según quien lo narre. Dos reporteras de región que andan y desandan los pasos de Marquetalia, un lugar que nunca se llamó así antes. Era Planadas en el municipio de Gaitania en Tolima, el sitio escogido por unos campesinos comunistas para hacer su vida después de la guerra y para resistir. Fue el lugar bombardeado por el Estado, acto con el cual justificó la creación de las FARC.
Un sitio que sigue estigmatizado después de 52 años, porque ese es otro lugar común de esta guerra, que no solo las personas, sino los lugares, siguen siendo mirados con recelo, y así estén recién llegados o apenas hayan escuchado el rumor de las batallas, sufren la victimización de ser mirados con desconfianza. Ir al lugar, hablar con los testigos, con sus hijos, y verificar que la Colombia profunda, agreste, sigue igual. Pasaron los bombardeos, pero no llegaron las carreteras ni la electricidad. La Colombia rural del abandono, en donde hay aún miles de víctimas sin ser reconocidas y sin ser escuchadas.
Un agradecimiento especial al reportero gráfico Jesús Abad Colorado, cuyas fotografías de la barbarie y la esperanza en Colombia ilustran páginas de este documento. Son la prueba de todo lo que hay que contar para intentar entender el pasado y reconstruir el futuro como nación.
Los lugares comunes de la memoria no nos pueden disuadir de contar las historias que necesitan ser narradas. Ya muchos periodistas las relataron en caliente, hecho por hecho. Este es el momento de darles contexto, de recoger esas enumeraciones y hacerlas parte de la historia completa, porque no hubo hechos aislados en este conflicto, aunque fuera otro lugar común que se repitió. No, aquí todo depende de todo y si sabemos hacerlo, podremos ver cómo los periodistas pueden encontrar su papel en un escenario de posconflicto o posacuerdo, difícil de imaginar, pero posible.
Que sea el momento de que los lugares comunes a los que tanto tememos los periodistas a la hora de titular o de narrar sirvan para poder hacer memoria, para ir a esos lugares comunes de la violencia en Colombia y desde la reconstrucción de la historia hacer la labor de notarios y verificar. Que las nuevas generaciones conozcan de la barbarie y de la esperanza, de la mano del mejor periodismo posible, porque como dice Serrat, el futuro no se puede construir a base de olvido o de desmemoria.