Foca, el perro que acompañó a Juana Perea hasta su último día, sabía oler el peligro. El pasado 28 de octubre por la noche, mientras ella chateaba con su esposo, con su hermano y con una amiga, el animal empezó a ladrar.
—Seguro viene alguien —escribió Juana por Whatsapp a las 8:53. Nunca más apareció en línea.
Allí, en las playas aún vírgenes de Termales, un corregimiento ubicado sobre la costa del Pacífico en Chocó, era muy raro que alguien visitara la cabaña de Juana sin avisar. Mucho más a esa hora, con la marea baja. En ese pueblo a cuarenta minutos en lancha desde Nuquí, los nativos últimamente duermen temprano. Durante la pandemia, cuando los turistas escasos han llegado de a uno como náufragos extraviados, no suele haber movimiento en la playa por las noches.
En la madrugada solo se sienten las pisadas de los jaguares que buscan gallinas para saciarse. En la penumbra se escucha el merodeo de los ocelotes, el aleteo de las águilas, los movimientos de los monos titís cuando se trepan en los bejucos. Y más lejos, bien adentro en el monte, se oyen los gritos de los aulladores que se han desplazado por la tala imparable del bosque.
Al día siguiente se supo que aquella noche Foca les ladraba a los paramilitares de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), también conocidas como el Clan del Golfo, que se llevaron a Juana cuando estaba sola en su casa.
1. ¿Cómo obtuviste la información del último mensaje de Juan Perea enviado a su esposo?
Esta es una información que terminó siendo relevante en la historia porque dio cuenta del momento en el que Juana se desconectó por última vez y que, posiblemente, fue la hora en que llegaron los paramilitares a su casa. Esa información la obtuve después de un par de meses indagando hasta que encontré a unos funcionarios judiciales que tuvieron acceso a esa información. Luego corrobore esta información a través de testimonios de personas que estuvieron a cargo de la investigación inicial por parte de agentes de la Fiscalía General de la Nación.
El Clan narco
El Clan del Golfo, dueño de las costas sobre el Pacífico y el Caribe, es la estructura narcoparamilitar más grande del país. Cada mes exportan cientos de kilos de cocaína a través de sus redes. En julio de este año la Policía les incautó 7,5 toneladas en un solo barco que había zarpado de Cartagena y estaba por llegar a Colón, en Panamá. La droga iba camuflada en bultos de cemento que formaron interminables pilas de cocaína sobre el muelle.
Cuando las Farc salieron de los territorios tras el acuerdo de paz, el Clan del Golfo empezó a consolidarse en departamentos como La Guajira, Magdalena, Atlántico, Sucre, Córdoba, Bolívar, Antioquia y Chocó. Aunque la guerrilla del ELN, las disidencias de las Farc y Los Caparrapos (un grupo criminal que tiene su base en el Bajo Cauca antioqueño) les han hecho resistencia, el Clan se ha sabido expandir en zonas donde el Estado es incapaz de llegar.
Estos narcoparamilitares usan tanto el océano Atlántico como el Pacífico para sacar cocaína. En esa estrategia han librado guerras con otros grupos armados. También eliminan a los líderes incómodos. Como ocurrió en Bahía Solano, un pueblo a 50 kilómetros de Nuquí, donde fue decapitado el indígena Miguel Tapí. Esto generó un desplazamiento de 906 personas en esa comunidad. En abril la Defensoría del Pueblo había emitido una alerta inminente por el riesgo que corrían allí las comunidades atrapadas por la guerra que libraban el Clan del Golfo, el ELN y un grupo conocido como Los Chacales.
2. Llegar al territorio controlado por el Clan del Golfo a investigar un asesinato perpetrado por ellos mismos es un ejercicio de alto riesgo. ¿Qué medidas de seguridad tomaste para realizar este trabajo en el territorio?
Sin duda, se tomaron algunos riesgos para ir al lugar donde habían asesinado a Juana Perea, un lugar controlado por los paramilitares. Inicialmente, traté de pasar desapercibido lo que más se podía, obviamente en ese momento no era previsible que los grupos armados aceptaran la presencia de un periodista que estaba investigando un crimen del cual ellos fueron los autores.
Pasar lo más desapercibido posible, tener claro que el terreno y el territorio me fue dando las pistas para ir encontrando las personas a entrevista y, algo que siempre hago, viajar solo: no suelo viajar con fotógrafos o videógrafos porque me parece que, cuando hay una alta tensión alrededor de un caso, es mejor pasar lo más desapercibido posible.
Ilustración realizada por Angie Pik.
El 9 de enero de este año había sido asesinado en Aguablanca, Nuquí, el líder indígena Anuar Rojas Isaramá. Esto generó otro desplazamiento de unas 80 personas del pueblo Embera Dóbida. En 2020, la organización Somos Defensores reportó el crimen de otros dos líderes en Nóvita y Bajo Baudó, Chocó.
A comienzos de octubre las AGC grafitearon paredes en ocho departamentos para ratificar su control del territorio. Una larga lista de municipios amanecieron con letreros que decían “AGC, presente”. Incluso rayaron las escuelas. Entre las comunidades se esparció enseguida el terror. Nuquí estuvo en la lista. Dos personas allí contaron que Juana expresó entonces su descontento, y ayudó a pintar algunas paredes para tapar los grafitis.
—Cuando pintaron la escuela, ella escribió por un grupo de Whatsapp pidiéndole explicaciones a las autoridades locales —cuenta un hombre. La respuesta fue el silencio. El mismo que todos eligen frente a los homicidios en esta zona.
Fernando Vega Bravo era un librero y promotor de lectura que hacía dos décadas se había ido a vivir a Panguí, una playa ubicada a un kilómetro de Nuquí. Es la primera ensenada que se ve al cruzar el río del mismo nombre.
Vega vivía solo en la cabaña que construyó cuando este lugar aparecía en los mapas de los citadinos como un lejano paraíso perdido. Algunos amigos recuerdan cuando llegó a la bahía montado en un planchón con un mototaxi nuevo, y varias cajas con objetos que nunca se habían visto por aquellos lares. Allá Vega hizo un trabajo cultural que fue ganando reconocimiento. Dos o tres veces al año donaba a los vecinos de Nuquí libros que recogía con amigos de Medellín y Bogotá.
El 18 de octubre pasado, diez días antes de que se llevaran a Juana, los familiares de Vega perdieron contacto con él. El lunes varias personas fueron a verificar su estado, y cuentan que encontraron la casa abierta. Los perros salieron a saludar temerosos. “Tenían una actitud rara”, dicen. En la cocina había un pedazo de carne pudriéndose, junto a un sartén y varios cuchillos sueltos, como si hubieran sido abandonados en pleno uso. Ese día no encontraron nada. Pero el martes 30, en una nueva inspección que llegó hasta los límites con el manglar, hallaron el cuerpo de Vega con siete machetazos en la espalda. No se robaron el bote ni la planta eléctrica. Su asesinato no fue reseñado en las noticias.
Sobre este caso solo se comenta que en la zona no se mueve una palmera sin el permiso del Clan del Golfo. La orden paramilitar prohíbe incluso delinquir sin su venia. Por eso están proscritos en la zona los ladrones que roban a los turistas, los nativos que fuman marihuana, los agitadores y cualquiera que para ellos implique ruido innecesario. Lo mismo para quienes denuncien el narcotráfico o impidan los planes de los terratenientes. Las autoridades locales no tienen la capacidad para controlar las acciones del Clan. Esto lo sabe todo el mundo.
3. ¿Qué opinión tienes sobre la falta de cobertura y profundización periodística sobre el asesinato de otros líderes sociales en esta región y el resto del país?
Posiblemente sí y si todos los medios cubrieran los asesinatos de los líderes sociales, desafortunadamente habrían historias todos los días. Esta es una situación que se salió de control hace mucho tiempo, es bastante complejo lo que ha venido pasando en los últimos años. Me parece que, desde todos los medios de comunicación: generalistas, independientes, que pertenecen a grandes emporios, definitivamente no se le puede dar la espalda al tema. ¿Por qué? Porque nosotros como periodistas también en un futuro, nos pueden pedir cuentas por lo que hicimos o dejamos de hacer y sin duda, el asesianto de líderes es el tema que ha traspasado la vida nacional.
Es un tema en el que hay que seguir insistiendo. Las autoridades, por su puesto, son las encargadas y obligadas de investigar estos crímenes y, sobre todo, de ocupar estos territorios donde la ilegalidad y donde los grupos armados que hace rato se salieron de control, no sigan andando a sus anchas donde los líderes sociales realizan sus actividades.
Liderazgo en tierra prohibida
—Ella era una líder social. Por eso nos mandaron aquí, por el caso de la señora —dice un soldado del Batallón de Infantería No. 23 de Bahía Solano, que fue enviado a patrullar las solitarias playas de Termales después del asesinato.
Juana María Perea Plata nació en Bogotá hace cincuenta años y se crió en el barrio La Soledad. Era nieta de inmigrantes vascos que salieron de España durante la Guerra Civil. Su hermano Iñaki Perea, dos años menor, recuerda que desde niña mostró una personalidad arrolladora.
—Era persistente; era imposible que no se diera las mañas para conseguir de buena forma lo que quería. No le importaba lo políticamente correcto. Seguía su corazón. Le impacientaba la quietud de quien espera que las cosas caigan del cielo —dice por teléfono.
En la adolescencia, Juana quiso un día sacar el carro de su mamá a escondidas. Doña María Lucía Plata lo supo, pero no hizo nada porque sabía que al vehículo le fallaba la batería. Hubo burlas familiares cuando Juana, desesperada en medio de la noche, empujó el carro sin éxito. Fue una de las pocas veces en que Iñaki vio que su hermana debió conformarse con la frustración.
A los 18 años Juana se fue a Cartagena, donde conoció el buceo. Allá se hizo instructora y comenzó a viajar enamorada del agua y la selva. Esto le dio mucha fuerza física. El impulso aventurero la llevó a aceptar en 2007 un trabajo con una empresa estadounidense en Afganistán. Allí, mientras trabajaba en logística para el soporte de helicópteros, conoció a su esposo Dave Forman, un bombero con quien empezó a planear una vida frente al mar.
Diez años después la pareja compró el terreno en Termales. Cuando Juana llegó, se encontró puro monte. Ella misma cogió machete, pala y azadón para abrirle campo a la estructura de madera que tenía dibujada en su cabeza. Invirtieron mucho dinero en el proyecto y la plata se fue acabando. Hace un año Foreman regresó a Afganistán para conseguir lo que necesitaban y culminar los dos hoteles.
4. Al hablar con los familiares de la víctima se debe ser muy cauto para no causar más heridas, ¿Qué consejos nos puedes dar para entrevistar sin revictimizar?
Es muy difícil entablar un diálogo con la familia porque la familia, obviamente, carga un duelo. Las reacciones pueden ser muy diferentes dependiendo de los casos, en el caso de Juana Perea, hubo una apertura muy rápida para conversar sobre el tema pero no en todos los casos es así y es absolutamente respetable.
Creo que lo importante es que el periodista se acerque, no tanto para pedir información sino, para explicarle a la familia que el objetivo es que el crimen no quede en el silencio. También se le debe dar todas las garantías a la familia de que no se les va a revictimizar la memoria de esa persona o, al menos, que si ellos necesitan medidas de seguridad como no revelar nombres, puedan hablar del tema sin que les llegue a perjudicar su propia seguridad.
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