Pistas para narrar emergencias

Ética sobre la información de Desastres

Javier Darío Restrepo

Toda la información que he reunido y que compartiré con los lectores de este capítulo proviene de experiencias vividas en la reportería. En este tema las teorías y esquemas académicos resultan insuficientes frente a la riqueza y peso específico de la experiencia viva. Como lo fue, por ejemplo, la experiencia del camarógrafo que había ocupado el único espacio libre que quedaba en un helicóptero que movilizaba socorristas durante el segundo día de la avalancha del río en la población de Armero, en el departamento colombiano del Tolima, en noviembre de 1985, producida por la erupción del volcán Nevado del Ruiz.

En esa oportunidad los socorristas iban en busca de las personas sobrevivientes que flotaban precariamente sobre el lodo o agarradas a las ramas de un árbol. Alguna fue encontrada mientras agonizaba abrazada a unos arbustos y a otras las había salvado un gran tronco o alguna gran piedra.

A todas, los socorristas les lanzaban una cuerda, o un salvavidas, y con el helicóptero en vuelo estacionario procedían a izarlas hasta tenderlas en el piso del aparato. Ya habían llevado varias hasta la carpa hospital y regresaban cuando descubrieron a un hombre que apenas si emergía del pantano junto a un árbol. Quien detallaba la escena con sus prismáticos, informó, agitado: “ese hombre se está muriendo”. Bastó esto para que toda la tripulación entrara en estado de alerta; hasta el camarógrafo, que enfocó al hombre y no lo abandonó. A medida que el helicóptero se acercaba fue más evidente que, o había muerto, o estaba a punto de morir.

Cuando el socorrista descendió, en una arriesgada operación, el hombre abrió los ojos. El socorrista había llevado consigo un pequeño micrófono de control remoto y procedió a entrevistarlo, pero el hombre apenas respondía con monosílabos o movimientos de su cabeza y las preguntas sonaban como una profanación.

A través del visor el camarógrafo comenzó a seguir las expresiones de aquel rostro: vio sus ojos vacíos que, de pronto, se cerraron, vio cómo se distendían los músculos de su cara, la boca entreabierta y el momento final, cuando la cabeza cayó hacia un lado, sobre el hombro. Esa cámara había registrado los últimos segundos de vida de un hombre. ¿Qué hacer con esas imágenes? Iba sin la compañía del periodista y había hecho lo que había visto en esos casos, por eso le había entregado el micrófono al socorrista y había grabado esa última entrevista, se había acercado a ese rostro con su lente y con un zoom in había atrapado sus últimos momentos. Pero no se alegró de tener esas imágenes.

Otro habría disfrutado la euforia de un triunfo profesional, había registrado la muerte de un hombre y podría transmitir a la teleaudiencia, con toda su fuerza, los últimos segundos de vida de aquel desconocido, pero algo lo incomodaba. La incomodidad y las preguntas continuaban cuando, esa tarde, hizo llegar su grabación al noticiero.

Un dilema ético, sin resolver, le había aguado una buena jornada noticiosa. Los deberes éticos aparecen, inquietantes y cuestionadores, cuando menos se los espera, especialmente cuando las noticias tienen que ver con la vida o la muerte de las personas en las grandes catástrofes.

Como este, abundan los episodios con connotación ética en el cubrimiento periodístico de las catástrofes, “esos acontecimientos repentinos y extraordinarios que pueden ocasionar un número elevado de daños y de víctimas”, como los describe Hugo Aznar en su Ética de la comunicación y nuevos retos sociales (Aznar, 2005, página 81).

Ejercicio

  • Recuerde y discuta en grupo un dilema ético que haya considerado en el cubrimiento de un desastre.
  • Discutan la solución del dilema.
  • Busque claves de solución en esta lectura.
  • (Recuerde: los dilemas éticos no son entre bueno y malo. Su dificultad consiste en que hay que escoger entre dos términos buenos en busca de uno mejor)

Lo repentino y lo extraordinario de estos acontecimientos explica que sus protagonistas tengan la sensación de afrontarlos sin la suficiente preparación. Es una situación a la que no están preparados para vivirla ni las víctimas, ni las autoridades; y por supuesto, para los socorristas es una situación que ha entrado, sin previo aviso, en sus agendas. Tampoco tienen aviso previo los periodistas, por eso en estos cubrimientos informativos acuden de urgencia a sus experiencias pasadas, o a las vividas por otros, en busca de claves. Así se ha construido la ética para cubrir una catástrofe: a partir de experiencias vividas y como resultado de la angustiosa búsqueda de lo correcto en situaciones complejas e imprevistas.

La primera pregunta: ¿qué hago aquí?

El reportero que llegó al agitado escenario de Armero después de la avalancha que había sepultado a por lo menos 23 mil personas, no tuvo mucho tiempo para hacerse esa pregunta. Solo vio unos grandes grupos de personas que se arremolinaban ante los trasmóviles de dos grandes cadenas de radio: una cadena se había especializado en la localización de personas e informaba a sus familias sobre la salud de los sobrevivientes. La otra cadena, más que difundir el común de las comunicaciones, respondía a necesidades urgentes y tenía demandas de la gente: que se necesita sangre tipo A, o tal medicina, o una motobomba, o una sierra eléctrica; que es urgente donar ropas, o alimentos.

Entre el barullo y la agitación quedaba claro que el periodista estaba allí para servir, informando. La catástrofe había intensificado la necesidad de comunicarse, o había destruido las instalaciones y equipos de comunicación, y para esto estaban los periodistas: para comunicar. Pero no era una comunicación cualquiera, más que el común de las informaciones esta respondía a necesidades urgentes y tenía consecuencias.

Se comprobó en esa oportunidad que el apresuramiento y la ligereza para informar podía dar lugar a dramas imprevistos, como por ejemplo, si los nombres de las personas desaparecidas o sobrevivientes no se daban con datos precisos. Un cambio de nombre o de apellido podía llenar de tristeza o de esperanza, provocaría ansiedades agobiantes, o imponía esfuerzos que a la larga se revelaban inútiles. En los días siguientes a la avalancha, los periodistas pudimos comprobar el alto costo que tenían nuestras inexactitudes.

Las inexactitudes y sus consecuencias hacen parte del potencial de estas informaciones que deben manejarse con el mismo cuidado con que se manipula un explosivo.

Igualmente dañinos pueden ser los silencios que con frecuencia quieren imponer las autoridades “para no alarmar”. O resultan imponiendo silencios con el argumento, que solo ellos creen, de que hay informaciones que la población no debe conocer para su bien. Aún recuerdo la reacción de un alto funcionario cuando le informaron que un líder comunal estaba utilizando un video sobre la erupción del volcán Monte Santa Helena, en el estado de Washington, para demostrar que los efectos de una erupción podían mitigarse con medidas de prevención. Indignado, el funcionario dijo que se debería impedir la difusión de materiales como ese, que hacen que el pánico cunda. El periodista está expuesto a esa clase de medidas autoritarias que quieren imponer silencios.

Ejercicio

  • ¿Qué haría usted con un video como el que motivó esta discusión?

Otras veces son los intereses de personas o de instituciones los que hacen ver el silencio como una solución. Es una actitud encubridora de la realidad, o por un interés, o por falta de visión.

El diario principal de Manizales apenas le dio importancia a las fumarolas que anunciaban la actividad del volcán del Nevado del Ruiz o porque andaba demasiado ocupado en las informaciones sobre la feria y el reinado de comienzos de año, o porque quiso mantener a sus lectores tranquilos y dispuestos para las fiestas.

El periodista, en una catástrofe, está para auxiliar con su información a la población. Es el más apremiante criterio ético del momento.

Entre los dos extremos posibles, la palabra que oculta y que estimula la pasividad y la que alarma y produce miedo o pánico, el periodista -consciente de su poder y de su deber- busca el justo medio, de modo que no solo abre los ojos de la audiencia a la realidad catastrófica sino que estimula la esperanza al mostrar y demostrar que hay posibilidades.

Aparte de las listas de personas y de necesidades urgentes, que ocuparon en Armero a las dos cadenas radiales mencionadas atrás, otros medios asumieron la información sobre los lugares en donde los sobrevivientes podrían encontrar ayuda. También hubo información, obtenida con expertos, sobre la posibilidad o imposibilidad de que el evento catastrófico pudiera tener desarrollos o repetición; esta información permitió a los periodistas ofrecer indicaciones sobre lo que debería hacerse en los días siguientes:

  • ¿Desplazarse? ¿Permanecer en las cercanías? ¿Dónde?
  • Mientras tanto ¿cómo proveerse de agua, de alimentos, de medicinas?
  • ¿Cómo manejar los cadáveres de personas, de animales?
  • ¿Qué ayudas pueden esperar? ¿Dónde se pueden recibir?
  • ¿Cómo actuar ante problemas de electricidad, de puentes caídos, de vías restringidas, de aguas negras fuera de cauce? ¿A qué autoridades o instituciones acceder en esos eventos?

Esta clase de ayuda es posible cuando el periodista comprende que está allí para prestar un servicio y para hacer un ejercicio de solidaridad.

Si ese no es su objetivo, y su presencia y trabajo se han vuelto parte de un negocio, o de un proceso de creación de imagen, la motivación para estar allí se reduce a los términos elementales de obtener circulación o sintonía y de hacer negocio con el sufrimiento ajeno.

En cambio, cuando la circulación o la sintonía son temas secundarios para el periodista y la ayuda a las víctimas es la razón predominante para estar en el lugar de la catástrofe, el periodista siente, como necesidad previa, que su información debe ser creída. En efecto, cuando una información puede salvar vidas, y este es el caso, la credibilidad del periodista es asunto de vida o muerte; y esta puede llegar a ser una razón para estar allí. No basta estar allí, ni disponer de todos los elementos técnicos para investigar y difundir la información; el periodista debe ser alguien a quien se le cree y en quien las audiencias confían. El charlatán profesional del entretenimiento y de la información ligera poco o nada tiene que hacer en una catástrofe.

Esa indispensable credibilidad se mantiene, sobre todo, con una información sólida. Y, por el contrario, la debilitan los rumores y las noticias sin fundamento, que se vuelven contra el periodista y su medio, cuando queda al descubierto su falsedad.

En una catástrofe, más que en otras situaciones, la información llega a ser un recurso indispensable, como el agua o los alimentos.

Consciente de ese importante papel, el periodista sabe que para que sea eficaz, su información debe ser:

  1. Sencilla, fácilmente comprensible, sin tecnicismos y redactada pensando en los requerimientos y urgencias de personas en una situación extrema de ansiedad, miedo e incertidumbre. También requieren esa comunicabilidad las personas que pueden prestar ayuda. Personas así esperan un mensaje que puedan comprender al instante y que responda a las urgencias del momento.

  2. Debe ser, por tanto, un mensaje eficaz. Para que lo sea ha de ser rigurosamente exacto, sin imprecisiones ni generalidades. Esto solo lo puede ofrecer un periodista bien informado.

  3. Se necesita esa información insistente, que no tiene miedo de repetirse. La ansiedad ambiente en una catástrofe es poco propicia para estar atentos y concentrados; por el contrario, favorece la dispersión y los olvidos. Por eso la repetición de los nombres de las personas que han sido encontradas, o de quienes están en tal clínica, o de las personas desaparecidas, así como la información reiterada que diga qué pasó con los heridos, a quiénes se sigue buscando, qué pasa con el agua, o anunciar si se prevén réplicas en los temblores o crecientes en el río, no es monótona sino salvadora en una catástrofe. Aquí no se trata de entretener a las audiencias, sino de servir a los que demandan información necesaria para sobrevivir o ayudar.

Todo esto, reflexionado y sentido, le explica al periodista las razones de estar en un sitio de catástrofe.

Así como los socorristas tienen claro que su objetivo es prestar ayuda a personas que la necesitan más que nadie, y los médicos están alerta para atender las emergencias de salud de las personas, el periodista está allí para entregar oportuna y eficazmente la información. Esa es su tarea, aun en casos en los que parecen excluirse, como términos incompatibles, la información y la ayuda. Esto sucede cuando en el incendio parece desafiar al periodista el dilema: informo o voy en ayuda de las personas amenazadas por las llamas. ¿Qué está primero?

Entre las elecciones posibles está claro que el periodista llegó al lugar para informar, con el objetivo de salvar vidas. Es una exigente tarea que extiende la acción del periodista a las tres dimensiones temporales:

  • Su acción no comienza con la catástrofe que estalla, tiene que ver con el tiempo anterior a ella;

  • obviamente debe estar presente cuando el desastre aparece;

  • y va más allá cuando, pasada la catástrofe, aparecen sus consecuencias.

Antes de la catástrofe

El ministro francés de desastres, Haroum Tazieff, por los años ochenta del siglo XX, echó de menos el trabajo del Gobierno y de la prensa antes de la catástrofe de Armero. Yendo más allá de la teoría, recordó lo ocurrido en Costa Rica en 1954 cuando se avecinaba una erupción volcánica. Los habitantes de la zona de influencia del volcán, convocados por las autoridades, tomaron las precauciones propuestas por el propio Tazieff, de modo que al producirse la erupción solo una persona murió. El hecho contribuyó al agrietamiento de un mito: que las catástrofes son inevitables. Las medidas de prevención les habían puesto un límite a los daños de la catástrofe. No fue un caso único: en el estado de Washington (Estados Unidos) se anunció que el volcán Monte Santa Helena estaba a punto de explotar. Científicos y autoridades, en acción conjunta con la prensa, promovieron y llevaron a cabo la evacuación de la zona en donde habitaban 30 mil posibles víctimas. Las únicas personas afectadas fueron setenta, quienes obstinadamente se negaron a abandonar sus viviendas. El trabajo de información y de prevención, antes del evento, había salvado vidas, porque las catástrofes pueden prevenirse.

De esos dos eventos quedó la convicción de que las furias de la naturaleza no son, fatalmente, destructoras y de que es posible inducir en las comunidades comportamientos protectores que reducen el daño. Pero la más clara conclusión tiene que ver con el papel educador de la prensa.

A ese mito de la impotencia de los humanos frente a las catástrofes se agrega el de que ellas golpean a todos por igual, sean pobres o ricos, cultos o incultos. Contra esa persuasión de larga data, se levantan estadísticas como esta: el 66 por ciento de la población mundial vive en países en vía de desarrollo, sin embargo, el 95 por ciento de los muertos que dejan los desastres pertenecen a países pobres o a los grupos más desvalidos de las ciudades. Ocurre que esta población de personas pobres, a falta de mejores sitios para levantar sus ranchos, resultan hacinadas en los lugares más vulnerables: laderas deleznables, orillas inundables de los ríos, o viviendas frágiles que se incendian en los veranos o se desbarrancan con las lluvias, se inundan o son arrastradas por las crecientes. Ser una persona pobre es estar instalado en las vecindades del desastre. Para estas personas son los lugares más inseguros y peligrosos, como si tal fuera su hábitat natural.

Cuando el periodista denuncia estas situaciones y da voz a los que no la tienen, previene catástrofes.

La información periodística también contribuye a la formación de un ánimo positivo cuando con información comprobada le sale al paso a los rumores. La incertidumbre, agravada por el miedo, produce rumores de toda clase, siempre negativos que alientan el miedo colectivo. El período anterior a la catástrofe se convierte en oportunidad para desarrollar el potencial pedagógico de la información y estimular los potenciales de la población amenazada.

La catástrofe

La serenidad, cuando estalla la catástrofe, es el primer aporte del periodista que hace su cubrimiento: de él se espera tanto información como serenidad. Cuando todos están ansiosos, con miedo e incertidumbre, el periodista debe brindar información confiable y ánimo positivo.

Puesto que en esos momentos de confusión los medios de comunicación se convierten en una instancia creíble y orientadora, el periodista, al informar, proyecta confianza y presta una ayuda concreta.

Antes que con las palabras, es con su actitud: tono sereno al hablar ante las cámaras o el micrófono y disposición evidente de ayuda.

Junto con esta actitud, la información exacta y oportuna. Esta información, según los códigos de ética, está regida por tres principios:

  • El libre acceso y difusión de la información.
  • La cooperación entre autoridades y medios.
  • El respeto a la dignidad de las personas (Cf. Aznar, 2005, páginas 92-93).

La información ha de ser técnicamente impecable, puesto que se constituirá en el apoyo de incontables personas que se guiarán, entre la confusión del momento, por los datos aportados por el periodista. Un error en una lista de sobrevivientes o de víctimas trae más sufrimientos a una población que ya ha sido herida por la catástrofe.

Una ayuda informativa necesaria es la que previene contra las informaciones falsas o equivocadas y contra los intentos de convertir el lugar del desastre en escenario de una guerra publicitaria entre entidades de ayuda, intereses políticos, o medios de comunicación. La periodista argentina Sibilla Camps señala que entre las dificultades para obtener información mientras sucede la catástrofe, están “las relaciones humanas con las personas involucradas con las que el periodista debe mantener o entrar en contacto” (Camps, 1999, página 189).

Sobre todo el periodista se encontrará personas excitadas, aterrorizadas o golpeadas por el sufrimiento. Solo una fina visión y comprensión del otro permite que ese contacto resulte de provecho. Del tino con que se manejen estos contactos depende, en buena parte, que el periodista genere confianza. Tarea difícil porque implica traspasar la barrera que pueden haber levantado los errores o abusos de la prensa; por eso, consciente del obstáculo, el periodista se reviste de respeto por la intimidad de las personas y de espíritu solidario con ellas. El sufrimiento que se expresa con el llanto, la protesta, la indignación, tiene que ser entendido e interpretado. Además de esa comprensión debe guiar al periodista una sincera voluntad de servir a personas que lo han perdido todo o han sido golpeadas por la pérdida o las heridas de personas cercanas. Sus reacciones emocionales descritas en los informes periodísticos pueden provocar en las audiencias condena o rechazo, o pueden inspirar solidaridad. El objetivo del periodista, que tiene esto en cuenta, ha de ser el de estimular solidaridad.

La cooperación con las autoridades es la lógica actitud de quien llega al lugar de la catástrofe con voluntad de ayudar, ante todo. Esto le resultará extraño al periodista que llega con el solo interés de encontrar material de sensación para su medio. Para este periodista, los demás medios son clasificados como competencia, las autoridades como potenciales obstáculos y las víctimas como material del que se puede obtener provecho; la información, por su parte, deja de ser un servicio y se manipula como una mercancía. Todo depende de la actitud.

Como se ve, la clave para los procedimientos técnicos y para las relaciones con las víctimas y con las autoridades, depende de la actitud. Una actitud de servicio conduce a la producción de un periodismo de calidad.

El otro principio sobre el que se construye el manejo ético de esta información es el respeto a la dignidad de las víctimas.

El hecho de ser víctima ya representa una dificultad. La víctima es una persona herida en su cuerpo o en sus sentimientos, por tanto demanda un tratamiento diferente del que se da al común de las personas.

Aunque esta exigencia de respeto tiene una validez universal se vuelve imperativa cuando se trata de víctimas. El trato con ellas en el curso de las entrevistas de prensa pone a prueba la capacidad de comprensión y respeto del reportero. Toda entrevista tiene un objetivo: ¿cuál es el objetivo de la que se hace a las víctimas, a veces dentro del escenario mismo del desastre, en un hospital, o en una ambulancia? ¿Para qué se hace la entrevista? Es la primera de muchas preguntas posibles.

Porque los motivos del entrevistador son abundantes: se entrevista para obtener información. ¿Una víctima puede aportarla? ¿Se le entrevista para exhibirla ante la audiencia? ¿Se le exhibe como argumento de ventas? Es cruel decirlo, pero el dolor de la víctima es un argumento para elevar las ventas o la sintonía de un producto periodístico.

A la luz de esa realidad inclemente se puede averiguar si estas entrevistas pueden ofrecer una información útil.

La verdad es que en esas condiciones no es posible dar informaciones esenciales, distintas de las que son conocidas; su información, por tanto, es prescindible, salvo que se la quiera utilizar como adorno informativo o como señuelo para los consumidores de información con curiosidad morbosa, pero sin interés por el dolor ajeno.

Hugo Aznar, al reflexionar acerca de este manejo de la información sobre desastres, apuntó: “este aprovechamiento del dolor o del desamparo síquico ajenos representa una de las faltas más graves de la ética periodística y del sentido mismo de humanidad” (Aznar, 2005, página 91).

En este contacto con las víctimas es preciso tener en cuenta la posibilidad de una revictimización, cuando se revive la situación padecida y se desencadenan las sensaciones sufridas en el tiempo del desastre: terror, desamparo, impotencia. Todo esto puede producirse con motivo de una entrevista, o de la presentación de imágenes del evento, ante las víctimas.

El Consejo Audiovisual de Cataluña, ante el manejo equivocado de esta información, afrontó el problema y produjo unas normas que resume el citado Aznar. Son recomendaciones para las empresas y para los periodistas sobre lo que unas y otros deben tener presente en el cubrimiento de desastres:

“A las empresas audiovisuales se les recomienda la formación y especialización de sus profesionales, incluyendo la sensibilización hacia el reconocimiento de los derechos de las víctimas. Se les recomienda, además, evitar despliegues desproporcionados y cuidar el recurso de las imágenes reiterativas o de archivo.

Las recomendaciones dirigidas a los profesionales son las que merecen la mayor atención. Así, se destaca especialmente la obligación de respeto a las personas afectadas, dada la merma de su capacidad de reacción y su estado anímico, procurando evitar siempre la implicación de personas menores de edad. El tratamiento gráfico debe cuidarse igualmente, evitando el uso del zoom, los primeros planos o advirtiendo la naturaleza de las imágenes. Debe evitarse incrementar la preocupación de la audiencia, facilitando información rigurosa y contrastada, y evitando en todo momento especulaciones gratuitas. La atribución de responsabilidades y la identificación de las posibles víctimas merece también un especial cuidado. En situaciones así, el profesional debe tener presente más que nunca el estado de los protagonistas de la información, evitando banalizar lo que para ellos es una situación dramática que seguramente no olvidarán jamás.

El documento se cierra con unas recomendaciones dirigidas a la atención general insistiendo una vez más en el respeto a los afectados y a sus allegados y en el mantenimiento de las normas de prudencia y cuidado que les eviten todo daño añadido. El documento concluye apuntando la necesidad de celebrar seminarios y actividades que puedan conducir a un mejor tratamiento mediático de este tipo de situaciones.

Si los riesgos naturales no han desaparecido en nuestras sociedades y a ellos se han sumado los nuevos riesgos artificiales, constituye un deber de todas las profesiones y actividades con relevancia pública, estar mínimamente preparadas para afrontar posibles situaciones de este tipo” (Aznar, 2005, páginas 93, 94).

Estas normas pueden complementarse con las prácticas adoptadas durante la experiencia misma de estos cubrimientos informativos.

.- Ayuda al reportero a ponerse en lugar de las víctimas, al fin y al cabo se trata de comprender su situación para informar y aportar más eficazmente. Así el periodista puede imaginar el cambio de vida para la víctima que comenzó con el desastre; qué pasará con su trabajo, con el estudio de los hijos, cómo resolverá los problemas de vivienda, de vestido, de alimentación o de salud; o qué representará esta nueva situación de dependencia. Y a medida que aparecen estos y otros interrogantes aumenta la comprensión sobre la víctima y se fortalece la posibilidad de una ayuda solidaria de la audiencia.

.- La inseguridad y las incertidumbres de las víctimas crean un espacio propicio para los rumores pesimistas. Dentro de ese ambiente, la información periodística debe cumplir un positivo papel si, al hacerle seguimiento a la noticia, mantiene el contacto de las víctimas con lo real.

.- Ese contacto con lo real no excluye una mirada a lo posible y a las oportunidades que a pesar de todo se les ofrecen a las víctimas. Esta clase de información no es usual en un periodismo que ama, por lo fáciles, las malas noticias. La información que estimula la esperanza y que descubre posibilidades es más laboriosa y difícil pero no menos real.

.- La noticia más común en los desastres es la que alrededor del llanto, la desesperación, las quejas y protestas, construye un escenario oscuro y de drama. Esa noticia, manejada con ánimo solidario, ofrece otra cara cuando da argumentos a las personas e instituciones para sus acciones de solidaridad. Es muy diferente la información sobre el desvalimiento y la tristeza de las víctimas cuando se propone montar un espectáculo para curiosos; otra es la información sobre la misma situación cuando se propone hacer comprender la magnitud del daño sufrido por las víctimas y movilizar a las audiencias en busca de soluciones. Una de ellas elemental y primaria: que las víctimas se sientan acompañadas; después se sentirán apoyadas.

.- Esta información, por otra parte, cumplirá un papel positivo al individualizarse a las víctimas que son liberadas del gris anonimato de la información en que cada una solo es un número, sin rostro, sin identidad y sin voz propia. El periodista puede darle voz, devolverle un rostro y destacar su identidad. Las veces en que esto ha sucedido el periodista ha protagonizado una verdadera operación rescate y la víctima se ha sentido rescatada.

Ejercicio

Cuando acaba de producirse la catástrofe, cuál es el tema más importante para el reportero:

  • ¿Las causas de la catástrofe?
  • ¿El número de víctimas y de pérdidas?
  • ¿La actuación de las autoridades?
  • ¿Las necesidades de los sobrevivientes?
  • ¿Las historias de los sobrevivientes?

(Ordene estas alternativas de 1 a 5. La 1 es la más importante. Explique por qué ordenaría así su agenda de trabajo)

Después de la catástrofe

Cuando la catástrofe ha pasado, los muertos han sido sepultados, los heridos atendidos y los sobrevivientes encontrado refugio y ayuda, aparece la crisis, en la que se manifiestan las debilidades y las fortalezas de las entidades de ayuda y del periodista. ¿Qué hacer: pasar a otros temas y dar por terminada la información sobre el desastre?

O, por el contrario, ¿continuar el cubrimiento, hacerles seguimiento a las víctimas que en estos momentos intentarán seguir con sus vidas, pero marcados por el desastre? ¿Mantener la fiscalización al manejo de las ayudas, y estimular la conciencia pública sobre la necesidad de prevenir la ocurrencia de otros desastres?

Las necesidades comerciales son malas consejeras para las empresas periodísticas. En esta etapa del posdesastre las gerencias proponen nuevos temas, de modo que la suerte de las víctimas y la prevención de eventos catastróficos futuros, o pasan a un lugar secundario, o desaparecen de la agenda de los medios como temas poco comerciales. A veces no es la presión comercial sino la incapacidad profesional para examinar y descubrir en el tema sus desarrollos y para valorar el atractivo de los nuevos hechos.

Sea cual sea la razón para renunciar al seguimiento, es una falta de rigor periodístico silenciar la etapa del posdesastre. Cuando al periodista y al medio los mueven la solidaridad y el espíritu de servicio a las víctimas, esta tercera etapa hace parte -y ¡en qué forma!- de su responsabilidad.

La percepción del posdesastre que tuvimos los periodistas que cubrimos la avalancha de Armero, estuvo marcada por los gritos y los pendones de denuncia de los manifestantes que, en esos días, reclamaron la entrega de las ayudas que el gobierno había prometido y que los gobiernos y la gente en el mundo habían enviado a Colombia.

Esos reclamos no eran solamente contra los funcionarios y representantes de las entidades de ayuda. También constituían un cuestionamiento a los medios de comunicación que habían anunciado la llegada de toda clase de elementos de ayuda y de gruesas cantidades de dinero. Las cuentas que habían hecho al aire la radio y la televisión, o los periódicos y revistas, no cuadraban: unos eran los datos de los boletines de prensa y otras eran las cantidades de ayudas que se estaban entregando. La expectativa de las personas damnificadas se había alimentado con nuestras apresuradas y eufóricas noticias, obtenidas en embajadas, organismos de ayuda, departamentos de relaciones públicas que identificábamos con su nombre comercial. A medida que avanzaban nuestros noticieros, hacíamos crecer las expectativas de quienes lo habían perdido todo en el desastre.

Esas manifestaciones clamorosas, que también convertíamos en noticia, voceaban unas expectativas frustradas, que nosotros habíamos creado. Así se hizo evidente en el caso de las cifras de donativos, que ocuparon a la prensa en el posdesastre de Armero.

Las cifras que habíamos difundido apresuradamente, dentro del ritmo veloz de nuestros informativos, a las que le habíamos dado el carácter de acuerdos a documentos de donación, a cables, a llamadas telefónicas, cartas, boletines o conversaciones personales, resultaron desmentidas por los hechos. Habíamos sumado alegremente ofrecimientos solidarios, anuncios publicitarios, pronunciamientos de relaciones públicas y cháchara de relacionistas, de modo que al final creamos la conciencia de la llegada de enormes cantidades que pusieron a soñar a las víctimas del desastre.

Pasado un mes de la avalancha, las personas damnificadas compararon cifras y hallaron que en sus cuentas habían llegado 7.660 millones de pesos. Para su sorpresa, un balance, el primero conocido, contabilizaba las ayudas en 1.900 millones. Con esta minúscula cifra contrastaba una tercera que, con nuevos datos, elevaba el monto de la ayuda interna y del exterior, a los 14.000 millones de pesos.

Este era el motivo de las manifestaciones públicas de las personas damnificadas. ¿Qué había pasado?

En primer lugar, muchos donativos anunciados por los medios como entregados, eran solo promesas que nunca tuvieron cumplimiento. En otros casos fueron anuncios en nombre de gobiernos o de empresas que querían vincular su imagen a la benéfica operación, sin voluntad concreta de entregar la ayuda. También hubo ayudas depositadas en bancos que no fueron reclamadas: fue el caso de los 60 millones recaudados dentro de las Fuerzas Armadas o de un donativo de 1.600 millones de pesos de la República Federal Alemana. Hubo extras informativos para dar cuenta del millón de dólares donado por Austria, que nadie reclamó.

Faltó información exacta sobre ofrecimientos de largo plazo para construir hospitales, escuelas, centros de salud, carreteras o puentes; algunos de esos ofrecimientos estaban condicionados a contrapartidas que debía entregar el gobierno nacional. Como consecuencias de estas ligerezas y apresuramientos informativos, comentaba Guillermo Cano, director del diario colombiano El Espectador: “la imaginación popular ha sumado millones y millones de pesos, millones y millones de dólares y en su mente la cuenta llega a cifras inverosímiles… estamos obnubilados por cifras multimillonarias” (El Espectador, 26-01-1986, “Dos volcanes peligrosos”).

Aprendimos entonces que el ritmo del buen periodismo en esta etapa debe ser tan lento y cuidadoso como el del pensamiento cuando elabora conocimiento. La marcha vertiginosa de los acontecimientos de desastre no puede contagiar al periodista ni dictarle un manejo del tiempo que excluye la reflexión, la comprobación de fuentes, el recurso a fuentes a la vez independientes y conocedores del tema. Un experto de la Cruz Roja, o de organismos de ayuda, un conocedor de lo sucedido en desastres pasados, habría evitado la emisión de informaciones incompletas o erróneas y generadoras de falsas expectativas entre las personas damnificadas.

El arte de dar

En las páginas dominicales del diario colombiano El Tiempo, por esos días del posdesastre, apareció una reflexión que puede hacer parte de un manual de recomendaciones periodísticas posdesastre.

Decía el autor, el siquiatra y escritor Hernán Vergara: “Dar es más complicado de lo que parece. Dar pone a prueba el orgullo de quien recibe, para no decir, su dignidad. Eso para empezar. Pero, además, dar pone en riesgo de corromper al que recibe” (El Tiempo, 09-02-1986, “Lecturas dominicales, Resurgir o comenzar”).

Consciente de los riesgos implicados en la entrega de toda clase de ayudas, el periodista del posdesastre va más allá del simple registro pasivo de las operaciones de ayuda. De su relato debe resultar una docencia sobre esos peligros, una defensa de la dignidad de las personas damnificadas y una fiscalización sobre el manejo de las ayudas por funcionarios e instituciones. Su presión sobre los organismos de control para que cumplan su función en este caso, puede ser y así ha ocurrido, de gran ayuda.

Dentro de esa ayuda cuenta el conocimiento de las necesidades de las personas damnificadas. Los periodistas registramos con asombro la llegada de pesadas ropas de invierno para los sobrevivientes de Armero, una población de clima cálido. Igualmente exóticos aparecieron alimentos enlatados, desconocidos o muy poco usados por los pobladores de esta región. Los fotógrafos se regodearon con unas enormes pilas, como de objetos de colección, que encontramos en los refugios.

Informar sobre las necesidades de las personas sobrevivientes tiene el toque de lo oportuno y de lo útil. Otro desconocimiento posible en el cubrimiento periodístico es el de las necesidades y motivaciones de los donantes. No es lo mismo el donativo de una entidad creada para intervenir en estos eventos, que la ayuda de un gobierno o de una empresa que necesitan difundir una imagen asociada a la generosidad con una población que sufre; o que la ofrecida por unos laboratorios de medicinas que buscan la difusión de su marca y de sus productos.

Al informar sobre estas ayudas, el periodista puede cumplir un papel de idiota útil al servicio de una operación de propaganda, o de oportuno crítico frente a sutiles campañas publicitarias. Hizo falta esa mirada crítica en Filipinas, después del terremoto de agosto de 1976, en el que murieron 8.000 personas y la zona quedó devastada, cubierta por los escombros de edificaciones, calles y avenidas destruidas. Allí la prensa se apresuró a informar que Estados Unidos, a través de su embajador en Manila, había ofrecido ayuda para 35 mil familias cuyas viviendas habían colapsado. Reveló, sin embargo, el New York Times, citado por Ian Davis, que detrás de la “generosa” ayuda estaba un acuerdo para restablecer una base aérea en las islas (Ian Davis, 1980, página 102).

El estudio de casos como este llevó a Méjico, Filipinas y China a la conclusión de que la ayuda externa crea más problemas de los que resuelve.

Fue lo que sintieron después de la avalancha sobre Armero funcionarios de la Feria Exposición –un complejo de enormes bodegas, en Bogotá– en donde se impuso un hecho inesperado: no se podía recibir un cargamento más. Tal había sido la avalancha de toda clase de artículos de ayuda para las personas damnificadas. Pero toda esa carga debía movilizarse hasta Armero por unas carreteras estrechas y bloqueadas. Ni los helicópteros dedicados al transporte de heridos podían acarrear carga. Esa carga de buena voluntad permaneció almacenada, tres meses. Mientras tanto estuvo sin resolver el problema de la clasificación y distribución de unas ayudas que se habían recolectado y enviado sin el conocimiento de las necesidades reales de las personas damnificadas y de su región.

Una información oportuna sobre esas necesidades, complementada con el conocimiento sobre las necesidades de los donantes, habría orientado acertadamente el proceso de dar.

A la información pública sobre desastres -lo mismo que a los organismos de ayuda- les enseña la experiencia de otros desastres que la ayuda para las víctimas no se puede improvisar y que es necesaria una investigación, tanto de la población afectada como sobre las entidades donantes. Este conocimiento optimiza la entrega de los recursos y su aprovechamiento.

Así les pasó a los periodistas que cubrieron el desastre de Armero. Oímos entonces el testimonio de un socorrista de la Cruz Roja. Habían pasado dos meses después del desastre: “Los damnificados, dijo, no están trabajando por ellos mismos; les da pereza ir a cortar leña, apenas están saliendo del letargo producido por la tragedia; solo tienen dos posiciones, o hacer que otros trabajen por ellos, o se vuelven quejosos y beligerantes”(El Espectador, 16-01-1986, “Mucho auxilio está enredado”, Marcela Giraldo).

Coincidió con esta apreciación otro periodista, Arnulfo Sánchez: “Lo que más impacta al visitante es la actitud pasiva de los damnificados. Parece que en la tragedia hubieran salvado la vida, pero perdido el alma” (El Tiempo, 09-02-1986, Informe de Resurgir).

Esta pasividad fue tema de reflexión y autocrítica en la Cruz Roja Colombiana después de la catástrofe de Armero. Las conclusiones de ese examen las aplicaron más tarde, cuando un terremoto destrozó la mayor parte de la ciudad de Armenia, capital del departamento de Quindío, el 25 de enero de 1999.

Al visitar a las personas damnificadas de ese terremoto, los periodistas observaron que en las tareas de reconstrucción o construcción de sus viviendas trabajaban, bajo la dirección de ingenieros, las propias personas damnificadas. En vez de darles cosas, los socorristas habían decidido impulsar su trabajo en la reconstrucción, lo que equivalía a devolverles el alma y librarlos de las funestas consecuencias de la autocompasión.

En un trabajo doctoral el catedrático Otto Koenisberg (Citado por Davis, página 111) resumió su experiencia sobre ayuda en estos principios:

  • “El socorro es enemigo de la reconstrucción, por tanto, hay que minimizarlo.

  • Esa mínima operación de socorro reduce la capacidad ejecutiva del sector público; por tanto se deben evitar el paternalismo y la realización de trabajos que la gente pueda ejecutar por sí misma.

  • Bajo el impacto inmediato de una catástrofe la gente está dispuesta a cambiar viejos métodos y costumbres.

  • Acción rápida significa actuar sobre proyectos. De nada sirve hacerlos después del acontecimiento. Los proyectos deben estar listos de antemano”.

Para el periodista es claro que en su defensa de la persona damnificada debe incluir el peligro que representa la voluntad de los donantes que quieren reemplazar en todo a esa persona afectada. Como todas las actitudes paternalistas, esta anula al damnificado. De modo que, paradójicamente, a la destrucción hecha por el desastre se suma la que pueden hacer personas y organismos de ayuda que asumen el control total de la vida de las personas damnificadas, anulándolas y sustituyéndolas.

Otro fenómeno común en los posdesastres es el del trapiche de prestigios privados, las nubes de suspicacias que enlodan toda tarea después del desastre. La expresión es del contralor general de la república (Hoy por Hoy, número 16, 25-11-1986, “Reportaje al Contralor”).

Cuando esto sucede el primer señalamiento es para la prensa, a la que se acusa de negligencia e irresponsabilidad y como operadora del trapiche. Publicar y destacar sin la comprobación debida las acusaciones que, tanto las víctimas como personas ajenas al drama, lanzan contra funcionarios. Ocurre que los justos acaban pagando los platos rotos de los verdaderos corruptos y de la información irresponsable.

En síntesis

Un repaso del panorama total de los medios que cubren un desastre, deja en evidencia que la actuación ética del periodista parte de la honesta respuesta a la pregunta: ¿para qué estoy aquí?

Cuando se define que el papel del periodista es el de prestar y promover ayuda solidaria a las víctimas, quedan claras las tareas que se deben cumplir, todas alrededor de la persona damnificada.

Esta tarea solidaria es exigente, puesto que abarca el período anterior al desastre, en el que las tareas de prevención atenúan el golpe del desastre.

Al estallar la catástrofe el periodista cuenta, por un lado, con la orientación que le dan, y por el otro, con la voluntad de servir a quienes han sido afectados y el poder de una comunicación creíble y oportuna.

Continúa el trabajo periodístico en la etapa posterior al desastre, con el seguimiento de las ayudas y de su manejo y sobre el papel que deben cumplir las personas damnificadas en las tareas de reconstrucción.

Una catástrofe es, así, una oportunidad para que medios y periodistas pongan a prueba lo mejor de sí. También puede ser una deprimente sucesión de fracasos; por eso el estudio y la preparación de este cubrimiento son actividades tan necesarias como la preparación de las poblaciones en vísperas de una erupción o de una inundación.

Ejercicio

¿Por qué hacerle seguimiento a la catástrofe?:

  • ¿Por su valor noticioso?
  • ¿Para fiscalizar el manejo de las ayudas?
  • ¿Para informar sobre el impacto del desastre?
  • ¿Para estimular el trabajo y la recuperación de las personas sobrevivientes?

(Discutir en grupo las prioridades hasta elaborar un orden que todos adopten)

“El hombre se plantó en el centro de la vía mientras agitaba los brazos con un gesto definitivo: debíamos detenernos. Cuando vio el rótulo Prensa en el vidrio panorámico del vehículo, sonrió y se dirigió a la ventanilla:

– Hermano, prefiero verlo mañana en la televisión y no tener que buscarlo en el lodo.

– ¿Qué pasa? Le pregunté asombrado.

– Que usted y sus compañeros no pueden pasar porque acaban de avisarme que viene una bombada.

– ¿Y?

– Tengo orden de no dejar pasar a nadie. Mire: ya todo mundo está evacuando porque la cosa es en serio.

En efecto, los trabajadores de Obras Públicas habían abandonado sus máquinas y se trepaban apresuradamente en los volquetes y camperos que esperaban con los motores encendidos al otro lado de la vía.

– ¿Y usted?, le pregunté.

El hombre entendió. No podía permanecer indefinidamente allí, cerrándonos el paso. Él también tenía que huir. Sonrió comprensivo, y dijo:

– Yo también tengo que irme… pero oiga: esto queda bajo su responsabilidad. Usted verá si quiere arriesgar a sus compañeros.

Minutos después había desaparecido y nosotros avanzábamos en silencio por esa carretera solitaria, llena de barro y piedras. Adelante se extendía ese inmenso y macabro desierto gris en que había quedado convertido Armero después de la avalancha. Avanzábamos en silencio, tal vez porque no queríamos que ningún ruido nos impidiera oir la avalancha cuando viniera. Ingenuamente pensábamos que nos daría tiempo y que, al oírla, podríamos trepar a las ramas de algún árbol de esos que cercaban la vía y que habían permanecido enhiestos después de la catástrofe. Creo que todos teníamos el mismo pensamiento: seleccionar el árbol del que nos agarraríamos al llegar la rugiente ola de lodo.

Por un momento llegué a temer que el nuestro era un infantil alarde de desprecio al peligro; pero muy pronto entendí que debía ser algo más que eso… y era cierto. El oficio nos lleva a ser testigos oculares de la historia y a estar en la primera fila de los acontecimientos para recoger los datos y la experiencia que, transmitidos a otros, les permitirán asistir también a ese curso de vida que es la historia. Cicerón lo dijo hace veinte siglos y su sentencia mantiene su validez: la historia es la maestra de la vida. Y a los periodistas nos toca ser escribanos, voceros, de esa maestra para un invisible pero incontable alumnado.

Allí estábamos cumpliendo ese oficio, igual que todos los días, pero esta vez con una enorme diferencia: la historia acababa de escribir una trágica y estremecedora página, la más terrible en siglo y medio de nuestra vida como nación. Era, pues, imprescindible, recoger el hecho, abarcarlo en su enorme y sombría extensión, escuchar miles de voces, contemplar incontables rostros, adentrarse en un descomunal drama, descubrir qué más había, más allá de lo obvio y elemental. Dicha tarea la enfrentó el periodismo colombiano que, durante esos días mostró lo que era, es decir sus cualidades y defectos” (Restrepo, 1986, Avalancha sobre Armero, páginas 7, 8).

Así escribí en la introducción del libro Avalancha sobre Armero al recordar un momento en que el cuidado del periodista ante el peligro, me interpeló. En medio del absorbente trabajo del cubrimiento de un desastre, el periodista tiene la obligación de cuidarse y de cuidar de sus compañeros.

Hay razones de sentido común que así lo aconsejan: la presencia y la actividad del periodista se vuelven irreemplazables para las víctimas. A través del periodista estas personas se hacen oír; sin él su sufrimiento, sus demandas, sus protestas, sus voces de desaliento y las de optimismo, se silenciarían. Por esto, el periodista no debe agregar a las calamidades del desastre la de su enfermedad, la de su accidente o la de su muerte. Los autores que reflexionan sobre la actividad del periodista en un desastre, están de acuerdo en que el periodista no puede enfermarse, ni accidentarse durante su trabajo; por tanto, el de su autoprotección es un capítulo que debe ser leído y acatado, para hacer un cubrimiento de excelencia.

Hay dos clases de cuidados necesarios en estos eventos: el de la mente del periodista y el de su cuerpo.

La integridad mental

El duro espectáculo del sufrimiento de las víctimas, las rudas condiciones en que desempeña su trabajo, la conciencia permanente de peligros presentes y posibles son factores que ponen en riesgo el equilibrio emocional del periodista; por tanto, es útil prever circunstancias posibles como estas

  1. Ser testigo del sufrimiento de las víctimas: padres que perdieron a sus hijos; personas menores de edad que quedaron huérfanas; ancianos a los que el desastre dejó solos; mujeres embarazadas que perdieron a su hijo, o aterradas ante la posibilidad de dar a luz en estas circunstancias; la persona herida que grita su dolor; padres que lloran mientras buscan al hijo desaparecido. Son variadas y múltiples las formas que asume el sufrimiento y de las que el periodista es a la vez testigo y notario. En algunos casos tendrá que enfrentar el dilema: ¿qué hacer? ¿Voy en ayuda del sufriente, o sigo en mi tarea de informar? ¿Qué es primero: la ayuda física del momento, o la información?

Dilemas así, episodios de dolor, llenan la jornada de trabajo que, inevitablemente, afectan la sensibilidad del periodista e imponen una actitud de control de las emociones y de equilibrio que le permitan la serenidad y ecuanimidad necesarias para cumplir su tarea.

  1. Su exigente profesión le demanda una firme posición entre dos extremos: el del observador imparcial y frío que mira a distancia y como evento ajeno la desgracia de las víctimas o, el otro extremo, el de quien de tanto acercarse a las víctimas acaba asumiendo las tareas de socorrista y olvidando que su tarea es la de producir una información que sirva a todos. Entre esos dos extremos el periodista debe conservar la lucidez indispensable para informar y conmover. Ni contagiar horror, ni alimentar curiosidades, sino producir acercamiento a las víctimas, solidaridad con ellas y aliento a quienes sufren. Ese sereno equilibrio le permite saber que hay informaciones que se deben destacar porque tendrán un efecto positivo de bien común y hay otras que se deben silenciar por su previsible efecto pernicioso contra la intimidad, o en la seguridad y dignidad de las personas afectadas.

  2. No significa lo anterior que el periodista deba considerar vitanda la expresión de sus emociones. El llanto tranquilo acerca a los que sufren, y a los receptores de la información los acerca al dolor ajeno. En todo caso esos sentimientos manifiestos han de ser expresión de una actitud profesional y solidaria y no el primer paso para actitudes emocionales y descontroladas.

  3. Contra ese necesario control y equilibrio, aparece la presión del miedo. Hay miedos instintivos, el miedo a morir o a quedar herido, a perecer ahogado o víctima de las llamas; son miedos que aconsejan prudencia y el examen cuidadoso de las situaciones. Otros miedos, comunes a las distintas clases de cubrimientos informativos como el de no estar a la altura de la misión y pasar por alto alguna información esencial; el de ser víctima de un accidente en el escenario de ese inmenso accidente que es la catástrofe; o a que material enviado al medio de comunicación sea subvalorado, u objeto de un tratamiento torpe; o el de no encontrar ni el tono ni el lenguaje para llegar hasta las personas receptoras de la información, son temores también comunes que al aparecer en el confuso y sensible escenario de una catástrofe pueden desequilibrar emocionalmente al periodista.

  4. Será prudente, por tanto que, sabedor de estos miedos, el periodista esté dispuesto a hacerles frente y a conservar el control.

  5. Los errores atentan contra ese equilibrio y, como los desastres, los errores no se anuncian. Es doloroso el enfrentamiento con alguien del equipo de trabajo o con los jefes en la redacción cuando desaparecen la voluntad de encontrar soluciones, o la verdad, y emerge la voluntad de imponer a toda costa la propia opinión. Es un error, en efecto, apasionarse hasta el punto de sacrificar los hechos o la honestidad; también es un error perder una fuente o un contacto por falta de modales o de cuidado. También es un error que molesta la falta de criterio para valorar los hechos y personas, necesarios para una información completa. Le hacen daño al equilibrio emocional estos y otros errores posibles, que pueden prevenirse.

  6. Este cuidado de la mente y del espíritu aconseja un sabio tratamiento de las frustraciones. Es frustrante que después de un intenso trabajo para hacer una nota, un hecho de última hora y de máxima importancia convierta aquel trabajo en material desechable. Frustran las decisiones del lejano editor que da una mayor importancia a una nota de agencia o de otra publicación que a la información que el periodista in situ sabe que es más exacta. Y frustran esos cambios que alteran el sentido que el reportero le había querido dar a la nota.

  7. La frustración dentro del ambiente tenso de una situación de desastre puede ser demoledora, cuando el periodista no está preparado para afrontarla. Es, pues, una buena defensa irse preparado para recibirla y superarla.

  8. Todas estas son prevenciones para mantener un ánimo fuerte y sereno, mientras todos alrededor han perdido el control y el ánimo, por los muchos sufrimientos que el desastre desata. Sin embargo, aún hay otro consejo dictado por la experiencia. Ocurre con frecuencia que el periodista quiere contar a su audiencia los peligros, dificultades y riesgos a que está expuesto, para darle un valor agregado a su nota informativa. Esta es una práctica equivocada por la que muchos reporteros han perdido credibilidad y respeto. Nunca el periodista ha de ser eje de nada. Es preferible que sea el lector, oyente o televidente quien concluya, después de ver su trabajo, que detrás hay un gran reportero. Esto es preferible al hartazgo que produce ver al periodista en el centro de la escena, más que a los protagonistas de la noticia.

Al cuidado de su ánimo hay que añadir el cuidado de su salud, porque un cuerpo sano es garantía de que el periodista podrá cumplir con las fatigantes e irreemplazables tareas que impone el cubrimiento de una catástrofe.

La integridad física

Parecerán las recomendaciones que se registran a continuación, unos consejos de mamá solícita ante la inminente partida de un hijo. Ese cuidado amoroso de la madre es una referencia apropiada para observar los detalles de esta otra forma de protección del periodista que cubre una catástrofe.

Diría la madre

  • Has de tener presente que el lugar adonde vas está erizado de peligros. Tuberías rotas, ruinas de toda clase, muros o puentes a punto de caer, instalaciones eléctricas sin protección alguna, aguas desbocadas, caminos destrozados, laderas a punto de derrumbarse, suelos de consistencia precaria.

  • También es sabio prever que un accidente no solo hará daño al periodista, sino que afectará el tiempo y el trabajo de su equipo y la realización del trabajo mismo. Todos resultan afectados por el accidente de uno.

  • La condición de periodista no protege contra el peligro. Tan frágil como cualquiera, quizás más que cualquiera, el periodista debe conocer los límites que separan la valentía de la temeridad. El valiente arriesga inteligentemente, con un sabio cálculo de las posibilidades. El temerario obra por impulsos, sin calcular el riesgo.

  • En aquella decisión relatada al comienzo de esta sección, de recorrer el escenario de la ciudad de Armero sumergida bajo el lodo a pesar de las advertencias de una posible nueva avalancha recordadas por un capataz, hubo algo parecido a la temeridad, aunque clara conciencia del riesgo. En momentos así el periodista fluctúa entre el peligro y la voluntad profesional que no permite que el miedo se disfrace de prudencia.

  • La elección de medios de transporte y de caminos cuando todo ha colapsado demanda una combinación sabia de valor y de prudencia.

  • Hay precauciones que los periodistas veteranos aconsejan, aprendidas, a su vez, de errores cometidos y examinados.

  • Coma alimentos sanos y asegúrese de no correr riesgos con la cocina local.

  • Cuide el agua que consume. Será inevitable en muchas partes llevar consigo agua envasada. Sea cauteloso en el consumo de alcohol. No es buena experiencia trabajar intensamente con la cabeza embotada y el estómago en estado de alerta.

  • Cuidado con las insolaciones que cobran lo suyo hoy, o reservan su cobro para el futuro.

  • Cuando sea el caso, defiéndase del frío y de las gripas que vienen como consecuencia de los enfriamientos y que impiden concentrar todas sus energías en el exigente trabajo.

  • Descanse lo más posible para que pueda estar plenamente disponible a la hora de trabajar.

En estas recomendaciones se han combinado el cuidado del cuerpo y el de la salud mental. Es inevitable esa combinación dada la interactividad de cuerpo y espíritu.

Del cuidado de la salud se han ocupado entidades como la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) con su Mapa de riesgos para periodistas (SIP, 2006). Aunque centrados en el cubrimiento de conflictos armados (otra forma de desastre) algunas de sus normas e indicaciones son aplicables al periodismo de desastres. Por ejemplo

  • “El periodista es más importante que la historia que va a investigar y contar. Ninguna historia vale una vida.
  • Evaluar su propia condición física.
  • Siempre portar documentos de identificación.
  • Tener a una persona que funcione como punto de apoyo, que sepa siempre adónde va, la fecha estimada de regreso, que sepa a quién debe avisar en caso de emergencia.
  • Tener presente que las historias en lugares remotos, lejos de autoridades y servicios médicos, implican mayor riesgo.
  • Sopesar los riesgos que se conocen y los posibles beneficios de la historia. A veces puede cubrirse a distancia.
  • Rotular claramente el vehículo con la palabra PRENSA.
  • Se debe ser cuidadoso al escoger ayuda local competente (guías, conductores, prácticos).
  • Es importante que el medio mantenga una estrategia para la protección de su personal para sí, para sus inmuebles y demás patrimonio.
  • A la zona de riesgo deben ir periodistas con experiencia en esa clase de cubrimientos. Caso contrario, hacerlo acompañar por un periodista fogueado.
  • El periodista debe contar con un kit básico para primeros auxilios. Tener al día identificación de la empresa, cédula personal, tarjeta de vacunación, licencia de conducir, pasaporte”.

Sugerimos visitar en internet los siguientes sitios que cuentan con manuales y guías al respecto:

La Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) en su Manual de autoprotección para periodistas (Flip, 2003), se concentra, como la SIP, en el cubrimiento del conflicto armado. Pero incluye recomendaciones válidas para el cubrimiento de catástrofes.

  • Tener claro cuáles son las condiciones climáticas de la zona adonde se dirige, para saber qué tipo de ropa debe llevar.
  • Un kit básico de alimentación por si se presenta el caso de quedar detenido en un retén o de vararse en un camino. Podría incluir agua, enlatados de atún, sardinas, salchichas, dulces, bebidas, pan, galletas y algunas frutas que no se descompongan rápidamente.
  • Hacerse un chequeo médico y conocer el estado de salud antes de partir.
  • Una lista con su tipo de sangre, alergias, enfermedades, medicamentos formulados y llevar un par de gafas extra, si las usa.
  • En caso de que haya un herido saber su tipo de sangre y establecer posibles donantes.
  • Si viaja a zonas selváticas, debe vacunarse contra la fiebre amarilla, fiebre tifoidea y tétanos, se sugiere contra la influenza. Las vacunas deben ser aplicadas 10 días antes de viajar a la zona. La Cruz Roja presta ese servicio.
  • Todos los civiles que, por motivos de su trabajo tienen que desplazarse a zonas de conflicto deben tener en cuenta que la tensión nerviosa puede menoscabar sus fuerzas. Por tal motivo, se recomienda mantener un buen estado físico y descansar lo necesario, así haya tenido trabajo urgente.

Ejercicio

Cuando usted cubre desastres:

  • ¿Qué protección lleva consigo?
  • ¿Qué protección le ofrece su medio:
    • ¿Seguro de vida?
    • ¿Un casco?
    • ¿Un chaleco?
    • ¿Alguien en la empresa está pendiente de usted?

Hecho este inventario usted concluye:

  • ¿Que así está bien?
  • ¿Que no está bien y que las cosas deben cambiar?
  • ¿Qué hará para mejorar la situación?

Lecturas recomendadas por el autor

  • Aznar, Hugo, (2005), Ética de la comunicación y nuevos retos sociales. Paidós, Barcelona.
  • Camps Sibila, (1999), Periodismo sobre catástrofes. Paulinas, Buenos Aires.
  • Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), (2003), Manual de Autoprotección para periodistas. Unesco, Bogotá.
  • Palomino Gonzalo, (editor) (1985), Ecología de un desastre. Ibagué, Talleres de Publicidad del Sena.
  • Restrepo Javier Darío, (1986), Avalancha sobre Armero. El Áncora editores, Bogotá.
  • Sociedad Interamericana de Prensa, (SIP), (2006), Mapa de riesgos para periodistas. Colonial Press International.inc. Miami.

Referencias

  • Ahearn, F.L. jr y Castellón Rizo, (1978), Problemas de salud mental después de una situación de desastre. Boletín oficial de salud. Panamá 85.
  • American Psychiatric Association, (1980), Diagnosis and statistical manual of mental disorders. Washington D.C.
  • Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, Protección para periodistas y medios de comunicación.
  • Corporación Medios para la Paz, (2001), Las trampas de la guerra, periodismo y conflicto.
  • El Espectador, (16-01-1986), “Mucho auxilio está enredado”, Marcela Giraldo.
  • El Espectador, (26-01-1986), “Dos volcanes peligrosos”.
  • El Tiempo, (09-02-1986), “Lecturas dominicales, Resurgir o comenzar”.
  • El Tiempo, (09-02-1986), “Informe de Resurgir”.
  • Federación Internacional de Periodistas, Declaración de Principios sobre la conducta de los periodistas.
  • Federación Internacional de Periodistas, (1998), Peligro, periodistas trabajando.
  • Form W.y Loumis C., (1956), The persistence and emergence of social and cultural system in disaster. Am Social Rev 180.185.
  • Hoy por Hoy, número 16, (25-11-1986), “Reportaje al Contralor”.
  • Ian Davis, (1980), Arquitectura de emergencia. Editorial Gustavo Gili, Barcelona.
  • Jeri.R., (1974), Problemas de conducta en los desastres. Acta Médica Peruana.
  • Koenisberg Otto, (1974), Conversación con Ian Davis. Opus citatum.
  • Leighton A. H., (1951), Psychological factors in major disasters. Medical Proyects Reports. Rochester University.
  • Naciones Unidas, Oficina Colombia, (2000), Normas de Autoprotección y Seguridad.
  • Macharowski Pablo, Código de supervivencia del periodista.
  • Rey Germán, (2003), Conferencia en el Seminario fuerza pública y periodismo, Paipa.
  • Taller nacional de protección para poblaciones de alto riesgo: Mecanismos alternativos de protección.
  • Wagner Etchegaray Carlos, (2000), Déjame que te cuente. Editorial Trillas.

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