¡A prepararse, periodistas!
Dora Montero, José Navia, Olga Behar, Beatriz Marín, Germán García, Blanca Giraldo, Ana María Ferrer y Kevin García - Comité Directivo de Consejo de Redacción
En octubre de 2017 la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, hizo un reconocimiento muy especial a “los periodistas, reporteros, fotógrafos, camarógrafos y productores que haciendo a un lado dificultades -como vías cerradas, servicios básicos cortados, escasez de comida y agua-, mantuvieron su espíritu y priorizaron la cobertura de los desastres”. Los merecedores de los aplausos fueron esos profesionales quienes por azar tuvieron la tarea de reportear algún hecho repentino y extraordinario provocado por la naturaleza o la mano del hombre; hasta allá llegaron sin certeza alguna sobre lo que iban a encontrar y cumplieron el que es su deber ante una emergencia, mantener informada a la población de manera oportuna y veraz.
Decir que fue producto del azar no pretende de manera alguna ser despectivo sino, al contrario, enaltecer ese cubrimiento inesperado porque huracanes, terremotos, avenidas torrenciales o inundaciones saltan sin avisar -aunque muchos son prevenibles- y no hay medio de comunicación donde exista un periodista con la tarea exclusiva de cubrir tragedias naturales. Lo que sí hay son reporteros dedicados a temas de medio ambiente, sociales o judiciales que ante una tragedia son los llamados a acudir.
En Colombia, desde hace 38 años, cuando un tsunami en Tumaco destruyó varias poblaciones, desapareció una isla y dejó más de 600 víctimas fatales hasta hoy, se han registrado al menos 13 tragedias naturales de gran magnitud. No se cuentan en una investigación publicada por el Politécnico Gran Colombiano las terribles inundaciones que recurrentemente sufre el país, ni esos eventos que generan cifras insuficientes para entrar a los catálogos nacionales, pero que para pequeñas comunidades son su peor tragedia. A todas, al lado de los organismos de socorro, llegaron los periodistas.
Cuando ocurrió el terremoto de Armenia en 1999, la mayoría de repoteros capitalinos que llegó a cubrir el evento hacía parte de las redacciones judiciales y de orden público, en razón tal vez a la pericia lograda en el cubrimiento de la guerra que los hizo ser los primeros en estar listos.
Listos tal vez sí, pero ¿preparados? Esa tragedia que dejó 1.110 víctimas fue una prueba de que no lo estaban. Aunque fueran muchas las horas de cubrimiento del conflicto, las lágrimas derramadas ante un hecho de orden público no se comparaban con el dolor de las víctimas de una tragedia natural. En algunos casos no hubo sutilezas ni conocimiento, ni mucho menos experticia.
Los retos en este tipo de cubrimiento son innumerables y más con las tecnologías de la comunicación actuales que llevan la información a las audiencias de manera inmediata. En el desastre de Mocoa, en marzo de 2017, el tránsito de las imágenes a través de las redes sociales fue implacable para quienes cubrían el evento, y también para el público que puede sentirse saturado de información y espera que los medios de comunicación le entreguen algo diferente, por eso es tan importante la formación.
En enero de 2010, después del terremoto de Haití, la defensora del lector del diario El País de España recibió una buena cantidad de cartas de los lectores con fuertes críticas a las imágenes difundidas por ese y otros medios de comunicación, y su respuesta dice algo de lo que significa para la gente el trabajo de las empresas informativas ante un desastre. Ella lo llamó un “comportamiento compulsivo” de los medios que alcanzan grandes proporciones pero se apagan rápido.
“…se produce una sinergia mediática que con frecuencia conduce a la saturación. Pero tras la saturación llega el silencio, y con el silencio, el olvido. Hasta la próxima tragedia. ¿Quién se acordará de Haití cuando los fotógrafos se hayan ido?”.
Por eso es tan importante aplicar lo que en esta guía o manual el maestro Javier Darío Restrepo llama deberes éticos y hacer de estos cubrimientos la oportunidad para hablar con altura y conocimiento de los temas, al tiempo de que se cumple una responsabilidad social. Además, claro, del deber primario de investigar en medio de la tragedia y posterior a ella.
Imposible olvidar la enseñanza de los colegas de Chile, quienes centraron el cubrimiento del terremoto de 2010 en buscar la razón por la cual edificios recién construidos y con certificados antisísimicos se desplomaron antes de que los antiguos que parecían más vulnerables. Encontraron una coincidencia en los nombres de algunos constructores que, con los días, se develó fueron beneficiarios de una organizada red de corrupción en la entrega de licencias y uso de materiales defectuosos.
A veces no hay que llegar hasta allá. Con el simple ejercicio, ese de consultar todas las fuentes, aquel de conocer sobre lo que se dice, el mismo donde el rigor pesa más para ayudar a las personas damnificadas que la misma solidaridad, la tarea puede considerarse hecha. Y jamás olvidar la premisa de que no se trata de elegir entre ayudar a un sobreviviente o entregar donaciones, sino de ejercer el oficio.
La SIP invitó a los medios de comunicación a establecer guías y protocolos para la cobertura en tragedias y aunque no fue la única, sí fue una de las motivaciones que llevó a Consejo de Redacción a producir este manual, posible gracias al apoyo de la Fundación Konrad Adenauer Stiftung y, que aspira a entregar para que los periodistas lean y estudien las herramientas para cubrir los desastres con algo más de pericia. Los invitamos a hacer uso de él, personalizarlo y aprovecharlo para que además de la tarea solidaria a que nos obliga una tragedia, podamos estar preparados en nuestro quehacer profesional.