Luis Pizango Caballero, asháninka de 32 años, camina en medio de los pastizales para traer sus dos vacas y un ternero, en pleno atardecer. El color naranja del sol ocultándose incendia el campo verde limón, que aparece como un hueco en el bosque tropical de la Amazonía peruana. A medida que avanza junto a sus animales, Luis se percata de la presencia de los forasteros. Sin sonrisas ni gestos de emoción pregunta quiénes son los extraños. Son dos periodistas y, aunque no lo dice, teme que sean nuevos invasores.
Chamanto, nombre asháninka de Luis, hace referencia a las aves conocidas como carpinteros. Está en el limbo de lo indígena y lo colonial; entre la conservación y la depredación; entre sus costumbres ancestrales y los males del dinero occidental. Su choza es la primera al ingreso del territorio de 14.743 hectáreas que reclama la comunidad Nueva Austria del Sira, que ahora está invadida por ganaderos, mineros artesanales y taladores ilegales. Luis vive solo, no tiene hijos ni esposa. No sabe si irse a una localidad mestiza para evitar enfrentamientos con los invasores o quedarse para luchar por recuperar su territorio ancestral. Sus cuatro hermanos ya se fueron.
Nueva Austria del Sira abarca 14.743 hectáreas en la cordillera El Sira, en la provincia de Puerto Inca en la Amazonía centro oriental de Perú.
Los asháninkas, de la etnia amazónica más numerosa del Perú, dicen que deben caminar tres horas por el bosque de la cordillera El Sira, en Puerto Inca, en el departamento de Huánuco, para llegar a la comunidad Nueva Austria del Sira. Sin embargo, el tiempo es más largo —alcanzando las nueve horas— para una reportera asentada en una pequeña ciudad andina como Huánuco. La ruta hasta el territorio indígena es angosta y atraviesa un espeso bosque de tornillos, cedros y cumalas, árboles maderables que crecen naturalmente; es como una mina de oro para un maderero.
Luis, de un metro sesenta, con piel tostada por el incandescente sol de la Amazonía y mirada dispersa, sonríe con picardía cuando le preguntan por qué vive solo. “Llevo 20 años aquí, el apu ya les contará qué pasa”, dice sin dar espacio a más preguntas. Sin hablar mucho, Luis es acogedor y amable. Su pequeña vivienda de paredes de madera y techo de hojas de palmera está a una hora a paso indígena —tres para una mestiza sedentaria— desde el centro poblado Quimpichari, la localidad más cercana a la abandonada ciudad de Puerto Inca, que no cuenta con calles asfaltadas y sus habitantes no sonríen a extraños por miedo a lo desconocido en un territorio devastado por la ilegalidad de la minería, el narcotráfico y la tala de madera.
El indígena, que lleva un short de tela y un polo rojo, recibe la visita de dos de sus vecinos de Quimpichari; le compran aguardiente de su pequeña tienda y le invitan a tomar. Luis sigue guardando silencio, sabe que esas invitaciones vienen con la propuesta de irse al centro poblado porque la comunidad perdió su reconocimiento en 2014 y sus tierras fueron entregadas a extraños. Si Luis se va, la depredación avanzará con mayor fuerza. “La situación se complica”, dice, para luego continuar con su duda en silencio. Sabe que en la comunidad solo quedan cuatro varones.
El asháninka Luis Pizango es el primer guardián de la comunidad Nueva Austria del Sira. Puerto Inca, Perú.
Heredar la tierra
De la casa de Luis hasta el local comunal de Nueva Austria del Sira todavía hay seis horas de viaje a pie en la profundidad de la selva tropical. Cuanto más se avanza por el territorio indígena, las cumalas, los cedros y los tornillos se incrementan y se hacen imponentes al alcanzar entre 30 y 40 metros de altura. El camino al centro de la comunidad es accidentado, hay que pasar pendientes, arroyos y quebradas profundas. A cada paso el corazón se acelera, pero la noche en la Amazonía no es un problema para el joven asháninka Rubén Polico Díaz, que conoce mejor los caminos a su comunidad que la palma de su mano. Él es el guía y ríe cada vez que el grupo se detiene. “¡Tan rápido se cansan!”, dice a los reporteros con tono de burla y suelta una carcajada.
“Los asháninkas somos fuertes”, presume en otro momento al atravesar una quebrada llevando 30 kilos de carga en su espalda. Su pueblo es conocido en Perú por su tradición guerrera y su apoyo en la pacificación del país al enfrentar a los grupos terroristas entre 1980 y 2000. Rubén, o Poliquillo, como le dicen los integrantes de la comunidad, es hijo del líder Polico Díaz Sambache. Tiene 22 años, sonrisa pícara, músculos marcados y la tez marrón tostada por el trabajo en el campo.
En la comunidad Nueva Austria del Sira viven los indígenas del pueblo asháninka, conocidos por su tradición guerrera.
Rubén nació en la comunidad Nueva Austria del Sira, al igual que sus otras cinco hermanas. Su padre le dio un nombre en asháninka: Maniro, palabra que representa a un venado, animal noble y vivaz. Luego de una larga travesía entre bosque y barro a consecuencia de las intensas lluvias de junio, llegamos al local comunal cerca de la medianoche. “Mi papá fue a cazar, volverá en unas horas”, advierte al señalar que quiere recibir a sus invitados con un banquete de sachavaca. El joven indígena vive a unos 30 metros del local comunal y de la casa de su padre; no tiene hijos y su pareja Milagros Pizango lo viene a visitar cada cierto tiempo desde la calurosa ciudad de la Pucallpa. Poliquillo es uno de los últimos cuatro varones que quedan en la comunidad. Sus hermanas ya abandonaron el territorio.
El joven indígena Rubén Díaz vive en la comunidad Nueva Austria del Sira junto a su padre para cuidar el territorio indígena.
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Manitsi, tigre en español, es el nombre indígena del apu Polico Díaz, el último líder de la comunidad Nueva Austria del Sira. Cuenta que recibió ese nombre por su coraje y fuerza.
Polico Díaz afirma que se quedará hasta su último día en el territorio de la comunidad Nueva Austria del Sira para protegerlo de la deforestación.
Polico saluda de mano y con una sonrisa a sus visitantes citadinos. Se sienta en una banca del centro comunal; mira al bosque y dice que no logró cazar ningún animal. Sus ojos expresan tristeza, pues no tiene qué ofrecer a sus invitados. Luego de un prolongado silencio explica que la depredación de los árboles para abrir pastizales y vender la madera ha espantado a los monos, venados, sachavacas, armadillos y aves. No hace mucho, apenas unos cinco años atrás, los indígenas conseguían alimentos en una hora; pero anoche Polico no logró ninguna presa en ocho horas de cacería.
El líder es uno de los cuatro varones que queda en la comunidad. Es considerado defensor ambiental por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos y el Ministerio de Defensa del Perú, pero ese documento, como dice, no lo ayuda en nada. Él sigue resistiendo a la invasión y al abandono.
“Los demás se fueron por los problemas”, afirma, toma una pausa y continúa: “Nos quitaron el reconocimiento de la comunidad, luego dieron nuestras tierras a extraños”.
Polico sabe que se está quedando solo; el último en irse fue el indígena Chester Gerónimo con su familia. Abandonó su casa por las presiones de los ilegales. Ante la ausencia de personas cerca del local comunal, el líder decidió dejar su casa, ubicada a 200 metros del corazón de la comunidad, y se trasladó a una casita abandonada que dejó Gerónimo.“Cuando vengan los visitantes, alguien debe recibirlos; aquí estaré yo”, dice sentado, solo, en un banco del centro comunal.
El abandono de la comunidad Nueva Austria del Sira se refleja en el cartel roto de bienvenida al territorio. Puerto Inca, Perú
Los contrarios
El abuelo Polico Díaz, padre del ahora líder de Nueva Austria, vivía en la cordillera El Sira, en Puerto Inca. Desde ahí se unió al Ejército Asháninka para enfrentar a los terroristas y proteger a su etnia. Mientras la pacificación avanzaba en Perú, las leyes les exigían a los indígenas conformar comunidades para tener los títulos de propiedad de sus tierras. En 1998, Polico, su padre, Alejandro Santos, Germán López Ballesteros y Julia Unchuya fundaron la comunidad con 22 familias de los pueblos asháninka y yanesha, que vivían ancestralmente en el bosque entre el canto de las aves, el croar de las ranas y el musitar de las hojas.
La idea inicial era nombrarlo Pishaco, como un pez que hay en el río Yuyapichis, del que beben agua. Pero esa tarde de verano, mientras estaban en asamblea debatiendo el nombre para la comunidad, un grupo de austriacos pasó a recoger los cuerpos de sus compatriotas que murieron en un accidente en el territorio. Los extranjeros prometieron a los indígenas que los ayudarían y en honor a esa palabra la comunidad fue nombrada Nueva Austria del Sira. Nadie lo alertó, pero ya la desgracia había marcado su historia.
Un par de años después, en 2001, la comunidad celebraba con masato la creación de la Reserva Comunal El Sira. Pensaron que al estar en la zona de amortiguamiento no tendrían problemas de invasión de tierras y los mineros artesanales se irían del lugar. Para tener mayor seguridad, una tarde de junio de ese mismo año, Germán López Ballesteros, el primer jefe de la comunidad, realizó un viaje de dos días desde la cordillera El Sira hasta la ciudad de Huánuco, ubicada en la sierra central de Perú, para solicitar formalmente el reconocimiento y la titulación del territorio indígena ante el Gobierno Regional de Huánuco.
“En esa época ya teníamos problemas con mineros”, recuerda Polico Díaz. Pero el proceso continuó y, el 17 de junio de 2004, la comunidad fue reconocida con 34 familias de los pueblos yanesha y asháninka, con un territorio de 14.743 hectáreas en el distrito de Puerto Inca, ubicado justo al lado de la Reserva Comunal El Sira. La alegría era desbordante, pero los indígenas sabían que aún faltaba el título de la propiedad, el documento que les aseguraría el territorio.
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A las 10:30 p. m. la comunidad está vacía, pero no por el manto de la oscuridad, sino del miedo. Apenas hay dos casas cerca del local comunal: en una está la esposa de Polico, Susana Odicio, y en la otra no hay nadie, fue abandonada hace un año. En el centro comunal una gigantografía cuelga de la única pared del lugar. Es una imagen de 2004, cuando en la comunidad había 34 varones jefes de familia; hoy solo quedan cuatro. La fotografía revela la traición y el abandono que vive Nueva Austria del Sira: uno de los rostros en la fotografía está manchado con tinta.
“Un andino nos traicionó”, afirma Polico frunciendo el ceño. El rostro de un hombre con apariencia robusta fue borrado del único recuerdo de los años gloriosos de la comunidad. El andino y los indígenas vivieron bien durante cinco años. “Al inicio era muy activo, apoyó en la construcción del local comunal”, remata el líder, que ahora se encuentra solo.
Los indígenas asháninkas se alimentan de animales del bosque y del río Yuyapichis.
Los problemas con el andino llegaron en 2005, cuando decidió conseguir un título individual y ya no comunitario. Polico dice que el excomunero los denunció por supuesto tráfico de tierras e hizo tratos con los otros colonos para crear un centro poblado cerca de la comunidad. El interés de los extraños por las tierras indígenas en la cordillera El Sira era por el oro y la madera, bienes preciosos y fáciles de adquirir.
La denuncia avanzó sin el seguimiento de los líderes. La tensión se mantenía en el territorio con constantes enfrentamientos, a veces a balas y otras a flechazos. El segundo puñal a la comunidad fue en 2006, cuando la Municipalidad Provincial de Puerto Inca reconoció al centro poblado de Paujil, lugar donde vivían los foráneos.
“Las familias empezaron a marcharse después de eso”, dice Polico, sin lograr recordar quién fue el primero en irse. Mientras el líder se pierde en sus pensamientos, un grupo de siete mujeres, entre niñas y adultas, pasan por el local comunal. Es la familia Picon Arimuya, que aún vive en la comunidad. Luz, una jovencita de 18 años, sonríe a los extraños; es la única que habla con los periodistas. Ella, al igual que sus hermanos y su hija Thalia, de un año, nacieron en Nueva Austria del Sira; no son ajenas a las disputas por la tierra, pero tampoco forman parte. Las mujeres de la comunidad no toman las decisiones de la vida comunitaria.
Elizabeth Picón Arimuya, una indígena asháninka de 14 años, vive con sus hermanas en Nueva Austria del Sira; es una de las doce mujeres que habitan el territorio.
Luz tenía diez años cuando la comunidad perdió su reconocimiento, en 2014, por orden del Juzgado Mixto de Puerto Inca, que ordenó a la Dirección Regional de Agricultura de Huánuco anular su inscripción en Registros Públicos. Polico y Germán nada pudieron hacer, más que despedir a sus hermanos, que decidieron irse por miedo a nuevos ataques. “Querían vivir tranquilos y aquí hay muchos problemas”, reconoce Polico Díaz Sambache, quien, pese a todo, afirma estar feliz porque puede hablar con los visitantes. “Aquí las mujeres no hablan mucho, están como ausentes”.
La asháninka Luz Picón Arimuya (18 años) ha vivio siempre en la comunidad Nueva Austria del Sira y ahora es madre soltera de una niña de 1 año.
El éxodo del último yanesha
Germán López Ballesteros cojea por el puerto en la ciudad de Puerto Inca. Levanta la mano y saluda a un policía que pasa con su moto lineal por una calle sin asfalto. El líder es conocido, algunos lo saludan con una sonrisa, otros lo miran con desdén. Ha caminado diez metros, se sienta en un banco de madera en el puerto y mira pasar el río Pachitea.
“He aprendido”, dice con una media sonrisa y la mirada fija en el correr del Pachitea. Hace dos años que no visita la comunidad Nueva Austria del Sira por una lesión en la pierna izquierda, y hace otros 17 años que se fue definitivamente del territorio indígena. En 2005 abandonó su casa de madera en la cordillera El Sira; en ese momento consideró que solo sería por un corto tiempo mientras sus hijas estudiaban la secundaria. Al pasar los años se dio cuenta de que los ilegales no le permitirían volver, pero eso no lo detuvo. Ahora sabe de gestiones administrativas y se ha vuelto un líder representativo en la selva central de Perú. “He aprendido a defender la tierra, he aprendido”, repite.
López Ballesteros pertenece al pueblo yanesha, una etnia con 14.314 integrantes, de acuerdo con el Ministerio de Cultura de Perú, y conocida por ser contactada por los españoles en los primeros años de la conquista. Germán no habla su lengua, su madre no le enseñó por temor a que lo discriminaran. Vivió su infancia en Puerto Inca y a la edad de 20 años volvió al territorio donde nació. Se juntó con Polico Díaz y los otros líderes para conformar la comunidad Nueva Austria del Sira y fue elegido como el primer líder del grupo indígena de asháninkas y yaneshas.
“Soy el último yanesha de la comunidad”, dice Germán con una sonrisa tímida. Los otros, sus hermanos y hermanas, se fueron al distrito Puerto Bermúdez, en la región Pasco y no volvieron a contactarse con él. Pese a que el líder no ha vuelto al territorio, sigue coordinando desde su pequeña casa de madera en Puerto Inca, con Polico para gestionar, de nuevo, el reconocimiento de la comunidad ante el Gobierno Regional de Huánuco, trámite que iniciaron en junio de 2018, pero que hasta ahora no tiene respuesta.
El líder yanesha Germán López vive desde hace 17 años en la ciudad de Puerto Inca, alejado de su comunidad Nueva Austria del Sira.
Polico y Germán apenas se ven dos veces al año, con suerte tres, para reuniones con otros líderes de las regiones vecinas, o cuando un funcionario público decide acudir a su territorio para escuchar sus reclamos. Pero pese a la distancia y la falta de conectividad telefónica en el territorio indígena, Polico camina cada semana unos 20 minutos para encontrar señal telefónica y contarle a Germán cómo va la situación en la comunidad.
“No es igual la vida aquí”, reprocha Germán, ya no puede cazar ni pescar. Ahora se dedica al trabajo de representación indígena como vicepresidente de la Asociación Regional de Pueblos Indígenas de la Selva Central, que representa a 356 comunidades en las regiones de Pasco, Huánuco y Junín, y también es representante de la coadministradora de la Reserva Comunal El Sira. Viaja constantemente, reconoce, pero al final de la semana vuelve a su casa -o como él lo llama: el lugar donde lo exiliaron- en Puerto Inca. Se sienta en una banca de plástico afuera de su casa de madera de 20 metros cuadrados, el mismo lugar donde en 2019 intentaron asesinarlo con siete disparos, mira a unos hombres cargar madera y recuerda con nostalgia las 14.000 hectáreas de bosque que debía cuidar en Nueva Austria del Sira.
En Puerto Inca las aves no cantan y el sol arde como el dolor del exilio de Germán.
María Pizango visita la comunidad Nueva Austria del Sira con el fin de recomendar a su hermano Luis irse a vivir a otro lugar para evitar las amenazas de los invasores.
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Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo de Respuesta Rápida para América Latina y el Caribe, organizado por Internews, Consejo de Redacción, Chicas Poderosas y Fundamedios. Los contenidos del trabajo periodístico que aquí se publican son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de las organizaciones.