48 horas después del secuestro, amigos y simpatizantes celebraban la liberación de los reporteros, Javier Ortega; el fotógrafo, Paúl Rivas; y el conductor, Efraín Segarra del diario El Comercio, de Ecuador, a las afueras de la sede presidencial del Palacio de Carondelet.
Mientras esto pasaba, un fiscal ecuatoriano llegaba a la base naval de San Lorenzo, frontera con Colombia, para recibir al equipo periodístico. Finalmente, ellos no fueron liberados y mientras por un lado celebraban, por el otro Ortega, Rivas y Segarra seguían detenidos.
“Aquí gritamos todos. Fueron unos segundos de alegría indescriptibles. Un compañero se puso a llorar. pero nos duró segundos porque en la publicación (del periódico El Tiempo, Colombia) hablaban de dos liberados”.
Fragmento de la investigación Frontera cautiva.
En el asesinato de los periodistas y el conductor del Comercio el silencio es el común denominador, sin embargo, la iniciativa de Periodistas Sin Cadenas (Ecuador), Verdad Abierta (Colombia), La Liga Contra el Silencio (Colombia), la Fundación para la Libertad de Prensa -FLIP- (Colombia), Forbidden Stories (Francia) y Organized crime and corruption reporting project, OCCRP, (Francia) busca visibilizar las negociaciones fallidas, los encubrimientos y los errores de los dos Gobiernos.
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Consejo de Redacción habló con Sinar Alvarado, coordinador de La Liga Contra El Silencio, quien detalló algunos aspectos que fueron fundamentales para el desarrollo de este trabajo colectivo y la labor en campo:
¿Por qué abordar este tema desde el periodismo colaborativo?, y ¿cómo fue el proceso para poner en sintonía a todos los que hicieron parte del proyecto?
Nos parecía natural, sobre todo si pensamos que esto ocurrió justo en la frontera de los dos países (Colombia y Ecuador). A los periodistas los secuestraron y luego los mataron porque estaban investigando historias que son binacionales: el fenómeno de violencia, el narcotráfico y las disidencias ocurren en una franja de tierra que es compartida, un fenómeno colombo-ecuatoriano que está ocurriendo allí.
A nosotros en La Liga nos interesó contar esta historia, y casualmente supimos que unos colegas de ese país también estaban interesados en investigar y en responder a este caso, con más periodismo. Para Ecuador fue muy duro porque ellos están entre los primeros periodistas en toda la historia del país que fueron asesinados por su trabajo.
Según el informe “La palabra y el silencio” (2014) del Centro de Memoria Histórica, de un total de 152 periodistas asesinados en Colombia por razón de su oficio, el 50% de los crímenes contra periodistas han prescrito, esto desde 1977 hasta el 2015.
Sin embargo, la situación en Ecuador es distinta. Según el Observatorio de Prensa de América Latina, en ese país han asesinado a nueve periodistas por el ejercicio de su oficio: Héctor Toscano, en 1983; Francisco Orellana, en 1989; Arnaldo Rivas Ronquillo, en 1992; Julio García (chileno), en 2005; Raúl Sánchez, en 2006; José Luis León, en 2006; Jorge Santana, en 2010; Byron Baldeón, en 2012; y Fausto Valdiviezo, en 2013.
Según la Fundación Andina para la Observación y Estudio de Medios (Fundamedios), en Ecuador, desde 2008, han aumentado las agresiones a periodistas. Según su investigación el mayor número de ataques se han producido entre el 2015 y el 2016, donde se registran 394 agresiones físicas, de un total de 2.478 ataques.
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La investigación “Frontera Cautiva” contó con el trabajo de 21 reporteros de siete organizaciones periodísticas de Colombia, Ecuador y Francia. El proyecto se publicó en cerca de 60 medios de 7 países y se diseñó a partir de cuatro líneas de investigación, en las que se ahonda sobre el silencio del territorio, la historia de Javier Ortega (el reportero), el narcotráfico y la inseguridad de la frontera.
Para Sinar Alvarado el reto de este trabajo colaborativo se resumió en logística, comunicación y trabajo en equipo: “Creamos grupos de responsables que se encargaron de contar cada una de las historias. Teníamos, también, editores jefes en ambos países que respondían por el avance de la investigación, producción y la entrega final de las piezas”.
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El asesinato del equipo periodístico de El Comercio ocurrió el 25 de marzo de 2018 en San Lorenzo, Ecuador. “Ellos le van siguiendo a ese señor, se embarcaron en una canoa y los pasaron al otro lado. Pero ellos fueron sin presión, y cuando llegaron allá y los metieron más adentro (les dijeron): ‘ahora sí, están detenidos’”, reveló una fuente, en la investigación.
En este proyecto periodístico no solo se narra lo que pasó después del secuestro, sino que se intentan contar las últimas horas de los periodistas, sus pasos en el pueblo fronterizo, viajes anteriores y miedos al viajar. El homenaje, de principio a fin, es para esos tres periodistas que hasta el final de su vida intentaron contar la verdad, a pesar del peligro.
Carnet de prensa de Javier Ortega. Foto: Periodistas sin Cadenas.
¿De qué manera manejaron el miedo y silencio de los habitantes de estas poblaciones?
Efectivamente a ambos lados de la frontera había mucho miedo en los habitantes de esa zona. Precisamente una de las cuatro historias que publicamos se enfoca, exclusivamente, en eso: el miedo.
Muchas fuentes preferían no hablar, ni extraoficialmente. Las reglas eran cero fotografías, cero videos, ni siquiera permitían que los periodistas tomaran notas de lo que veían o escuchaban. Nos pasó, en el lado ecuatoriano: la gente bajaba la cabeza cuando veían a periodistas, policías o militares merodeando la zona.
Hubo asesoría desde el tema de seguridad en el terreno hasta seguridad digital y en las comunicaciones. Implementamos y cumplimos protocolos de seguridad, para minimizar los riesgos de los periodistas involucrados en el proyecto, desde el momento en que trabajaban en terreno hasta la etapa en la que escribían, editaban sus textos y compartían la información.
Tuvimos que trabajar con mucho celo, pero por fortuna el proyecto se completó sin ningún riesgo grande de seguridad, para ninguno de los integrantes.
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En el tema de seguridad, ¿qué precauciones tomaron para no correr con la misma suerte de Javier, Paúl y Efraín?
Hubo asesoría desde el área de seguridad de la Flip. Dos personas que trabajan en el tema viajaron a Quito (Ecuador) y tuvieron reuniones con todos los periodistas involucrados en el proyecto. Uno de ellos acompañó a los reporteros en, al menos, dos de los viajes que se hicieron a la frontera para hacer investigación, y había comunicación frecuente entre los periodistas y editores.
Tomamos algunas precauciones tecnológicas a la hora de compartir información recabada. Por ejemplo, teníamos un espacio con dos pasos de verificación de identidad para poder acceder a nuestros textos. Nuestras conversaciones se hacían a través de “Signal”, una plataforma de chat más segura, y aparte de esto, también aplicamos las precauciones elementales que cada periodista ha desarrollado a partir de su experiencia trabajando en el terreno.
Creo que del lado colombiano había una experticia mayor, adquirida través de los años. Tristemente, los reporteros colombianos hemos aprendido, por las malas, cómo movernos y cómo cuidarnos en esas zonas hostiles. Creo que los ecuatorianos sacaron de esta experiencia un aprendizaje más.
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Los datos reveladores de esta investigación se enumeran en dos: la comunicación constante que existía entre el Gobierno de Ecuador y la disidencia de las Farc liderada por Walter Arizala, alias “Guacho” y el operativo de rescate que se preparó en Ecuador para recoger a los periodistas y el conductor, cuando se publicó la noticia sobre su liberación en el periódico El Tiempo, 48 horas después de su secuestro.
Con la muerte de alias “Guacho”, ¿han tenido la oportunidad de dar un nuevo foco a la historia?
No solo con la muerte, sino también con los nuevos hallazgos y nuevas pistas de investigación que han surgido en torno a ese caso. Hemos visto que hay material para continuar la reportería y, probablemente, ir más allá. Es claro que esta historia no se ha agotado, y creo que hay indicios suficientes que nos motivan a continuar investigando.
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Frontera cautiva es el vivo ejemplo del periodismo colaborativo que logra impactar con los hechos narrados. Un trabajo de seis meses que contó con asesoría en seguridad, coordinación y el grito de “nos faltan tres” y “no nos van a callar”, que logró mostrar lo que Ortega quería contar a partir de su reportería: esa que nunca logró llegar a la sala de redacción.
Familiares de los periodistas secuestrados en las calles de Quito. Foto: Edu León Periodistas Sin Cadenas.
¿Cuál es la recomendación para generar investigaciones colaborativas que permitan tener un mayor impacto?
No hay que forzar ningún recurso. Cada vez que en el periodismo surge una nueva tendencia como el periodismo colaborativo, suele ocurrir que algunos periodistas intentan aplicarlo a todo.
No creo que sea necesario hacer periodismo colaborativo con todas las historias que nos encontramos. Pienso que lo primero es identificar claramente si la historia que abordaremos puede ser mejor contada de ese modo, y si la respuesta es afirmativa, coordinar muy bien las responsabilidades.
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Se debe construir muy bien el equipo con condiciones claras de trabajo y disciplina. El gran riesgo de estos trabajos colectivos es que se diluya la responsabilidad y que algunas personas sientan que trabajan más que otras, o que están más comprometidas.
En el tema de comunicación, ésta debe ser fluida, eficaz y económica. Es muy fácil naufragar en un mar de versiones y contra versiones, donde el ejercicio periodístico se puede volver caótico: y eso lo que se debe tratar de evitar.
En esos casos conviene ser minimalista y eficiente para que el diálogo entre las partes sea espontáneo, pero que esto a su vez, no afecte la eficiencia del trabajo.
Lee el trabajo completo aquí.