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Dónde

están las historias

Historias.

Por Juan Gómez

Los retos que tenemos los periodistas para cubrir la desaparición son enormes. No solo porque nos compromete emocionalmente —que una persona desaparezca es de por sí un drama— sino también porque nos enfrenta con la incertidumbre.

¿Qué certezas buscar cuando no se tiene claro qué pasó, ni cuándo, ni dónde, ni cómo, ni por qué? ¿Qué verdad contar cuando parte de la verdad también está desaparecida?

Hemos cubierto el tema lidiando con la sospecha. Han sido numerosos los colegas que han arriesgado, incluso, su propia seguridad. Contrariar a los victimarios que quieren imponer el olvido los ha dejado en la mira. Sin embargo, superando su desasosiego, han encontrado consuelo narrando estas historias desde la memoria de los desaparecidos, desde su búsqueda y desde los lugares en los que han dejado algún rastro.

La memoria, nuestra principal aliada

¿Tiene familiares o conocidos desaparecidos? ¿Se imagina no poder encontrarlos?

¿Cómo preguntar por alguien que no puede hablar por sí mismo, como es el caso de un desaparecido? Las historias de cada uno de ellos reposan en la memoria de quienes les aguardan. Acercarse a los integrantes de su círculo más cercano ha sido una manera en la que varios periodistas y artistas han hallado estas historias.

Para el reportero gráfico Álvaro Cardona, el periodismo puede ser un espacio para reflejar la identidad y la memoria de los que faltan. Algunas de sus fotografías lo pretenden, como las de familiares sosteniendo retazos de los retratos de sus desaparecidos, que en las fotos del reportero se confunden con sus propias caras. Le tomó un año tejer la confianza necesaria para lograr estas fotografías:

Cortar la foto y hacer el montaje fue la forma que encontró el fotógrafo para simbolizar la desaparición y la presencia de los hermanos, esposos e hijos en los recuerdos de las familias de Marco Aurelio Rodríguez, Luz María Torres y Luisa Benilda Jaimes. Así les dio rostro, nombre, a las miles de víctimas que ha dejado la violencia en el Catatumbo.

Las fotos son señal de la presencia de los desaparecidos en la memoria de sus familiares, pero también de su ausencia devastadora, como diría la investigadora estadounidense Marianne Hirsch. Aunque el retrato es algo que vemos, justamente significa lo contrario: una pérdida invisible.

Ilustración Joaquín María Rojas
Padre, hijo y espíritu armado. Foto de Álvaro Cardona.
Las historias están en el arte que los rescata del olvido

La representación de las víctimas también ha sido acogida por el arte, del que el periodismo puede aprender. Beligerarte, por ejemplo, es un grupo de artistas urbanos creado por humanistas colombianos en 2009, que ha encontrado en el muralismo una manera de revelar los sentimientos de familiares y comunidades víctimas de desapariciones forzadas y de crímenes de Estado.

En trabajos colectivos junto a los artistas, en algunas ocasiones los sobrevivientes han decidido denunciar públicamente a los responsables y, en otras, han intentado recuperar la identidad de sus amados. Para el sociólogo Emilio Torres, de Beligerarte, estos ejercicios tratan de socializar públicamente los recuerdos y los sentires de quienes han sido silenciados y han cargado con el peso del dolor en el anonimato, en medio de una sociedad que desconoce la gravedad de la desaparición.

Ilustración Joaquín María Rojas
Desaparecidos de la masacre de Pueblo Bello. Foto de Emilio Torres.

Entre otras representaciones, allí se han plasmado las flores amarillas que a Eduardo Loffsner Torres, sindicalista y militante del M-19 desaparecido en noviembre 1986, le gustaba regalarle a su amada; también han estado los rostros de los 43 desaparecidos de la masacre paramilitar de Pueblo Bello, perpetrada en enero de 1990, pintados sobre un mural a la salida del pueblo. En las historias detrás de estos dibujos puede estar el comienzo de una buena pieza periodística.

Y así como la pintura y el grafiti, hay otra diversidad de iniciativas artísticas que podemos desentrañar con buena reportería. Por ejemplo, está el proyecto de la artista Constanza Ramírez, quien, buscando sensibilizar a la gente frente a la desdicha de la desaparición ha creado Volver a pasar por el corazón, un programa radial al cual invitó a 14 familiares a que recordaran a sus seres queridos desde la música que les gustaba. Ese día los evocaron desde el dolor, pero también desde la alegría.

Eduardo Loffsner Torres
Eduardo Loffsner Torres. Foto de Emilio Torres.
Las historias están en la lucha por recordarlos

Gloria Gómez, coordinadora general de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), hermana de Leonardo (torturado y asesinado en 1983) y de Luis Miguel (desaparecido en 1988), recuerda que a finales de los años ochenta el diario La Prensa le dio a cada familiar de la joven asociación una página para contar quiénes son sus desaparecidos. Les preguntaron cómo son, qué piensan, qué les gusta, su cotidianidad, sus proyectos de vida. “La entrevista fue muy emocional, me gustó mucho. La gente sentada, hablando, sin grabadora”, recuerda Gloria, “un ejercicio dignificante, de reconocimiento”.

Estas “historias de vida” —en palabras de Gloria—, superan la simplicidad de las cifras y de otros relatos estereotipados de víctimas dolientes o de buenos y malos. Develan así la complejidad de las vidas truncadas por el conflicto armado. ¿Quiénes eran ellos? ¿Eran personas marginadas? ¿Por qué los pudieron haber desaparecido?

El periodismo también puede reconstruir las historias de quienes desaparecieron en medio de la guerra, de aquellos que se fueron a raspar hoja de coca, a trabajar en alguna mina ilegal o fueron reclutados por algún grupo armado, y únicamente se les conocía por un apodo. ¿De dónde venían? ¿Quién los recuerda?

Es verdad que las desapariciones son historias de dolor, pero definitivamente son mucho más que eso. Las historias, además, pueden estar en las acciones de resistencia de las organizaciones de víctimas y sobrevivientes, como lo demuestra el trabajo de colegas como el periodista Miguel Estupiñán. En su crónica La verdad: condición para la paz en Boyacá, cuenta la historia de una peregrinación que un movimiento de sobrevivientes y organizaciones sociales realizan en favor de la memoria de las víctimas de la provincia de Lengupá, en el oriente de ese departamento. Cada año, la caminata llega hasta el filo de una montaña, en el Alto de Buenavista, desde el cual paramilitares desaparecieron a decenas de personas, arrojando sus cuerpos por el precipicio.

El Alto de Buenavista
El Alto de Buenavista, frontera entre los municipios boyacenses de Berbeo y Páez, es un escenario poco conocido de desaparición forzada. Foto de Miguel Estupiñán.

Haciendo una juiciosa reseña de 35 años de violencia en la región, Estupiñán cuenta una historia que desafía las miradas “oficiales” de la memoria. Por un lado, puso en evidencia que sí hubo desaparición forzada en Boyacá. El centro académico Cinep ha llamado esto “un memoricidio”. Y por el otro lado, buscó que “el lector accediera a cierta esperanza” con la historia, que no se quedara únicamente con la tragedia.

Por ejemplo, hay un joven familiar de dos victimarios que hace parte de la comunidad que busca honrar la memoria de las víctimas. Él se siente un sobreviviente del conflicto en la región y participa en la peregrinación. Además, está la historia de cómo la comunidad le da un nuevo significado al lugar con su romería, antes sinónimo de muerte y hoy, de memoria y resistencia. Esta es una de esas narraciones que Álvaro Cardona llamaría “historias que ayudan a resignificar”.

Yo mismo participé, junto a la periodista Constanza Bruno, en una narración de este tipo de historias. Relatamos una crónica sobre el día en el que veinte miembros de la familia Hernández decidieron reunirse para conmemorar, por primera vez, a 12 seres queridos, víctimas de varias masacres guerrilleras. Habían pasado 18 años desde estos crímenes. Algunos de sus parientes duraron varios días desaparecidos, y de uno de ellos, Carlos Caldera Cardona, jamás se volvió a saber nada. Romper el silencio no fue fácil. “Para sacar del anonimato un dolor se necesita ser valiente, porque implica narrarlo y, por tanto, hacerlo público para desentrañarlo del corazón y del alma”, escribió Bruno. Ese día reafirmamos que hacer memoria vale la pena. Es un derecho de los sobrevivientes y, por ello, es necesario que participen en la producción de sus propias historias.

Otros periodistas, Nicole Acuña, Álvaro Avendaño y Kevin García, contaron la historia de la Asociación de Familiares de las Víctimas de los hechos violentos de Trujillo (Afavit). Liderada por el cura jesuita Javier Giraldo, la asociación nació para congregar a los familiares de las centenares de víctimas que dejó el narcotráfico y la fuerza pública en este municipio del Valle del Cauca desde mediados de los años ochenta. En su crónica relatan cómo Afavit es una comunidad de duelo y reparación que ha reclamado su derecho a la memoria. Esta organización de dolientes cuida un parque en el que construyeron osarios para darle sepultura a los restos de las víctimas que lograron rescatar, transmite la memoria de los hechos y aboga por la reparación colectiva, resistiendo frente a los intereses que en la región aún hoy persisten por borrar la memoria de los desaparecidos. Desconocidos han hecho por lo menos cuatro atentados contra El Parque Monumento.

El Alto de Buenavista
Línea de tiempo creada a partir de las narrativas de la familia Hernández para conmemorar la memoria de sus seres queridos. Foto de Juan Gómez.
El Alto de Buenavista
Quinta peregrinación en Lengupá, 10 de diciembre de 2018. Foto de Miguel Estupiñán.
Las historias están en la búsqueda

¿Dónde sería capaz de buscar si estuviera en el lugar de las familias? ¿Se ha preguntado sobre cómo ha sido el trasegar de estas búsquedas? Los familiares no solo le han preguntado al Estado, también han seguido su rastro en anfiteatros, cementerios, fosas, botaderos de cadáveres, ríos, lagunas y mares. Muchas víctimas se convirtieron en investigadores profesionales. No gratuitamente a las mujeres asociadas en Asfaddes se les conocía como ‘Las busca-cadáveres’, por las muchas veces en las que la señora Gómez salía en compañía de sus compañeras de causa a donde fuera que las pistas las llamaran.

Podemos seguir el rastro de los familiares y buscar en donde ellos han buscado, como en los cementerios. Gloria recuerda una vez en la que un informante les dio el posible paradero de dos personas que habían desaparecido en la Plaza de San Francisco en Bogotá, cuando corría el año 2006. Los descubrieron enterrados como N. N. en el cementerio del municipio de Zipacón, a una hora y media en carro desde la capital, después de que unos labriegos los encontraran en el campo y las autoridades los identificaran por sus huellas dactilares.

También podemos preguntarles a los mismos victimarios. A la cárcel, por ejemplo, le llegaron cientos de cartas al exjefe paramilitar Salvatore Mancuso suplicando por información sobre el paradero de sus víctimas. Dicen que una vez la mamá de Mario Rafael Nieves se le enfrentó a quien comandaba a los paramilitares de la Sierra Nevada, Hernán Giraldo, alias ‘El Patrón’, cuando encontró a su hijo enterrado en el patio de su casa después de rechazarle a Giraldo una propuesta para comprarle el predio. Preocupada porque su hijo no volvía hacía dos días, fue a buscarlo y un perro que no se quedaba quieto la condujo al sitio del enterramiento. Alias ‘El Patrón’ negó el crimen, la amenazó, le ordenó que se marchara y la mayor parte del cadáver desapareció de nuevo.

Temilda Vanegas, miembro de Asfaddes en Barranquilla, también encontró los restos de su esposo, Jorge Alberto Franco, excavando la tierra con sus propias manos. Lo encontró buscando en el periódico, otro lugar para rastrear pistas y encontrar historias. Una noticia de diciembre de 1987 hablaba de un “muerto ahogado” encontrado en un muelle por el río Magdalena, a pesar de que el cuerpo tenía visibles señales de tortura. Lo enterraron como N. N. y nunca le dejaron organizar un funeral.

Temilda también duró un tiempo amenazada, recuerda su hijo, Ulianov Franco, un abogado que se sumó a la búsqueda de los desaparecidos. Cuando era director de la organización Familiares Colombia, dice haber ayudado a encontrar a 25 de ellos. La mayoría de los familiares, sin embargo, no han corrido con la misma suerte. Muchas veces Ulianov se la jugó en la cárcel preguntándoles directamente a los responsables.

Otros tantos también fueron revictimizados en sus búsquedas, de las peores maneras y contra la familia que les quedó; no obstante, si ellos no existieran, si no hubieran alzado sus voces, no habría hoy otros familiares emulándolos y no tendríamos desaparecidos a quienes buscar. Sus historias esperan por quienes quieran contarlas.

Jorge Alberto Franco
Historias que están en las mismas historias

Incontables historias periodísticas pueden estar en frente nuestro, pero no las vemos porque son invisibles. Cada desaparecido en su familia deja una huella psicológica que no se ve y que puede aparecer, incluso años después de la desaparición, o del hallazgo del cuerpo de un familiar. Diana Arango, directora del independiente equipo forense Equitas, se pregunta qué pasa después de que una víctima encuentra a su familiar, ¿cómo lidia con el trauma?, ¿logra superarlo? La historia de los que buscan, para Arango, no acaba cuando encuentran el cuerpo. Lo que conocemos como duelo ocurre de maneras complicadas en estas historias, pues la posibilidad de que este se dé sin encontrar un cuerpo al cual llorar es casi nula.

Hay familias que se fracturan tras la desaparición, y al narrar sus historias, el periodista refleja el daño profundo que causa esta práctica criminal. ¿Cómo están esas familias? ¿Qué pasó con los hijos abandonados?, se pregunta Arango, haciendo referencia a los niños y jóvenes que Gómez llama “hijos de la soledad”. Resulta que, en la obsesiva búsqueda del hijo o la hija perdidos, los otros hijos pueden sentirse abandonados, dejados de lado, y eso deja mella.

Estas son historias de puertas cerradas, de incertidumbre, pero también son historias de contiendas por la vida y por el amor. Muchos familiares se han organizado para acompañarse, han estudiado y cabildeado hasta conseguir que se promulguen leyes que los protegen o les facilite exigir sus derechos. Los reporteros pueden encontrar historias magníficas en estos relatos de lucha y de dignidad.

Exactamente 33 años después de la toma del Palacio de Justicia por parte de la entonces guerrilla del M-19, y de su posterior retoma militar, Radio Ambulante publicó el primero de dos podcasts en los que reconstruyó en detalle los hechos y lo que se sabe sobre sus desaparecidos. En los audios cuenta la búsqueda que emprendió María del Pilar Navarrete desde que ‘Jimmy’ Beltrán, su esposo y mesero de la cafetería, desapareció junto a otras 12 personas durante la toma. Por 30 años, María del Pilar, en compañía de otros familiares, los buscaron por cielo y tierra. Preguntaron en bases militares, pasaron días viendo las grabaciones de los noticieros del 6 y 7 de noviembre de 1985 y comenzaron una batalla campal por la justicia de sus casos. No fue sino hasta que Medicina Legal comenzó a rectificar la identidad de algunas víctimas mediante pruebas de ADN que descubrió que el cuerpo de Jimmy había sido confundido con el de otro desaparecido y enterrado en una tumba con otro nombre.

Parque Monumento en memoria de las víctimas de Trujillo
Parque Monumento en memoria de las víctimas de Trujillo, Valle del Cauca. Fotografía publicada en el especial periodístico Ríos de Vida y Muerte. Foto de Álvaro Avendaño.

Es así como la experiencia de los familiares en los procesos de búsqueda, como la de María del Pilar, ha desafiado a los más incrédulos. Inclusive, sus creencias o su desesperación también los ha llevado a recurrir a todo tipo de líderes y prácticas espirituales. Las historias pueden estar en estas anécdotas increíbles. En el reportaje mencionado del río Cauca, los reporteros conocieron, a propósito, una historia inconcebible:

“Un domingo fui a la iglesia a que bautizaran a mi hijo y le dije al padre que orara para que apareciera mi esposo. El padre me dijo que pusiera un altar con el veloncito del bautismo. Cuando esa lucecita se acabó, a las seis de la tarde, hallaron a mi esposo en una palizada en el río Cauca, cuatro días después de que se lo llevaron. Ya estaba descompuesto”, recuerda Myriam Gómez, presidenta de la Asociación Solidaria de Desplazados en Roldanillo, Asoder”.

Para Ana Carolina Guatame, experta técnica de la Dirección de Información, Planeación y Localización para la Búsqueda en la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), en estos procesos, aparte de la información “técnica”, se debe tener en cuenta todo lo que el familiar considera importante para la localización de sus seres queridos, incluyendo las creencias y la religiosidad propias de la cosmovisión de las víctimas. Guatame también considera fotografías, documentos de cualquier tipo e incluso sueños; insumos que pueden resultar provechosos tanto para la búsqueda como para la reportería.

Recuerdo cuando Gloria Ramírez me contó la historia de su hijo desaparecido mientras sacaba de un pequeño bolso las cosas que, después de muchos años, aún le permiten hacer memoria: algunas fotos de la infancia, sus primeros zapatos, sus primeros dientes, entre otra docena de recuerdos.

Silvestre Martínez Abaunza y su madre
Silvestre Martínez Abaunza y su madre, quien espera noticias de él desde el 14 de noviembre de 2010, cuando llamó desde El Tarra, Norte de Santander, para avisar que la visitaría en diciembre. Foto de Juan Gómez.
Historias de los otros que buscan

Hay una diversidad de personas cuyos lazos afectivos, más que los sanguíneos, los han comprometido profundamente con la búsqueda. Ellos nos pueden llevar a encontrar historias extraordinarias. Es el caso de sindicalistas y compañeros de trabajo, como los dos comerciantes que salieron a indagar por el paradero de sus 17 compañeros desaparecidos, y que también fueron apresados en los hechos conocidos como la ‘Masacre de los 19 comerciantes’, perpetrada por paramilitares y miembros del Ejército en octubre de 1987.

La misma suerte corrieron compañeros de causa política. Martha Oviedo, de Familiares Colombia, recuerda cómo ella y su madre escaparon de la muerte un día de septiembre de 1984, cuando en caravana llegaron al casco urbano de Puerto Boyacá, junto a los compañeros del partido de izquierda de su abuelo, Miguel Ángel López, quien había desaparecido hacía una semana en el pueblo. La idea era hacer una marcha para reclamar por su vida y la de otros desaparecidos. Cuando llegaron, encontraron todo el comercio cerrado y a los ‘paras’ esperando para intimidarlos. “Fue como entrar a la boca del lobo, recibimos insultos y a Puerto Salgar llegamos con los buses pinchados por los disparos”, recuerda Martha.

En sus pesquisas, Ana Carolina Guatame, técnica de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), tiene en cuenta a aquellos que buscan a excombatientes o integrantes de la comunidad LGBTI, pues muchos fueron expulsados o escaparon de sus familias. Allí, generalmente, quienes buscan son integrantes de sus mismos grupos o comunidades. El partido político Farc, por ejemplo, creó el llamado Comité Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, como una medida de “reparación temprana” para sus víctimas, aunque no hay nada que repare una desaparición. A la fecha, el Comité ha dado cuenta de cientos de cuerpos de civiles, excombatientes y militares. Esa sola actividad podría ser materia para historias en cada región.

Otro universo son quienes buscan como parte de su trabajo: funcionarios públicos, incluyendo fiscales, procuradores, investigadores, jueces y antropólogos forenses. “Si bien la búsqueda no conmueve como tal a la mayoría de la sociedad, sí ha involucrado íntimamente a mucha gente que ha puesto mucho de sí”, afirma Guatame. Preguntar por esos otros que buscan y qué significa en sus vidas la búsqueda puede llevarnos a historias impactantes, como la que cuenta la literata Marcela Villegas en la novela corta Camposanto. Allí expone la vida de una antropóloga forense que todos los días desafía al olvido buscando a los desaparecidos, mientras su madre, quien padece de Alzheimer, va perdiendo la memoria.

Otro ejemplo significativo es el documental Cuerpo 36 que realizó el reportero gráfico Álvaro Cardona cuando hacía parte del Centro Nacional de Memoria Histórica. Los protagonistas son el cuerpo desaparecido de un hombre joven cuya identidad se desconoce, perdido entre muchos restos del cementerio de Florencia, Caquetá, y Helka Quevedo, la antropóloga forense que lo exhumó en 2002 y que 13 años después busca recuperarlo para devolverle la tranquilidad a su familia.

Los vecinos de Puerto Molina
Los vecinos de Puerto Molina, un punto al norte del Valle del Cauca, lo reconocen por ser un lugar en el que grupos mafiosos desaparecían a sus víctimas. Fotografía publicada en el especial periodístico Ríos de Vida y Muerte. Foto de Álvaro Avendaño.

Por último, están las historias de quienes han sido aliados de los desaparecidos y de la búsqueda; personajes y fuentes, según el objetivo de la reportería. Aquí incluimos a todos aquellos quienes por fuera de sus familias, de sus círculos cercanos y de sus roles oficiales también han tenido un papel en estas historias: desde integrantes de organizaciones sociales, como el independiente equipo forense Equitas y el centro de investigación académica Cinep; autoridades religiosas como párrocos y pastores, quienes en ocasiones también han sido acribillados por buscar y exigir justicia; artistas, investigadores y periodistas, y otros testigos directos de la desaparición.

También han salido historias muy valiosas de testigos como sepultureros en cementerios o voluntarios, quienes por solidaridad enterraron a sus vecinos en cualquier potrero; de los barequeros, que amarraron a la orilla del río algún cuerpo solitario, a la espera de algún doliente que llegara en su rescate, o que tuvieron que desplazarse forzadamente porque habían visto demasiado; de areneros, que sobreviven en las márgenes del río extrayendo arena y que a veces prefirieron, como algunos pescadores y barqueros, dejar pasar los cuerpos por miedo o para evitarse trámites con la Fiscalía; de vecinos de la ribera, muchos de ellos recuperadores solidarios de los cadáveres que pasaban; y de otros tantos como bomberos, fotógrafos y ciudadanos del común que presenciaron o conocieron sobre alguna desaparición.

Incluso hubo personas a quienes les pagaron por recuperar los cuerpos. Historias como las de José Eduardo Candil y Carlos Iván Ortiz, reseñadas por el proyecto Ríos de Vida y Muerte, lo revelan. Al primero, nadador de gran destreza del corregimiento de Arauca, en Palestina, Caldas, por cerca de 40 años le pagaron para sacar cadáveres del río Cauca. El segundo recogía los cuerpos del mismo río, en el municipio de Belalcázar, también en Caldas, y los llevaba por una tarifa variable según la distancia a donde lo mandaran.

Los lugares también cuentan

La averiguación por los lugares de la desaparición también puede revelar historias, que emergen una vez el periodista tiene sus cinco sentidos en ello. Conversar con estos lugares es preguntarse por sus significados más profundos, es leerlos desde los ojos de quienes los han visto transformarse, de quienes les temen y los confrontan a diario.

Lo que ocurre se impregna en los lugares, como una capa de significado que solo ven aquellos que los habitan. Cuando la relación entre el pasado y el presente en estos sitios despierta la pregunta periodística, los rastros de las historias de desaparición comienzan a salir a flote.

El reportero Javier Osuna, coautor de esta guía y autor del libro Me hablarás del fuego. Los hornos de la infamia (2015), una conmemoración a las víctimas que paramilitares en alianza con miembros del Ejército incineraron en hornos crematorios en Norte de Santander, mantiene al respecto una tesis interesante. Él cree que a una persona en realidad no se le puede desaparecer, pues si bien es extraída del espacio físico, siempre deja algo en la naturaleza, en el paisaje, siempre deja rastros.

Los lugares fueron los últimos testigos de los desaparecidos que fallecieron y, en ese sentido, “los espacios guardan un poco de lo que fueron”, considera Álvaro Cardona, quien recuerda cómo también en Norte de Santander los ‘paras’ solo permitían recoger los cuerpos de sus víctimas hasta después de tres días; una labor que únicamente podía llevar a cabo el cura. “¿Te imaginas lo que simboliza ese espacio para la comunidad después? Algo sumamente doloroso, un lugar que representa miedo y dolor, algo complejísimo”, reflexiona. Por eso hay quienes piensan que estos lugares marcados por el terror también deben sanar, repararse, volver a habitarse.

El periodista Estupiñán dice convencido que la gente nos cuenta cómo se transforma la percepción de los paisajes: “Los lugares de la memoria nos hablan, allí la naturaleza hace parte de quienes cuentan estas historias. Yo solo hago ecos”. Es posible conversar con estos lugares cuando estamos atentos de sus cicatrices, sean los huecos que balas perdidas dejaron sobre los muros, las marcas que las sogas de amarre sellaron alrededor de los árboles o los rastros de los machetes que se blandieron para la tortura. También es posible dialogar con ellos cuando se recorren de la mano de sus testigos, cuyos recuerdos son indisociables del trayecto. Este es un apartado de la crónica de Estupiñán que evidencia cómo estos paisajes se convierten en dispositivos de la memoria:

Al borde del precipicio el golpe del viento agita arbustos de pequeñas flores rosadas y amarillas. La orilla se confunde entre la espesura de la yerba crecida, más allá de una cerca de alambre de púas. A lo lejos serpentea el río, cuyas aguas desembocan en el Upía. ‘Aquí era donde los botaban’, dice una mujer de unos 35 años. Mientras mira el paisaje, confiesa que una extraña ‘energía’ la embarga. A una amiga suya le mataron al papá en este punto y el cuerpo apareció decapitado, al fondo.

Además de ser esta una historia de resistencia por la memoria, también es la historia de un lugar que espera al Estado para que cumpla con su deber de buscar a los que faltan, a los que cayeron “al fondo”. Un colega cercano al Cinep, organización que acompaña a las víctimas en el proceso de reconstrucción de memoria y ha publicado información de primera mano sobre el contexto de la violencia en la zona, afirma que aunque el terreno es arduo en términos arqueológicos, no es imposible adelantar acciones de búsqueda.

Aunque debe estar muy claro, tanto para el periodista como para los familiares, que el periodismo no puede asumir la responsabilidad del Estado de encontrar y devolver a los desaparecidos, también es verdad que podemos aportar información valiosa para que el Estado busque, sin crear falsas expectativas.

A pesar de la incertidumbre, hay historias que el periodismo puede contar para poner el dedo sobre estos lugares que recuerdan y siguen esperando respuestas.

Cañón del río Cauca
Cañón del río Cauca, donde centenares de personas buscan a sus familiares desaparecidos. Fotografía publicada en el especial periodístico Ríos de Vida y Muerte. Foto de Álvaro Avendaño.
Historias que están en los ríos, en las fosas, en las fronteras

Son muchas las historias de desaparecidos en ríos, fosas, zonas de frontera, las llamadas ‘casas de pique’, cementerios, laderas y sitios con presencia de animales carroñeros. Los antropólogos forenses los llaman “escenarios complejos” para la búsqueda.

Estos contextos hostiles son considerados así porque tienen condiciones físicas, geográficas y climatológicas que desafían aún más la búsqueda. De acuerdo con Arango —de Equitas— y Guatame —de la UBPD— existe el mito de que cuando han arrojado cadáveres en estos lugares, no hay nada que hacer; que se han perdido para siempre. Sin embargo, para ambas investigadoras, innovando desde la ciencia es posible concebir oportunidades.

Allí, el periodismo de investigación también puede jugar un papel fundamental: trascender el mito y preguntarse qué se puede hacer o, al menos, cuáles son los retos de la búsqueda. Esta tarea implica investigar, de la mano de expertos y de las comunidades, cómo ha variado el medio ambiente de los lugares. La gente conoce sus territorios, los meandros de los ríos para saber en dónde expulsan los cuerpos y cómo llegar a sus rincones más escondidos.

Esto es justamente lo que pretenden hacer colegas como la periodista científica Anja Reiß, quien en el documental Investigadores digitales: detectives de la verdad, desvela diferentes contribuciones científicas y tecnológicas para resolver crímenes de guerra y violaciones a los derechos humanos en Ucrania, Malí, Gaza y Colombia. En este último país, la documentalista alemana muestra cómo la organización de antropología forense Equitas pone en práctica diferentes técnicas, poco convencionales, cuando intenta hallar desaparecidos bajo la tierra. Métodos que van desde la elaboración de mapas en 3D, que permiten buscar pistas en las elevaciones irregulares sobre un área de búsqueda, hasta la aplicación de tomografía, una técnica usada en la geofísica más asociada a la ubicación de minerales en el subsuelo, la cual podría ayudar a determinar si hay perturbaciones en la tierra que indiquen la posible presencia de fosas.

Al cubrir estos temas, Reiß se siente como una traductora, que primero comprende la ciencia y la tecnología, para luego explicárselas a la gente de manera sencilla. “En la TV busco cómo se puede traducir lo complicado en imágenes y, en Colombia, las técnicas de Equitas ayudaron para eso”, explica. En el documental, la periodista aprovecha las cartografías que desarrolló el equipo forense en sus planes de búsqueda para ilustrar al público.

“Busco hacerlo simple, mostrar lo que significan estos temas para la vida diaria de la gente involucrada”, subraya la documentalista, a quien le llamó mucho la atención cómo las víctimas en el Casanare se volvían parte activa de la búsqueda: “son los que tienen la información y el conocimiento local, son testigos que se vuelven investigadores”.

Con un grupo de colegas de Rutas del Conflicto y Consejo de Redacción llevamos dos años investigando las dimensiones de la desaparición forzada en los ríos colombianos, en el proyecto Ríos de Vida y Muerte. Uno de los reportajes de este esfuerzo de periodismo de datos fue Más de mil cuerpos recuperados en 190 ríos. Allí explico cuáles posibilidades hay para buscar, encontrar e identificar a los desaparecidos que yacen en los ríos colombianos. Para responder a ello, entrevisté a expertos nacionales e internacionales, busqué experiencias en otros lugares del mundo que pudieran darnos alguna luz e indagué en las historias de desaparición detrás de más de 40 ríos que investigamos con el equipo. Concluí que la misma geografía del río, a pesar de ser muchas veces adversaria para la búsqueda, en ocasiones también es aliada. Su cauce y flujo, en algunos pasajes expulsa los cuerpos y hay esperanza de que los vecinos los hayan recogido o registrado.

El periodismo científico resulta ser una herramienta poderosa para indagar y contar historias sobre las probabilidades y los desafíos de la búsqueda detrás de estos adversos escenarios. Ojalá nos hagamos preguntas en esa dirección, que tengan en cuenta, por ejemplo, cómo el cambio climático puede afectar la posibilidad de encontrar los cuerpos de desaparecidos; qué implica para la búsqueda arrojar un cuerpo desde un punto alto como un puente o un acantilado; en qué afecta la presencia de hidroeléctricas; qué retos existen para identificar centenares de huesos en una fosa común; cómo identificar los cuerpos cuando únicamente se halla ropa en las fosas; quién da cuenta del manejo de los N. N. en los cementerios; de qué se tratan las búsquedas transnacionales que se están organizando en las fronteras, etc.

Así como Miguel Estupiñán hace eco en su crónica sobre la exigencia que la comunidad le hace al Estado para que busque a los que se desaparecieron en el abismo de Lengupá, podríamos hacer la misma tarea tras procesos de buen periodismo investigativo y, en algunos casos, por qué no, científico. Hay múltiples historias en las diferentes regiones de Colombia que podríamos buscar. Por ejemplo, en el Guaviare, donde para plantar palma están excavando territorios donde se ha comprobado la presencia de fosas; en los 16 lugares, como Ituango, a los que la Jurisdicción Especial para la Paz concedió medidas cautelares por la presunción de víctimas de desaparición allí inhumadas; en Cumaribo, Vichada, donde autoridades del Ministerio Público habrían encontrado información sobre centenares de cuerpos en una semana de trabajo junto a personas claves de la comunidad; en Cartago, donde se presentaron cerca de 50 desapariciones únicamente en 2003; en Marsella, cuyo cementerio tiene más de 350 N. N. que recogieron del río Cauca; en Tauramena, donde dicen que podría estar una de las fosas más grandes del país; en el precipicio que se conoce como ‘El Mirador’, en la vía entre Bogotá y Choachí, señalado de ser un presunto escenario de desaparición en décadas anteriores; en La Escombrera44, de la Comuna 13 de Medellín, donde habría más de 100 personas sepultadas bajo los escombros, y en otros tantos lugares.

Lápidas en el cementerio de Puerto Berrío
Lápidas en el cementerio de Puerto Berrío, Antioquia, donde ha sido común la práctica de recoger y adoptar cuerpos del río Magdalena. Foto publicada en Ríos de Vida y Muerte. Foto de Carol Sánchez.
Periodismo de datos: una poderosa alternativa

El trabajo periodístico que consigue, ordena y sistematiza grandes cantidades de datos ha demostrado ser una opción potente para contar historias de desaparición. Los datos son útiles para darle contexto a cualquier historia, pero cuando son abundantes, como los casos de desaparición forzada en Colombia y en México, organizarlos y analizarlos en bases de datos nos puede llevar a encontrar historias que sensibilicen y revelen a las audiencias la magnitud de esta práctica criminal, y tan importante, a darle nueva información a los familiares para que encuentren a sus desaparecidos y reclamen a la justicia.

A través del periodismo de datos es posible, además, hallar patrones en la manera como ocurren los hechos y comunicarlos de manera sencilla, con mapas o visualizaciones, proponiendo rutas de lectura y clarificando información confusa.

Hay tres maneras de hacerlo: construyendo una base de datos propia, usando la base de datos de otro o haciendo cruces entre varias bases de datos, propias y ajenas. El objetivo de la investigación y los datos disponibles determinarán cuál de las tres es la más adecuada y el nivel de complejidad técnica involucrada. Podemos hacer periodismo de datos usando simplemente una hoja de Excel e intuitivos y gratuitos programas de visualización en internet o aliándonos con expertos en programación que nos ayuden a procesar y dibujar la información.

Oscar Parra, periodista de datos y director de Rutas del Conflicto, sugiere comenzar determinando el objetivo de la base de datos, el para qué, lo que se quiere mostrar. “¿Quisiera hacer evidente tal fenómeno por la repetición de los lugares?, ¿los actores?, ¿la frecuencia del hecho? ¿Qué gano yo organizando la información de esa manera?”, plantea Parra, quien además cree que más que concluir cuántos son los desaparecidos al abordarlos desde los datos, lo importante es usar la data para contarle algo útil al público, algo con valor periodístico.

En Ríos de Vida y Muerte, el proyecto que Parra dirige para aportar a la comprensión pública de la desaparición forzada en los ríos colombianos, los datos se han usado con diferentes objetivos. Para entender su dimensión, comenzamos construyendo una base de datos, con la ayuda de un semillero de investigación universitario, de los ríos en los que la prensa reportó el avistamiento o la recuperación de cuerpos con signos de violencia. Encontramos cerca de cincuenta arterias fluviales con estas características.

Luego pudimos acceder a la base de datos de desaparición forzada del Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, uno de los primeros esfuerzos por determinar, teniendo en cuenta distintas fuentes de información, la cantidad de víctimas de esta práctica criminal. Nos pasaron la base de datos con un filtro que arrojó más de 3000 cadáveres encontrados en “cuerpos de agua”: ríos, lagunas, ciénagas, mares, quebradas, etc.

Cartografía digital

Nos propusimos adicionar otro filtro y organizar la información para ver únicamente los casos relacionados a ríos. Encontramos más de mil cuerpos recuperados en 190 ríos y riachuelos, y comparamos los nombres de los afluentes que registraban más casos con los ríos que teníamos previamente identificados gracias a los recortes de prensa. La gran mayoría coincidía. Armamos un equipo junto a Consejo de Redacción y escogimos los 44 ríos más críticos para investigar en profundidad su relación con la desaparición forzada y el impacto de esta violencia sobre las comunidades ribereñas.

Para conocer patrones de comportamiento de los responsables, construí manualmente otra base de datos en la que organicé la reportería de los 44 registros. Allí pude determinar, entre otras dolorosas prácticas, en cuáles ríos la desaparición fue sistemática, en cuántos manipularon los cuerpos de maneras atroces para evitar que flotaran y en cuáles se arrojaron personas con características específicas, como líderes sociales, combatientes “indisciplinados” o personas que los victimarios tacharon como “indeseables”, como supuestos ladrones, consumidores de droga, miembros de la comunidad LGBTI y trabajadoras sexuales.

Organizar la reportería en bases de datos nos ha sido útil en más de una ocasión. En la segunda parte del proyecto construimos otras dos bases. Por un lado, buscando aportar información clave para la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, mis colegas georreferenciaron cerca de 60 puntos relacionados con la desaparición a lo largo del río Cauca, el segundo más grande del país. Entre ellos 11 cementerios cercanos con presencia de cuerpos sin identificar, tres fosas comunes y varios puntos de avistamiento y lanzamiento de cuerpos.

Acompañar las visualizaciones con reportería que las explique es clave. Para este caso, la información fue profundizada en ocho reportajes multimedia y cinco podcasts, producidos después de recorrer 22 municipios en diferentes tramos del afluente. Los reporteros encontraron que las cifras de diversas entidades del Estado sobre desaparición forzada en el río Cauca se quedan cortas con lo que hallaron. Hicieron además ejercicios colectivos de cartografía con pobladores que reconocieron lugares en sus territorios que no se habían tenido suficientemente en cuenta para la búsqueda, como los sitios donde los grupos armados montaban retenes para llevarse a la gente.

Mapa de los 44 ríos

Con el objetivo de que el proyecto también fuera un lugar para conmemorar la memoria de las víctimas, además de continuar aportando información valiosa, armamos una base de datos de personas desaparecidas que se buscan en los ríos, cuyos perfiles fueron construidos en talleres de escritura con familiares, testigos y sobrevivientes. Esta tabla está conectada con la base de datos de los 44 ríos, de modo tal que desde cada perfil es posible acceder al registro del río en el que se presume desaparecido. Mérito técnico del periodista desarrollador que diseña estos mapas, Alejandro Ballesteros.

La politóloga y periodista de datos mexicana Mónica Meltis está de acuerdo con que más allá de los datos, en el centro de estos ejercicios periodísticos deben estar las víctimas. La organización Data Cívica, de la cual es directora ejecutiva, construyó una herramienta para la consulta pública de la identidad de más de 30.000 desaparecidos que ha dejado la violencia en México, una proeza nunca antes vista en el país.

El gobierno mexicano tiene un sistema en línea que deja buscar a las personas desaparecidas por algún atributo personal, por un nombre o por un apellido, pero no deja conocer sus nombres completos, sino que arroja listas de los registros según la búsqueda particular que se haga. Por ejemplo, si se busca el apellido Arias, la herramienta desplegará una lista de todos los Arias que tiene registrados, sin especificar sus identidades.

el portal PersonasDesaparecidas.mx
Así luce el portal PersonasDesaparecidas.mx, desarrollado por Data Cívica.Crédito: imagen tomada del portal web.

Para nombrar a cada uno de ellos y ellas, ponerles rostro y permitir que sus familiares y otros periodistas pudieran completar los registros y contar sus historias, Data Cívica comenzó creando un “diccionario” con miles de combinaciones posibles entre nombres y apellidos mexicanos para hacer búsquedas automatizadas en la base de datos oficial. Tras un arduo proceso de cruce de datos, lograron dar con la identidad de 31,968 de los 32,277 desaparecidos del registro federal. Las 309 personas sin identificar no tenían la información necesaria en los registros que permitiera hacer el cotejo.

Un proceso complejo pero posible si se tiene el equipo de trabajo indicado. Desde entonces, la ciudadanía ha podido conocer y seguir el rastro a los desaparecidos de cierto periodo histórico desde 1968 y de cada estado y municipio, a través de un filtro temporal y otro espacial, respectivamente.

Meltis y los demás politólogos expertos en datos de Data Cívica también han sumado información valiosa para la búsqueda de desaparecidos. Identificarlos es un paso esencial para ello, pero también lo es sugerir pistas sobre sus paraderos. En alianza con la Universidad Iberoamericana y la ONG Human Rights Data Analysis Group, crearon un modelo para estimar la ubicación de fosas clandestinas, en un determinado año, que no hayan sido halladas por las autoridades. Para ello, primero juntaron información de prensa y de la Fiscalía relacionada con la ubicación de fosas encontradas, a la que luego sumaron otras variables geográficas y demográficas que les arrojó una lista de municipios con posibles enterramientos.

No han sido los únicos preocupados por este tema. Un grupo de periodistas independientes de diversas regiones de México crearon el portal A dónde van los desaparecidos, el cual busca develar el paradero de las personas desaparecidas en México y mostrar cómo opera la violencia en su contra. Su trabajo incluye mapas interactivos que visualizan los lugares en donde las autoridades han encontrado fosas. Entre 2006 y 2016 habrían localizado cerca de 2000, con el acompañamiento editorial y financiero de Quinto Elemento Lab, Laboratorio de Investigación e Innovación Periodística.

Visualización de las 1978 fosas encontradas
Visualización de las 1978 fosas encontradas por las autoridades mexicanas entre 2006 y 2016. Crédito: imagen tomada de adondevanlosdesaparecidos.org.
Visualización de las 1978 fosas encontradas
Menú de mapas nacionales relacionados con la desaparición forzada. Crédito: imagen tomada de DesaparicionForzada.co.

Este tipo de ejercicios pueden ser aprovechados para sobreponer otras capas sobre los mapas o para cruzar otros datos que puedan llevarnos a historias impactantes y útiles. Pueden ser bases de datos del Estado o que adelanten centros académicos, organizaciones de la sociedad civil y universidades de diferentes latitudes. Hay un nutrido grupo de periodistas e investigadores produciendo data con regularidad, que puede contrastarse y emplearse.

El profesor de la Universidad del Tolima Wilson Gómez, por ejemplo, construyó una base de datos que agrupa cerca de 800 casos de estudiantes desaparecidos y asesinados en Colombia que habían estado relacionados con movimientos políticos y movilizaciones estudiantiles desde 1954. La base de datos está bien organizada; según Gómez, será publicada pronto y allí se podrán buscar indicios de probables lugares focos de desaparición de estudiantes en las últimas décadas y de sus posibles victimarios, entre otras pistas relevantes.

El banco de datos del Cinep ha sido una valiosa fuente de consulta para estos ejercicios, por la cantidad impresionante de información relacionada con la violación a los derechos humanos que almacena, pero cada vez más están surgiendo otras iniciativas interesantes en internet. DesaparicionForzada.co es un portal web creado por varios periodistas y activistas de derechos humanos que agrupa docenas de mapas y bases de datos públicas descargables a propósito del tema de la desaparición forzada en el país, discriminados por regiones y claramente visualizados. Una vez descargados y utilizados, estos nuevos datos también podrían dejarse públicos para que otros los usen.

Los archivos personales también pueden ser material susceptible del trabajo con datos, como las minutas de los bomberos de Marsella, Risaralda, en las que registraban los cuerpos que llegaban a las orillas del río Cauca. En su recorrido fluvial, los colegas de Ríos de Vida y Muerte también conocieron a Maria Isabel Espinoza, una poeta pereirana que durante unos 15 años se dedicó a registrar la última memoria de por lo menos 200 cuerpos que vio bajar por el Cauca. Su casa, en Cartago, colinda con el río. Anotaba hora y fecha y, si podía, sexo, ropa y marcas distintivas de cada cadáver.

Cruce entre el registro

de personas desaparecidas de la Unidad de Víctimas (a mayo de 2016) y el de personas no identificadas o identificadas sin reclamar en cementerios del Ministerio del Interior (a diciembre de 2015), por cada

100.000
personas

Mapa 6
Crédito: Equitas.
fin de capitulo
Pastillas Capitulo 5

44. No se ha establecido aún un dato exacto del número de desaparecidos en La Escombrera. Ver https://verdadabierta.com/no-cifras-claras-desaparecidos-la-comuna-13-medellin/