La Serranía de Chiribiquete es un tesoro natural casi inexplorado. Una cordillera de mesetas o tepuyes que descansa sobre los departamentos de Caquetá y Guaviare, en la región amazónica de Colombia. Foto: cortesía de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).
El Parque Nacional Natural Chiribiquete —ubicado en el corazón de la Amazonía colombiana— se ha convertido en el objetivo más reciente de las organizaciones que se lucran con la destrucción del medioambiente.
Pese a que, en 2021, la deforestación disminuyó en los parques amazónicos de Tinigua, La Macarena, Los Picachos y la Reserva Nukak, el daño en los bosques del PNN Chiribiquete tuvo un aumento significativo, pues pasó de 1.948 hectáreas devastadas (en 2020) a 2.207 hectáreas (en 2021), según la respuesta del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) a un derecho de petición enviado para esta investigación.
Mientras usted se toma unos minutos para leer este informe y la atención de la mayoría de colombianos se centra en el precio histórico del dólar, en qué países no exigen visa, a dónde ir de vacaciones o cómo le va a su equipo en la liga de fútbol, en Chiribiquete hay un ejército de motosierras talando las 6,1 hectáreas de bosque que arrasan diariamente, según la respuesta entregada por el Ideam. Es el equivalente a desaparecer doce estadios de fútbol cada 24 horas.
Lo preocupante —según entrevistas con directivos de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), una de las organizaciones más representativas de la lucha por el bienestar de la Amazonía— es que históricamente el Gobierno colombiano no ha prestado la suficiente atención al problema. Aun así, el expresidente Iván Duque se comprometió en la Conferencia sobre Cambio Climático, en Glasgow (Escocia), a acabar con la deforestación para el año 2030.
Un acuerdo que reafirmó el actual presidente, Gustavo Petro, en la Cumbre Climática COP27, celebrada en Sharm el-Sheij (Egipto), y en la que se anunció el fortalecimiento del Fondo para la Recuperación de la Selva Amazónica.
Mientras la deforestación sigue ganando terreno en la llamada ‘Maloca del jaguar’ y el parque permanece sin vigilancia tras la salida de los funcionarios de Parques Nacionales por amenazas de grupos delincuenciales, las comunidades y organizaciones que trabajan por la conservación de la Amazonía tienen identificada la forma en que operan los grupos dedicados a deforestar.
La danza de árboles caídos inicia entre septiembre y octubre, con el rugir de las motosierras en la selva. Permanecerán en el suelo mientras se secan al sol, y entre enero y febrero les prenderán fuego; los satélites de alta resolución, como el SkySat, mostrarán con mayor intensidad cómo arde el corazón de la selva amazónica.
El satélite SkySat pertenece a la empresa privada Planet Labs, con sede en San Francisco (California), y hace parte de los 88 pequeños satélites que se lanzaron en 2017 para realizar monitoreo ambiental. Son instrumentos equipados con un telescopio de alta potencia y programados para realizar revisión constante en franjas específicas de la tierra.
De acuerdo con la misma empresa propietaria del satélite, estas imágenes “pueden ser [vistas] en línea, y algunas de ellas están disponibles bajo una política de acceso libre […] que proporciona la información actual pertinente para monitorear el clima, cambios en el uso del suelo, controlar la deforestación, predecir la cosecha de los cultivos, ordenar la planificación urbana y coordinar la respuesta antes de algún desastre”.
El eco de las alarmas lanzadas por las ONG que trabajan contra la deforestación en la Amazonía no irá más allá de marzo o abril, cuando la tala se haya reducido, el fuego se haya extinguido y sobre la tierra carbonizada empiecen a crecer verdes pastizales, donde lo único que aflorará será el ganado. Vendrá luego una leve calma hasta que aparezcan de nuevo en el calendario septiembre y octubre, y con ellos la tala exterminadora. La rueda, entonces, vuelve a girar.
“Uno se preocupa porque estén quemando la Amazonía, pero es que ya la tumbaron hace tres meses. No podemos esperar para ir a apagar el fuego. Hay que actuar hoy porque ya lo han empezado a tumbar y eso está documentado; hay estadísticas que tiene el Ideam y que tiene la FCDS muy detalladas en las que uno puede prever que, en 15 días, en determinada vereda, va a empezar la tala. Ya hay que hacer prevención y atención y no esperar a ver el fuego y que a Bogotá lleguen las cenizas y los contaminantes”, relata Emilio Rodríguez, biólogo y coordinador del Programa de Forestería Comunitaria de la FCDS.
Mientras recorremos la zona de amortiguación del parque junto a un equipo de la FCDS, en una mañana de finales de septiembre, luego de dejar atrás el corregimiento El Capricho (en San José del Guaviare), encontramos tres lugares donde el fuego va consumiendo los restos de lo que aparentemente fueron enormes árboles; en otros sectores es claro que la vegetación lleva solo horas de haber sido talada y un motor que ruge en la distancia —en la vía ilegal hacia La Macarena—advierte que la selva está siendo violentada.
En medio de las raíces calcinadas de los que fueron enormes árboles de bosque primario crecen capas de verdes pastizales, en las que se levantan miles de cabezas de ganado en suelos que se suponían reservas forestales. Foto: cortesía de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).
Solo entre el 12 de abril de 2021 y el 13 de octubre del 2022 la plataforma Global Forest Watch lanzó más de dos millones de alertas de posible deforestación en 30.800 hectáreas de bosque en el Guaviare, y de otras 52.200 en Caquetá: los dos departamentos sobre los cuales descansa el Chiribiquete, que en lengua karijuna significa “el cerro donde se dibuja”.
Sin embargo, ese lienzo natural de montañas chatas, con milenarias pinturas rupestres —y descubierto por accidente en 1986 por el arqueólogo Carlos Castaño Uribe, cuando tuvo que desviar la avioneta en que viajaba en medio de una tormenta— tiene como custodios a los municipios que lideran el listado de los más afectados por la deforestación en el país: Cartagena del Chairá, San Vicente del Caguán, San José del Guaviare y Calamar, según datos del Ideam.
“Cada vez que se tala una hectárea de bosque tropical, ese carbono que estaba contenido en las ramas, en los troncos, en las raíces de los árboles, se convierte en dióxido de carbono, que es el que ocasiona el cambio climático. Por ello, esa deforestación que tenemos en Colombia de más de 170.000 hectáreas es muy grave porque representa una gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero”, explica Aura Robayo, asesora de Clima y Bosques de la Embajada de Noruega en Colombia.
Si perdiéramos el bosque amazónico continental, advierte Rodrigo Botero, director ejecutivo de la FCDS, tendríamos hasta 1.5 grados más de temperatura en el planeta; “eso en general nos está diciendo que la región amazónica funciona como un gran riñón planetario que regula el clima mundial”.
Pero las razones por las que varias ONG han centrado su trabajo en este lugar de la Amazonía no obedecen solo al factor climático o por ser un Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad. El PNN Chiribiquete es una gran reserva de biodiversidad, hogar del jaguar, del águila arpía, el tapir y de especies recién descubiertas. Es también una reserva cultural como pocas en el mundo, donde habitan pueblos indígenas en aislamiento voluntario y sobre los cuales se levanta el riesgo de un etnocidio, como ocurrió con el pueblo nukak.
Entre las causas para que hoy se esté destruyendo el Chiribiquete y buena parte de la Amazonía está la ganadería. Existe una relación directamente proporcional entre la deforestación y el aumento en las cabezas de ganado. Solo en San Vicente del Caguán —el segundo municipio más deforestado del país— en 2016 se talaron 10.987 hectáreas de bosque y contaba con 612.573 cabezas de ganado. Para marzo de 2021, las hectáreas deforestadas eran 16.872 y el ganado bovino aumentó a 944.103. Es decir, 331.530 reses más y 5.885 hectáreas de bosque menos, según cifras entregadas por el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA).