El 10 de enero de 2002 es una de las 35 fechas plasmadas en la línea de tiempo ubicada en la pared blanca de un salón de reuniones en el corregimiento de El Aserrío, perteneciente al municipio de Teorama, en la subregión del Catatumbo, Norte de Santander, a ocho horas de la capital, Cúcuta.
Acompañados de Pina, como se le conoce a Jesús Noel Carrascal Rincón, líder social de esta comunidad, caminamos por la Casa de la Memoria de El Aserrío, un lugar que guarda la historia de resiliencia y esperanza de un pueblo que fue desplazado en el 90 % por la incursión paramilitar, perpetrada en la fecha con la que comienza este escrito.
Línea de tiempo en la Casa de la Memoria de El Aserrío, donde se narran los hechos generadores de conflicto, iniciativas comunitarias, incidencia y apoyo político, también condiciones de vida en dificultad en el corregimiento. Foto: Duván Jaimes Torrado.
En 2002 solo quedaron siete personas de las 600 que lo habitaban, de acuerdo con el reporte dado en el libro Catatumbo: memorias de vida y dignidad.
“Ahí en la línea de tiempo encontrás las fechas que necesitás”, comenta Pina, poniéndome la mano en el hombro y recordando los hechos ahí narrados que marcaron su vida y la de su pueblo para siempre. Según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica, los paramilitares cometieron cerca de 115 masacres y 5.000 asesinatos entre 1999 y 2004 en Norte de Santander.
Jesús Noel Carrascal Rincón, Pina, parado en la mitad de dos cuadros que muestran la comunidad indígena Barí y la riqueza natural del Catatumbo. Foto: Duván Jaimes Torrado.
Mientras se detallan las fotografías, cuadros o elementos de importancia en la historia de El Aserrío, se encuentran varias madres con sus hijos en uno de los cuatro salones de la Casa de la Memoria. Este sitio ahora funciona como un espacio para que entidades como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar trabajen con la comunidad, golpeada por el conflicto armado y que busca reconstruir el tejido social.
Recuerdos aterradores
Se siente el sofoco en el caserío por las lluvias de octubre y el calor de 27 °C de este pueblo bañado por el río Catatumbo, se analiza cada cuadro de la Casa de la Memoria, donde se plasman datos curiosos como el nombre del corregimiento.
“Se llama así porque antes aquí se trabajaba en aserríos de madera”, señala Mariano Delgado, otro líder comunal representativo; su nombre y rostro están plasmados en las imágenes que ilustran el lugar.
Mariano fue una de las siete personas que se quedaron cuando los paramilitares invadieron la tranquilidad de su terruño, tenía en ese momento 53 años. “La voz era que ellos (paramilitares) iban matando a quien encontraran, como estoy viejo no me dio miedo, si es la hora, pues es la hora y ya”, afirma el hombre de 75 años, con su sombrero vueltiao y una bufanda de las fiestas patronales de El Aserrío, sentado al frente de su vivienda, donde tiene una ferretería.
Mariano Delgado, sentado a las afueras del local comercial de su amigo y compañero comunal Pina. Al frente está su ferretería. Foto: Duván Jaimes Torrado.
Las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), lideradas por Salvatore Mancuso, entraron al Catatumbo en mayo de 1999.
En 2005, tras la desmovilización de las AUC, Mancuso se acogió a la Ley de Justicia y Paz, en la que se le otorgaron beneficios judiciales a cambio de su testimonio. Sin embargo, su camino lo llevó a la extradición a Estados Unidos en 2008, donde enfrentó cargos por narcotráfico. Tras cumplir su condena, retornó al país en febrero de 2024, recientemente fue designado mediante Resolución Presidencial como gestor de paz, con el compromiso de aportar al esclarecimiento de hechos de lesa humanidad y ser puente de diálogo con grupos armados interesados en la Paz Total.Pero la sombra de su legado persiste en el Catatumbo, pues se recuerda la estrategia militar conocida como ‘tierra arrasada’, que dejó un impacto duradero en la región.
“Cuando los paramilitares entraban en una zona que era de dominio guerrillero, lo que tenían que hacer era arrasar todo, masacrar familias, matar perros, gallinas, vacas. El Catatumbo sufrió ese fenómeno, para generar el mayor temor y destrucción en un territorio”, explica José Manuel Alba Maldonado, director del Observatorio Socioeconómico y Ambiental Región del Catatumbo, de la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña.
De esa arrasada de terror salió desplazado Pina del corregimiento El Aserrío cuando tenía 43 años; su negocio de ropa lo perdió completamente y con sus cuatro hijos de 8, 16, 20 y 25 años de edad, buscó la manera de proteger su vida, porque se escuchaba que la AUC venía por los líderes comunales. “Salí para Convención y varias personas tomaron rumbo a Ocaña, Cúcuta y Barranquilla, tocaba también estar escondido en las ciudades”, expresa Pina, mirando hacia los lados, con tono de tristeza, por esa ola de violencia que lo arrancó por seis meses del lugar que ama.
Reconstrucción comunal
Con Pina caminando adelante y Mariano atrás, subimos al segundo piso de la Casa de la Memoria. En medio de las gradas hay un dibujo de dos aserradores en una pared, una imagen que se repite en varias zonas del corregimiento. Están plasmadas en murales, que permiten a las nuevas generaciones recordar el porqué se llama así el lugar donde crecen y se forman como personas.
Al llegar a la planta de arriba de la Casa, hay una zona conmemorativa de las víctimas que ha dejado el conflicto armado en El Aserrío. Memorial de ausentes se llama el apartado en el que aparecen las fotografías de líderes y habitantes que siguen recordando en el corregimiento.
Acompañado del libro El ayer de un pueblo del Catatumbo, que narra la historia del municipio de Teorama, aparecen las fotografías de las víctimas del conflicto armado en el apartado titulado ‘Memorial de ausentes’. Foto: Duván Jaimes Torrado.
A mano izquierda se encuentra la puerta de la Biblioteca Pública Carmelo Velásquez Manzano. Lleva el nombre del primer bibliotecario que tuvo El Aserrío y uno de los voceros como líder juvenil en el emblemático Paro del Nororiente colombiano en 1987, una de las movilizaciones sociales más importante en esta zona del país. Fue asesinado en un billar de la ciudad de Ocaña, los móviles hasta la actualidad no se conocen, pero su nombre y su legado sigue retumbando entre las montañas del Catatumbo.
Al entrar a la zona de lectura nos recibe Érika Vega León, bibliotecaria del corregimiento, natural de Saravena, Arauca. Su familia se trasladó hasta El Aserrío, desplazada por el conflicto armado en 2012. Reside desde hace cuatro años en estas tierras del municipio de Teorama, realizando labor social y educativa. Atiende semanalmente entre 37 y 40 niños y jóvenes, que llegan a la biblioteca para resolver dudas académicas y adentrarse en el mundo de la lectura, que les puede mostrar otros escenarios y posibilidades.
Salón principal de la Biblioteca Pública Carmelo Velásquez Manzano. Foto: Duván Jaimes Torrado.
“En el Catatumbo estamos expuestos a la guerra, por eso es importante que los niños frecuenten estos lugares, para que dejen a un lado esa realidad que tenemos y nos llenemos de más información y oportunidades a través de los libros”, manifiesta Érika, sentada en el rincón de lectura de la biblioteca. A sus espaldas hay un volante con la frase “Para la memoria, convivencia y reconciliación”, un eslogan que acompaña el lugar donde están ubicadas las primeras sillas del salón.
Espacios para la memoria
La Casa de la Memoria de El Aserrío se hizo realidad en 2018 gracias al apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica, el Departamento de Prosperidad Social y el programa Colombia Transforma, de USAID.
Con la ayuda de varios líderes, entre ellos Pina y Mariano, la Asociación de Desplazados del Alto y Medio Catatumbo (Asodesanec) y la Junta de Acción Comunal (JAC) se dieron a la tarea de la construcción de la memoria histórica de su pueblo, buscando los hitos más importantes que marcaron a este territorio desde 1965, cuando comenzó la idea de realizar la primera escuela en el caserío.
Primer espacio con fotografías y datos de El Aserrío, ubicado a la entrada de la Casa de la Memoria. Foto: Duván Jaimes Torrado.
Antes de ser conocido como El Aserrío, este territorio fue habitado por los indígenas barí. En 1905, esta comunidad ancestral sufrió la transformación de su casa y costumbres por la entrada violenta de empresas petroleras que llegaron a explotar los recursos del Catatumbo.
Los caminos y lugares sagrados por los barí se convirtieron en carreteras, construidas por la South American Gulf Oil Company, que construyó los primeros oleoductos en la región. Actualmente, son puntos estratégicos de los grupos ilegales para robar el crudo perteneciente a Ecopetrol, lo que ha generado un impacto ambiental por la contaminación del río Catatumbo.
Apartado en el que se cuenta la historia de la comunidad indígena barí, guardianes ancestrales del Catatumbo. Foto: Duván Jaimes Torrado.
Toda la historia barí, campesina, de guerra y resiliencia de El Aserrío, se encuentra en la Casa de la Memoria, un lugar donde convergen diferentes sentimientos, algunos de tristeza por los que ya no están, otros de alegría por lo que fueron y son como pueblo.
Símbolos de esperanza
Norte de Santander tiene diferentes lugares de memoria, como el obelisco situado en el parque del corregimiento La Gabarra, municipio de Tibú. Esta población fue la primera que sufrió la incursión paramilitar del bloque Catatumbo, el 21 de agosto de 1999.
Las AUC cortaron la electricidad del corregimiento, entraron en bares, tiendas y con lista en mano asesinaron a 35 personas. Con el obelisco permiten visibilizar el punto de partida de las víctimas de la violencia, su trascender en la historia como símbolo de amor, respeto y esperanza.
Otro de los puntos simbólicos es el Testigo del silencio, representado por un bocachico en el barrio Brisas del Polaco, en la ciudad de Ocaña, que brinda homenaje a las víctimas del desplazamiento forzado y a todos los fallecidos en la guerra en el Catatumbo.
Estos espacios, junto con la Casa de la Memoria en El Aserrío, funcionan para consolidar el pasado, el reencuentro y la divulgación de los hechos que han marcado un antes y un después en la región.
Monumento Testigo del silencio, ubicado en el barrio Brisas del Polaco, de Ocaña. Foto: Duván Jaimes Torrado.
Retorno
Pina volvió seis meses después de la masacre paramilitar en El Aserrío, encontró su pueblo solo, pero con las ganas de levantarse de esta nueva tragedia.
La incursión paramilitar no es el único problema que han vivido como región. Antes de 2002, llevaban cerca de 20 años viendo las consecuencias del conflicto armado. Los grupos armados ilegales siguen haciendo presencia en el territorio, como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las disidencias de la Farc. Por la poca presencia del Estado, las Juntas de Acción Comunal (JAC) han tomado el papel que a las instituciones les pertenece.
Ellos se han organizado y buscado la manera de resolver los problemas en medio de la guerra. Por eso, cuando Pina volvió, en lo primero que pensó fue en ordenar el tema comunal, porque esa siempre ha sido la solución en estos territorios.
Mural de un aserrador en la calle del comercio de El Aserrío. Foto: Duván Jaimes Torrado.
“Comenzamos a organizar la Junta de Acción Comunal, los profesores que eran oficiales se fueron y a dos líderes los asesinaron, Isaías y Reino Quintero. De ahí quedó peor todo porque nadie quería agarrar el tema comunal”, recuerda Jesús Noel Carrascal Rincón.
Los habitantes de El Aserrío le pidieron a Pina que tomara el liderazgo de la JAC. Con miedo y zozobra aceptó el pedido y de ahí en adelante comenzó a recibir amenazas de paramilitares y la fuerza pública. Con firmeza se mantuvo en su cargo e inició el trabajo comunal de volver a tener orden en El Aserrío y de solucionar, junto con la comunidad, los problemas que los aquejan.
Resiliencia
El Aserrío es actualmente uno de los corregimientos más importantes del municipio de Teorama, habitado aproximadamente por 1.500 personas. Al encontrarse en la vía que comunica a la ciudad de Ocaña con el municipio de El Tarra, su comercio es activo por ser un pueblo de paso del corredor por donde transitan las cosechas agrícolas que las montañas de la región producen.
Los árboles hacen presencia en todo el corregimiento, dando esa sombra deseada en estos pueblos con temperaturas calurosas. En la calle central o del comercio, como le llaman, se encuentra la Casa de la Memoria, un ejemplo de resiliencia en el Catatumbo y el resultado del esfuerzo colaborativo de la comunidad. La memoria histórica ha generado unos procesos de identidad con el territorio, de proteger lo que existe a su alrededor y de tener el diálogo como un aliado.
Calle central o calle del comercio de El Aserrío, vía que conecta al municipio de El Tarra con Ocaña. Foto: Duván Jaimes Torrado.
“Estos procesos de memoria son importantes porque se convierten en lugares vivos, porque se hacen a través del testimonio de personas, que son la fuente primaria que permiten construir una historia y mantenerla, que es la diferencia de escribir un libro de memoria histórica. En estos casos, como los lugares de memoria, los hechos se siguen transmitiendo”, afirma Miguel Grijalba Martínez, quien fue investigador para el informe final de la Comisión de la Verdad en el nororiente colombiano.
La Casa de la Memoria, como lo comenta Grijalba, ayuda a conectar la historia de lucha de estos territorios con las nuevas generaciones, para que se conviertan en poseedores de la memoria del lugar que habitan.
Puente principal de El Aserrío recién construido. Abajo, aparece el puente hamaca por donde anteriormente transitaban. Foto: Duván Jaimes Torrado.
Al salir de la Casa de la Memoria, Jesús Noel Carrascal Rincón y Mariano Delgado nos llevan a descubrir un nuevo proyecto que a la comunidad los enorgullece.
Al fondo se nota un puente recién construido, que lleva consigo una historia extensa. Esta infraestructura vial es el fruto de una solicitud que, como líderes, habían formulado desde 1987, durante el Paro del Nororiente. Hoy, esa demanda se ha hecho realidad; ya no necesitan cruzar el viejo puente hamaca, que permanece ahí, suspendido en el tiempo. Para ellos, el pasado tiene un peso significativo y contar con un símbolo de su progreso les permite recordar que, frente al río Catatumbo, todo es efímero, pero la memoria perdura.