Cada día se despierta a las 2 de la madrugada y toma algo caliente. “Así sea un agua vacía, pero me la tomo”, dice entre risas. Con eso en el estómago sale de pesca, a intentar por 4 o 5 horas que los animales piquen en las trampas o caigan en la red. “A veces me va mal con el calandro. Entonces vengo, cojo una atarraya y me voy con ella. Pero la comida, de que llega, llega”.
Tanto la labor como el optimismo de don Gobio son representativos de la población tumaqueña, cuya principal actividad económica es la pesca y cuya informalidad laboral sobrepasa el 80%, según una encuesta publicada a finales de 2024 por el Centro de Estudios de Desarrollo Regional de la Universidad de Nariño.
“Coja o no coja, tiene que ir”, sentencia el experimentado pescador acerca de la disciplina que requiere su trabajo. También explica que no hay un solo modo de llevarlo a cabo, pues mientras algunos pescan en aguas bajas, otros lo hacen en la marea. La diferencia está en contar o no con una lancha a motor, que en el trayecto de una vereda a otra puede consumir entre 50 y 100 mil pesos de combustible; el ir y volver del casco urbano, ubicado aproximadamente a 30 minutos, puede rozar los 200 mil.
Los altos costos del desplazamiento fluvial quizá expliquen por qué muchas familias prefieren asentarse a la orilla del mar, pese a los riesgos para su patrimonio por cuenta del oleaje. Vivir junto al océano ofrece al pescador un acceso directo a su trabajo, que reduce los costos de bordear el manglar cada mañana para emprender la pesca.
Dicha barrera económica se agrava al considerar que Tumaco tiene una baja accesibilidad a centros económicos, según el informe “Trayectorias: Prosperidad y reducción de la pobreza en el territorio colombiano”, elaborado por el Banco Mundial. Además, la amenaza de una inundación grave, por la que el municipio está en constante alerta, podría dejar a esta población completamente desconectada.

Datos de ese informe reportan también que Tumaco cuenta con baja conectividad y muy escasa infraestructura financiera; factores en los que figura por debajo del promedio nacional y de las principales ciudades del país.
“La forma de vida de ellos es muy dura” opina Lorena Quiñones, docente de primaria en la vereda El Rompido, sobre los pescadores tumaqueños. “Imagínese: ellos madrugan o se trasnochan para la pesca, o para sacar conchas. Alguna gente quema carbón… O sea, su modo de vida es duro. Lo único que sí tienen es su tranquilidad”.
Otro factor señalado en el informe es una altísima pobreza en el aprendizaje dentro de Tumaco, municipio en el que Quiñones atiende una clase de 16 niños que viajan cada mañana en lancha desde Tumaco y Bocagrande para asistir a la escuela de El Rompido. Es el remanente de una población escolar de 58 estudiantes, que se disolvió entre 2018 y 2022, cuando el mar se llevó el colegio anterior junto con el pueblo entero, del que sobreviven apenas tres casas junto a la orilla de arena escarchada, a algunos metros de donde sucumbió el caserío. Cerca de las edificaciones, de la arena y el mar, crecen limoneros, palmas y árboles de cacao.

Por estos días (junio de 2025) se comercializa entre los 20 y los 35 mil pesos el kilo de cacao, que don Gobio cultiva en su finca de Vaquería, junto a matas de plátano, en una tierra ancestral que en algún momento perteneció a sus padres. De ella se fue hacia el antiguo Bocagrande y a ella volvió tras el maremoto del 79. Con los granos húmedos que el veterano pescador seca y despulpa, llegan unos pesos extra que completan el salario.
El Memorando Económico del País, también elaborado por el Banco Mundial, asegura que una política deseable para el desarrollo económico es “promover la movilización interna”, e incluso subsidiarla, para las personas que buscan empleo. Esto se traduce en que se busque, activa o pasivamente, que los habitantes de la ruralidad se desplacen a los centros productivos, para concentrar la fuerza de trabajo.
“Para irme a otra parte, no sé cómo está la cosa, no me puedo ir metiendo nomás. Aquí el sancocho lo tenemos, pobremente; aquí no aguanta hambre nadie”, expresa don Gobio, en una afirmación que nuevamente recoge el sentir de su comunidad.
El Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera, que agrupa a las comunidades étnicas al sur de Tumaco, luchó por el reconocimiento de su territorio y recibió la titulación colectiva de 46.000 hectáreas en 2003, luego de sufrir los estragos de la violencia paramilitar. Tras esa lucha resulta difícil pensar que la comunidad decida emigrar.

Por el contrario, la iniciativa turística que impulsa el Consejo aparece como una respuesta para que los lugareños se apropien de la riqueza natural que los rodea, y puedan ofrecerla a los visitantes.
De hecho, durante la estadía en las playas de Bocagrande, don Gobio podría actuar como guía, pues fue capacitado por el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) como emprendedor en desarrollo de actividades turísticas en espacios naturales, dentro de un grupo de 40 personas que ahora acompañan a los visitantes a vivir distintas experiencias en la región. (vínculo a experiencias).
