Atención Putumayo
Dora Montero Carvajal
En Facebook la hora que aparece junto a este mensaje es 11:40 p.m., aunque Laura Montoya recuerda haberlo publicado un poco después de las 9:30 cuando Elizabeth, la secretaria de la emisora en que trabajaba, la llamó por celular para pedirle ayuda porque el barrio donde vivía se estaba inundando. Entonces Laura interrumpió su rutina de grabación de comerciales en el pequeño estudio que había montado en la casa que compartía con su pareja.
“Yo pensé, una inundación, y por eso puse el mensaje y empecé a llamar a diputados, bomberos, al comandante de la Defensa Civil, al alcalde, que fue el único que me contestó, pero no estaba en la ciudad, no sé qué pasaba con las comunicaciones, no recibí respuesta de nadie”.
Alertó, pero no se alarmó.
Para ese momento, Laura llevaba pocas semanas trabajando en una emisora de Mocoa, la ciudad que la acogió hace ocho años cuando llegó a refugiarse después de un problema de seguridad que sufrió en Puerto Asís, otro municipio de Putumayo. Era el último día de marzo y los cerca de treinta periodistas, locutores y productores del gremio apenas habían logrado reunirse para celebrar el Día del Periodista y del Locutor.
Pasadas las 6:00 de la tarde cada uno tomó su camino, Laura hacia Los Pinos, en el papel, el último barrio del perímetro urbano de Mocoa hacia el suroccidente, pero en la realidad el límite tras el cual durante los últimos veinte años se habían asentado cientos de familias desplazadas por el conflicto armado en decenas de barrios, ya casi todos legalizados y que duplicaron la población de la ciudad.
Volvió a su tarea como productora de radio -medio que prefirió desde que se graduó como periodista en su natal Popayán-, se puso los audífonos y comenzó a grabar. Se tomaba su tiempo para intercambiar mensajes de WhatsApp con su compañero Giovanny Muñoz, locutor que a esa hora asistía al Instituto Tecnológico del Putumayo a las clases de Administración de Empresas.
Giovanny no podía llegar a su casa, ya llevaba tres horas de clase y el profesor debió ubicarse en el centro del salón para que todos los estudiantes lo escucharan pues el sonido de la lluvia era mucho más fuerte que su voz. “Somos de Mocoa, estamos acostumbrados a la lluvia fuerte y siempre tenemos fe que cuando llueve duro, escampa rápido”, cuenta él rememorando lo que siempre ocurría en la ciudad donde nació hace 36 años.
Pero esta vez la lluvia arreció de tal forma que a las 10:20 de la noche el profesor los envió para su casa. Y el tránsito por la ciudad era un caos, a unos pocos metros de la universidad la fuerza del agua ya rebosaba la capacidad del alcantarillado.
“Había recibido un mensaje de Laura, estaba preocupada y me pedía que me fuera para la casa, que dejara la moto y tomara un taxi”. Giovanny no lo hizo, guardó el celular en la maleta, y esta en el baúl de la moto y arrancó. De camino se cruzó con tres de sus sobrinos que iban hacia su casa y el agua ya cubría la mitad de la moto.
La alarma
Había pasado un poco más de una hora cuando Laura interrumpió un segundo la grabación y sintió un ruido fuerte, era su cuñado Víctor que le pateaba la puerta. “Me dijo, Laura, se va a salir la quebrada, salgamos. Yo no entendía muy bien, le decía: ahí está el carro, ¿qué hacemos?”
Solo en ese momento Laura miró a la calle. “Fue ahí cuando entendí la magnitud de lo que pasaba, había mucha gente alrededor, tenían sus botas pantaneras, capas, paraguas, era un mundo que yo no estaba viviendo. Y obviamente estaba la corriente de agua, las calles ya se veían corrientosas”.
Asustada corrió a la parte trasera de la casa a buscar sus botas pantaneras, pero no las encontró, se puso un jean, unos tenis y salió. Ya no encontró a su cuñado, ya nunca más lo vio. “Fue el único que intentó salvarme, fue la única persona que en todo ese barrio intentó salvarme”, recordó ella.
No pasaron unos segundos cuando unos vecinos le pidieron que los dejara entrar a su casa para romper las tejas y usarlas como rampa para llegar a la casa vecina, la de su cuñada que tenía tres pisos y era una de las más altas del barrio. “Les dije háganle, y como el techo era de eternit se subieron a la cama y comenzaron a romper, yo me salí y comencé a documentar”.
Es habitual en ella, siempre graba lo que ocurre a su alrededor, como parte de lo que siente como su responsabilidad de periodista social o comunitaria. En sus redes sociales se convierte en fuente de información, pero también hace de ellas una plataforma para ayudar. Apenas un mes antes había publicado mensajes pidiendo solidaridad con las personas damnificadas del terremoto en Perú y en su línea de tiempo se ven fotografías acompañando trabajos por la comunidad desde años atrás.
Lo que grabó en ese momento fue una imagen muy oscura en que se ven las calles del barrio Los Pinos inundadas, pero el agua todavía no entraba a las casas, unos segundos de video que Laura envió a sus contactos por WhatsApp.
Al otro extremo, y decidido a llegar a su casa, Giovanny cruzó la ciudad y llegó hasta el sitio conocido como la Y de La Esmeralda, cerca de la cárcel de Mocoa, que ese día albergaba más de seiscientos reclusos. Ya eran las 11:00 de la noche, las calles parecían ríos y la gente corría. “Yo paré la moto y metí la mano para sacar el celular y no sé cómo se me soltó la llave y se cerró el baúl, las llaves y el teléfono quedaron adentro y solo después de pedir ayuda logré recuperarlas”, contó Giovanny.
Lo que en ese momento fue una maldición, hoy tiene otro significado. “A esa hora, Laura ya había mandado el video donde se ve el agua entrando a mi casa, si yo lo hubiera visto hubiera corrido hacia allá, la avalancha me hubiera cogido”.
La angustia
“Atención Putumayo, nos estamos inundando en este momento, este es un mensaje de Laura Montoya. El agua se entró en mi casa, se llevó todos los equipos, el carro, todo. Por favor ayúdenos. Hago un llamado a los organismos de socorro, al alcalde, a todos para que por favor nos ayuden”.
Fue el primer audio de Laura, el que transmitió cuando entró a su casa y la vio ya inundada. Se asustó.
Esta mujer tiene una fascinación por la comunicación a través de las redes sociales, en ese otro mundo en que se define como “activista, periodista y sobreviviente”. Para enviar sus audios utilizó la red de WhatsApp de manera masiva a través de listas de difusión, sus mensajes llegaron de forma simultánea a más de tres mil contactos que tiene en su teléfono celular.
Cuenta que mientras enviaba el audio, el agua iba subiendo de nivel y más gente se agolpaba encima de su cama.
“Yo seguía documentando y grabé un video en que se ve el agua subiendo a los armarios, se lo envié al alcalde y le decía: señor alcalde, mire, esta es la casa de Giovanny, ayúdenos por favor”.
Esos instantes no son tan claros para Laura, le tocó subir sola y cuando alcanzó el techo siguió a los demás que cruzaban por la cercha de una construcción, colgados hasta donde lograban encontrar apoyo para llegar al siguiente piso de la casa vecina. “No sé, hoy miro y digo ¿cómo lo hicimos?”
Una mano la recibió y otras la ayudaron a pasar, cuando levantó la vista eran más de treinta personas sobre el techo de una casa, entre ellos encontró a su cuñada. La abrazó.
“La quebrada de Los Pinos se ha salido, se ha entrado a las casas, en este momento estamos transmitiendo esto desde unos techos, ayúdenos por favor”
“De pronto empezamos a escuchar un ruido, no sé, una cosa del otro mundo, no lo podría describir. Recuerdo que yo me cogí de las manos con una gente, y les dije: oremos, aquí nadie se va a morir”.
“Necesitamos un helicóptero, a la Policía, al Ejército. Un helicóptero aquí en el barrio Los Pinos estamos en peligro de muerte, las aguas ya llegan a la mitad de la casa, estamos en los techos, estamos en un segundo piso, por favor un helicóptero, algo, ayuda. Hay niños, hay ancianos. Estamos muchas personas aquí con riesgo de morir. Ayúdenos”
La angustia se siente en este audio, la voz desesperada de Laura refleja lo que veía, la corriente que se llevaba a quienes intentaban huir y luego el barro y los troncos enormes.
Laura envió otro audio. “Ya empecé a pedir oración porque dije, aquí ya nadie entra, hay agua por todos lados”.
Es en ese momento cuando comienza lo más duro del relato y su aparente pasividad da paso a la rabia y a la tristeza descubiertas en los ojos húmedos. Cierra los ojos, revive el momento en que la casa comenzó a moverse, como en su peor pesadilla sobre temblores y rememora el ruido “como un monstruo que iba subiendo”. Soltó la mano de quienes estaban a su lado y envió otro mensaje de audio:
“Se cayó la casa, se cayó la casa…”
Fue el último, el cuarto, así lo recuerda Laura porque no se transmitió en los medios de comunicación, como los otros tres que unidos como uno solo se convirtieron durante días en la voz de la tragedia que sufrió Mocoa ese 31 de marzo.
Conmovida cuenta que sintió un peso que la empujó de rodillas hacia adelante, una pared le cayó encima.
“Es súper raro porque fue una estampida de segundos, como cuando a ti te aturde algo, y en segundos todo fue silencio”.
Solo ahí se dio cuenta de que había caído sobre una niña, pero no podía hablar, solo pujaba.
“Yo le decía, resiste, pero tenía el muro encima, estábamos entre escombros y no podía hacer nada, no podía moverme. Le decía a la niña que resistiera, que de ahí íbamos a salir, cómo sería su angustia que yo podía sentir su respiración en el pecho”. No la conocía, tenía alrededor de siete años, pero nunca pudo identificarla.
Se fue la luz. Fue el momento en que a la subestación eléctrica –a menos de un kilómetro– llegó la avalancha de lodo y piedras, fue cuando pasó la ola destructiva que a las 11:24 había partido desde lo alto de las montañas donde nacen los ríos que atraviesan Mocoa y que se originó por tres horas de intensa lluvia, la equivalente a tres meses de aguaceros continuos.
“Yo estaba sepultada, ya me faltaba el oxígeno y solo escuchaba voces lejanas, logré sacar una mano y en un relámpago la vieron y me halaron fuerte”.
Entre lágrimas rememora cuando les gritaba a quienes la sacaron del agua que abajo había quedado una niña. “No me escuchaban, yo la veía y logré tocarla, pero se me iba entre las manos. Ellos me decían que ya no había nada qué hacer y yo, aún con las manos ensangrentadas, intenté sacarla, entonces alguien, no sé quién porque no lo vi, la sacó y dijo: ya no hay nada qué hacer, está muerta. Y la devolvió al agua”.
Es el peor recuerdo para Laura, y por culpa de ese momento admite que estuvo peleada con Dios por un tiempo porque escogió a una niña y no a ella, porque se sentía culpable, porque no la pudo salvar y porque llegó incluso a sentirse responsable de su muerte. “La niña quedó ahí tirada, yo no pude hacer nada”.
Luego supo que a esa hora, alrededor de las 11:30 de la noche, otro mensaje salió de su celular.
“Ese último se fue mudo, y fue por el que la gente me dio por muerta”.
El desastre
Cuando se fue la luz, Giovanny había llegado a la cárcel y vio la corriente que llevaba cascos, llantas, bicicletas. Dice que pensó que una quebrada se había desbordado cuando comenzó a ver a la gente que bajaba por la avenida principal. No sabía aún que dos quebradas y un río habían crecido tanto que habían juntado sus aguas para mover toneladas de piedra desde la parte alta de la montaña.
“Nadie hablaba, como un pueblo fantasma y a medida que avanzaba empezaron los gritos”.
El esfuerzo que hizo Giovanny en ese momento se ve reflejado en la expresión de sus ojos cuando lo relata. La impaciencia por no poder avanzar rápido porque iba a contracorriente, y con el agua ya en la cintura. Llegó hasta una casa grande y esperó.
“El ruido era impresionante, era como el de las tormentas secas, muchos rayos y truenos y luego el choque de piedras”.
Giovanny cuenta que solo se dio cuenta de la magnitud de lo que ocurría cuando llegaron otras personas, primero el presidente de la junta del barrio y otros dos jóvenes sin pantalón ni zapatos, porque la fuerza del agua se los había quitado. El cuarto le dio tranquilidad: “Tranquilos, la avalancha por allá no pasó”.
Un par de minutos después reaccionaron y comenzaron a ayudar. “Cogimos unas guaduas porque el río bajaba por la vía y con ellas sacamos más de treinta personas”, hasta que llegó un vecino que vivía en su misma calle, recuerda. “Vecino, menos mal por allá no pasó la avalancha ¿Como quedaron todos?” Y la respuesta no pudo ser más desoladora: “Por aquí por lo menos hay casas, por allá no quedó nada”.
La devastación
Al otro lado, en medio de la nada estaba Laura.
“Cuando me sacaron no se veía nada, no había casa ni árboles. Yo me sentí desubicada, como en otra dimensión”. Comenzó a gritar los nombres de los familiares de Giovanny hasta que recibió la respuesta de su cuñada que estaba con sus dos hijos, una niña de 15 años y un niño de cuatro años.
El miedo a otra avalancha las hizo salir descalzas, porque la corriente les había quitado los zapatos.
“Nos tocó saltar piedras, poníamos palos para medir si podíamos o no caminar y aún así nos enterrábamos. Íbamos solas porque los demás se quedaron intentando sacar a otra gente”.
Llegaron a una casa a la que solo le quedaron el techo y las paredes y ahí esperaron. Cuando reconstruye esos momentos Laura dice que había muchas voces que gritaban diferentes nombres, buscaban a sus familias, y por eso reconoce lo afortunados que fueron, pues un hombre que buscaba a su esposa y sus dos hijos la reconoció, alzó al niño, y les abrió camino para pasar el río embravecido. Unos metros después encontraron una casa alta donde había más de veinte sobrevivientes y ahí las dejó.
Ya habían pasado casi dos horas en un recorrido que hoy podría demorar diez minutos. Unos minutos después llegaron hombres del Ejército y con manilas los sacaron. Solo ahí se dieron cuenta de que estaban cerca de la calle principal donde permanecían las ambulancias, el mismo sitio donde Giovanny había comenzado su búsqueda.
Él había caminado entre el fango en sentido contrario, sin linterna y solo ayudado por la de los relámpagos. Se guio por un árbol que había quedado en pie hasta que llegó a su casa, o más bien al único pedazo que quedó en pie donde antes estaba su casa y ahora había una montaña de tres metros de piedra y lodo. En el lugar encontró un cuerpo. No eran Laura ni su madre ni su hijo ni sus hermanas. Eso le dio esperanzas de hallarlas con vida.
Un hombre le dio fortaleza porque le dijo que a su hijo de cuatro años y medio lo habían visto un poco más arriba. Las indicaciones no sirvieron de nada, donde antes estaba el río había fango y después de caminar junto con un vecino unos metros encontraron el cauce.
“La esperanza y el deseo de encontrar a mi familia eran lo más importante y por eso seguíamos caminando, nos metimos por el río y terminamos arrastrados. Quedé otra vez solo y en completa oscuridad”.
El cálculo de Giovanny no es exacto, cree que fue un poco más de una hora y media para llegar a la única casa que había quedado en pie, donde había un grupo de gente. Fue ahí donde un amiguito de su hijo le dijo que vio cuando al pequeño se lo llevó el río.
“Fue una noche eterna, no quería amanecer, hasta que a las 5:30 de la mañana salió el reflejo del día y lo primero que hice fue coger montaña arriba a buscar a mi hijo”.
La otra tragedia: El comité de búsqueda incansable
¡SOBREVIVÍ! DIOS LES PAGUE POR SUS ORACIONES! (No tengo más palabras, perdónenme, el dolor y la impotencia me impide todo).
Abatida, llena de barro, en el hospital conectada a una bolsa de sangre y junto a su familia se ve a Laura en las fotografías que acompañaron este mensaje publicado en Facebook tres días después de la tragedia, su siguiente conexión con las redes sociales.
Su tristeza y sentimiento de culpa se convirtieron rápidamente en reclamo porque hoy sigue creyendo que si las alertas se hubieran activado con el primer aviso, cuando la llamó Elizabeth, la cifra de muertos sería mucho menor a las 335 personas que se registraron durante la tragedia.
“No es por las entrevistas ni nada de eso, para mí lo más grande fue encontrar personas que me decían que por mis audios alcanzaron a salir. Un señor me dijo que cuando los escuchó se dijo, Laura está loca. Pero salió y se salvó”.
Entre las víctimas hay doce familiares de Giovanny. Al primero que encontraron fue a Víctor, el mismo que avisó a Laura de la inundación. Su cuerpo estaba aprisionado por dos columnas y ahí lo encontró Giovanny en la mañana siguiente a la avalancha.
A su hijo se lo llevó la corriente y su cuerpo estaba en una morgue improvisada, y aunque sus familiares sabían, él se enteró muchas horas después por un técnico que por error le envió la fotografía del cadáver a su celular. Fue el momento más duro, del que aún no se recupera.
Los otros diez cuerpos los encontraron poco a poco y gracias a lo que llamaron Comité de Búsqueda Incansable. Al comienzo fue una ayuda a los organismos de socorro para buscar a las personas desaparecidas, pero después se convirtió en una brigada voluntaria, liderada por Laura y Giovanny para acompañar a quienes buscaban a sus seres queridos.
“Los íbamos encontrando uno a uno, entonces ¿por qué no hacíamos el esfuerzo entre todos? Al comienzo éramos muchos, pero la gente no aguantó a punta de atún y agua”.
Fueron días duros, más de un mes recorriendo la corriente de los ríos hacia abajo hasta llegar a las desembocaduras. Muchos cuerpos fueron rescatados.
Ni a Laura ni a Giovanny, que han dado decenas de entrevistas y han recibido premios por su valor, los han buscado para darles alguna ayuda sicológica, una terapia o para escucharlos. Su drama sigue siendo de ellos, y aún lo tienen guardado.
“Cuando a ti te ven como líder, cuando te ven fuerte, te robotizan”, dice Laura y agradece la ayuda de los amigos, que le ha permitido recuperar parte de su equipo para poder trabajar. Aunque gran parte de los recursos que ganan ella y Giovanny se van a la fundación con que ayudan a los niños desde hace unos cinco años, y hoy a las personas damnificadas, y que tuvo su momento cumbre en mayo de 2018 cuando pudieron entregarle a cada uno una bicicleta nueva.
“Por esas cosas digo que no me equivoqué de profesión, porque si fuera ingeniera o abogada, no hubiera tenido ese instinto de documentar”.