En el municipio de Puerto Wilches (Santander), ubicado en la margen derecha del río Magdalena, los paramilitares destruyeron la vida de muchas mujeres. Leonela Durán, de 13 años, fue una de ellas. “Lalo”, un hombre del pueblo que primero fue guerrillero y después paramilitar, se fijó en ella desde que la vio vendiendo chance en compañía de su madre Custodia Durán Martínez.
La primera vez que llegó a su casa, Leonela se escondió debajo de la cama. Un 30 de octubre de 2000 regresó por la adolescente, la sacó a la fuerza, la embarcó en una lancha rumbo a San Pablo (Bolívar), la violó y la asesinó. “La gente me decía que le había mochado la cabeza y que la había botado al río. Eso fue muy tormentoso para mí, yo no dormía ni comía, acabaron con las ilusiones de ella y la mía”, relata Custodia.
La madre empezó una búsqueda incesante por el río. La poca plata que tenía para comer la utilizó para pagar los viajes en lanchas. Con sus tres hijos pequeños llegó a los puertos cercanos y a los comandos de los paramilitares a preguntar por Leonela. “Me decían que me fuera para la casa, que dejara de gastar plata en pasajes, que no la siguiera buscando porque ella estaba lejos, tan lejos que no la iba a encontrar”. Pero seguía esperanzada y salía corriendo como loca cada vez que se enteraba que habían hallado cuerpos en el río Magdalena. Pero ninguno era el de Leonela.
Tuvimos la oportunidad de conversar con Constanza Bruno, quien realizó la investigación y nos cuenta algunos detalles del proceso de reportaje y los retos de los periodistas al abordar estos temas:
¿Cómo fue el primer acercamiento con las víctimas protagonistas de esta investigación? ¿A qué organización o intermediarios acudiste para obtener su contacto?
Fueron varios recorridos: unos al río Sinú y otros al Magdalena. El primer acercamiento a los familiares y sobrevivientes de la desaparición forzada en el Sinú fue obra de una mujer que me escribía desesperada por WhatsAap. En los primeros audios no sabía quién era, ni su nombre. Un día me envió uno en el que se escuchaba llorando porque se enteró que yo había ido a Tierralta, (municipio donde ella vive) y no alcanzó a encontrarme. Ese llanto me estremeció el alma y entonces me prometí buscar el momento para irla a conocer. Yo no dormía tranquila recordando ese llanto. Un día CdR me invitó a recibir una capacitación para participar del megaproyecto “Ríos de vida y Muerte”, junto a Rutas del Conflicto y con el apoyo de la DW Akademie y la Pontificia Universidad Javeriana. Allí supe que era la oportunidad para ir a ver a la mujer que me confío su llanto y que después se identificaría como María Hernández, a quien en un día le asesinaron doce familiares y le desaparecieron uno en las aguas del Sinú. Este hecho se había convertido en un tabú y ella quería sacar del anonimato el dolor escondido durante 18 años por su familia, pero a la vez contar que de esa masacre quedó uno vivo y que todos en el departamento de Córdoba (comunidad, Sijín y medios de comunicación) daban por muerto.
De izquierda a derecha: Custodia Durán Martínez, Constanza Bruno. Constanza sintió una gran admiración hacia Custodia por la sonrisas que le brindó en medio de la entrevista pese a estar narrando su historia.
El recorrido al Magdalena Medio fue posible gracias a los contactos con las asociaciones de víctimas que en San Pablo (Bolívar) y Puerto Wilches (Santander) lograron David Riaño y Álvaro Avendaño, de Rutas del Conflicto, navegamos sus aguas. La idea era escuchar el mayor número de testimonios de hombres y mujeres en esos territorios sobre la desaparición forzada de sus familiares, pero al final de las entrevistas que les hicieron mis compañeros, me di a la tarea de hacerles una nueva entrevista en ese mismo instante, no para escarbar en sus dolores, sino para que me hablaran de su papel de mujer, de su lucha por mantener viva la memoria de sus desaparecidos, entonces me contaron cómo eran sus días, sus sueños, sus proyectos de vida y sus desafíos para enfrentar el desaliento ocasionado por la búsqueda de sus seres queridos. Me di cuenta que la narrativa era diferente, sus ojos, sus voces y sus lágrimas tenían un brillo diferente. Entonces, les propuse a CdR y Rutas incluir un especial que destacara la importancia de la mujer ribereña en la construcción de memoria histórica sobre la desaparición forzada. Primero para resaltar que ellas son las que toman la iniciativa de hacer memoria en sus territorios sobre este tema tan sensibles. Segundo porque son ellas las que lideran los procesos de búsqueda y conmemoración de sus desapariciones y tercero, porque son ellas las que lideran los procesos de reconstrucción del tejido social y económico en sus municipios. Sin ellas, la memoria en Colombia estaría perdida. Pero hay algo que el país, sobre todo las nuevas generaciones, tenían que saber y era que a esas mujeres territoriales en sus años de juventud se les negó el disfrute de las aguas de sus ríos (bañarse públicamente y pescar), porque de este gozo solo los hombres tenían el derecho. Infortunadamente este derecho llegó a sus manos de manera obligada cuando se vieron forzadas a recorrer sus aguas en busca de sus hijos, sus maridos y demás familiares desaparecidos.
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El papel de Ruth Elena Pertuz ha sido muy importante para el municipio, ¿Crees que a través del periodismo, la memoria y la verdad también puede servir como terapia para las familiares de personas desaparecidas en los ríos colombianos?
Indudablemente el papel de Ruth ha sido vital, es ella la que fundó las bases para la construcción de memoria histórica sobre las afectaciones del conflicto armado en Puerto Wilches (Santander). Es ella quien responsablemente sembró en las mujeres de su territorio la necesidad de construir memoria y reclamar sus derechos como víctimas y conocer la ruta de atención. Estoy convencida de que la memoria y la verdad pueden servir como terapia para familiares de personas desaparecidas en los ríos colombianos, pero que esto se logre a través del periodismo, no lo creo, es arrogante afirmarlo. Quizás la puerta para la construcción de memoria se abre con la historia publicada responsablemente, pero la terapia inicia con los talleres en los que posterior y voluntariamente acepten los familiares o sobrevivientes. Lo afirmo por la experiencia vivida con la familia Hernández en Tierralta (Córdoba). En el 2018 José Hernández, uno de los dos sobrevivientes de la masacre del 21 de mayo de 2001, aceptó el reto de narrar su experiencia ante un público en la Universidad Pontificia Javeriana. Me fui concientizando de que el trabajo del periodista en la construcción de memoria no acaba con la publicación de la historia, por ello le propuse a José participar en los talleres psicosociales en la Universidad del Sinú. Me sentía avergonzada de remover dolores y narrarlos solo para que se conociera una verdad. Entonces, al ver la necesidad de José de salir de su apartada finca para hablar con otros en otras ciudades, insistí mucho para que CdR y Rutas del Conflicto incluyeran a José, a María Hernández y Beatriz Cardona, una de las viudas del Sinú, en el taller realizado en la universidad Luis Amigó, en Montería, por la urgente necesidad de seguir ayudándolos en su procesos sicosociales.
Para sacar del anonimato un dolor se necesita ser valiente, porque implica narrarlo y, por tanto, hacerlo público para desentrañarlo del corazón y del alma. Hacer memoria es que el periodista abandone el malacostumbrado papel de ser protagonista de lo que escribe y le otorgue ese privilegio a las víctimas y sus familiares, permitiéndoles narrar sus historias desde sus voces y que les permita escribirlas cuándo, cómo, dónde y con quién quieran. María Hernández me hizo entender que cuando se sufre en familia un dolor y un trauma por cuenta de la violencia armada, es justo, necesario y urgente participar en la construcción de memoria, primero de manera individual y luego familiar y en este proceso el periodista solo debería cumplir un rol de facilitador de herramientas para crear relatos. Entonces, algunos dirán que esto no es periodismo, y claro que es periodismo otorgar insumos para la memoria, pero lo que nosotros no nos esperábamos es que esas plumas no son exclusivas de los periodistas graduados en las universidades de las ciudades, sino en la universidad del conflicto armado colombiano.
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Puerto Wilches, al cual se llega en botes, canoas o en grandes embarcaciones como el ferry integra la provincia de Mares, pues además del Magdalena, también es bañado por el río Sogamoso. Allí una mujer aporta su grano de arena para cambiar la tradición machista. Ella es Ofelia Jaimes, presidenta de la Asociación de Pescadores, Agricultores y Acuicultores de Cayumba (Aspaac). Es cabeza de familia, madre de tres hijos, que cuando no patronea, ‘tira la canalete’ (dirige la canoa) o echa la atarraya. Es ejemplo para otras que salen adelante con el sudor de sus frentes. “Nosotros somos 28 miembros, de los cuales tres somos mujeres. Estamos empoderándonos del río en su cuidado y protección para el beneficio de los pescadores y sus familias”, explica orgullosa Leopoldina Cristancho, quien colabora en las labores administrativas del negocio.
A dos horas de Puerto Wilches (Santander), en lancha, se encuentra el municipio de San Pablo (sur de Bolívar), ubicado en la margen izquierda del río Magdalena. Allí vive Ernestina Gutiérrez, una mujer de 73 años a quien el 15 de octubre de 2001 las AUC le desaparecieron a su hijo Wilson Cardona Gutiérrez, de 27 años. Él estaba en la cantina La Victoria con su hermano. La cantinera le contó que los paramilitares se los llevaron para el comando que instalaron en la orilla del río. “Yo Salí llorando para allá y pedí a esos comandantes que me devolvieran a los muchachos. En una esquina encontré su camisa. A las 12 de la noche me entregaron al menor, todo golpeado y amoratado. Él escuchaba que su hermano lloraba”, cuenta la mujer.
Desde tu experiencia creando esta investigación, ¿Cómo ves la organización de las mujeres a través de los diferentes colectivos como Aspaac o Mudevisa?
Estas valientes mujeres merecen que el periodismo las acompañe en sus procesos de construcción de memoria y, por qué no, en sus búsquedas de la verdad. Estoy segura de que a mis compañeros de Rutas del Conflicto y CdR les gustaría regresar para abrazar nuevamente a las mujeres de Aspaac, Mudevisa y a las que están congregadas en asociaciones de víctimas, civiles y familiares. Ellas merecen que sigamos narrando su día a día. El impacto que han ocasionado en la sociedad ha sido muy grande y cada vez que ellas hablan, dejan repartido sus dolores en cada periodista y en cada persona, porque en cada relato ellas gritan por dentro “no olviden a mi hija, a mi hijo, a mi hermana, a mi padre, a mi madre o a mí esposo”.
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