La vacunadora María Castillo llegó en marzo pasado a la comunidad indígena de Limoncito —de apenas cinco casas, ubicada a más de 24 horas de viaje de la capital de Vichada—, y se sentó en un palito atravesado que hace las veces de silla en la casa del capitán. Llevaba 15 días recorriendo inspecciones, veredas y resguardos del municipio de Cumaribo intentando aplicar vacunas contra el covid-19 y del esquema regular (aquellas que se aplican a los niños de entre cero y cinco años de edad), pero la inmunización en las comunidades indígenas estaba imposible. Lo dijo claro, confesando algo de desilusión y frustración: había un rechazo generalizado a los diferentes biológicos, especialmente al del covid-19.
Las viviendas en las comunidades indígenas de Vichada suelen estar separadas por algunos metros de distancia. Comunidad de Maniare.
“Yo le decía al capitán (el representante que la comunidad elige anualmente) que es terrible que uno venga a los rincones más alejados a traerles la vacuna y que no la acepten”, rememoró sobre aquel diálogo Castillo, trigueña, de contextura gruesa y sonrisa fácil, quien ha pasado 14 de sus 34 años trabajando a favor de la salud en el área de Cumaribo.
“Pero a usted qué le importa, si a usted le están pagando su sueldo”, respondió el capitán.
“Sí, claro, a mí me pagan vacune o no, pero esa no es la idea. Yo vacuno porque a mí me gusta. Con eso les estoy dando inmunidad a ustedes”, dijo ella.
Limoncito está ubicada en el resguardo Muco Guarrojo. En este lugar las coberturas de vacunación son muy bajas frente a lo que han logrado el departamento y otras regiones del país. “Si le digo que vacuné a 50 personas de una población de 1.700 fue mucho”, indicó Castillo.
Chinchorros en una vivienda de la comunidad de Maniare.
Esas cifras son el perfecto reflejo del rezago de la vacunación contra el covid-19 en el municipio de Cumaribo (Vichada), que —según información del Ministerio de Salud— se encuentra entre las cinco entidades territoriales del país con peor desempeño en la inmunización, luego de más de un año de ejecución del Plan Nacional de Vacunación. De acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Social del municipio, para la primera semana de junio de 2022 solo el 7,9 por ciento de una población de 79.984 habitantes tenía el esquema completo contra este virus mortal. Y solo el 2,6 por ciento tenía una dosis de refuerzo. En total, se habían aplicado 11.328 dosis en casi 500 días, algo así como 22 vacunas diarias.
Cumaribo, valga decir, es el municipio más grande de Colombia. Tiene una extensión de 74.000 kilómetros cuadrados, un área similar a la que resultaría si se juntaran los departamentos de Caldas, Norte de Santander, Valle del Cauca y Cundinamarca. Según datos de la Secretaría de Desarrollo Social del municipio, el 90 por ciento de la población es indígena y vive en la zona rural. Y es la población nativa, principalmente, la que ha mostrado rechazo a la vacunación contra el covid-19, explicó la entidad. ¿Pero por qué? ¿Qué razones hay detrás de esta decisión?
Un tema profundo y cultural
Maniare está ubicada a unos 25 kilómetros de la cabecera municipal, un trayecto que se recorre en 45 minutos en moto, cuando la carretera está seca. En la comunidad, que forma parte del Resguardo Unificado de la Selva de Matavén —el más grande del municipio, con una extensión de 18.000 kilómetros cuadrados—, viven 38 familias en casas con piso de tierra, paredes exteriores de madera (por dentro las viviendas son de un solo ambiente: algunas tienen en un extremo la cocina y en el otro, las improvisadas camas y los chinchorros. Otros tienen dos chozas, una para la cocina y otra habitacional) y techo de palma o de zinc.
La vivienda tradicional indígena en Vichada suele tener el techo de hoja de palma. Comunidad de Maniare.
Como la mayoría de comunidades indígenas de la región, en Maniare no hay puesto de salud, no hay telefonía celular ni internet (son escasas las comunidades en Cumaribo que cuentan con centros de internet dispuestos por el Gobierno), no hay televisión ni ninguno de los servicios públicos que se encuentran en las principales ciudades del país (solo un par de casas tienen paneles solares con baterías que les permiten recargar celulares y linternas). Tampoco cuentan con rutas de transporte que faciliten la movilidad para llegar a los centros poblados.
Los proyectos de mejoramiento de vivienda del gobierno han llevado a que, cada vez más, los indígenas reemplacen la palma de sus techos por zinc.
Por Maniare los vacunadores han pasado en varias oportunidades, pero la mayoría de sus habitantes aún no tienen la vacuna contra el nuevo coronavirus. Aunque cada indígena tiene un motivo personal para no vacunarse, después de conversar con muchos de ellos es posible entender que hay factores generales para ese rechazo, asociados a creencias culturales y religiosas, así como a rumores y a la desinformación que alcanza a llegar desde las redes sociales.
“Si uno se pone las tres vacunas y no tiene capacidad (porque está débil o no tiene las defensas necesarias), se muere. A unos les da diarrea, otros se desmayan. No es que no nos pongamos la vacuna por miedo, sino porque nosotros no queremos”, dijo con voz tímida Ramón Fernández, un habitante de Maniare de 28 años que aparenta tener —por lo menos— una década más.
Edilberto Caribán y su familia. Comunidad de Maniare.
A veces parece que a los sikuani (la etnia predominante en Vichada) de Cumaribo se les dificultara expresarse en español o con alguien foráneo. Las palabras son escasas, las respuestas son monosílabos; pero entre ellos la conversación fluye. A juzgar por las risas, parece que siempre hablaran utilizando expresiones chistosas o se burlaran de interlocutores que no entienden su lengua.
Un grupo de niños en la comunidad de Maniare curiosea la cámara fotográfica.
A cuenta gotas, Samuel Rodríguez explicó que “la creencia sikuani no permite esa vacunación, creemos que eso es mortal”. Considera que “la vacuna es algo que nos va a conducir a la crisis, a la muerte. A partir de esa idea no permitimos que nos introduzcan la vacuna”.
Bergildo Nariño estaba en su casa cuando llegamos a conocer su opinión sobre la vacunación contra el covid-19. Tiene 32 años, pero aparenta unos 40. No se ha vacunado porque cree que si lo hace, dura dos o tres años, se enferma y muere.
La profesora Clara Caribán fue más allá: “Yo digo que la vacuna no es buena, porque para el cáncer o el sida, que ha matado tanta gente, no sale vacuna contra eso. Hace poquito salió el covid-19 y ya sacaron la vacuna”.
“Esa enfermedad salió para reducir el número de gente porque había mucha gente. Por eso salió esa vacuna, para reducir la población”, aseguró Caribán, la única maestra de la escuela de la comunidad y una de las personas que mejor habla el español.
Pareja de adultos mayores de la comunidad de Maniare.
Para Juan Miguel Chitiva, un profesor que ha trabajado con las poblaciones étnicas del municipio, lo único que reflejan esas posiciones es “una total desconfianza de las comunidades indígenas en el sistema de salud”.
“¿Qué están diciendo los indígenas cuando les vale huevo que les digan que se pueden morir con una pandemia si no se vacunan?”, se pregunta Chitiva. “Pues que no le están creyendo a la institucionalidad, no les creen a los médicos, al alcalde, al ministro, y ellos tienen razones tradicionales, culturales, de peso para decir, oigan, ustedes dicen un montón de vainas, ustedes generan unos males y después no son capaces de generar las curas, nos toca a nosotros buscar nuestras maticas para curarnos”.
La religión
Algunos personajes relacionados con movimientos religiosos también han influido para que haya rechazo a la inmunización contra el covid en las comunidades, aseguran Chitiva y los vacunadores.
El pastor Javier Vargas, enfermero de profesión y que trabaja evangelizando por varias comunidades de los resguardos del municipio, precisó que algunos pastores han infundido erróneamente que “el único salvador es Cristo”, dejando el mensaje de que la vacuna no sirve para nada. “Pero es que la vacuna no es salvadora, es de prevención”, manifestó. Y fue enfático al decir que ciertos evangelizadores sí han enviado mensajes a favor de la vacuna.
Demetrio Cuellar junto a su familia. Comunidad de Maniare.
“En nuestro caso, les hemos dicho a las personas que se hagan vacunar”, aseguró el pastor Dario Santamaría, quien también lleva la palabra de Dios a los resguardos de Cumaribo. “Lo que pasa en las comunidades es que ha llegado mucha información, que les aplican un chip…; no solo en los indígenas, también en la población colona”, explicó.
Antonio Dasilva, subcoordinador de la Asociación de Cabildos y Autoridades Tradicionales Indígenas de la Selva de Matavén (Acatisema), manifestó que en la mayoría de resguardos del municipio “se ha socializado que la persona que se quiera dejar vacunar tiene toda la libertad de hacerlo. Y la familia o la persona que no quiera, no es obligatorio”.
Pero la realidad con la que se encuentran los vacunadores es esta: “Los pastores se han encargado de decirles que uno con la vacuna les va a meter el 666, que es el demonio”, aseguró Castillo.
Muchas familias suelen separar, en una chocita, la cocina de la vivienda principal. Comunidad de Maniare.
Algunas explicaciones
Dorian Cuero lleva 12 años como vacunador en Cumaribo y afirma que actualmente, como nunca antes, su trabajo es cada vez más difícil. “Desde que uno llega con el termo de vacuna y los indígenas se enteran de que uno llega con vacunación, uno ve a la mayoría como apáticos, como con miedo, y entonces se ponen molestos”.
Antes de la pandemia, los vacunadores del esquema regular llegaban a las comunidades y encontraban receptividad, los indígenas mostraban los carnés de vacunas y cooperaban para avanzar con la inmunización, pero ahora “están muy temerosos porque piensan que con la vacuna del covid-19 uno los va a matar. Eso es lo primero que le dicen a uno, que vamos a acabarlos”, dijo la vacunadora María Castillo.
Frente a los otros ocho vacunadores del municipio, Castillo tenía una ventaja: es mestiza, entiende a la perfección el sikuani y se defiende a medias para hablarlo, pero ni siquiera por eso logró mejores resultados a la hora de hacer su trabajo. “Uno les pregunta, bueno, ¿aceptan la vacunación? Se quedaban ahí mirando y no decían ni sí ni no”, relató. “Eso es complicadísimo”.
Una estrategia que plantearon en el Hospital San Juan de Dios de Cumaribo, entidad que se encarga de la vacunación, es rotar a los vacunadores entre las diferentes rutas que existen, para ver si tienen mejores resultados, pero de nada ha servido. “Después de una ruta que dura 30 días, llegar uno con 230 dosis aplicadas es frustrante”, dijo el vacunador Cuero. “Es frustrante y preocupante, tanto por la salud de la gente como por cómo lo reciben a uno y por los resultados que uno entrega, porque hacer una ruta de esas cuesta mucho dinero”.
Para Sandra Díaz, secretaria de Desarrollo Social, que se ocupa de vigilar la vacunación en el municipio, “es un tema netamente cultural y religioso. Es una barrera que tenemos y no hemos podido romper”, afirmó.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS), que ha acompañado a las autoridades locales de salud de Vichada en lograr mejores resultados en la vacunación contra el covid-19 en Cumaribo, lo relató así en un boletín de prensa emitido a inicios de este año: “Según las autoridades indígenas congregadas el pasado primero de febrero en una reunión para hablar del Sispi (Sistema Indígena de Salud Propio Intercultural), están desinformados, la IPS no ha desarrollado los procesos de información y sensibilización necesarios para mitigar el rechazo a la vacunación”.
¿Qué se está haciendo?
Para minimizar estas barreras que impiden una amplia cobertura de la vacunación en el municipio, las entidades territoriales de salud han realizado acciones “para llegarle a la población indígena en resguardos como Kawanerruwa, Únuma y Muco Guarrojo, pero desafortunadamente la población indígena no accedió a la vacunación como lo esperábamos”, dijo Margarita Guerra, secretaria de Salud de Vichada.
En Kawanerruwa, concretamente, “se hizo una concertación con el apoyo de la OPS y de toda la población del resguardo; se vacunaron ocho personas”, explicó la secretaria de Desarrollo Social de Cumaribo.
Silvia Chipiaje junto a su familia, en la comunidad de Maniare.
El vacunador Cuero conoce al detalle ese caso: “En la última ruta que hice (en marzo de 2022) nos cruzamos con la OPS, no alcanzamos a llegar a tiempo a la sensibilización en Kawanerruwa, en donde todo el mundo quedó comprometido con la vacunación. Se repartieron camisetas, hubo almuerzo, todo el mundo quedó contento, que sí a la vacunación, y al día siguiente llegamos y todo el mundo, apático”.
“Yo creería que la sensibilización sirve si uno como vacunador anda en la misma ruta, para que ellos vayan sensibilizando y uno vacunando”, manifestó el vacunador.
Cuando llegan a las comunidades, los vacunadores también hacen una charla de sensibilización para explicar los beneficios y riesgos de la vacuna, pero casi nunca han tenido éxito. “Hay algunos capitanes que se cierran a la banda y dicen que no. Y otros dicen que han socializado con su comunidad y no quieren la vacuna; entonces le dejan a uno explicar, pero de una vez dicen: acá no queremos vacunas”, indicó Cuero.
Pero ese rechazo no es solo de los indígenas, “con la población ‘colona’ también es difícil”, dijo Castillo. “Acá hemos hecho el casa a casa y lo madrean a uno, lo regañan, que los vamos a matar, que vamos a acabar con los abuelos”, aunque cada día la aceptación es mayor en el casco urbano municipal, manifestó la vacunadora.
Desde la Secretaría de Salud Departamental son conscientes de que ha hecho falta mayor sensibilización en campo porque los diálogos se han dado, mayoritariamente, en espacios como la Mesa Permanente de Concertación. “Ha hecho falta llegar a la comunidad para informarle en razón de quienes están tomando la decisión, si permiten o no la vacunación en una comunidad están siendo los capitanes más no la comunidad”, manifestó la secretaria de Salud de Vichada.
Para el profesor Chitiva, otro factor que influye en el rechazo a la vacuna es el bajo número de muertes producto de la enfermedad en la población indígena. Con corte al 7 de junio de este año, Vichada tenía un reporte de 62 fallecidos en total, pero solo tres eran indígenas (4,8 por ciento de las muertes del departamento), los tres del municipio de Cumaribo (en donde en total han muerto 13 personas). Las muertes de nativos representan un número reducido si se tiene en cuenta que, según el censo de 2018, el 58 por ciento de la población vichadense es indígena.
Todos los indígenas con los que hablamos para este reportaje aceptaron haber tenido casos de covid-19 en sus comunidades y dicen que se curaron con la medicina tradicional. “A nosotros nos dio covid-19, nos dio duro, pero nos hicimos remedios con palos amargos, nos bañamos con agua tibia con yerbas y se nos quitó la fiebre”, dijo Trina Chipiaje, una mujer de 59 años que vive en Maniare.
“Ellos le dicen a uno: no, es que a mí el covid me dio fue como una gripa, eso tampoco lo va a matar a uno, y si ya no me mató, yo ya no necesito la vacuna”, son los argumentos con los que se ha encontrado Castillo durante las jornadas de vacunación.
“Los indígenas dicen: nosotros no nos morimos de covid-19, nos curamos acá con algarrobo, hierbitas y el rezo del chamán. Y de qué manera puede refutarles ese discurso el sistema de salud si ni siquiera los tiene en estadísticas. Y si no los tiene en estadísticas es porque no están haciendo el seguimiento, no los están atendiendo realmente”, precisó Chitiva.
Los pueblos indígenas cocinan con leña.
Al ser cuestionada sobre si la falta de vacuna covid-19 había tenido como efecto aumento en los casos positivos para el virus entre la población indígena, la secretaria Guerra manifestó que “hay un gran problema y es que la comunidad en general no se está muestreando, y en la medida en que la comunidad en general no se esté muestreando, no vamos a conocer qué tanto es el aumento [de casos] en la población”.
Otro ingrediente es que, según la secretaria de Desarrollo Social de Cumaribo, para los indígenas el virus ya pasó. “En este momento para ellos no es una amenaza, no es un peligro”. Y contó una experiencia que tuvo en Sarrapia (una comunidad a 12 horas de camino de la cabecera municipal, cerca de la frontera con Venezuela), cuando una comitiva de la Alcaldía realizaba una concertación: “Dijeron que ya el virus había pasado. Que si no habíamos ido recién empezó la pandemia, ya ahorita a qué íbamos”.
Un bebé duerme en el tradicional chinchorro que usan los indígenas para descansar.
Precisó que “como administración nos toca seguir haciendo la tarea por directriz nacional. La meta es subir las estadísticas de cobertura”.
Afectación al esquema regular de vacunación
El temor y rechazo a la vacunación contra el covid-19 ha provocado un descenso notable en las coberturas del esquema regular o Plan Ampliado de Inmunización (PAI). “Nos afectó el programa”, dijo la secretaria de Desarrollo Social de Cumaribo. “Cuando llega la vacuna del esquema regular, ellos piensan que llevan es la del covid-19 y que los van a vacunar contra eso, y se niegan a recibir la del esquema regular”.
Castillo puso el ejemplo del resguardo Únuma, una ruta en la que antes de la pandemia aplicaba unas mil dosis del esquema regular: “Ahorita si por mucho usted vacuna 200 personas, 300 si le fue bien”. La vacunadora mencionó que a los indígenas “ya les metieron en la cabeza que llevamos es la vacuna del covid, y se les explica que no, que esta vacunación es diferente, hay que llenar un consentimiento previo”, pero esas explicaciones han sido insuficientes.
El vacunador Cuero indicó que antes era más sencillo el trabajo para ellos. “En todas las rutas uno llegaba con reportes de vacunados; después del covid-19, eso se fue de para atrás”, dijo. “Había papás que de pronto se molestaban cuando sus hijos estaban muy atrasados y había que ponerles cinco o seis vacunas; se molestaban, pero dejaban vacunar a los niños”.
En Maniare, algunos comuneros aseguraron que para ellos las vacunas de los niños son importantes. “El esquema regular sí es bueno. Nosotros llevamos a los niños a vacunar a Cumaribo”, dijo la señora Chipiaje.
José Hilario Roa, cabildo piapoco de Sejalito San Benito, un resguardo de Acatisema ubicado sobre el río Guaviare en los límites entre Guainía y Vichada, manifestó que “al inicio (cuando empezó la vacunación del covid-19) sí había temor, pero la gente entendió que era un beneficio para los niños”, y han permitido la aplicación de las vacunas.
Según Salud Departamental, los años 2020 y 2021 presentaron “coberturas críticas para polio, pentavalente y rotavirus, lo que muestra el riesgo que tienen los niños de enfermar y morir por enfermedades como la difteria, tétanos, tosferina, haemophilus, influenza, hepatitis B, poliomielitis y diarrea por rotavirus, que son las enfermedades a las cuales van dirigidas las vacunas con resultados críticos”.
Para que las coberturas sean útiles, el 95 por ciento de la población susceptible de ser vacunada debería recibir los biológicos, pero en Cumaribo, aunque antes de la pandemia se tenía un mejor desempeño, son pocos los momentos en que se han tenido esas coberturas útiles.
Por ejemplo, de acuerdo a las cifras de la misma entidad, las coberturas de polio son las siguientes en los últimos siete años: 2014, 61,2 por ciento; 2015, 60,1 por ciento; 2016, 48,6 por ciento; 2017, 38,7 por ciento; 2018, 42,4 por ciento; 2019, 47 por ciento; 2020, 31,5 por ciento; 2021, 26,7 por ciento. En rotavirus la cobertura ha sido similar, el mejor año fue 2015 con 61,7 por ciento; el peor, 2021 con 29,3 por ciento.